CABALGANDO LA BALA

STEPHEN KING

 

PRIMERA PARTE -

 

No he contado antes esta historia, y nunca pensé que lo haría –no exactamente porque tuviera miedo a no ser creído, sino porque sentía vergüenza… y porque la historia era mía. Siempre he creído que al contarla, me devaluaría tanto a mí como a la historia en sí misma, la haría pequeña y más mundana, no mucho mejor que una historia amateur de fantasmas contada antes de apagar las luces. Creo que también tenía miedo de que si la contaba, escucharla en mis oídos me haría dejar de creerla a mí también. Pero desde que murió mi madre no he podido dormir muy bien. Permanezco en un ligero sopor y despierto de golpe otra vez, totalmente lúcido y temblando. Dejar la lamparilla de noche encendida funciona, pero no tanto como podrías pensarlo. Hay muchas más sombras en la noche, lo has notado? Aún con luz hay tantas sombras. Las largas pueden ser sombras de cualquier cosa que se te ocurra.

Cualquier cosa.

Yo era un muchacho en la Universidad de Maine cuando la Sra. McCurdy llamó para contarme sobre mami. Mi padre murió cuando yo era aún muy joven para recordarlo y fui hijo único, así que solo éramos Alan y Jean Parker contra el mundo. La señora McCurdy, quien vivía calle arriba, llamó al apartamento que yo compartía con otros tres muchachos. Había conseguido el número telefónico de la pizarra-magneto recordatorio que má tenía adherida en la nevera.

"Fue un infarto", dijo ella con ese acento Yankee largo y cansado suyo. "Ocurrió en el restaurante, pero no seas tan imprudente de volar hasta acá. El doctor dice que no ’stá muy grave. Está despierta y ‘abla".

"Si, pero es coherente?" Pregunté. Intentaba sonar calmado, incluso sorprendido, pero mi corazón latía rápidamente y repentinamente la sala de estar se tornó muy cálida. Tenía el apartamento para mí solo, era miércoles y mis dos compañeros tenían clases todo el día.

"Oh, si. Lo primero que me dijo fue que te llamase pero que no te asustara. Muy considerado de su parte, no lo crees?"

"Si". Pero desde luego estaba asustado. Cuando alguien llama y te dice que tu madre ha sido llevada del trabajo al hospital en ambulancia, cómo se supone que debes sentirte?

"Dijo que permanecieras allá y te ocuparas del colegio hasta el fin de semana. Y dijo que podrías venir entonces si no tenías demasiado que-studiar".

Seguro, pensé. Sarcástico. Me quedaré aquí en este mugriento apartamento pestilente a cerveza mientras mi madre está tendida en una cama de hospital a casi 170 kilómetros al sur muriendo.

"Tu má es todavía una mujer joven," Dijo la Sra. McCurdy. "Es solo que se ha dejado engordar tremendamente estos años, y tiene la hipertensión. Además de los cigarrillos. Tendrá que dejar los cigarrillos".

Yo dudaba que lo hiciera, con infarto o sin él, y sobre eso tenía razón –mi madre amaba sus cigarrillos. Agradecí a la Sra. McCurdy por haber llamado.

"Fue lo primero que hice al llegar a casa", dijo. "Y…cuándo piensas venir, Alan, el sabadito?" Había un ligero tono en su voz que sugería que lo adivinaba.

Mire por la ventana la perfecta tarde de Octubre. El brillante cielo azul de New England sobre los árboles que se mecían sobre sus amarillas hojas en Mill Street. Entonces eche un vistazo al reloj. Las tres y veinte. Estaba por salir hacia mi seminario de filosofía de las cuatro en punto cuando sonó el teléfono.

"Bromea?" Pregunté. "Estaré ahí esta noche."

Su risa era seca y algo sofocada al final –La Sra. McCurdy era excelente para hablar sobre quién debía dejar el tabaco, ella y sus Winston. "Buen chico! Irás directo al hospital y después conducirás hasta la casa, cierto?

"Eso creo, si" Dije. No tenía sentido decirle a la Sra. McCurdy que había algún fallo en la transmisión de mi viejo auto, y que no iría a ningún otro lugar que al sendero del futuro predecible.

Haría autostop hasta Lewiston, y después hasta nuestra pequeña casa en Harlow si aún no era muy tarde. Si lo fuese, haría una siestecilla en algún sofá del hospital. No sería la primera vez que mi pulgar me llevase fuera de la escuela. O dormiría sentado con mi cabeza sobre una maquina de Coca-Cola, según el caso.

