Yalal Al-Din Rumi

 

150 CUENTOS SUFIES

  

LA HERMOSA SIRVIENTA

   Erase una vez un sultán, dueño de la fe y del mundo. Habiendo salido de caza, se alejó de su palacio y, en su camino, se cruzó con una joven esclava. En un instante él mismo se convirtió en esclávo. Compró a aquella sirvienta y la condujo a su palacio para decorar su dormitorio con aquella belleza. Pero, enseguida, la sirvienta cayó enferma.

  ¡Siempre pasa lo mismo! Se encuentra la cántara, pero no hay agua. Y cuando se encuentra agua, ¡la cántara está rota! Cuando se encuentra un asno, es imposible encontrar una silla. Cuando por fin se encuentra la silla, el asno ha sido devorado por el lobo.

  El sultán reunió a todos sus médicos y les dijo:

  "Estoy triste, sólo ella podrá poner remedio a mi pena. Aquel de vosotros que logre curar al alma de mi alma, podrá participar de mis tesoros."

  Los médicos le respondieron:

  "Te prometemos hacer lo necesario. Cada uno de nosotros es como el mesías de este mundo. Conocemos el bálsamo que conviene a las heridas del corazón."

  Al decir esto, los médicos habían menospreciado la voluntad divina. Pues olvidar decir "¡Insh Allah!" hace al hombre impotente. Los médicos ensayaron numerosas terapias, pero ninguna fue eficaz. La hermosa sirvienta se desmejoraba cada día un poco más y las lágrimas del sultán se transformaban en arroyo.

  Todos los remedios ensayados daban el resultado inverso del efecto previsto. El sultán, al comprobar la impotencia de sus médicos, se trasladó a la mezquita. Se prosternó ante el Mihrab e inundó el suelo con sus lágrimas. Dio gracias a Dios y le dijo:

  "Tú has atendido siempre a mis necesidades y yo he cometido el error de dirigirme a alguien distinto a ti. ¡Perdóname!"

  Esta sincera plegaria hizo desbordarse el océano de los favores divinos, y el sultán, con los ojos llenos de lágrimas, cayó en un profundo sueño. En su sueño, vio a un anciano que le decía:

  "¡Oh, sultán! ¡Tus ruegos han sido escuchados! Mañana recibirás la visita de un extranjero. Es un hombre justo y digno de confíanza. Es también un buen médico. Hay sabiduría en sus remedios y su sabiduría procede del poder de Dios."

  Al despertar, el sultán se sintió colmado de alegría y se instaló en su ventana para esperar el momento en el que se realizaría su sueño. Pronto vio llegar a un hombre deslumbrante como el sol en la sombra.

  Era, desde luego, el rostro con el que había soñado. Acogió al extranjero como a un visir y dos océanos de amor se reunieron. El anfitrión y su huésped se hicieron amigos y el sultán dijo:

  "Mi verdadera amada eras tú y no esta sirvienta. En este bajo mundo, hay que acometer una empresa para que se realice otra. ¡Soy tu servidor!"

  Se abrazaron y el sultán añadió:

  "¡La belleza de tu rostro es una respuesta a cualquier pregunta!"

  Mientras le contaba su historia, acompañó al sabio anciano junto a la sirvienta enferma. El anciano observó su tez, le tomó el pulso y descubrió todos los síntomas de la enfermedad. Después, dijo:

  "Los médicos que te han cuidado no han hecho sino agravar tu estado, pues no han estudiado tu corazón."

  No tardó en descubrir la causa de la enfermedad, pero no dijo una palabra de ella. Los males del corazón son tan evidentes como los de la vesícula. Cuando la leña arde, se percibe. Y nuestro médico comprendió rápidamente que no era el cuerpo de la sirvienta el afectado, sino su corazón.

  Pero, cualquiera que sea el medio por el cual se intenta describir el estado de un enamorado, se encuentra uno tan desprovisto de palabras como si fuera mudo. ¡Sí! Nuestra lengua es muy hábil en hacer comentarios, pero el amor sin comentarios es aún más hermoso. En su ambición por describir el amor la razón se encuentra como un asno tendido cuan largo es sobre el lodo. Pues el testigo del sol es el mismo sol.

  El sabio anciano pidió al sultán que hiciera salir a todos los ocupantes del palacio, extraños o amigos.

  "Quiero, dijo, que nadie pueda escuchar a las puertas, pues tengo unas preguntas que hacer a la enferma."

  La sirvienta y el anciano se quedaron, pues, solos en el palacio del sultán. El anciano empezó entonces a interrogarla con mucha dulzura:

  "¿De dónde vienes? Tú no debes ignorar que cada región tiene métodos curativos propios. ¿Te quedan parientes en tu país? ¿Vecinos? ¿Gente a la que amas?"

  Y, mientras le hacía preguntas sobre su pasado, seguía tomándole el pulso.

  Si alguien se ha clavado una espina en el pie lo apoya en su rodilla e intenta sacársela por todos los medios. Si una espina en el pie causa tanto sufrimiento, ¡qué decir de una espina en el corazón! Si llega a clavarse una espina bajo la cola de un asno, éste se pone a rebuznar creyendo que sus voces van a quitarle la espina, cuando lo que hace falta es un hombre inteligente que lo alivie.

  Así nuestro competente médico prestaba gran atención al pulso de la enferma en cada una de las preguntas que le hacía. Le preguntó cuáles eran las ciudades en las que había estado al dejar su país, cuáles eran las personas con quienes vivía y comía. El pulso permaneció invariable hasta el momento en que mencionó la ciudad de Samarkanda. Comprobó una repentina aceleración. Las mejillas de la enferma, que hasta entonces eran muy pálidas, empezaron a ruborizarse. La sirvienta le reveló entonces que la causa de sus tormentos era un joyero de Samarkanda que vivía en su barrio cuando ella había estado en aquella ciudad.

  El médico le dijo entonces:

  "No te inquietes más, he comprendido la razón de tu enfermedad y tengo lo que necesitas para curarte. ¡Que tu corazón enfermo recobre la alegría! Pero no reveles a nadie tu secreto, ni siquiera al sultán."

  Después fue a reunirse con el sultán, le expuso la situación y le dijo:

  "Es preciso que hagamos venir a esa persona, que la invites personalmente. No hay duda de que estará encantado con tal invitación, sobre todo si le envías como regalo unos vestidos adornados con oro y plata."

  El sultán se apresuró a enviar a algunos de sus servidores como mensajeros ante el joyero de Samarkanda. Cuando llegaron a su destino, fueron a ver al joyero y le dijeron:

  "¡Oh, hombre de talento! ¡Tu nombre es célebre en todas partes! Y nuestro sultán desea confiarte el puesto de joyero de su palacio. Te envía unos vestidos, oro y plata. Si vienes, serás su protegido."

  A la vista de los presentes que se le hacían, el joyero, sin sombra de duda, tomó el camino del palacio con el corazón henchido de gozo. Dejó su país, abandonando a sus hijos, y a su familia, soñando con riquezas. Pero el ángel de la muerte le decía al oído:

  "¡Vaya! ¿Crees acaso poder llevarte al más allá aquello con lo que sueñas?"

  A su llegada, el joyero fue presentado al sultán. Este lo honró mucho y le confió la custodia de todos sus tesoros. El anciano médico pidió entonces al sultán que uniera al joyero con la hermosa sirvienta para que el fuego de su nostalgia se apagase por el agua de la unión.

