EL MIEMBRO DURO

  Un día un espía de poca monta vino a decir al sha de Egipto:

  "¡El sha de Mosul posee una esclava tan hermosa como las huríes! Su belleza es tal que en vano se buscaría equivalente en la tierra. ¡Su belleza infinita es indescriptible, pero aquí tienes un retrato suyo!"

  Al ver el rostro pintado de la hermosa esclava, el sultán quedó tan sorprendido que la copa de vino se le escapó de las manos. Lleno de admiración, se puso a lamentarse. Después, designó a un valiente guerrero, le confió innumerables soldados y lo envió hacia Mosul:

  "Si alguien, le dijo, te impide apoderarte de ella, destrúyelo a él y sus bienes. Pero, si te la dan, tráemela aprisa para que yo pueda unirme con esta luna."

  Precedido de tambores y banderas, el ejército tomó el camino de Mosul con gran estruendo. Los soldados cayeron sobre la ciudad como una nube de langosta. Lluvias de flechas y de piedras se abatieron sobre la ciudad y las centelleantes espadas hicieron correr mucha sangre durante semanas.

  Un día el sha de Mosul envió al jefe del ejército un emisario, portador del siguiente mensaje:

  "¿Por qué haces correr la sangre de tantos fieles? Los cadáveres forman montañas en nuestro lado. Si es Mosul lo que deseas conquistar eso puede hacerse sin derramar sangre. Yo me iré y te dejaré entrar en nuestra ciudad. Pues sólo una cosa me importa ya: que no se vierta más sangre. Si son piedras preciosas lo que codicias, eso es aún más sencillo."

  El jefe del ejército mostró al emisario el retrato de la hermosa esclava diciendo:

  "¡Esto es lo que quiero! Y más vale que la obtenga enseguida porque no dudo en alcanzar la victoria."

  Cuando fue informado de ello, el sha de Mosul exclamó:

  "¡No soy un idólatra! ¡Nada me importan las apariencias, pues lo que yo busco es la verdad."

  Así, para evitar el derramamiento de la sangre de los fieles, el sha sacrificó a su hermosa esclava. Pero, cuando el emisario condujo a esta última ante el jefe del ejército, éste se enamoró de ella al instante.

  El amor es un océano y los cielos no son sino su espuma. Sabe que los cielos giran por efecto del amor. Sin él, el corazón del universo se convertiría en un bloque de hielo. ¿Cómo, sin él, se transformaría en vegetal una cosa inanimada y cómo, sin él, sería sacrificado ese vegetal por un ser animado? Sin él ¿cómo sería el espíritu, el secreto de aquel aliento que fecundó a Myriam (María)?

  Nuestro valiente guerrero tomó, pues, ese pozo por un camino. Esta tierra árida le gustó y empezó la siembra. Pero cuando un hombre fornica en sueños con una mujer, al despertar comprende y empieza a lamentarse diciendo: "¡Ay, he derramado mi agua en la vanidad!"

  Nuestro héroe según la carne no era, pues, un verdadero héroe y disipaba su semilla en el desierto. El caballo del amor ha tomado el bocado entre los dientes y no teme a la muerte. Va diciendo: "¡Ya no reconozco sultán, pues mi obra es el amor!"

  Cuando un león ve su reflejo en un pozo, lo ataca y acaba por caer en el pozo. Es preciso que el hombre no esté en intimidad con la mujer, pues el hombre y la mujer son como el fuego y el algodón. Para que un fuego semejante siguiera siendo inocente, sería preciso que, como el de José, fuese regado con el agua de la verdad.

  En el camino de regreso, el valiente guerrero estableció su campamento en un bosque. Estaba tan dominado por el fuego del amor que no distinguía ya la tierra del cielo. Entrando de nuevo en su tienda, se precipitó al encuentro de la hermosa esclava.

  En un instante así ¿qué es de la razón? ¿Qué es del miedo al sultán? Cuando el deseo carnal redobla el tambor, la razón se derrumba. Y nuestros ojos ofuscados consideran al sultán como si fuese un mosquito.

  Así pues, el valiente guerrero se aligeró la ropa y se tendió al lado de la bella esclava. En el mismo instante en que su miembro alcanzaba su forma acabada, estalló un gran ruido en el exterior. Nuestro héroe se levantó apresuradamente, se apoderó de su espada y salió de su tienda. Allí vio un león que provocaba el pánico entre los soldados. Los caballos huían derribando las tiendas a su paso. El guerrero se puso sin temor ante el león y le cortó la cabeza de un solo tajo con su espada. Después, se volvió a la tienda junto a la bella esclava, que estaba llena de admiración por su valor. Pero el miembro del guerrero, que había permanecido en erección durante su combate con el león, se ablandó de pronto cuando la tomaba en sus brazos.

  Nuestro héroe ha perdido el camino recto a causa de una falsa aurora. Como un mosquito, se ha ahogado en una olla de leche. Bastaron unos días para que experimentara remordimientos: por temor al sultán, hizo jurar a la hermosa esclava que no revelaría su secreto.

  Cuando el sultán vio a la esclava, quedó enajenado.

  "¿Se ha visto nunca algo semejante? exclamó. ¡No puedo creer lo que veo! ¡Esto supera todo lo que me habían referido!"

  ¿De qué sirve poseer el Oriente y el Occidente si todo esto es tan efímero como el relámpago? El sultán, lleno de deseo, condujo a la hermosa esclava a su habitación con el fin de consumar el acto de amor. Pero, mientras que estaba sentado entre las piernas de esta última, un incidente vino a cortarle el camino del placer. Se oyó el ruido de un ratón y su miembro se ablandó de repente sin que pudiese remediarlo. Temía, en efecto, que fuese alguna serpiente disimulada en la paja del lecho.

  A la vista de esta repentina debilidad, la bella esclava se echó a reír, pues recordaba al valiente guerrero cuyo miembro había permanecido firme durante el combate con el león. Fue así presa de una risa irreprimible. Y su risa era como una marejada que hizo entrar al sultán en una violenta cólera. Desenvainó la espada:

  "Dime la verdad, exclamó. Tu risa ha puesto la duda en mi corazón. Si me ocultas algo, te cortaré la cabeza. Si hablas, serás libre y feliz."

  La esclava se vio, pues, obligada a contar su unión con el guerrero durante su viaje y también la causa de su risa: ¡la comparación entre el miembro del guerrero frente a un león y el del sultán frente a un ratón.

  No siembres mala semilla pues, un día, germinará y aparecerá a plena luz. El sultán comprendió de golpe todas las injusticias que había cometido con el único fin de poseer a esta esclava y se arrepintió ante Dios diciendo:

  "He deseado a la mujer del prójimo. ¡He forzado la puerta del prójimo y alguien ha forzado mi puerta! Lo que he querido hacer a otros, eso me ha sucedido a mí como castigo. He robado la esclava del sha de Mosul y me la han robado a mí. He traicionado y he sido traicionado. Si me vengo, dominado por la cólera, eso recaerá sobre mí, pues soy la fuente de todo lo que acaba de suceder. ¡Oh, Dios mío, perdóname! ¡Perdóname!"

  Después, dijo a la esclava:

  "Que todo esto quede entre tú y yo. Te daré a ese valiente guerrero pues, con su mala acción me ha hecho un bien inmenso."

  Hizo venir al guerrero y le dijo:

  "Esta esclava ha dejado de complacerme, pues su presencia entristece a la madre de mi hijo. ¡Como has arriesgado tu vida por ella no puedo hacer otra cosa que entregártela!"

  La entregó, pues, al guerrero y decapitó así su ira y sus deseos.

 

   LA PERLA DEL SULTAN

   Un día estaba el sultán en su gabinete, rodeado de su corte. Sacó de un cofrecillo una perla preciosa y la puso en la mano de su visir preguntándole:

  "¿Cuál es su valor?