"Me aseguraré que la llave se encuentre bajo la carretilla," dijo ella. "Sabes a lo que me refiero, verdad?"

"Claro." Mi madre conservaba una vieja carretilla junto a la puerta del cobertizo trasero que se llenaba de flores en el verano. Pensar en ello, por alguna razón hizo que las noticias de casa que la Sra McCurdy me diera me golpeasen como un hecho auténtico: mi madre estaba en el hospital, la pequeña casa en Harlow donde crecí estaría oscura esta noche –no habría quién encendiera las luces después del ocaso. La Sra. McCurdy podía decir que mi madre era joven pero, cuando se tienen veintiún años, cuarenta y ocho suenan a ancianidad.

"Ten cuidado, Alan. No conduzcas deprisa".

Mi velocidad, desde luego, dependería de quienquiera que me llevase y, personalmente esperaba que quien fuese condujera como el diablo. En cuanto a mí correspondía, no llegaría al Central Main Medical Center lo suficientemente rápido. Aún así, no tenia sentido preocupar a la Sra. McCurdy.

"No lo haré, gracias".

"Por nada," dijo ella. "Tu má estará bien, y vaya si estará feliz de verte."

Colgué el teléfono y garabateé una nota diciendo lo que había ocurrido y hacia dónde me dirigía. Le pedí a Hector Passmore, el más responsable de mis colegas, que llamara a mi asesor y le pidiera que informara a mis instructores lo que pasaba para que no me fastidiaran por ausencias –Dos o tres de mis profesores eran verdaderamente intolerantes a ese respecto. Después empaque un cambio de ropa en mi mochila, añadí mi copia de Introducción a la filosofía que había marcado doblando el borde de una hoja y me dirigí a la salida. Abandoné el curso la siguiente semana, aunque me estaba yendo bastante bien. Mi forma de ver el mundo cambió esa noche, cambió bastante y nada en mi libro de filosofía parecía ajustarse a dichos cambios. Llegué a comprender que hay cosas debajo, tú sabes – debajo- y ningún libro puede explicar lo que son. Yo creo que a veces es mejor olvidar lo que son esas cosas. Si puedes, claro está.

Hay 193. kilómetros de la Universidad de Maine en Orono hasta Lewiston en el condado de Androscoggin, y la forma más rápida de llegar ahí es por la ruta I-95. El camino de peaje no es un muy buen lugar para hacer autostop, puesto que la policía estatal está dispuesta a echar a cualquiera se baje por ahí –incluso si solo te encuentras de pie sobre la rampa, aún así te echan –y si el mismo policía te pesca dos veces, puede incluso darte una multa. Asi que tomé la Ruta 68, que enfila al sudoeste de Bangor. Es un camino bastante transitado y si no luces como un completo psicótico, usualmente te las arreglas bien. Los polis también te dejan en paz, la mayor parte del trayecto.

El primer tramo me llevó un adusto vendedor de seguros y me llevo hasta Newport. Permanecí de pie en la intersección de la Ruta 68 y la Ruta 2 por casi veinte minutos, y entonces conseguí que me llevase un caballero algo mayor que iba en camino a Bowdoinham. Constantemente se tocaba la entrepierna mientras manejaba. Como si intentara atrapar algo que anduviese correteando por ahí.

"Mi mujer sienpre me dijo que ‘stuviera preparado y guardase un cuchillo en la espalda si pretendía llevar a un autostopista," dijo "pero cuando veo a un tipo joven parado a un la’o del caminio, yo sienpre recuerdo mis días de juventud. Mi pulgar me llevo bastante lejos y yo también hice autostop. Cabalgué los caminios también, y mira esto, ella muerta hace cuatro años y yo vivito y coleando, conduciendo el mismo y viejo Dodge. La echo tierriblemente de menos". Se volvió a tocar la entrepierna

"Hacia dónde te diriges, hijo?"

Le conté a dónde iba y por qué.

"Eso es tierrible," dijo él. "Tu má! Lo siento mucho!".

Su comprensión era tan fuerte y espontánea que logró que sintiera un escozor en las comisuras de los ojos. Parpadeé para ahuyentar las lágrimas. Lo último en el mundo que se me antojaba era soltarme a llorar en el auto de este viejo, el cual cascabeleaba y se bamboleaba, además de que lo impregnaba un fuerte olor a orín.