  Durante seis meses, el joyero y la hermosa sirvienta vivieron en el placer y en el gozo. La enferma sanaba y se volvía cada vez más hermosa.

  Un día, el médico preparó una cocción para que el joyero enfermase. Y, bajo el efecto de su enfermedad, este último perdió toda su belleza. Sus mejillas palidecieron y el corazón de la hermosa sirvienta se enfrió en su relación con él. Su amor por él disminuyó así hasta desaparecer completamente.

  Cuando el amor depende de los colores o de los perfumes, no es amor es una vergüenza. Sus más hermosas plumas, para el pavo real, son enemigas. El zorro que va desprevenido pierde la vida a causa de su cola. El elefante pierde la suya por un poco de marfil.

  El joyero decía:

  "Un cazador ha hecho correr mi sangre, como si yo fuese una gacela y él quisiera apoderarse de mi almizcle. Que el que ha hecho eso no crea que no me vengaré."

  Rindió el alma y la sirvienta quedó libre de los tormentos del amor. Pero el amor a lo efímero no es amor.

 

 

  EL PREDICADOR

   Había un predicador que, cada vez que se ponía a rezar no dejaba de elogiar a los bandidos y desearles toda la felicidad posible. Elevaba las manos al cielo diciendo: "¡Oh, Señor: ofrece tu misericordia a los calumniadores, a los rebeldes, a los corazones endurecidos, a los que se burlan de la gente de bien y a los idólatras!"

  Así terminaba su arenga, sin desear el menor bien a los hombres justos y puros. Un día, sus oyentes le dijeron:

  "No es costumbre rezar así! Todos estos buenos deseos dirigidos a los malvados no serán escuchados."

  Pero él replicó:

  "Yo debo mucho a esa gente de la que habláis y por esa razón ruego por ellos. Me han torturado tanto y me han causado tanto daño que me han guiado hacia el bien. Cada vez que me he sentido atraído por las cosas de este mundo, me han maltratado. Y todos esos malos tratos son la causa por la que me he vuelto hacia la fe."

  

  ABANDONAR LA COLERA

   Un día, alguien preguntó a Jesús:

  "¡Oh, profeta! ¿Cuál es la cosa más terrible en este mundo?"

  Jesús respondió:

  "¡La cólera de Dios, pues incluso el infierno teme esta cólera!"

  El que había hecho la pregunta dijo entonces: "¿Existe algún medio para evitar la cólera de Dios?"

  Jesús respondió: "¡Sí! ¡Hay que abandonar la propia cólera! Pues los hombres malvados son como pozos de cólera. Así es como se convierten en dragones salvajes."

  Es imposible que este mundo ignore los atributos contrarios. Lo importante es protegerse de las desviaciones. En este mundo, la orina existe. Y la orina no podrá convertirse en agua pura sin cambiar de atributos.

  

   LA INCITADORA

   Un día, un sufí volvió a su casa de improviso. Ahora bien, su mujer recibía a un extranjero, procurando incitarlo.

  El sufí llamó a la puerta. No era su costumbre abandonar la tienda y regresar tan pronto a la casa, pero, dominado por un presentimiento, había decidido regresar ese día por sorpresa. La mujer por su parte, estaba muy segura de que su marido no volvería tan pronto. Dios pone un velo sobre tus pecados para que un día te avergüences de ellos. Pero ¿quién puede decir hasta cuándo dura este privilegio ?

En la morada del sufí no había escondrijo alguno ni otra salida que la puerta principal. Ni siquiera había una manta bajo la cual habría podido ocultarse el extranjero. Como último recurso, la mujer vistió al extranjero con un velo para disfrazarlo de mujer. Después abrió la puerta.

  El extranjero con su disfraz parecía un camello en una escalera. El sufí preguntó a su mujer:

  "¿Quién es esta persona con la cara velada?"

  La mujer respondió:

  "Es una mujer conocida en la ciudad por su piedad y su riqueza."

  "¿Hay algún favor que podamos hacerle?" -preguntó el sufí.

  La mujer dijo:

  "Quiere emparentar con nosotros. Tiene un carácter noble y puro. Venía a ver a nuestra hija, que, desgraciadamente, está en la escuela. Pero esta señora me lo ha dicho: "¡Sea o no hermosa, quiero tenerla como nuera!" pues tiene un hijo incomparable por su belleza, su inteligencia y su carácter."

  El sufí dijo entonces:

  "Somos gente pobre y esta mujer es rica. Semejante matrimonio sería como una puerta hecha mitad de madera y mitad de marfil. Ahora bien, un vestido hecho a medias de seda y de paño avergüenza a quien lo lleva."

  "Es justamente lo que acabo de explicarle -dijo la mujer- pero me ha respondido que no le interesan los bienes ni la nobleza. No ambiciona acumular bienes en este bajo mundo. ¡Todo lo que desea es tratar con gente honrada!"

  El sufí invocó otros argumentos, pero su mujer afirmó haberlos expuesto ya a su visitante. A creerla, aquella señora no tomaba en cuenta su pobreza, aunque ésta fuese extremada. Finalmente, dijo a su marido:

  "Lo que busca en nosotros es la honradez."

  El sufí añadió:

  "¿No ve nuestra casa, tan pequeña que no podría esconderse en ella ni una aguja? En cuanto a nuestra dignidad y nuestra honradez, es imposible ocultarlas pues todo el mundo está al corriente. ¡Tiene, pues, que suponer que nuestra hija no tiene dote!"

  Te cuento esta historia para que dejes de argumentar. Pues nosotros conocemos tus vergonzosas actividades. Tu creencia y tu fe se parecen, hasta confundir a cualquiera, a los discursos de esta mujer. Eres un mentiroso y un traidor como la mujer de este sufí. Te avergüenzas incluso ante gente que no tiene rostro limpio. ¿Porqué no habrías de avergonzarte, por una vez, ante Dios?

 

  LA CALDERA DE ESTE MUNDO

  Los deseos de este mundo son como una caldera y los temores de aquí abajo son como un baño. Los hombres piadosos viven por encima de la caldera en la indigencia y en la alegría. Los ricos son los que aportan excrementos para alimentar el fuego de la caldera, de modo que el baño esté bien caliente. Dios les ha dado la avidez.

  Pero abandona tú la caldera y entra en el baño. Se reconoce a los del baño por su cara, que es pura. Pero el polvo, el humo y la suciedad son los signos de los que prefieren la caldera.

  Si allí no ves suficientemente bien como para reconocerlos por su rostro, reconócelos por el olor. Los que trabajan en la caldera se dicen: "Hoy, he traído veinte sacos de boñiga de vaca para alimentar la caldera."

  Estos excrementos alimentan un fuego destinado al hombre puro y el oro es como esos excrementos.

  El que pasa su vida en la caldera no conoce el olor del almizcle. Y si, por azar, lo percibe, se pone enfermo.

 

  LOS EXCREMENTOS

  Un día, un hombre cayó desvanecido en medio del mercado de perfumes. Ya no tenía fuerza en las piernas. Le daba vueltas la cabeza, por lo molesto que se sentía a causa del incienso quemado por los comerciantes.

  La gente se reunió a su alrededor para ayudarle. Algunos le frotaban el pecho y otros los brazos. Otros incluso le vertían agua de rosas en el rostro, ignorando que aquella misma agua era la que lo había puesto en ese estado.

  Otros intentaban quitarle sus vestiduras para permitirle respirar. Otros le tomaban el pulso. Los había que diagnosticaban un abuso de bebida, otros un abuso de hachís. Nadie, en definitiva, encontró el remedio.