  -¡Cien bolsas de oro! respondió el visir.

  -¡Aplástala! ordenó el sultán.

  -¿Cómo me atrevería? dijo el visir. ¡Esta perla es el florón de tu tesoro!

  -¡Me alegra tu respuesta!" dijo el sultán. Y le ofreció regalos y honores.

  Un poco después, cuando se agotaron otros temas de conversación, el sultán dio esta misma perla a su chambelán diciéndole:

  "¿Cuál es su valor a los ojos de aquellos en los que habita el deseo?

  -Esta perla vale la mitad de tu reino, dijo el chambelán. ¡Dios la proteja de todo peligro!

  -¡Aplástala! ordenó el sultán.

  -¡Oh, sultán! respondió el chambelán, eso sería una lástima.

  Mira esta luz y esta belleza. ¡Aplastarla sería atentar contra el tesoro de mi sultán!"

  El sultán quedó satisfecho de esta respuesta y lo colmó de regalos elogiando su sabiduría.

  Después, varios beyes o emires sufrieron la misma prueba y, por imitación, todos dieron la misma respuesta para obtener el favor del sultán. Finalmente el sultán hizo la misma pregunta a Eyaz:

  "¿Qué vale esta perla?

  -¡Ciertamente, vale más de lo que se dice! respondió Eyaz.

  -¡Aplástala!" ordenó el sultán.

  Ahora bien, Eyaz, prevenido en sueños de esto, tenía dos piedras en el bolsillo. Tomó una y aplastó la perla sin vacilar.

  El que pone su esperanza en la unión con el Amado no teme ser aplastado. El hombre piadoso vive en el temor por su suerte en el día del juicio. Pero el sabio no se inquieta. Sabe lo que ha sembrado y, por tanto, lo que va a cosechar.

  Cuando Eyaz hubo aplastado la perla, los cortesanos dijeron:

  "¡El que ha aplastado una perla tan luminosa sólo puede ser un blasfemo!

  -¿Qué es más precioso, preguntó Eyaz, la orden del sultán o la perla? A vosotros os interesa la perla y no el sultán. A mí no me atraen las piedras, como sucede a los infieles. Sólo el sultán me preocupa. ¡El alma que está prisionera de una piedra coloreada ignora la orden del sultán!"

  A estas palabras, los beyes, los emires, el chambelán y el visir inclinaron la cabeza lamentándose. El sultán hizo una seña al verdugo.

  "¡Véngame de estos miserables! dijo, puesto que han preferido una piedra a mis órdenes.

  -¡Oh, sultán! Tú eres aquel ante quien encuentran los generosos la fuente de su generosidad. Los más generosos se avergüenzan ante la munificencia de tus favores. La insolencia y la ignorancia de los blasfemos proviene de la abundancia inagotable de tu clemencia. En el momento del saqueo el pueblo vela para proteger sus bienes. Si el temor de perder sus bienes le impide dormir ¿cómo podría dormir sin el temor de perder la vida? El olvido nace de la inadvertencia y de la relajación. Déjales la vida pues han visto tu rostro y no soportarán ser apartados de él. Aunque la muerte es amarga no puede serlo tanto como la separación. Es agradable morir con la esperanza de reunirse contigo, pero es amargo vivir en los tormentos de la separación. En el infierno, los infieles se dicen: "¡No estaríamos tan tristes si él nos hubiese honrado con una sola mirada!" Para que los envilecidos por la insolencia puedan ser lavados por el Eufrates de tu misericordia, deja correr el río de tu perdón!"

  

  ESTATURAS

   Un día, alguien preguntó al predicador:

  "¡Oh, tú, gloria de la predicación! Responde a esta pregunta: Si un ave se posa sobre la torre de una fortaleza, ¿estará su cabeza más alta que su cola?"

  El predicador respondió:

  "Si el ave está vuelta hacia la ciudad, sabe que su cabeza está más alta que su cola. Pero, si está vuelta hacia las afueras, entonces es lo contrario."

  Si un halcón caza ratones, entonces es superado por un murciélago atraídó por el sultán. La estatura de Adán no es mayor que la de un tonel y, sin embargo, sobrepasa los cielos.

  

  EL ESCLAVO ENGAÑADO

   Un hombre poseía un esclavo indio. Lo había educado con mucho cuidado y había encendido en su corazón la luz del saber. Este hombre generoso había educado a este esclavo desde su más tierna infancia en las maneras más refinadas. Tenía también una hija, tan brillante en su belleza como una estrella. Cuando esta última llegó a la edad de la madurez, muchos hombres vinieron a pedir su mano a su padre, ofreciendo, en compensación, su peso en oro. Pero el padre se decía:

  "Todos los bienes que se me proponen son efímeros. Llegados hoy, pueden desaparecer esta misma noche. La belleza de los rostros tampoco es algo a tomar en consideración, pues el menor pinchazo de una espina la hará palidecer. La nobleza no es tampoco un buen criterio, pues muchos nobles son orgullosos y muchas veces su familia se avergüenza de ellos. En cuanto a los sabios, están lejos de ser perfectos. Tienen el saber, pero no el amor de la fe y sus ojos no ven más que la fama."

  Así, tras mucha reflexión, confió a su hija a un hombre de fe amado del pueblo. Dos mujeres le dijeron:

  "Este hombre no es ni rico ni noble. ¡Y ni siquiera es hermoso!"

  Pero él replicó:

  "Es un hombre piadoso y, en este bajo mundo, ¡eso vale más que todos los tesoros!"

  La noticia de este matrimonio se extendió y ofrecieron regalos y tejidos preciosos. Ahora bien, en esta misma época, el esclavo indio cayó enfermo. Empezó a adelgazar y a perder sus fuerzas. Los médicos no conseguían descubrir el secreto de su enfermedad y, sin embargo, la simple razón decía:

  "Es del corazón de lo que está enfermo y no se cura el corazón con las pomadas del cuerpo."

  El esclavo no podía, naturalmente, confesar la causa de su enfermedad. Una noche, su amo dijo a su esposa:

  "Pregúntale la razón de su estado. ¡Después de tantos años, eres como una madre para él y no hay duda de que te desvelará su secreto!"

  Al día siguiente, la mujer fue a la cabecera del esclavo y, con mucha ternura, le acarició la cabeza como una madre afectuosa. Le hizo la pregunta y el esclavo respondió:

  "Nunca había pensado que confiaríais vuestra hija a un extraño. ¿No es lamentable que la hija de mi amo sea confiada a otro, mientras que el fuego consume mi pecho?"

  A estas palabras, la mujer sintió una gran cólera, pero logró contenerse.

  "¿Cómo es posible se decía, que un bastardo indio pueda aspirar a la hija de su amo? ¡Y decir que confiábamos en él! No era muy digno de ello."

  Cuando su esposa lo hubo informado de este estado de cosas, el amo de la casa dijo:

  "Dile que tenga paciencia. Dile que ese matrimonio será anulado y que nosotros le confiaremos a nuestra hija. Yo me encargo de hacerle cambiar de opinión. No dudes en disipar sus temores. Excúsate ante él diciéndole que ignorábamos todo de su amor por nuestra hija y que, a buen seguro, la merece. Así vivirá en un sueño agradable y los sueños agradables hacen engordar a los hombres. ¡Los animales engordan con paja y los hombres con honores!"

  La mujer dijo:

  "Será una gran vergüenza para mí decirle tal cosa, pues no sale mentira de mi boca. ¿Por qué esto? ¡Deja perecer a ese maldito!

  -¡No! ¡No! replicó el esposo. Procúrale ese placer para que se cure. iDéjame el cuidado de sacar el amor de su corazón una vez que su cuerpo esté curado!"