"La Sra. McCurdy –la dama que me telefoneó –dijo que no era muy grave. Mi madre es aún joven, solamente cuarenta y ocho años".

"Aún así, es un infarto!" El hombre parecía verdaderamente consternado. Manoseó la entrepierna de sus pantalones verdes una vez más, tirando de ella con una mano de enormes proporciones que asemejaba una garra.

"Un infarto sienpre’s serio! Hijo, te llevaría yo mismo al CMMC –te dejaría justo ante la puerta principal –si no hubiese prometido a mi hermano Ralph que lo llevaría al sanatorio particular de Gates. Su esposa se encuentra ahí, tiene esa enfermedad del olvido, no me puedo acordar cómo demonios se llama, Anderson’s o Alvarez o algo por el estilo -"

"Alzheimer’s," dije yo.

"Ajá, tal vez la haya pillado yo también. Diablos, estoy tentado a llevarte de cualquier forma."

"No es necesario que lo haga," Dije. "Puedo conseguir fácilmente quien me lleve desde Gates"

"Aún así," dijo. "Tu madre! Un infarto! Solamente cuarenta y ocho años!" Volvió a manosear su entrepierna.

"Jodido calzoncillo!" chilló, y después rió –el sonido era tanto estridente como sorprendido. "Jodida ruptura! Si logras subsistir hijo, todo tu mundo comienza a desmoronarse. Al final, Dios te patea el culo, déjame decirte. Pero eres un buen chico al dejarlo todo e ir a por tu madre como lo ‘stás haciendo."

"Es una buena madre," Dije, y una vez más sentí el escozor de las lágrimas. Nunca sentí demasiada nostalgia por casa cuando me mudé al colegio –solo un poco la primer semana, eso fue todo –pero, sentí nostalgia entonces. Solo éramos ella y yo sin ningún otro familiar cercano. No podía imaginarme la vida sin ella. La Sra. McCurdy había dicho que no era muy grave, un infarto si, pero no muy grave. Más valía que la condenada vieja no mintiera, pensé, más le valía.

Continuamos en silencio durante un rato. No era todo lo rápido que yo deseaba –el viejo mantenía una velocidad constante de 72 hms./hr. y a veces se desviaba sobre la línea blanca hacia el carril contrario- pero era un tramo largo, y no podía pedirse más. La Carretera 68 se desenrolló ante nosotros, doblando su curso a través de kilómetros de bosque y salpicada de pequeños pueblos que comenzaban y terminaban en un parpadeo, cada uno con su propio bar, y su propia estación de servicio. New Sharon, Ophelia, West Ophelia, Ganistan (que alguna vez fue Afganistán, aunque parezca increíble), Mechanic Falls, Castle View, Castle Rock. El azul brillante del cielo se desvanecía a medida que el día terminaba, el viejo encendió primero sus indicadores de posición y después los indicadores laterales y finalmente las luces frontales. Había encendido las luces largas pero no parecía haberlo notado, incluso cuando los autos que venían en sentido opuesto le mostraban sus propias luces largas.

"Mi cuñada no puede ni recordar su propio nombre," Dijo él. "No sabe ni decir ni sí, ni no, ni tal vez. Eso es lo que hace contigo la enfermedad de Anderson, hijo. Tiene algo en sus ojos… que parece decir ‘sáquenme de aquí’ … o lo diría, si pudiera recordar las palabras. Sabes a lo que me refiero?"

"Si," Repliqué. Inspiré profundamente y me pregunté si el olor a orines pertenecía al viejo o tal vez tuviera un perro que lo acompañase en ocasiones. Me pregunté si le ofendería que bajase un poco la ventanilla. Finalmente lo hice. Él pareció no darse cuenta como tampoco parecía percatarse de las protestas de los autos que venían en sentido opuesto.

Alrededor de las siete, flanqueamos una colina en West Gates y mi conductor chilló. "Mírala hijo! La luna! No es maravillosa?"

"En verdad era maravillosa –una enorme bola anaranjada elevándose sobre el horizonte. Y sin embargo, pensé que había algo terrible en ella. Parecía tanto preñada como infectada. Al mirar a la creciente luna de pronto me acometió un pensamiento horrible. Que pasaría si llegaba al hospital y mamá no me reconocía? Que tal si su memoria se había esfumado, completamente, cero, y no pudiera ni decir ni sí, ni no, ni tal vez? Que tal si el doctor me decía que necesitaba de alguien que la cuidase por el resto de sus días? Ese alguien tendría que ser yo, desde luego, no había nadie más. Adiós colegio. Que hay de eso amigos y vecinos?