  Pues bien, el hermano de este hombre era curtidor. Tan pronto como supo lo qué sucedía a su hermano, corrió al mercado, recogiendo en su camino todos los excrementos de perro que pudo encontrar. Llegado al lugar del drama, apartó a la multitud diciendo:

  "¡Yo conozco la causa de su mal!"

  La causa de todas las enfermedades es la ruptura de los hábitos. Y el remedio consiste en recobrar esas costumbres. Por eso existe el versículo que dice: "¡La suciedad ha sido creada para los sucios!"

  Así pues, el curtidor, ocultando bien su medicamento, llegó hasta su hermano e, inclinándose hacia él como para decirle un secreto al oído, le puso la mano en la nariz. Al respirar el olor de esta mano, el hombre recobró enseguida el conocimiento y las gentes alrededor, sospechando algún truco de magia, se dijeron:

  "Este hombre tiene un aliento poderoso, pues ha logrado despertar a un muerto."

  Ya ves. Toda persona que no se convenza por el almizcle de estos consejos se convencerá ciertamente por los malos olores. Un gusano nacido en los excrementos no cambiará de naturaleza al caer en el ámbar.

 

  LA TIERRA Y EL AZUCAR

  Erase un hombre que había adquirido la costumbre de comer tierra. Un día entró en una tienda para comprar azúcar.

  El tendero, que no era un hombre honrado, usaba terrones de tierra para pesar. Dijo a nuestro hombre:

  "Este es el azúcar mejor de la ciudad, pero utilizo tierra para pesarlo."

  El otro respondió:

  "Lo que necesito es azúcar. ¡Poco me importa que los pesos de tu balanza sean de tierra o de hierro!"

  Y pensó para sí:

  "Siendo un comedor de tierra, no podía uno caer mejor."

  Se puso el tendero a preparar el azúcar y el hombre aprovechó para comerse la tierra. El tendero notó su maniobra, pero se guardó mucho de decir nada, pues pensaba:

  "Este idiota se perjudica a sí mismo. Teme ser sorprendido, pero yo sólo tengo un deseo: que coma el máximo de tierra posible. ¡Ya comprenderá cuando vea lo poco de azúcar que quedará en la balanza!"

  Experimentas un gran placer cometiendo adulterio con la vista, pero no te das cuenta de que, al hacerlo, devoras tu propia carne.

 

  EL ORO DE LA LEÑA

  Un derviche vio un día en sueños una reunión de maestros, discípulos todos del profeta Elías. Les preguntó:

  "¿Dónde puedo adquirir bienes sin que me cuesten nada?"

  Los maestros lo condujeron entonces a la montaña y sacudieron las ramas de los árboles para hacer caer la fruta. Después, dijeron:

  "Dios ha querido que nuestra sabiduría transforme estos frutos, que eran amargos, en aptos para el consumo. Cómelos. Se trata desde luego de una adquisición sin contrapartida." Al comer aquella fruta, el derviche sacó de ella tal sustancia que, al despertar, quedó pasmado de admiración.

  "¡Oh, Señor! dijo, ofréceme, también a mí, un favor secreto."

  Y, en el mismo instante, le fue retirada la palabra y su corazón quedó purificado.

  "Aunque no hubiese otro favor en el paraíso, pensó, éste me basta y no quiero ninguno más."

  Ahora bien, le quedaban dos monedas de oro que había cosido a sus vestiduras. Se dijo:

  "Ya no las necesito puesto que, en adelante, tengo un alimento especial."

  Y dio estas dos monedas a un pobre leñador pensando que esta limosna le permitiría subsistir durante algún tiempo. Pero el leñador iluminado por la luz divina, había leído en sus pensamientos y le dijo:

  "¿Cómo puedes esperar encontrar tu subsistencia si no es Dios quien te la procura?"

  El derviche no comprendió exactamente lo que quería decir el leñador, pero su corazón quedó entristecido por estos reproches. El leñador se le acercó y depositó en el suelo el haz de leña que llevaba al hombro. Después dijo:

  "¡Oh, Señor! En nombre de tus servidores cuyos deseos escuchas ¡transforma esta leña en oro!"

  Y, al instante, el derviche vio todos los troncos brillar como el sol. Cayó al suelo sin conocimiento.

  Cuando volvió en sí, el leñador dijo:

  "¡Oh, Señor! En nombre de los que empañan tu fama, en nombre de los que sufren, ¡transforma este oro en leña!"

  Y el oro volvió al estado de leña. El leñador volvió a echarse el haz al hombro y tomó el camino de la ciudad. El derviche quiso correr tras él para obtener la explicación de este misterio, pero su estado de admiración, así como su temor ante la estatura del leñador lo disuadieron de ello.

  ¡No formes parte de esos tontos que dan media vuelta una vez que han adquirido intimidad con el sultán!

 

  EL LORO

  Un tendero poseía un loro cuya voz era agradable y su lenguaje divertido. No sólo guardaba la tienda, sino que también distraía a la clientela con su parloteo. Pues hablaba como un ser humano y sabía cantar... como un loro.

  Un día, el tendero lo dejó en la tienda y se fue a su casa. De pronto, el gato del tendero divisó un ratón y se lanzó bruscamente a perseguirlo. El loro se asustó tanto que perdió la razón. Se puso a volar por todos lados y acabó por derribar una botella de aceite de rosas.

  A su vuelta, el tendero, advirtiendo el desorden que reinaba en su tienda y viendo la botella rota, fue presa de gran cólera. Comprendiendo que su loro era la causa de todo aquello, le asestó unos buenos golpes en la cabeza, haciéndole perder numerosas plumas. A consecuencia de este incidente, el loro dejó bruscamente de hablar.

  El tendero quedó entonces muy apenado. Se arrancó el pelo y la barba. Ofreció limosnas a los pobres para que su loro recobrase la palabra. Sus lágrimas no dejaron de correr durante tres días y tres noches. Se lamentaba diciendo:

  "Una nube ha venido a oscurecer el sol de mi subsistencia."

  Al tercer día, entró en la tienda un hombre calvo cuyo cráneo relucía como una escudilla. El loro, al verlo, exclamó:

  "¡Oh, pobre desdichado! ¡Pobre cabeza herida! ¿De dónde te viene esa calvicie? ¡Pareces triste, como si hubieras derribado una botella de aceite de rosas!"

  Y toda la clientela estalló en carcajadas.

  Dos cañas se alimentan de la misma agua, pero una. de ellas es caña de azúcar y la otra está vacía.

  Dos insectos se alimentan de la misma flor, pero uno de ellos produce miel y el otro veneno.

  Los que no reconocen a los hombres de Dios dicen: "Son hombres como nosotros: comen y duermen igual que nosotros."

  Pero el agua dulce y el agua amarga, aunque tengan la misma apariencia, son muy diferentes para quien las ha probado.

 

   EL POZO DEL LEON

  Los animales vivían todos con el temor del león. Las grandes selvas y las vastas praderas les parecían demasiado pequeñas. Se pusieron de acuerdo y fueron a visitar al león. Le dijeron:

  "Deja de perseguirnos. Cada día, uno de nosotros se sacrificará para servirte de alimento. Así, la hierba que comemos y el agua que bebemos no tendrán ya este amargor que les encontramos."

  El león respondió:

  "Si eso no es una astucia vuestra y cumplís esta promesa, entonces estoy perfectamente de acuerdo. Conozco demasiado las triquiñuelas de los hombres y el profeta dijo: "El fiel no repite dos veces el mismo error"."