  Cuando la mujer hubo transmitido esas promesas al esclavo, éste sintió desbordarse su alegría y se puso a engordar de nuevo. Su cara recobró su color y dio gracias a Dios. Sí que se preguntaba de vez en cuando si todo aquello no ocultaba alguna trampa, pero su amo, para completar la escenografía, invitó a unos amigos para que vinieran a felicitar al esclavo y desearle buena suerte en su matrimonio. Fue suficiente para quitarle toda duda y hacer desaparecer los últimos síntomas de su enfermedad.

  Ahora bien, para su noche de bodas, le tendieron una celada. Vistieron a un joven de mujer y lo adornaron con alheña. Este joven tenía apariencia de pollo, pero era en realidad un impetuoso gallo.

  En el momento de la unión, apagaron las velas y el joven indio se encontró en el lecho con el joven, mientras que la multitud hacía redoblar el tambor en el exterior. El indio lanzó gritos y pidió socorro, pero el ruido de la fiesta ahogaba sus llamadas. Hasta el amanecer, el pobre esclavo fue como un saco de harina lacerado por un perro. Después, lo llevaron al baño, como se acostumbra con los recién casados. Se protegió vivamente con sus dos manos y exclamó:

  "¡Que Dios proteja al que quiera desposarte, pues, durante el día, eres fresca como la más bella de las mujeres, pero, por la noche, tu miembro es como el de un asno!"

  Eso es! Sucede eso con los bienes de este mundo. Son agradables desde lejos y siniestros de cerca. Como una recién casada, este mundo está lleno de remilgos, pero, de cerca, no es más que una vieja consumida.

 

  LA MECHA

   Un hombre oyó una noche que alguien andaba por su casa. Se levantó y, para tener luz, intentó sacar chispas del pedernal para encender su mechero. Pero el ladrón causante del ruido, vino a colocarse ante él y, cada vez que una chispa tocaba la mecha, la apagaba discretamente con el dedo. Y el hombre, creyendo que la mecha estaba mojada, no logró ver al ladrón.

  También en tu corazón hay alguien que apaga el fuego, pero tú no lo ves.

  

  LOS BEYES

   Un día, los beyes, dominados por los celos, dijeron al sultán:

  "Eyaz no es más inteligente o más dotado que cualquiera de nosotros. ¿Cómo es que tus favores hacia él son tan grandes?"

  Algún tiempo después, el sultán salió de caza, acompañado de sus treinta beyes. Llegados a una montaña desértica, vieron a lo lejos una caravana. El sultán dijo a uno de sus beyes:

  "Ve a ver a esas gentes y pregúntales de dónde vienen."

  El bey partió a toda prisa y volvió poco después para decir al sultán:

  "¡Vienen de la ciudad de Rey!

  -¿Y adónde van?" preguntó el sultán.

  El bey no supo qué responder. Así que el sultán despachó a otro de sus beyes para que fuese a informarse. Cuando éste volvió, dijo:

  "¡Van en dirección al Yemen!

  -¿Cuál es la naturaleza de su carga?" preguntó el sultán.

  El bey no pudo responder y el sultán envió a otro de sus beyes para que lo preguntase. Cuando volvió, dijo al sultán:

  "¡Transportan tazones de barro cocido, fabricados en Rey!

  -¿Y cuándo sálieron de la ciudad?" inquirió el sultán.

  Así, por turno, cada uno de los treinta beyes volvió ante el sultán con informaciones incompletas. Entonces el sultán les dijo:

  "Un día, con el fin de probarlo, pedí a Eyaz que fuese al encuentro de una caravana para saber su procedencia. Y él, sin que yo hubiese tenido que hacerle treinta preguntas, ¡volvió con todas las respuestas que os han costado treinta idas y venidas!"

  Los beyes dijeron al sultán:

  "Una cosa así es un don de Dios y no puede adquirirse por el trabajo. El color y el perfume de la rosa son también dones de Dios. "

  El sultán replicó:

  "El hombre es responsable de sus pérdidas y de sus ganancias. Si no, ¿por qué habría pedido perdón Adán a Dios al reconocer su falta? Habría dicho simplemente: "Esto es mi destino. ¡Si he cometido un pecado, es que tú me has impulsado a ello!" Quien tiene los pies y las manos atados ¿podría pensar en lanzarse al océano o en salir volando? ¿Podría dudar entre un viaje a Mosul o a Babel? ¡No invoquéis al destino para disculparos!"

  No cargues a otro con tu propia falta. ¡Cuando comes demasiada miel, no es otro el que sufre convulsiones y cuando trabajas toda la jornada, no es otro el que cobra la paga por la noche!

  

  EL CAZADOR Y EL AVE

   Un pájaro sobrevolaba un prado. Allí, un cazador, oculto en la hojarasca, había tendido una trampa con unas semillas como cebo. El pájaro se posó muy cerca y dijo al cazador sin verlo:

  "¿Quién eres? ¿Qué haces, cubierto de hojas, en este prado lleno de animales salvajes?"

  El cazador respondió:

  "Soy un hombre piadoso que ha abandonado el mundo y se satisface con algunas plantas que lo rodean. La muerte de mis vecinos ha sido una lección para mí. He abandonado todos mis bienes. Puesto que en el último día estaré solo y estoy destinado a la tumba, he pensado que valía más consagrarme a buscar la cercanía del Dios único. Siempre han sido nuestros padres los cuatro elementos naturales, pero nosotros sentimos inclinación por los padres efímeros.

  -Es un error retirarse a la soledad, dijo el pájaro. Es preferible tomar con paciencia los tormentos que os inflige la gente de mal carácter. ¡Hay que hacerse útil al prójimo, como una nube!

  -¡Tu discurso no tiene sentido! dijo el cazador, pues la soledad vale más que una mala compañía. El que no piensa más que en su subsistencia no vale más que un cadáver y su compañía es la verdadera soledad."

  El pájaro:

  "Sólo puede haber combate si te cierran el camino. Y el valor se manifiesta cuando se cruza uno con sus enemigos."

  El cazador respondió:

  "Eso es verdad si se es bastante fuerte para evitar la maldad. ¡Si no, más vale retirarse!

  -¡Te falta la fidelidad del corazón! dijo el pájaro. Si eres amable, tus amigos son numerosos. Si la oveja se aleja del rebaño, es una ocasión para el lobo. Aunque te hayas resguardado del lobo, no te creas seguro si no estás rodeado de amigos. Si las paredes no estuvieran unidas unas a otras, ninguna casa tendría techo. Si la pluma no fuera amiga del papel, no se transmitiría palabra alguna."

  Millares de secretos fueron intercambiados así entre el pájaro y el cazador. Finalmente el ave preguntó:

  "¿De quién son estos granos de trigo?

  -Me los ha confiado un huérfano, dijo el cazador. Soy, en efecto, protector de los huérfanos.

  -Estoy en un trance difícil, dijo el pájaro. Tengo tanto apetito que me comería un cadáver. ¡Oh, hombre virtuoso! ¡Permíteme comer algunas de esas semillas!

  -¡Si las comieras sin necesidad, sería entonces un pecado! dijo el cazador. Si realmente estás en un estado de necesidad suprema, entonces tienes que entregar una prenda."

  El pájaro, lleno de deseo, se lanzó sobre las semillas y fue capturado al instante por la trampa. Ante su impotencia, se puso a llorar.

  ¡Oh, tú, que lloras! ¡Llora antes de tu muerte y no después!

  El pájaro exclamó:

  "¡Esta es la recompensa de los que se dejan seducir por los sortilegios de los ascetas!"

  El cazador le replicó:

  "¡No! ¦ Esto es más bien lo que sucede a los que se comen el pan de los huérfanos!"

  El pájaro se lamentó y sus lamentaciones hicieron temblar al cazador y su trampa.