"Pídele un deseo niñio!" Espetó el viejo. En su excitación, su voz se tornó más aguda y desagradable –era como si fragmentos de vidrio te chasqueasen en los oídos. Le dio a su entrepierna un fuerte apretón. Algo ahí dentro emitió un chasquido. No me cabía en la cabeza cómo podías oprimirte la entrepierna tan fuerte sin agarrarte las bolas desde la raíz, con calzoncillo o sin él. "El deseo que le pidas a la luna canpestre sienpre se realiza, eso es lo que mi padre decía."

Pedí que mi madre me reconociese cuando entrara a su habitación, que sus ojos se iluminaran y que dijese mi nombre. Pedí el deseo e inmediatamente deseé no haber deseado, pensé que ningún deseo hecho a una enfermiza luz anaranjada pudiera traer nada bueno.

"Ah, hijo! Exclamó el viejo. "Desearía que mi mujer estuviera aquí! Le pediría de rodillas perdón por todas las sandeces e insultos que le dije!"

Veinte minutos más tarde, con la última luz del día aún en el aire y la luna aún despuntando en el cielo llegamos a Gates Falls. Hay un semáforo intermitente amarillo en la intersección de la Ruta 68 y Pleasant Street. Justo antes de llegar a ella, el viejo viró abruptamente hacia el arroyo lateral y provocando que la rueda delantera derecha se golpeara contra el bordillo del camino y después retrocediera, haciendo castañetear mis dientes. El viejo me miró entonces con una mirada entre salvaje y desafiante –todo en él era salvaje, y aunque no lo había notado en un principio, todo en ese hombre daba la impresión de vidrios rotos. Y todo cuanto decía parecía ser una exclamación.

"Te llevaré hasta ahí! Lo haré siseñor! Qué importa Ralph! Al demonio con él! Tú solo pídelo".

Quería llegar pronto con mamá, pero la idea de otros 32 kilómetros con ese olor a meados en el aire y los autos protestando por las luces largas no era muy agradable. Tampoco era agradable la imagen del tipo conduciendo en eses e invadiendo el carril contrario de Lisbon Street.

Pero sobre todo era por él. No podría soportar otros 32 kilómetros de rasquiña de entrepierna ni de esa voz de vidrio roto.

"Hey, no," Dije, "No hay problema. Siga su camino y ocúpese de su hermano." Abrí la puerta del copiloto y lo que temía ocurrió –se inclinó y tomó mi brazo con su torcida y larga mano de anciano. Era la misma mano con la que se había manoseado la entrepierna.

"Tú solo pídelo!" Me respondió. Su voz era ronca, confidencial. Sus dedos oprimían fuertemente la carne justo debajo de mi axila. "Te llevaré justo hasta la entrada del hospital! Ajá! No importa que nunca te haya visto en mi vida o tú a mi! No importa ni sí, ni no ni tal vez! Te llevare justo…

ahí!"

"No hay problema," repetí, y repentinamente sentí la urgente necesidad de salir de aquel auto, dejando la camisa en su puño si era necesario para librarme de él. Sentía que me ahogaba. Pensé que cuando me moviese, el apretón de su puño se cerraría aún más o incluso podría pillarme por el vello del cuello, pero no lo hizo. Sus dedos se aflojaron y me pude deslizar hacia fuera, y me pregunté como hacemos siempre que nos acomete un momento de pánico irracional, a qué tuve miedo exactamente. Él solo era un viejo carcamal cuya subsistencia tal vez dependiese del carbón, con un ecosistema Dodge pestilente a orines que parecía desilusionado por haber rechazado su oferta. Era solo un viejo que no estaba cómodo con sus calzoncillos. ¿Qué en el nombre de Dios había yo temido?.

"Le agradezco haberme llevado y agradezco aún mas su oferta," Dije. "Pero puedo seguir por ahí" –señalé hacia Pleasant ¨Street "-y conseguiré autostop en cualquier momento".

Él permaneció en silencio un momento, luego suspiró y afirmó con la cabeza.

"Ajá, ése es el mejor lugar del que partir." Dijo. "Manténte en los límites del pueblo, nadie querría llevar a un tipo en el pueblo, nadie querría aminorar la marcha y que le apresuren a bocinazos."

El hombre tenía razón en eso, hacer autostop en un pueblo, aún en uno pequeño como Gates Falls era en vano. Adiviné que realmente el pulgar había llevado al viejo muy lejos en otro tiempo.