  "¡Oh, sabio! -dijeron los animales-, es inútil querer protegerse contra el destino. No saques tus garras contra él. ¡Ten paciencia y sométete a las decisiones de Dios para que El te proteja!"

  "Lo que decís es justo -dijo el león-, pero más vale actuar que tener paciencia, pues el profeta dijo: "Es preferible que uno ate su camello!""

  Los animales:

  "Las criaturas trabajan para el carnicero. No hay nada mejor que la sumisión. Mira el niño de pecho; para él, sus pies y sus manos no existen pues son los hombros de su padre los que lo sostienen. Pero cuando crece, es el vigor de sus pies el que lo obliga a tomarse el trabajo de caminar."

  -Es verdad, reconoció el león, pero ¿por qué cojear cuando tenemos pies? Si el dueño de la casa tiende el hacha a su servidor, éste comprende lo que debe hacer. Del mismo modo, Dios nos ha provisto de manos y de pies. Someterse antes de llegar a su lado, me parece una mala cosa. Pues dormir no aprovecha sino a la sombra de un árbol frutal. Así el viento hace caer la fruta necesaria. Dormir en medio de un camino por el que pasan bandidos es peligroso. La paciencia no tiene valor sino una vez que se ha sembrado la semilla."

  Los animales respondieron:

  "Desde toda la eternidad, miles de hombres fracasan en sus empresas, pues, si una cosa no se decide en la eternidad, no puede realizarse. Ninguna precaución resulta útil si Dios no ha dado su consentimiento. Trabajar y adquirir bienes no debe ser una preocupación para las criaturas."

  Así, cada una de las partes desarrolló sus ideas por medio de muchos argumentos pero, finalmente, el zorro, la gacela, el conejo y el chacal lograron convencer al león.

  Así pues, un animal se presentaba al león cada día y éste no tenía que preocuparse ya por la caza. Los animales respetaban su compromiso sin que fuese necesario obligarlos.

  Cuando llegó el turno al conejo, éste se puso a lamentarse. Los demás animales le dijeron:

  "Todos los demás han cumplido su palabra. A ti te toca. Ve lo más aprisa posible junto al león y no intentes trucos con él."

  El conejo les dijo:

  "¡Oh, ámigos míos! Dadme un poco de tiempo para que mis artimañas os liberen de ese yugo. Eso saldréis ganando, vosotros y vuestros hijos."

  -Dinos cuál es tu idea, dijeron los animales.

  -Es una triquiñuela, dijo el conejo: cuando se habla ante un espejo, el vaho empaña la imagen."

  Así que el conejo no se apresuró a ir al encuentro del león. Durante ese tiempo, el león rugía, lleno de impaciencia y de cólera. Se decía:

  "¡Me han engañado con sus promesas! Por haberlos escuchado, me veo en camino de la ruina. Heme aquí herido por una espada de madera. Pero, a partir de hoy, ya no los escucharé."

  Al caer la noche, el conejo fue a casa del león. Cuando lo vio llegar, el león, dominado por la cólera, era como una bola de fuego. Sin mostrar temor, el conejo se acercó a él, con gesto amargado y contrariado. Pues unas maneras tímidas hacen sospechar culpabilidad. El león le dijo:

  "Yo he abatido a bueyes y a elefantes. ¿Cómo es que un conejo se atreve a provocarme?"

  El conejo le dijo:

  "Permíteme que te explique: he tenido muchas dificultades para llegar hasta aquí. Había salido incluso con un amigo. Pero, en el camino, hemos sido perseguidos por otro león. Nosotros le dijimos: "Somos servidores de un sultán " Pero él rugió: "¿Quién es ese sultán? ¿Es que hay otro sultán que no sea yo?" Le suplicamos mucho tiempo y, finalmente, se quedó con mi amigo, que era más hermoso y más gordo que yo. De modo que otro león se ha atravesado en nuestros acuerdos. Si deseas que mantengamos nuestras promesas, tienes que despejar el camino y destruir a este enemigo, pues no te tiene ningún temor."

  -¿Dónde está? dijo el león. ¡Vamos, muéstrame el camino!"

  El conejo condujo al león hacia un pozo que había encontrado antes. Cuando llegaron al borde del pozo, el conejo se quedó atrás. El león le dijo:

  "¿Por qué te detienes? ¡Pasa delante!"

  "Tengo miedo, dijo el conejo. ¡Mira qué pálida se ha puesto mi cara!"

  -¿De qué tienes miedo?" preguntó el león.

  El conejo respondió:

  "¡En ese pozo vive el otro león!"

  -Adelántate, dijo el león. ¡Echa una ojeada sólo para verificar si está ahí!

  -Nunca me atreveré, dijo el conejo, si no estoy protegido por tus brazos."

  El león sujetó al conejo contra él y miró al pozo. Vio su reflejo y el del conejo. Tomando este reflejo por otro león y otro conejo, dejó al conejo a un lado y se tiró al pozo.

  Esta es la suerte de los que escuchan las palabras de sus enemigos. El león tomó su reflejo por un enemigo y desenvainó contra sí mismo la espada de la muerte.

 

   SALOMON Y AZRAEL

   Un hombre vino muy temprano a presentarse en el palacio del profeta Salomón, con el rostro pálido y los labios descoloridos.

  Salomón le preguntó:

  "¿Por qué estás en ese estado?"

  Y el hombre respondió:

  "Azrael, el ángel de la muerte, me ha dirigido una mirada impresionante, llena de cólera. ;Manda al viento, por favor te lo suplico, que me lleve a la India para poner a salvo mi cuerpo y mi alma."

  Salomón mandó, pues, al viento que hiciera lo que pedía el hombre. Y, al día siguiente el profeta preguntó a Azrael:

  "¿Por qué has echado una mirada tan inquietante a este hombre, que es un fiel? Le has causado tanto miedo que ha abandonado su patria."

  Azrael respondió:

  "Ha interpretado mal esa mirada. No lo miré con cólera, sino con asombro. Dios, en efecto, me había ordenado que fuese a tomar su vida en la India y me dije: "¿Cómo podría, a menos que tuviese alas, trasladarse a la India?""

  ¿De quién huyes tú? ¿De ti mismo? Eso es algo imposible. Más vale poner uno su confianza en la verdad.

  

  EL MOSQUITO

   Tú te pareces a un mosquito que se cree alguien importante. Al ver una brizna de paja flotando en una charca de orina de asno, levanta la cabeza y se dice:

  "Hace ya mucho tiempo que sueño con el océano y con un barco. ¡Aquí están!"

  Esta charca de agua sucia le parece profunda y sin límites, pues su universo tiene la estatura de sus ojos. Tales ojos sólo ven océanos semejantes. De repente, el viento desplaza levemente la brizna de paja y nuestro mosquito exclama:

  "¡Qué gran capitán soy!"

  Si el mosquito conociese sus límites, sería semejante al halcón. Pero los mosquitos no tienen la mirada del halcón.

  

  LAS AVES

   El profeta Salomón tenía como servidoras a todas las aves. Como entendía su lenguaje, se habían hecho buenos amigos. Existen así Indios y Turcos que se hacen buenos amigos, aunque hablen lenguas diferentes. También existen Turcos que hablan la misma lengua y llegan a ser extraños entre sí. La que importa es la lengua del corazón y más vale ponerse de acuerdo por esa lengua que por la palabra.