  "¡Oh, Amado! decía, mi corazón está roto por todas estas paradojas. Acaríciame la cabeza. iAunque sea indigno de ello, dígnate venir a preguntar por mi estado!"

  

  ROBADO

   Un hombre llevaba su carnero por un camino, sujetándolo con una brida. Unos ladrones, llegando por detrás, cortaron la brida y se llevaron el animal. Cuando se dio cuenta de su desaparición, el hombre se puso a buscar por todos lados. Encontró a un hombre que se lamentaba al borde de un pozo.

  "¿Qué te pasa? preguntó.

  -Mi bolsa llena de oro acaba de caer al pozo. ¡Si consigues recuperarla, te daré una quinta parte de ella, es decir, veinte monedas de oro!"

  El hombre dijo:

  "Esta suma es exactamente el valor del carnero que he perdido. ¡He perdido un carnero, pero Dios me ofrece un camello!"

  ¡Se desnudó y bajó al pozo mientras que el otro huía llevándose sus vestidos!

  El ladrón ávido aparece ante ti a cada instante bajo una nueva imagen.

  

  EL GUARDIAN

   Una noche, mientras que el guardián de la caravana dormía, unos ladrones vinieron a saquear los bienes de los mercaderes. Al despertar, vieron éstos que sus riquezas y sus camellos habían desaparecido y fueron a pedir cuentas al guardián. Este les dijo:

  "¡Han venido unos ladrones, disimulados bajo unas mantas y se han apoderado de todo!

  -¿Pero por qué no has intervenido?

  -¡Yo estaba solo y ellos eran numerosos y armados hasta los dientes!

  -¡Pero si no tenías fuerza suficiente para rechazarlos, tenías que habernos llamado!

  -Ellos me amenazaron con su espada diciendo: "¡Cállate o eres hombre muerto!" Tuve tanto miedo que no pude gritar. ¡Pero, si queréis, puedo gritar ahora!"

  De nada sirve recitar oraciones una vez que el maldito Satanás ha arruinado ya tu existencia.

  

  LA AMADA

   Había una vez un enamorado notable por su constancia. Había pasado años con la esperanza de reunirse con su amada. Ahora bien, un día, su amada le dijo:

  "¡Ven a reunirte conmigo esta noche, que he preparado una gran fiesta para ti!"

  Lo citó en un lugar convenido y añadió:

  "Espérame hasta medianoche y vendré sin que tengas que llamarme."

  El enamorado se alegró tanto que distribuyó limosnas, carne y pan entre los pordioseros. Después corrió al lugar que su amada le había indicado y se puso a esperar...

  Cuando cayó la noche, llegó su amada, fiel a su palabra. ¡Descubrió a su amado dormido! Recortó un trozo de tela de su vestido y lo puso en el bolsillo de su enamorado con unas cuantas nueces.

  Cuando, al amanecer, el enamorado descubrió las nueces y la tela en su bolsillo, exclamó:

  "¡Mi amada es fiel y constante! ¡Si estoy afligido, sólo yo tengo la culpa!"

  

  EL TESORO EN LA CENIZA

   Bilal era esclavo de un infiel. Un día le dijo su amo:

  "¿Por qué no dejas de invocar el nombre de Mahoma? ¿Cómo te atreves a provocarme así?"

  Y, bajo el ardiente sol, lo azotaba con un bastón espinoso. Bilal, sin protestar, se contentaba con proclamar la unicidad de Dios.

  Un día, Abu Bekr, compañero del profeta, pasó por allí y oyó las palabras murmuradas por Bilal. Su corazón quedó inmediatamente conmovido y, en aquellas palabras de unicidad, presentía el perfume de un amigo. Dijo a Bilal:

  "¡Oculta tu fe a los infieles, pues es Dios el que conoce los secretos!"

  Bilal le prometió actuar según sus consejos y se arrepintió de su actitud, pero, unos días más tarde, al pasar de nuevo por allí, Abu Bekr oyó de nuevo el ruido de los bastonazos y la voz de Bilal repitiendo la unicidad de Dios. Su corazón quedó como lleno de fuego. Renovó sus buenos consejos y Bilal volvió a prometer no reincidir. Todo esto continuó así durante mucho tiempo, pues, cuando el amor hacía su aparición, las resoluciones de Bilal se esfumaban. Y, al expresar su fe, sometía su cuerpo a una dura prueba. Decía entonces:

  "¡Oh, mensajero de Dios! ¡Todo mi cuerpo y mis venas están llenos de tu amor! ¿Cómo podrían penetrar en ellos esas resoluciones? Ante la tempestad del amor, soy como una brizna de paja y no puedo saber dónde me detendré. ¿Es posible a una brizna de paja resistirse al viento del apocalipsis y elegir su dirección?"

  Los que aman se han dejado apresar por un diluvio. Son como las muelas de un molino y giran día y noche rechinando. Eso es un testimonio para los incrédulos de que el río sigue corriendo.

  Abu Bekr describió la situación de Bilal al profeta y le dijo:

  "Este hombre es un halcón que se ha dejado coger en la trampa por tu amor. Es un tesoro oculto en la ceniza. Unos miserables murciélagos torturan a este halcón. Pero su único pecado es el de ser un halcón. Sucede con él como con José, al que calumniaban sólo a causa de su belleza. Los murciélagos viven en las ruinas y ésa es la razón de su rencor hacia los halcones. Esos murciélagos le dicen: ¿Por qué recuerdas constantemente el palacio y el puño del sultán? ¡Nosotros estamos aquí en el país de los murciélagos! Así que ¿por qué tanta presunción? ¡El cielo y la tierra están celosos de nuestra guarida y tú la tratas de ruinosa! ¿Acaso tienes intención de convertirte en sultán de los murciélagos? Acusándolo así, lo atan bajo el ardiente sol y lo flagelan con ramas espinosas. Mientras que corre su sangre, él no hace sino repetir: "¡Dios es único!" Yo le he aconsejado muchas veces que oculte su fe y su secreto, pero él ha cerrado la puerta a estas resoluciones."

  Ser enamorado, resuelto y paciente al mismo tiempo es imposible. Pues la resolución y el arrepentimiento son como el lobo y el amor como un dragón. El arrepentimiento es atributo de los hombres y el amor es atributo del Creador.

  El mensajero de Dios preguntó a Abu Bekr:

  "¿Qué propones hacer?

  -¡Voy a comprarlo! dijo Abu Bekr, ¡Sea cual fuere su precio!¦¦

  El profeta le dijo:

  "Deseo que me asocies a esta compra."

  Así pues, Abu Bekr se volvió hacia la casa del amo de Bilal. Se decía:

  "Es fácil quitar una perla de la mano de un niño, pues los niños del deseo cambian fácilmente su fe y su razón por unos pocos bienes de este mundo. Estos cadáveres están tan bien decorados que los cambian por centenares de jardines de rosas."

  Abu Bekr llamó a la puerta de la casa y lleno de cólera, preguntó al amo de Bilal:

  "¿Por qué maltratas a este amado de Dios? Si tú eres fiel a lo que crees, ¿por qué guardas rencor a alguien que es fiel a su fe?"

  El propietario de Bilal respondió:

  "Si sientes piedad por él, sólo tienes que pagar su precio. iCómpramelo!"

  Abu Bekr dijo:

  "Poseo un esclavo blanco que es un infiel. Su color es blanco, pero su corazón es negro. ¡Cámbiamelo por este esclavo que tiene la piel negra, pero el corazón luminoso!"

  Hizo venir a su esclavo, que provocó la admiración del amo de Bilal, de tan hermoso como era. Sin embargo, no cedió inmediatamente y aumentó sin cesar sus pretensiones. Abu Bekr se rindió a todas sus exigencias y compró a Bilal. Cuando el trato quedó cerrado, el hombre se echó a reír.