"Pero, hijo, estás seguro? Ya sabes lo que dicen sobre tener pájaro en mano".

Titubeé una vez más. Él tenía razón sobre lo del pájaro en mano también. Pleasant Street se volvía Ridge Road a poco mas de kilómetro y medio hacia el oeste del intermitente amarillo y transcurría sobre 24 kilómetros de bosque antes de llegar a la Ruta 196 en los linderos de Lewiston. Ya estaba casi oscuro y es siempre más difícil conseguir autostop por la noche –cuando los faros de un auto te encuentran en medio de un camino rural, parecerás un fugitivo del Wyndham Boy’s Correctional aún con el cabello bien peinado y la camisa dentro del pantalón. Pero yo no quería viajar más con el viejo. Aún ahora que me encontraba a salvo fuera de su vehículo, pensaba que había algo atemorizante en él -tal vez fuese solo la forma en que su voz parecía llena de puntos exclamativos. Además siempre he tenido suerte para conseguir autostop.

"Estoy seguro," dije. "Y gracias otra vez, de verdad".

"Cuando quieras, hijo. Cuando quieras. Mi mujer…" Se interrumpió, y vi que había lágrimas corriendo por las comisuras de sus ojos. Le agradecí una vez más, y cerré de un portazo la puerta antes que pudiera decir algo más.

Me apresuré a cruzar la calle, mi sombra aparecía y desaparecía con la luz del intermitente. En la parte alejada de la calle me volví y miré hacia atrás. El Dodge seguía ahí, aparcado a un costado de Frank’s Fountain & Fruit. A la luz del intermitente y con el semáforo a unos seiscientos metros más o menos adelante, lo pude ver sentado recargado sobre el volante. Me acometió la idea de que estaba muerto, que yo lo había matado al rehusar su ofrecimiento de ayuda.

Entonces se aproximó un auto por la esquina y el conductor echo sus luces largas al Dodge, esta vez el viejo reaccionó con sus propias luces, y entonces me di cuenta que todavía estaba vivo. Tras un momento, volvió hacia el camino y condujo el Dogde lentamente hacia la esquina. Le observé hasta que se perdió de vista, y entonces levanté la vista hacia la luna. Comenzaba a perder su brillo anaranjado, pero aún así, había algo siniestro en ella. Se me ocurrió entonces que nunca antes había oído hablar sobre pedir deseos a la luna –al lucero del ocaso sí, pero no a la luna. Una vez más deseé que pudiese retractar mi deseo, mientras la oscuridad se cernía sobre mí y yo permanecía de pie ante los cruces, era muy fácil recordar aquella historia sobre la garra del mono.

Caminé sobre Pleasant Street, mostrando el pulgar a los autos que pasaban sin siquiera aminorar la marcha. Al principio, había tiendas y casas a ambos lados del camino, entonces se terminaba la acera y los árboles silenciosamente cerraban el paso obstruyendo la tierra. En ocasiones, el camino se inundaba con luz, proyectando mi sombra hacia delante, me volvía, mostrando el pulgar e intentaba poner lo que suponía era una reconfortante sonrisa en mi rostro. Y cada ocasión el auto que se aproximaba pasaba como una exhalación. Uno de ellos me gritó "Consigue un empleo, pedazo de animal!" y hubo risas.

No temo a la oscuridad –o no temía entonces, -pero comenzaba a temer que me había equivocado al no aceptar la oferta de aquel viejo de llevarme directamente al hospital. Pude haber diseñado algún cartel que rezara ‘NECESITO AUTOSTOP, MADRE ENFERMA’ antes de iniciar la travesía, pero dudaba que ello fuese de alguna ayuda. Cualquier psicótico podía hacer un cartel, después de todo.

Continué la marcha, las zapatillas deportivas se desgastaban con el terreno arcilloso del sendero, escuchando los sonidos de la inminente noche: un perro, a lo lejos; un búho, mucho más cerca; el ronroneo del creciente viento. El cielo era brillante a laluz de la luna, pero no se la podía ver en aquél preciso instante –había árboles altos en este tramo y lo cubrían todo por el momento.

Al dejar atrás Gates, unos pocos autos pasaron cerca. Mi decisión de no aceptar la oferta del viejo me parecía más tonta a cada minuto. Comencé a imaginar a mi madre en su cama de hospital, su boca torcida hacia abajo en un congelado gesto de desprecio, perdiendo su conexión con la vida pero tratando de retenerla en un creciente ladrido llamándome, sin saber que no podría llegar simplemente porque no me había gustado la escalofriante voz del viejo o el apestoso olor de su automóvil.