  Así, pues, todás las aves se pusieron un día a enumerar sus virtudes y su ciencia ante el profeta. No actuaban así por presunción, sino sólo para presentarse a él pues un servidor hace valer ante su amo las cualidades que puede poner a su servicio. Cuando un esclavo está descontento de su comprador, finge estar enfermo.

  Al llegar el turno a la abubilla se presentó ella en estos términos:

  "Yo, mirando desde lo alto del cielo, puedo adivinar la situación de los arroyos subterráneos. Puedo precisar el color de esta agua y la importancia de su caudal. Tal facultad puede ser preciosa para tu ejército. ¡Oh, sultán, concédeme tus favores!"  Salomón dijo entonces:

  "¡Oh, amiga! Es cierto que el agua es importante para mis soldados. ¡Quedarás, pues, encargada de proveer de agua a mi ejército!"

  El cuervo, que estaba celoso de la abubilla, tomó entonces la palabra:

  "¡Es vergonzoso sostener semejante extravagancia ante el sultán! Si la abubilla tuviese realmente el don que pretende tener, vería entonces las trampas que los hombres le tienden en el suelo.

  Pero no sucede eso y más de una abubilla ha ido a parar a las jaulas que los hombres fabrican para ellas."

  Salomón se volvió hacia la abubilla:

  "Es verdad, ¡oh, abubilla! Estas palabras pueden aplicársete. ¿Por qué te atreves a mentir en mi presencia?"

  La abubilla respondió:

  "¡Oh, sultán! ¡No me avergüences! No escuches las palabras de mis enemigos. Si he mentido, córtame entonces la cabeza con tu espada. El cuervo es el que niega el destino. Cuando las circunstancias no enturbian el ojo de mi inteligencia, veo muy bien las trampas que se me tienden. Pero, a veces, algún incidente viene a adormecer la ciencia y la inteligencia. Oscurece incluso el sol y la luna."

  

  LA JAULA

   Un comerciante poseía un loro lleno de cualidades. Un día decidió viajar a la India y preguntó a todos qué regalo querían que les trajese del viaje. Cuando hizo esta pregunta al loro, éste respondió:

  "En la India hay muchos loros. Ve a verlos por mí. Descríbeles mi situación, esta jaula. Diles: "Mi loro piensa en vosotros, lleno de nostalgia. Os saluda. ¿Es justo que él esté prisionero mientras que vosotros voláis en este jardín de rosas? Os pide que penséis en él cuando revoloteáis, alegres, entre las flores"."

  Al llegar a la India, el comerciante fue a un lugar en el que había loros. Pero, cuando les transmitía los saludos de su propio loro, uno de los pájaros cayó a tierra, sin vida. El comerciante quedó muy asombrado y se dijo:

  "Esto es muy extraño. He causado la muerte de un loro. No habría debido transmitir este mensaje."

  Después, cuando hubo terminado sus compras, volvió a su casa, con el corazón lleno de alegría. Distribuyó los regalos prometidos a sus servidores y a sus mujeres. El loro le pidió:

  "Cuéntame lo que has visto para que yo también me alegre."

  A estas palabras, el comerciante se puso a lamentarse y a expresar su pena.

  "Dime lo que ha pasado, insistió el ave. ¿Cuál es la causa de tu pesar?"

  El comerciante respondió:

  "Cuando transmití tus palabras a tus amigos, uno de ellos cayó al suelo, sin vida. Por eso estoy triste."

  En aquel instante, el loro del comerciante cayó inanimado, también él, en su jaula. El comerciante, lleno de tristeza, exclamó:

  "¡Oh, loro mío de suave lenguaje! ¡Oh, amigo mío! ¿Qué ha sucedido? Eras un ave tal que ni Salomón había conocido nunca una semejante. ¡He perdido mi tesoro!"

  Tras un largo llanto, el comerciante abrió la jaula y lanzó al loro por la ventana. Inmediatamente, éste salió volando y fue a posarse en la rama de un árbol. El comerciante, aún más asombrado, le dijo:

  "¡Explícame lo que pasa!"

  El loro respondió:

  "Ese loro que viste en la India me ha explicado el medio de salir de la prisión. Con su ejemplo me ha dado un consejo. Ha querido decirme: "Estás prisionero porque hablas. Hazte, pues, el muerto" ¡Adiós, oh amo mío! Ahora me voy. También tú, un día, llegarás a tu patria."

  El comerciante le dijo:

  "¡Dios te salve! También tú me has guiado. Esta aventura me basta pues mi espíritu y mi alma han sacado partido de estos acontecimientos."

  

  EL VIEJO MUSICO

   En tiempos del califa Omar, había un viejo músico que amenizaba las reuniones de hombres de buen gusto. Con su hermosa voz, incluso al ruiseñor embriagaba.

  Pero pasaba el tiempo y el halcón de su alma se transformaba en mosquito. Su espalda se curvaba como la pared de una cántara. Su voz, que en otros tiempos acariciaba las almas, empezaba a arañarlas y a aburrir a todo el mundo. ¿Hay en esta tierra alguna mujer hermosa que no haya sufrido al deteriorarse su belleza? ¿Hay algún techo que no haya terminado por venirse abajo ?

Así cayó nuestro hombre en la penuria y hasta el pan llegó a faltarle. Un día, dijo:

  "¡Oh, Señor! Me has concedido una larga vida y me has colmado de tus favores. Durante setenta años, no he dejado de rebelarme contra ti, pero tú siempre me has ofrecido con qué subsistir. Hoy, ya no gano nada y soy huésped tuyo. Por tanto, cantaré y lloraré por ti."

  Tomó el camino del cementerio. Allí tocó el laúd y cantó, vertiendo amargas lágrimas. Luego, el sueño se apoderó de él y, tomando su instrumento como almohada, se durmió. Su cuerpo quedó liberado de las vicisitudes de este mundo. Era tan feliz en su sueño que se decía:

  "¡Ah! ¡Si pudiera quedarme aquí eternamente!"

  Pues bien, en aquel mismo instante, el sueño se apoderó también de Omar, el califa del Islam, que se dijo:

  "No es desde luego hora de dormir, pero acaso haya una razón para esto."

  Entonces, una voz de lo Desconocido se dirigió a él y le dijo:

  "¡Oh, Omar! ¡Ve a socorrer a uno de mis servidores! Ese pobre está en este momento en el cementerio. Ve a darle setecientos dinares. Y dile que recobre el reposo del corazón. Ruégale que acepte esta suma y que vuelva a verte cuando se haya agotado."

  Al despertar, Omar puso la suma indicada en una bolsa y se trasladó al cementerio. Al no encontrar allí sino a un anciano dormido, se dijo:

  "Dios me ha hablado de un hombre puro, de un elegido. No puede ser este viejo músico."

  Y como un león cazando, dio varias veces la vuelta al cementerio. Viendo que no había nadie, aparte el anciano, se dijo:

  "Hay corazones iluminados en los más olvidados rincones."

  Se acercó al músico y tosió para despertarlo.

  El músico, al ver ante él al califa del Islam, quedó atemorizado y se puso a temblar pero Omar le dijo:

  "¡Oh, anciano! No tengas miedo. Te traigo una buena noticia de parte de Dios. El te ha considerado digno de sus favores. Aquí hay algún dinero. Gástalo y vuelve a verme."

  A estas palabras, el anciano se puso a llorar y, tirando su instrumento al suelo, lo rompió diciendo:

  "¡Tú eras el velo entre Dios y yo!"