  "¿Por qué te ríes?" le preguntó Abu Bekr.

  El hombre respondió:

  "¡Si no hubieses mostrado tanto deseo de comprar a este esclavo, habrías podido obtenerlo por la décima parte! ¡No tiene gran valor, pero tu cólera ha hecho subir su precio!

  -¡Oh, imbécil! replicó Abu Bekr, ¡Unos críos cambian una perla por una nuez! Para mí, este esclavo vale como los dos universos, pues yo veo su alma y no su color. ¡Si hubieras pedido más, habría sacrificado todos mis bienes! Si eso no hubiera bastado, habría contraído deudas. ¡Tú no le has concedido valor alguno y lo has vendido barato! Por tu ignorancia, me has dado un cofrecillo lleno de esmeraldas sin saber lo que contenía. Acabarás lamentándolo, pues nadie habría desperdiciado semejante oportunidad. Te he entregado un esclavo de hermosa apariencia, pero idólatra. Conserva tu fe. Yo conservo la mía."

  Y tomando a Bilal de la mano, lo condujo ante el profeta. Al ver el rostro de este último, Bilal perdió el conocimiento y se puso a llorar. El profeta lo tomó en sus brazos y le reveló sabe Dios cuántos secretos. Un pez acababa de encontrar de nuevo el océano y es difícil describir tal acontecimiento.

  El profeta preguntó a Abu Bekr:

  "Te había pedido que me asociases a esta compra. ¿Por qué no lo has hecho?"

  Abu Bekr respondió:

  "¡Los dos somos esclavos tuyos! Yo no he hecho más que liberarlo en tu nombre. ¡Considérame como esclavo tuyo, pues yo no querría que me liberasen de ti! Mi libertad es ser esclavo tuyo. Cuando yo era joven, tenía un sueño: el sol me saludaba y me consideraba como amigo suyo. Me decía yo que ese sueño no era más que una ilusión, pero, al verte, me he visto y, desde entonces, el sol ha perdido para mí todo su atractivo."

  El profeta dijo a Bilal:

  "¡Sube a lo alto del minarete para entonar la llamada a la oración! ¡Ve a gritar lo que habrías debido ocultar a tus enemigos! No tengas miedo, pues ellos son como sordos. Se oye el ruido ensordecedor de los tambores y ellos dicen: ¿pero dónde oís tambores?"

  Los ángeles hacen a los ciegos el favor de llevarlos de la mano, pero los ciegos consideran este favor como una tortura. Dicen:

  "¿Por qué nos lleváis de acá para allá? ¡Quisiéramos dormir un poco!"

  Los santos sufren todavía más tormentos, pues el Amado es muy caprichoso con sus enamorados.

  Ahora que has oído la historia de Bilal, sabe que su estado nada tiene que ver con el tuyo. El avanzaba y tú retrocedes. Tu estado es comparable al de aquel hombre a quien preguntaban su edad. El respondió:

  "Tengo dieciocho años. Bueno, diecisiete. Quizá dieciséis o incluso quince..."

  Su interlocutor lo interrumpió:

  "¡Si continúas, vas a encontrarte de nuevo en el vientre de tu madre!"

  

  EL CABALLO BLANCO

   Pidió alguien a un bey que le prestase un caballo. El bey respondió:

  "¡Con mucho gusto! Toma mi caballo blanco.

  -¡No! ¡No! dijo el otro.

  -¿Y eso por qué?

  -Ese caballo es un animal extraño: marcha al revés, es decir, que, cuando se desplaza, ¡su cola lo precede!

  -¿Y qué? No tienes más que volver su cola hacia tu casa!"

  Puesto que el deseo es la cola de tu ego, tú progresas andando hacia atrás. Así que vuelve esa cola hacia el apetito del otro mundo. Cuando el deseo del sueño o la glotonería se debilitan, el deseo de tu razón se encuentra reforzado. Es como cortar las ramas de un árbol. En su lugar rebrotan ramas más vigorosas. Vuelve, pues, la cola de tu ego en esa dirección y llegará a su meta, ¡aunque sea andando hacia atrás! Es verdad, sin embargo, que los caballos obedientes son más cómodos. No retroceden cuando se les dice que avancen.

  

  EL PERFUME DEL PROFETA

   Una caravana llegó un día a un pueblo. Allí, los viajeros vieron una puerta entreabierta. Uno de ellos propuso:

  "Descarguemos y quedémonos aquí durante algunos días hasta que cese el frío."

  En aquel momento, se oyó una voz, procedente del interior de la casa, que decía:

  "¡Dejad vuestras cargas fuera antes de entrar!"

  No cargues con lo que debe quedar en el exterior puesto que se te convida a una reunión importante.

  El hombre que acababa de hablar era un esclavo que tenía a su cargo el cuidado de los caballos. Tenía nombre de esclavo, pero, en realidad, era un sultán. El bey, su amo, no conocía su valor real y lo consideraba como Satanás consideraba a Adán. Un día, este esclavo cayó enfermo y su estado fue revelado al profeta. Pero su amo, el bey, se ocupaba tan poco de él que no sabía nada de su enfermedad. Durante nueve días, el esclavo, que se llamaba Hilal, sufrió sin que nadie se diera cuenta.

  El profeta recibió una revelación diciéndole que fuera a visitar a alguien llamado Hilal, que era un hombre atraído por él.

  Cuando el bey fue advertido de que iba a tener el honor de recibir la visita del profeta, creyó que era a él a quien venía a ver y su alegría no tuvo límites. Estaba dispuesto a colmar de regalos al mensajero venido a traerle la noticia. Besó la tierra con fervor y exclamó:

  "¡Sed bienvenidos! ¡Vuestra presencia honra mi casa! ¡Que estos lugares se conviertan en un paraíso! ¡Que mi palacio se enorgullezca de recibiros bajo su techo!"

  Pero el profeta le dijo:

  "¡No es a ti a quien vengo a visitar!

  -¡Sea mi alma sacrificada por ti! exclamó el bey. ¿A quién deseas ver? ¿Cuáles son tus órdenes? ¡Séa yo transformado en polvo bajo los pasos de aquel a quien haces este favor!"

  El profeta le dijo:

  "¿Dónde está Hilal? ¡El que está tendido en el suelo a causa de su enfermedad! ¡Querría tener noticias suyas!

  -No sabía que estuviese enfermo, dijo el bey. No lo he visto desde hace algunos días. Pasa el tiempo con los caballos y las mulas. Es mi palafrenero y se aloja en la cuadra que puedes ver allí."

  El profeta se dirigió hacia la cuadra.

  El instante de su visita hace desaparecer la sombra y el polvo. Hilál había notado el perfume del profeta como Jacob había notado el de José. Pero los milagros no son necesarios para el hombre de fe. No sirven más que para destruir a los enemigos y no están hechos para los amigos. Así pues, mientras que dormía, Hilal fue despertado por un perfume. Se dijo:

  "¿De dónde procede ese perfume? ¿Qué es este olor tan agradable en la cuadra?"

  Y de repente, vio, entre dos caballos, la túnica del profeta. Se precipitó para besarle los pies. El profeta acercó su rostro al de él y lo besó.

  "¡Oh, solitario en este mundo! ¿Cómo estás?"

  Hilal respondió:

  "Cuando el sol nace en la boca del insomne, ¿en qué estado podría estar éste? Cuando el agua sumerge al que tiene tal sed que hasta comería tierra, ¿cuál puede ser el estado de este hombre? Cuando un perro que sueña que es un león se despierta de pronto, ¿en qué estado puede estar?"