Flanqueé una colina pendiente y de nuevo me encontré ante la luz de la luna en la cima. No había árboles a mi derecha, los reemplazaba un pequeño cementerio rural. Las lápidas destellaban a la pálida luz. Algo pequeño y negro se agazapaba junto a una de ellas, observándome. Caminé un paso hacia delante, con curiosidad. La cosa negra se movió y resultó ser una marmota. Me dirigió una única mirada de reproche con un ojo rojo y se perdió entre la hierba alta. En un instante, tomé conciencia de lo cansado que estaba, de hecho estaba exhausto. Había estado destilando adrenalina desde que la Sra. McCurdy llamara cinco horas antes, pero ahora eso quedaba atrás. Eso era la peor parte. La parte buena era que aquella sensación de franca urgencia se había ido, al menos de momento. Había tomado una decisión, me decidí continuar por Ridge Road en lugar de la Ruta 68, y no tenia sentido acosarme con lo mismo –

Lo divertido es divertido y lo hecho, hecho está, solía decir mi madre. Tenía cantidad de frases por el estilo como aforismos Zen que casi tenían sentido. Con sentido o sin él, éste en particular me reconfortaba en estos momentos. Si ella estaba muerta cuando yo llegase al hospital, entonces eso era todo. Probablemente no lo estuviese. El médico dijo que no era grave, de acuerdo a la Sra. McCurdy, y la Sra. McCurdy también había dicho que mi madre aún era una mujer joven. Un poco en el bando pesado, cierto, y una fumadora al por mayor, pero aún joven.

Mientras tanto, yo me encontraba sumamente nervioso y súbitamente exhausto –parecía que mis pies hubiesen sido enterrados en cemento.

Había un muro bajo de rocas que discurría a lo largo un sendero que bordeaba el cementerio, con una abertura por la cual corrían un par de ratas. Me senté en él con los pies plantados a los lados de una de estas hendiduras. Desde esta posición, podría ver una buena parte de Ridge Road en ambas direcciones. Cuando veía luces aproximándose desde el oeste, en dirección a Lewiston, podría caminar de vuelta hacia el límite del camino y sacar el pulgar. Entretanto, me sentaría aquí con mi mochila en el regazo y esperaría a que me volviese la fuerza a las piernas.

Una baja neblina, fina y resplandeciente se elevaba del césped. Los árboles que rodeaban el cementerio por tres costados susurraban al movimiento de la creciente brisa. Desde más allá del campo santo llegó el sonido de agua corriente, un arroyo y el ocasional chapoteo de una rana. El lugar era hermoso y extrañamente confortable. Como la fotografía en un libro de poemas románticos.

Miré hacia ambos lados del camino. Nada se aproximaba, no había más que resplandor en el horizonte. Bajé mi mochila a la hendidura entre mis pies, me puse de pie y caminé hacia el cementerio. Un mechón de cabello cayó sobre mi frente y el viento lo apartó. La extraña neblina se arremolinaba perezosamente alrededor de mis pies. Las rocas de la parte trasera eran viejas, y más de una se había caído. Las del frente eran mucho más recientes. Uní las manos y me arrodille, para mirar una lápida que estaba rodeada de flores casi frescas. A la luz de la luna el nombre era fácil de leer: GEORGE STAUB. Debajo de éste se encontraban las fechas que marcaban la breve existencia de George Staub: ENERO 19, 1977 decía la primera y la otra rezaba OCTUBRE 12, 1998. Eso explicaba por qué las flores apenas comenzaban a secarse; Octubre 12 había sido hace dos días y 1998 era justo hacía dos años. Los amigos y parientes de George debieron pasar a presentar sus respetos. Bajo el nombre y las fechas había algo más, una breve inscripción. Me agaché un poco más para poder leerla-

-E inmediatamente me proyecté haca atrás, aterrado y demasiado consciente de que me encontraba solo, visitando un cementerio a la luz de la luna.

La inscripción decía

LO DIVERTIDO ES DIVERTIDO Y LO HECHO, HECHO ESTA

 

Mi madre estaba muerta, había muerto quizá en ese preciso instante y algo me había enviado un mensaje. Algo con un sentido del humor absolutamente desagradable.

 

(continua en la página siguiente...)