  Omar le dijo:

  "Son tus lágrimas las que te han despertado. Es bueno recordar el pasado. Pero para ti, en adelante, el pasado y el futuro son velos. Tú te has arrepentido de tu pasado y debes ahora arrepentirte de tu arrepentimiento."

  

  LA QUEJA

   Un día, la mujer de un pobre beduino dijo agriamente a su marido:

  "padecemos sin cesar pobreza y necesidad. La pena es nuestro legado, mientras que el placer es el de los demás. No tenemos agua, sino sólo lágrimas. La luz del sol es nuestro único vestido y el cielo nos sirve de edredón. A veces llego a tomar la luna llena por un trozo de pan. Incluso los pobres se avergüenzan ante nuestra pobreza. Cuando tenemos invitados, siento deseos de robarles sus vestidos mientras duermen."

  Su marido le respondió:

  "¿Hasta cuándo vas a seguir quejándote? Ya ha pasado más de la mitad de tu vida. La gente sensata no se preocupa de la necesidad ni de la riqueza, pues ambas pasan como el río. En este universo, hay muchas criaturas que viven sin preocuparse por su subsistencia. El mosquito, como el elefante, forman parte de la familia de Dios. Todo eso no es más que preocupación inútil. Eres mi mujer y una pareja debe estar conjuntada. Puesto que yo estoy satisfecho, ¿por qué estás tú tan quejosa?"

  La mujer se puso a gritar:

  "¡Oh, tú, que pretendes ser honrado! Tus idioteces ya no me impresionan. No eres más que pretensión. ¿Vas a seguir mucho tiempo profiriendo tales insensateces? Mírate: la pretensión es algo feo, pero en un pobre es aún peor. Tu casa parece una tela de araña. Mientras sigas cazando mosquitos en la tela de tu pobreza, nunca serás admitido cerca del sultán y de los beyes."

  El hombre replicó:

  "Los bienes son como un sombrero en la cabeza. Sólo los calvos lo necesitan. ¡Pero los que tienen un hermoso pelo rizado pueden muy bien prescindir de él!"

  Viendo que su marido se encolerizaba, la mujer se puso a llorar, pues las lágrimas son las mejores redes femeninas. Empezó a hablarle con modestia:

  "Yo no soy tu mujer; no soy más que la tierra bajo tus pies. Todo lo que tengo, es decir, mi alma y mi cuerpo, todo te pertenece. Si he perdido la paciencia sobre nuestra pobreza, si me lamento, no creas que es por mí. ¡Es por ti!¦¦

  Aunque, aparentemente, los hombres vencen a las mujeres, en realidad, son ellos, sin duda alguna, los vencidos. Es como con el agua y el fuego, pues el fuego acaba siempre por evaporar el agua."

  Al oír estas palabras, el marido se excusó ante su mujer y dijo:

  "Renuncio a contradecirte. Dime qué quieres."

  La mujer le dijo:

  "Acaba de amanecer un nuevo sol. Es el califa de la ciudad de Bagdad. Gracias a él, esta ciudad se ha convertido en un lugar primáveral. Si llegaras hasta él, es posible que, también tú, te convirtieras en sultán."

  El beduino exclamó:

  "pero ¿con qué pretexto podría yo presentarme ante el califa? ¡No puede hacerse una obra de arte sin herramientas!"

  Su mujer le dijo:

  "Sabe que las herramientas son signo de presunción. En esto, sólo necesitas tu modestia."

  El beduino dijo:

  "Necesito algo para atestiguar mi pobreza, pues las palabras no bastan."

  La mujer:

  "Aquí tienes una cántara llena con agua del pozo. Es todo nuestro tesoro. Tómala y ve a ofrecerla al sultán, y dile que no posees otra cosa. Dile además que puede recibir muchos regalos, pero que esta agua, por su pureza, le reconfortará el alma."

  El beduino quedó seducido por esta idea:

  "¡Un regalo así, ningún otro puede ofrecerlo!"

  Su mujer que no conocía la ciudad, ignoraba que el Tíber pasaba ante el palacio del sultán. El beduino dijo a su mujer:

  "¡Tapa esta cántara para que el sultán rompa su ayuno con esta agua!"

  Y acompañado por las plegarias de su mujer, el hombre llegó sano y salvo a la ciudad del califa. Vio a muchos indigentes que recibían los favores del sultán. Se presentó en el palacio. Los servidores del sultán le preguntaron si había tenido un buen viaje y el beduino explicó que era muy pobre y que había hecho aquel viaje con la esperanza de obtener los favores del sultán. Lo admitieron, pues, en la corte del califa y llevó la cántara ante este último.

  Cuando lo hubo escuchado, el califa ordenó que llenasen de oro su cántara. Hizo que le entregaran preciosos vestidos. Después pidió a un servidor suyo que lo condujese a la orilla del Tíber y lo embarcase en un navío.

  "Este hombre, dijo, ha viajado por la ruta del desierto. Por el río, el camino de vuelta será más corto."

  Pues, aun cuando poseía un océano, el sultán aceptó unas gotas de agua para transformarlas en oro.

  El que advierte un arroyuelo del océano de la verdad, debe primero romper su cántara.

  

  EL BORRACHO

   Un transeúnte encontró en plena noche a un borracho dormido junto a una pared. Lo sacudió y le dijo:

  "¡Oh, borracho! ¿Qué has bebido para verte en este estado?"

  El otro respondió:

  "¡He bebido lo que había en esta cántara!"

  -¿Y qué había en esa cántara

  ?-¡Lo que he bebido!

  -Pero eso es justamente lo que te pregunto: ¿Qué has bebido

  ?-¡Lo que había en esta cántara!

  -¡Escucha! dijo el transeúnte, ¡levántate y ven conmigo! ¡Te llevo a la cárcel porque estás borracho!

  -¡Déjame ya tranquilo!

  -¡Vamos, levántate y sígueme a la cárcel!

  Entonces el borracho exclamó:

  "¡Pero, bueno, si tuviera fuerza para andar, volvería a mi casa!"

  

  LA DUDA

   Muaviya, tío de todos los fieles, estaba durmiendo en su palacio. Su palacio estaba cercado y las puertas tenían cerrojos. Era imposible que un extraño pudiese penetrar en él. Sin embargo, alguien tocó a Muaviya para despertarlo. Cuando abrió los ojos, no vio a nadie y se dijo:

  "Es imposible entrar en mi palacio. ¿Quién ha podido hacer esto?"

  Después de muchas búsquedas, encontró a alguien que se ocultaba tras una colgadura. Le dijo:

  "¿Quién eres y cómo te llaman?"

  -¡El pueblo me llama Satanás!

  -¿Y por qué me has despertado

  ?-Porque es la hora de la oración y tienes que ir a la mezquita.

  No olvides que el profeta dijo que no debía tolerarse ningún retraso en la oración.

  Muaviya le dijo:

  "¡Es extraño que tú invoques esta razón, pues nada bueno ha venido nunca de ti! ¡Es como si un ladrón viniera pretendiendo querer montar la guardia!"

  -En otros tiempos, replicó Satanás, yo era un ángel y mi alma se alimentaba con mis plegarias. Era entonces compañero de otros ángeles y eso ha quedado en mi naturaleza. iMe es imposible olvidar el pasado!

  -Es cierto, pero eso no impide que hayas cerrado el camino a muchos sabios. ¡No puedes ser fuego sin quemar! Dios te ha hecho abrasador y quien se acerca a ti, necesariamente se quema. Tu pretendida sabiduría se parece al canto de las aves imitado por los cazadores.