 

  EL ROSTRO PINTADO

  Había una anciana de noventa años cuya cara arrugada era amarilla como el azafrán. Sus mejillas estaban plegadas como una cortina, pero el deseo de encontrar esposo era aún vivaz en ella. Ya no tenía dientes y su pelo era blanco como la leche. Su silueta estaba tan encorvada como un arco y sus sentidos estaban debilitados. En una palabra, ¡era vieja! Sólo el deseo del amor y la gana de marido subsistían en ella. Tenía muchos deseos de cazar, pero su trampa estaba en ruinas. Era como el gallo que canta demasiado tarde, como un pasajero extraviado. Se alimentaba su fuego, pero su marmita estaba vacía. Tenía deseo de cantar, pero ya no tenía labios.

  Cuando pierde sus dientes, el perro deja de importunar a la gente. Ya no ataca a nadie y se pasea por el estercolero. Pero mirad a esas perras de más de sesenta años: ¡sus dientes están más acerados que los colmillos de los perros! Cuando envejece, el perro pierde su pelo, pero esta vieja perra se viste de piel y de seda. Si le dicen: "¡Que tu vida se prolongue!", ella quedará encantada y tomará esta maldición por una bendición. Tal deseo se concebiría si ella supiera algo del otro mundo, pero esta perra ignora todo de él. Cuando el hombre se gasta sin haber conocido la madurez, no es más que viejo. No tiene ninguna forma ni clase de belleza. Huele a cebolla. No tiene ni favor, ni generosidad, ni sentido, ni esencia.

  Con la esperanza de convertirse en una hermosa novia, esta vieja se depiló las cejas y se puso ante el espejo para maquillarse. Por mucho que se recubrió de polvos, no por eso dejaron de persistir sus arrugas. Como último remedio, imaginó recortar unas ilustraciones del Corán y adornarse la cara con ellas, esperando situarse así en el rango de las bellezas. Cuando se puso el vestido, cayeron al suelo las ilustraciones y ella volvió a pegarlas con saliva. Como seguían sin adherirse a su vestido, acabó por ponerse nerviosa y exclamó:

  "¡Maldito sea Satanás!"

  En aquel instante, Satanás se le apareció y le dijo:

  "¡Vieja ramera! ¿Qué es ese maquillaje? Ni siquiera yo he llegado nunca a semejante aberración. ¡Lo que haces no tiene precedentes! ¡Ni siquiera has dudado en recortar las ilustraciones del Corán! ¡Tú vulgar, como ejércitos satánicos! ¡Déjame en paz, tú que, para adornar tu cara, has tomado los adornos del Corán!"

  Para venderte y hacerte apreciar, has robado la palabra de los hombres. Pero una obra teatral relatada carece de valor, igual que una rama atada a un árbol no da fruto. Cuando la muerte te desnude, todo lo que te has añadido, se desprenderá.

  ¡Oh, mujer vieja! ¡No luches contra el destino! ¡Mira tu estado! No te vuelvas hacia el pasado. No hay esperanza de que puedas embellecer tu cara. Y, lo pintes de rojo o de negro, nada cambiará.

  

  PALABRAS

   Un día, un mendigo en busca de pan dedicó una plegaria a un extranjero de paso que lo había socorrido:

  "¡Oh, Dios mío! dijo, este hombre me ha dado pan. ¡En recompensa, concédele volver a su país sin dificultades!"

  El extranjero replicó:

  "¡Ya he visto lo que tú llamas mi país! ¡Que Dios te dé a ti más bien la gracia de llegar al tuyo!"

  Los hombres viles envilecen la palabra. E, incluso cuando sus palabras son elevadas, ellos las rebajan. Igual que los vestidos están cosidos para el cuerpo, lo mismo las palabras se pronuncian para los que las oyen. Si unos hombres de corazón vil participan en una reunión, ¡ay! ¡la palabra también resulta envilecida!

  

  NADA

   Un día, un mendigo llamó a la puerta de una casa y suplicó al amo del lugar que le diese un poco de pan, aunque fuese duro.

  "¿Cómo quieres que yo te encuentre pan? replicó este último. ¿Me tomas por un panadero?

  -Entonces, ofréceme un poco de gordo de carne.

  -¡Esto no es tampoco una carnicería!

  -Dame al menos un puñado de harina.

  -¿Se parece mi casa a un molino?

  -¿Entonces, un vaso de agua?

  -¡Aquí no hay río!"

  Así, cada petición del mendigo fue rechazada del mismo modo. Finalmente, éste se quitó el pantalón y defecó en el umbral.

  "¿Qué haces? preguntó el amo de la casa escandalizado.

  -Esto es una ruina propicia a la defecación, dijo el mendigo. No hay nada que beber y nada que comer. ¿Cómo podría nadie vivir aquí? ¡Manifiestamente, este lugar no puede servir más que como letrina!"

  

  EL ENFERMO Y EL SUFI

   Un enfermo visitó un día al médico y le dijo:

  "¡Oh sabio! ¡Tómame el pulso! Pues el pulso es el testigo del estado del corazón. La vena de mi brazo se prolonga hasta mi corazón y como no se ve el corazón, ¡es a la vena a la que hay que interrogar!"

  Puesto que el viento no se ve, miremos el polvo y las hojas que vuelan. La embriaguez del corazón está oculta, pero las ojeras son testigos. Pero volvamos a nuestra historia...

  El médico tomó el pulso del enfermo y se dio cuenta de que la esperanza de curación era muy pequeña. Le dijo:

  "Si quieres que cesen tus tormentos, haz lo que tu corazón te inspire. No dudes en realizar cada deseo de tu corazón. De nada serviría prescribirte un régimen o recomendarte paciencia, pues, en este caso, eso no haría sino empeorar tu estado. Realiza, pues, tus deseos y actúa según el Corán, que dice: "¡Haced io que deseáis hacer!""

  Tales fueron, pues, los consejos que el médico prodigó a su paciente y éste le respondió:

  "¡La salvación sea contigo! ¡Corro al río para vaciar en él mis penas!"

  Al llegar al borde del río, nuestro hombre vio allí a un sufí que, sentado a la orilla, se lavaba las manos y la cara. Le vino entonces el deseo de darle un golpe en la nuca. Recordando los consejos del médico, que le prescribía seguir su deseo, alzó la mano, cuando se dijo:

  "No debo hacer tal cosa, pues se dice en el Corán: "No os pongáis conscientemente en peligro" Y sin embargo, si no satisfago este deseo eso será peligroso para mi salud."

  Abofeteó, pues, al sufí con un golpe muy sonoro. Este se volvió y gritó:

  "¡El muy cochino!"

  Y se lanzó sobre él con intención de darle unas patadas y tirarle de la barba. Pero, al ver que se trataba de un hombre enfermo, cambió de idea.

  El pueblo, inducido al error por Satanás, da igualmente bofetadas. Pero también está enfermo y debilitado. ¡Oh, tú, que abofeteas al inocente! ¡Sabe que esa bofetada se volverá contra ti! ¡Oh, tú, que tomas tus deseos como remedio y golpeas a los débiles! ¡Sabe que tu médico se ha burlado de ti! Es el mismo médico que aconsejó a Adán que comiese trigo. Dijo a Adán y a Eva:

  "Comer estas semillas es para vosotros el único medio de acceder a la vida eterna."

  Al decir esto, daba una bofetada a Adán, pero esta bofetada le fue devuelta.

  Así pues el sufí lleno aún del fuego de la cólera, comprendió la finalidad del incidente, y el que ha visto la trampa ya no presta atención a las semillas que son su cebo.

  Si deseas evitar problemas preocúpate de la sucesión de los acontecimientos más bien que de lo inmediato. De ese modo, lo inexistente se te revelará y lo visible quedará envilecido a tus ojos. Todo hombre razonable busca lo inexistente noche y día. Si fueras pobre, te pondrías a buscar la generosidad del prójimo. Todos los artistas buscan lo inexistente y el arquitecto busca una casa cuyo techo se ha derrumbado. El aguador busca una cántara vacía y el carpintero una casa sin puerta.

  Puesto que tu única esperanza reside en lo inexistente y lo inexistente está en tu naturaleza, ¿por qué temerlo continuamente?

  El sufí dijo entonces:

  "De nada serviría devolverle la bofetada. Eso es lo que haría un ignorante. Para mí, que estoy revestido del manto de la sumisión, es cosa fácil aceptar una bofetada."

  Y pensando en la debilidad de su adversario, se dijo además:

  "Si lo abofeteo, lo derribaré y tendré que dar cuenta de ello al sultán. De todos modos, el mástil está roto y la tienda se viene abajo. Sería estúpido acabar ante la justicia por un hombre que tiene ya toda la apariencia de un cadáver."

  Así, decidido a no replicar, condujo al enfermo ante el juez, que es la balanza de la verdad, lejos de todas las trampas de Satanás. Como por arte de magia encierra a Satanás en una botella y cura la calumnia con el remedio de la ley. Así, el sufí tomó a su adversario por su túnica y lo arrastró ante el juez.

  "¡Mira a este asno reacio! dijo al juez. ¡Ponlo sobre un asno y hazle dar la vuelta a la ciudad! ¡O hazlo azotar si lo prefieres! ¡Pues si alguien muere por la ley, no se pedirá cuenta alguna por su muerte.

  -¡Oh, hijo mío! dijo el juez. ¡Tensa tu lienzo para que yo pueda ejecutar mi pintura! ¿Quién ha golpeado? ¿El o tú? Si ha sido él, está tan enfermo que casi no es ya más que una ilusión. Y el juicio de la ley se aplica a los vivos y no a los muertos. No existe ley que autorice a ponerlo sobre un asno, pues ¿quién pondría un leño sobre un asno? ¡Sería como ponerlo en un ataúd! Sabe que la tortura consiste en prohibir a la gente el lugar al que merecen ir.

  -¿Es justo, preguntó el sufí, que este asno me haya abofeteado sin razón alguna?"

  Entonces el juez preguntó al enfermo:

  "Cualquiera que sea tu riqueza, dime cuánto dinero llevas encima.

  -¡No poseo más que seis monedas! respondió el enfermo.

  -Conserva tres y dame el resto sin replicar. También él me parece débil y en mal estado. Podrá así buscar pan y algo para acompañarlo"

  En ese instante, el enfermo vio la nuca del juez y pensó que ésta merecía una bofetada tanto como la del sufí. Después de todo, pagar tres monedas por una bofetada no le parecía un precio exorbitante. Aparentó, pues, querer hablar al oído del juez y le asestó una ruda bofetada diciendo:

  "¡Repartíos estas seis monedas y dejadme en paz con esta historia!"

  El juez se encolerizó, pero el sufí le dijo:

  "Debes sentenciar según la justicia y no bajo el imperio de la cólera. Acabas de caer en el pozo que me invitabas a visitar. Un hadiz pretende que quien excava un pozo, cae dentro. Actúa según tu saber. La bofetada que has recibido es la recompensa de tu buen juicio. Te has compadecido del verdugo y me has dicho: "¡Llena tu estómago con estas tres monedas!" ¿Puedes imaginar el valor de las demás sentencias que has podido pronunciar?"

  El juez respondió:

  "Hay que aceptar cada tormento y cada bofetada que nos cae encima. Mi cara se ha amargado, pero mi corazón acepta el veredicto del destino, pues sé que la verdad es amarga. En el período de sequía, el sol sonríe, pero los jardines agonizan. ¿De qué sirve sonreír como una sandía pasada? ¡No conoces ese mandamiento del profeta: "Llorad abundantemente!""

  El sufí le preguntó:

  "¿Por qué el oro, que es un metal es tan precioso mientras que los demás metales no lo son? Dios dijo: "He aquí mi camino" Entonces ¿cómo es que El haya llegado a ser el guía y el otro se haya convertido en un bandido? Existe un hadiz que dice: "El hijo es el secreto del padre" Entonces, ¿por qué nacen del mismo vientre un esclavo y un hombre libre?

  -¡Oh, sufí! dijo el juez. No temas nada. Voy a citarte un ejemplo a propósito de esto. El Amado es estable como la montaña, pero los que aman tiemblan como hojas. En su ser y en sus actos no existe ni opuesto ni semejante. Lo que existe no encuentra existencia sino en El. Ahora bien es imposible que un opuesto pueda ver a su opuesto. Más bien se aleja de él. Cada cosa, buena o mala, tiene su contraria. ¿Puede una cosa crear otra cosa a imagen suya? ¿Puede tener dos caras la verdad? ¿Cómo podría ser la espuma diferente de sí misma? ¿Cómo podrían ser únicas las hojas de un árbol, que se parecen todas? Considera el océano como si no tuviese límites, pues ¿cómo fijar límites a la existencia del océano? ¡Oh, sufí! ¡Escúchame! Si el cielo te envía un tormento, sabe que de él se seguirá una dicha. Si el sultán te abofetea, está seguro que te ofrecerá el trono. El mundo entero no tiene el valor del ala de una mosca. Pero por una bofetada semejante se han sacrificado millares de

almas. Todos los profetas fueron alabados por Dios a causa de su paciencia en la adversidad. Permanece en la casa para que la llegada del favorecedor no te sorprenda desprevenido. Si no, retirará la felicidad que traía diciendo: "¡No hay nadie aquí!"

  -¿Qué sería el mundo, prosiguió el sufí, si la misericordia y el reposo fueran eternos? ¿Si Dios no nos enviase un tormento en cada instante? ¿Si la alegría estuviese lejos de la tristeza? ¿Si la noche no robase la luz del día? ¿Si el invierno no destruyera los jardines? ¿Si nuestra salud no fuera blanco de las enfermedades? Su misericordia no se encuentra disminuida si el menor de sus dones va siempre acompañado de su cortejo de inquietudes."

  A este ignorante, desprovisto de razón y con el corazón cerrado, respondió el juez:

  "¿Conoces la historia de aquel hombre que era un elocuente hablador? Discurseaba un día sobre los sastres y describía cómo robaban éstos al pueblo y citaba numerosas anécdotas sobre este tema. Como se trataba de historias de ladrones, la gente se reunió alrededor de él.

  "Las palabras agradables procuran placer al auditorio y el interés de los niños aumenta el deseo de enseñar en el maestro. En un hadiz, el profeta dice:

  "Ciertamente, Dios inspira sabiduría en la lengua del predicador igual que la inspira en la comprensión del auditorio"

  "Si un músico toca diferentes makams ante un auditorio ignorante, su instrumento se transforma en plomo. Olvida toda melodía y sus dedos se inmobilizan. Si no existiesen ojos para comprender las artes, el cielo y la tierra dejarían de existir. Si no existiesen los perrillos, no llenarías su escudilla con los restos de tu comida.

  "Así contaba nuestro narrador las fechorías de los sastres cuando un Turco, que había seguido sus palabras, le preguntó lleno de cólera:

  "¿Cuál es el sastre menos honrado de esta ciudad?"

  "El narrador respondió:

  "Es Pur Usüs. ¡Ha arruinado a toda la ciudad con sus trapicheos!

  -¡Apuesto, dijo el Turco, que, a pesar de toda su astucia, a mí no podría robarme ni siquiera una hebra de hilo!"

  "Le dijeron:

  "Otros más astutos que tú se han dejado engañar por sus artimañas. No seas presuntuoso. ¡Seguro que te engañará!"