  -Aparta la duda de tu corazón, dijo Satanás, yo soy una piedra de toque para la verdad y la falsedad. No puedo afear lo hermoso. Mi existencia no es sino un espejo para lo hermoso y para lo feo. Soy como un jardinero que corta ramas muertas. El árbol protesta: "¡Soy inocente! ¿Por qué me destruyes?" Y yo respondo: "No porque estés torcido, sino porque estás seco y sin savia. Tu naturaleza, la esencia de tu semilla es mala. Nunca has sido cruzado con una buena esencia. Sin embargo tu naturaleza habría salido ganando si te hubiesen injertado un esqueje de buena esencia".

  -¡Cállate! exclamó Muaviya, ¡es inútil que intentes convencerme!"

  Se volvió hacia Dios y le dijo:

  "¡Señor mío! ¡Sus palabras son como niebla! ¡Ayúdame! El es muy fuerte argumentando y temo su astucia."

  Satanás dijo:

  "El que es presa de una mala duda se vuelve sordo ante millares de testigos. No te lamentes ante Dios por mi causa. Llora más bien ante tu propia maldad. ¡Me maldices sin razón pero harías mejor mirándote a ti mismo!"

  Muaviya respondió:

  "¡Es la mentira la que hace nacer la duda en el corazón!"

  -¿Y tienes tú un criterio para distinguir lo verdadero de lo falso?

-La verdad procura la paz del corazón, pero la mentira no lo conmueve. Es como un aceite que se ha mezclado con el agua: ya no puede arder. Dime: tú, el enemigo de todos los que velan, ¿porqué me has despertado? ¡Respóndeme y sabré si dices verdad!

  Satanás intentó eludir la respuesta, pero Muaviya lo instó a que se explicara y acabó por confesar:

  "Voy a decirte la verdad. Te he despertado para que no te retrases en la mezquita. Pues si te hubieras retrasado, tu arrepentimiento habría anegado el universo. Las lágrimas habrían brotado de tus ojos y el arrepentimiento de alguien para quien la oración es un placer es aún más fuerte que la oración. ¡Te he despertado, pues, para que tu arrepentimiento no te permita acercarte más aún a Dios!"

  Muaviya exclamó:

  "¡Ahora dices la verdad! No eres sino una araña en busca de moscas. ¡Y me has tomado por una mosca!"

  

  HUELLAS

   Un hombre corría tras un ladrón. Justo en el momento en que iba a apoderarse de él, oyó gritar a alguien:

  "¡Socorro! ¡A mí! ¡Pronto!"

  Pensando que había un segundo ladrón en los alrededores, dio media vuelta para socorrer a quien había gritado.

  "¿Qué pasa? preguntó.

  -¡Mira esas huellas! ¡Corre deprisa en esa dirección!

  -¡Pedazo de imbécil! ¿Qué me dices? Yo había encontrado ya al ladrón casi lo tenía. ¡Si lo he dejado escapar, ha sido sólo por tu llamada!

  -¡Yo te señalo sus huellas y esas huellas bastan para establecer la verdad!

  -O eres idiota o eres cómplice de ese ladrón. ¡Porque lo has salvado en el momento en que iba yo a cogerlo! ¡Y todo para mostrarme sus huellas!"

  

  LA MEZQUITA

   Unos hipócritas se reunieron y decidieron construir una hermosa mezquita para honrar la fe. Construyeron, pues, una, justamente al lado de la que el profeta había edificado él mismo. Su fin era en realidad, dividir a la comunidad. Cuando hubieron terminado el tejado, la cúpula y el techo, llegaron ante el profeta y, arrodillándose ante él, le pidierOn que honrase su nueva mezquita con su presencia.

  "Esta mezquita, dijeron, ha sido edificada para convertirse en un lugar de paz, en un lugar de abundancia para los necesitados. Ven a honrar este lugar con tu presencia para que todos se álegren."

  ¡Qué maravilla si tales palabras hubieran salido realmente de su corazón!

  El profeta, que era comprensivo con todos, los escuchaba sonriente y nuestros hipócritas pensaban, por tanto, que iba a aceptar, pero él distinguía sus pretextos tan claramente como un pelo en un tazón de leche. Iba, sin embargo, a decidirse a ir allí, cuando Dios lo inspiró diciendo:

  "¡Te han dicho todo lo contrario de lo que piensan!"

  En efecto, su intención era hacer venir a esta mezquita a un predicador de Sham. El profetá les respondió:

  "Habría aceptado con gusto vuestra petición, pero es la hora del combate y tengo que salir de viaje. Cuando estemos de vuelta, iremos a haceros una visita."

  A su vuelta, los hipócritas le recordaron su promesa y Dios dijo a su profeta:

  "Desenmascara su hipocresía, aunque sea a costa de una guerra!"

  El profeta dijo entonces a los hipócritas:

  "No insistáis más si no queréis que yo desvele vuestros secretos ante todo el mundo."

  Pretendía mostrar así que no lo engañaban, pero los hipócritas protestaron:

  "¡Dios nos proteja! ¡Juramos que nuestras intenciones son puras!"

  Juraron con gran insistencia, pero los justos no necesitan jurar.

  El prOfeta preguntó:

  "¿A quién debo creer a vosotros o a Dios ?

-¡Juramos sobre el libro de Dios de que hemos edificado esta mezquita en su honor!"

  A pesar de esas manifestaciones, el profeta se negó finalmente a ceder.

  Ahora bien, uno de los compañeros del profeta se puso a pensar:

  "¿Qué significa esto? El profeta siempre ha evitado avergonzar a cualquiera. ¿Qué quiere decir esta nueva manera de actuar? ¿No son los profetas los que cubren la vergüenza de los pecadores?"

  Al mismo tiempo que pensaba esto, se arrepentía de este pensamiento y, con la cabeza llena de contradicciones, acabó por dormirse...

  Tuvo entonces un sueño en el que vio la mezquita de los hipócritas llena de boñiga de vaca. De los muros de la mezquita rezumaba un acre humo negro que quemaba su nariz. Se despertó entonces y se puso a llorar:

  "¡Oh, Señor mío! ¡Perdóname mi rebeldía para con tu mensajero!"

  

  EL CAMELLO PERDIDO

   En el momento en que la caravana ha llegado para hacer un alto, se te ha perdido tu camello. Lo buscas por todas partes. Finalmente, la caravana sale de nuevo sin ti y cae la noche. Toda tu carga ha quedado en el suelo y tú preguntas a todos:

  "¿Habéis visto mi camello?"

  Incluso añades:

  "¡Daré una recompensa a quien me dé noticias de mi camello!"

  Y todo el mundo se burla de ti. Uno dice:

  "¡Acabo de ver un camello de pelo rojizo y muy gordo. Se fue en esa dirección!"

  Otro:

  "¿No tenía tu camello una oreja rota?"

  Otro:

  "¿No había una manta bordada en la silla?"

  Otro más:

  "¡He visto irse por allí un camello con el ojo reventado!"

  Así, todo el mundo te da una descripción de tu camello con la esperanza de aprovecharse de tu largueza. En el camino del conocimiento, son numerosos los que evocan los atributos de lo Desconocido. Pero tú, si no sabes dónde está tu camello, sí que reconoces la falsedad de todos estos indicios. Encuentras incluso a gente que te dice:

  "¡También yo he perdido mi camello! ¡Busquemos juntos!"

  Y cuando por fin viene alguien que te describe realmente tu camello, tu alegría no conoce límites y haces de ese hombre tu guía para recobrar tu camello.

  

  PLEGARIAS

   Cuatro indios entraron en la mezquita para prosternarse ante Dios, con el corazón en paz. Pero, de pronto, el almuédano entró también en la mezquita y uno de los indios dejó escapar estas palabras:

  "¿Se ha recitado la llamada a la oración? ¡Si no es así, nos hemos adelantado!

  -¡Cállate!, le dijo el otro; ¡con tus palabras, has invalidado tu oración!

  -¡Cállate tú también, porque acabas de hacer lo mismo!"

  Y el cuarto añadió:

  "¡Gracias a Dios, yo no he hablado, y mi oración sigue siendo válida!"

  Es una verdadera bendición el no ocuparse uno sino de su propia vergüenza.

  

  MIEDO

   Después de haber vertido mucha sangre, unos guerreros turcomanos saquearon un pueblo. Capturaron a dos campesinos y decidieron matar a uno de ellos. Mientras lo ataban, el campesino preguntó:

  "¿Por qué matarme así, sin razón?"

  Los guerreros respondieron:

  "¡Para atemorizar a tu amigo y forzarlo a que nos revele dónde ha ocultado su oro!"

  El campesino exclamó:

  "¡Pero él es más pobre que yo! ¡Mejor matadlo a él y, entonces yo, presa del terror, os diré dónde he escondido mi oro!" ¡Es un favor de Dios que vivamos hoy y no en aquella época!

  

  SETENTA AÑOS

   Un anciano fue a casa del médico. Cuando le hubo explicado que sus facultades intelectuales declinaban, el médico respondió:

  "¡Eso se debe a tu avanzada edad!

  -¡También mi vista se debilita!

  -¡Claro, porque eres viejo!

  -¡Me duele mucho la espalda!

  -¡No es más que un efecto de la vejez!

  -No digiero nada de lo que como.

  -¡Si tu estómago es débil, es por culpa de tu mucha edad!

  -Y cuando respiro siento como una opresión en el pecho.

  -¡Es normal! ¡Eres viejo! ¡Y la vejez trae muchos males!"

  El anciano, entonces, se enfadó:

  "¡Gran idiota! ¿Qué significa toda esa palabrería? No sabes nada de la ciencia de la medicina. ¡Eres más ignorante que un asno! ¡Dios ha creado un remedio para todos los males, pero tú lo ignoras! ¿Así es como has aprendido tu oficio?"

  El médico respondió:

  "¡Tienes más de setenta años! ¡De ahí es de donde proceden también tu cólera y tus amargas palabras!"

  

  FERETRO

   Un niño se lamentaba ante el féretro de su padre:

  "¡Oh padre mío! ¡En adelante tu sitio estará bajo la tierra! ¡Querido padre! ¡Estás en una morada tan estrecha, tan desprovista de todo! ¡Ni manta, ni cojín, ni jergón! ¡Sin una vela en la noche ni pan durante el día! ¡Sin puerta, sin techo, sin vecinos compasivos! ¡Ni siquiera el olor de una comida! ¡Sólo una morada tan estrecha que cualquiera perdería en ella el color de su tez!"

  Entre los asistentes, había un niño, llamado Dyuha. Se volvió hacia su padre y le dijo:

  "¡Oh, padre! ¡Tengo la impresión de que lo que describe este niño es nuestra casa!"

  

  EL ARCO

   Un guerrero, armado de la cabeza a los pies, dirigía su caballo hacia el bosque. Al verlo llegar, tan altivo, un cazador se asustó. Tomó una flecha y tensó su arco.

  Al verlo así, dispuesto a disparar, el caballero le gritó:

  "¡Detente! No te fíes de las apariencias. La verdad es que soy muy débil. Cuando llega la hora del combate, estoy más asustado que una vieja."

  El cazador le dijo entonces:

  "¡Vete! Afortunadamente, me has advertido a tiempo. ¡Si no, habría disparado contra ti!"

  Las armas son, para muchos, la causa de la muerte. Puesto que tú eres miedoso, abandona tus flechas y tu espada.

  

  LA CARGA

   Un beduino viajaba, montado en un camello cargado de trigo. En el camino encontró a un hombre que le hizo mil preguntas sobre su país y sus bienes. Después le preguntó en qué consistía la carga de su camello.

  El beduino mostró los dos sacos que colgaban a una y otra parte de la silla de su montura:

  "Este saco está lleno de trigo y este otro de arena."

  El hombre preguntó:

  "¿Hay alguna razón para cargar así tu camello con arena?"

  El beduino:

  "No. Es únicamente pára equilibrar la carga."

  El hombre dijo entonces:

  "Hubiese sido preferible repartir el trigo entre los dos sacos. De ese modo, la carga de tu camello habría sido menos pesada.

  ¡Tienes razón! exclamó el beduino, eres un hombre con una gran agudeza de pensamiento. ¿Cómo es que vas así a pie? Monta en mi camello y dime: siendo tan inteligente ¿no eres un sultán o un visir

  ?-No soy ni visir ni sultán, dijo el hombre. ¿No has visto mi vestimenta?"

  El beduino insistió:

  "¿Qué clase de comercio practicas? ¿Dónde está tu almacén? ¿Y tu casa

  ?-No tengo ni almacén ni casa, replicó el hombre.

  -¿Cuántas vacas y camellos posees

  ?-¡Ni uno solo!

  -Entonces ¿cuánto dinero tienes? Porque gozas de una inteligencia tal que podría, como la alquimia, transformar el cobre en oro.

  -Por mi honor, ni siquiera tengo un trozo de pan que comer. Voy con los pies descalzos, vestido de harapos, en busca de un poco de comida. Todo lo que sé, toda mi sabiduría y mi conocimiento, ¡todo eso no me trae más que dolores de cabeza!"

  El beduino le dijo entonces:

  "¡Márchate! ¡Aléjate de mí para que la maldición que te persigue no recaiga sobre mí! Déjame irme por ese lado y toma tú la otra dirección. Más vale equilibrar el trigo con arena que ser tan sabio y tan desventurado. Mi idiotez es sagrada para mí. ¡En mi corazón y en mi alma está la alegría de la certeza!"

  

  LA CORTEZA DE LAS COSAS

   Ibrahim Edhem reparaba un desgarrón en su abrigo, sentado a la orilla del mar. Pasó por allí el emir del país, que era un ferviente admirador de este sheij. El emir se puso a pensar:

  "He aquí un príncipe que ha abandonado su reino. He aquí un rico que ha abandonado sus bienes. Ahora sufre por su indigencia. ¡Era un sultán y ahora remienda su abrigo, como un pordiosero!"

  Ibrahim Edhem había captado estos pensamientos y, de pronto, dejó caer su aguja al mar. Después se puso a gritar:

  "¡Oh, vosotros, peces! ¿Sabéis dónde se encuentra mi aguja?"

  Al instante aparecieron millares de peces y cada uno de ellos tenía una aguja de oro en su boca y le decía:

  "¡Toma tu aguja, oh sheij!"

  El sheij se volvió entonces hacia el emir y le dijo:

  "¿Qué reino es el mejor? Esto no es sino un signo exterior. Perderías la razón si conocieses la esencia de este reino. De la viña sólo un racimo de uva llega a la ciudad, porque la viña no puede transportarse a ella. ¡Sobre todo si esta viña es el jardín del Amado! Este universo no es más que una corteza."