  "Pero el Turco insistió en su apuesta y fijaron los términos de ella. El Turco dijo:

  "Si consigue robarme, os doy mi caballo y si no lo consigue, yo os tomaré un caballo a vosotros"

  "Aquella noche, el Turco no concilió el sueño. Se debatió hasta el amanecer con el fantasma del sastre estafador. Por la mañana, tomó una pieza de tejido de seda bajo el brazo y se trasladó al almacén del sastre. Este lo acogió con gran deferencia. Tanto lo honró que sus palabras despertaron el afecto en el corazón del Turco. Ante aquel ruiseñor que cantaba, éste extendió su tejido diciendo:

  "Hazme un traje de guerra con esta tela. Hazlo ancho por abajo y estrecho por arriba. Pues la estrechez arriba proporciona descanso al cuerpo, mientras que la anchura debajo libera las piernas"

  "El sastre le respondió:

  "¡Oh, encantador cliente! Para mí es un honor servirte"

  "Y empezó a medir el tejido mientras charlaba. Contó anécdotas sobre la generosidad de los beyes, sobre las particularidades de los avaros y sobre muchas otras cosas. Después, mientras que su boca seguía vertiendo su palabrería, sacó sus tijeras para cortar la tela. El Turco se reía mucho de todo lo que oía y sus ojos se fruncían de tanto reír. En aquel instante, el sastre recortó rápidamente un trozo de tela y lo disimuló entre sus piernas. Lo hizo tan aprisa que nadie lo vio, excepto Dios. Pero Dios ve las faltas y las oculta hasta el momento en que el pecador hace desbordar la copa.

  "Embriagado por la agradable perorata del comerciante, el Turco había olvidado completamente su apuesta. Dijo al comerciante:

  "¡Por favor! ¡Cuéntame otra historia pues tus historias son alimento para el espíritu!"

  "Entonces, el comerciante contó una historia tan graciosa que el Turco se revolcaba de risa. Mientras reía, el sastre cortó otro trozo de tela y lo escondió en su casaca. El Turco reclamó otra historia y el sastre le contó una, más graciosa todavía. El Turco, con los ojos cerrados, perdió la noción de las cosas, ebrio de su risa y un tercer trozo de tela fue de nuevo birlado.

  "El Turco suplicó una vez más que le contase una historia, pero el sastre sintió piedad y se dijo:

  "¡Qué hombre tan apasionado por las historias! ¡El pobre no se da cuenta de nada!"

  "¡Por piedad! imploró el Turco. ¡La última!"

  "¡Oh, imbécil! ¿Hay algo más peregrino que tú?

   "¡Ya basta, añadió entonces el sastre, pues si te cuento otra historia, tu tela será demasiado corta para que yo pueda hacerte un traje con ella!"

  "Tu vida es como ese tejido. El sastre del orgullo la corta con las tijeras de las palabras y tú le ruegas que te haga reír."

  Tal fue, pues, la respuesta del juez al sufí. Entonces dijo este último:

  "Dios podría fácilmente realizar todos nuestros deseos y saciar todas nuestras pasiones. ¿No puede transformar el fuego en rosas y la pérdida en ganancia? Hace salir la rosa de la espina y transforma el invierno en primavera. ¿Qué perdería no haciendo perecer a aquellos a los que ha dado el espíritu y la vida? ¿En qué le afecta que caigamos en las redes de Satanás?

  -Si no existieran lo dulce y lo amargo, respondió el juez, lo feo y lo hermoso, el guijarro y la perla, el ego, Satanás y el deseo, la prueba, la dificultad y la guerra ¿cómo podría Dios llamar a sus servidores? ¿Cómo podrías decir tú mismo: "¡Oh, hombre bueno!

  ¡Oh, hombre piadoso! ¡Oh, sabio!"? Si el maldito Satanás no existiera para cerrarnos el camino, ¿cómo sería posible distinguir a los fieles que están en los caminos de la verdad? Si así no fuera, la ciencia y la sabiduría se confundirían con la vanidad. La ciencia y la sabiduría se encuentran en el camino de la perversidad y si el camino fuera siempre recto, la sabiduría sería inútil. Bien sé, ¡oh, sufí! que no careces de madurez. Me haces esas preguntas para que los demás comprendan. Es más fácil soportar las pruebas de este mundo que, por ignorancia, quedarse lejos de la verdad. Pues estas pruebas son efímeras, mientras que semejante desgracia es eterna. La oportunidad se ofrece al que tiene el alma despierta."

  

  LA MADRE

   Attar refiere esto: Cuando hubo ganado la guerra contra la India, el sultán Mahmud recibió un esclavo como parte del botín. Lo adoptó y lo hizo hijo suyo, lo honró más que a nadie y lo nombró su sucesor. Si quieres detalles de esta historia, echa una ojeada al libro del sheij Attar.

  Resumiendo: este niño, sentado en un trono de oro al lado del sultán vertía todos los días lágrimas amargas. El sultán le preguntó:

  "¡Oh, niño afortunado! ¿Por qué lloras? Todos tus deseos son complacidos y estás cerca del sultán. Te sientas en el trono y los soldados, como el visir están a tu servicio."

  El niño replicó:

  "Lloro porque me acuerdo de mi madre. Cuando ella quería reprenderme, decía maldiciéndome: "¡Que el sultán Mahmud te lleve!" y mi padre se lo reprochaba diciéndole: "¿Por qué lo maldices así? ¿No tienes más maldiciones que esas imprudentes palabras?" Y acusaba a mi madre de no tener corazón por tratar así a su hijo. Esta disputa entre ellos no hacía más que aumentar mi pena y mi temor. Yo me decía: "¡Qué arrebatado carácter debe de tener ese Mahmud para representar así el temor y la calumnia!" Yo vivía entonces temiéndote, ignorando todo de tus favores. ¿Dónde está ahora mi madre, ¡oh sultán del universo! ¡Ojalá pudiera ella verme ahora sentado en este trono!"

  ¡Oh, ignorante! Tu estado de pobreza es como el sultán Mahmud. Tu naturaleza lo teme. Si conocieses su misericordia, rezarías a cada instante para que tu fin fuera Mahmud. No escuches, pues, a tu madre Naturaleza que te induce a error. Si buscaras la pobreza, llorarías hasta el fin del mundo. En lo que toca a la subsistencia, seguramente tu cuerpo es para ti como una madre. Sin embargo, es más enemigo tuyo que millares de enemigos.

  

  EL CAMINO DE LA ORACION

   Una mañana, al llegar un comerciante ante su tienda, vio que su entrada estaba interceptada por un grupo de mujeres. Le ardían los pies a causa del largo camino que había recorrido, pero no podía pasar, tan atestado estaba el lugar de mujeres, todas más hermosas las unas que las otras. Se dirigió a una de ellas y le dijo:

  "¡Oh, hija mía! ¡Qué numerosas sois!

  -¡No te irrites por eso! replicó la mujer. En realidad, nuestro número es aún insuficiente ¡y la penuria de mujeres engendra la homosexualidad!"

  No te preocupes por los sucesos de tu tiempo. No tomes en consideración las indigestas obras del destino. No te preocupes por tu subsistencia. Si estás necesitado o en la sequía, si tiritas, ¡qué importa! Considera estas amargas pruebas como un signo de misericordia y el poder sobre nuestras ciudades como una tortura.

  El camino de la oración está lleno de huellas de herradura. ¡Pero éstas están vueltas hacia atrás!

  

  MALES

   Una mujer dijo un día a su marido:

  "¡Oh, tú, que has abandonado el camino de la generosidad! ¡Mírame! ¿Cuánto tiempo seguiré estando así, maltratada y andrajosa?"

  El marido respondió:

  "Yo trabajo para asegurar tu subsistencia. Soy pobre, sin duda, pero mis manos y mis pies son sólidos. ¡Es deber mío vestirte y alimentarte y nunca he dejado de hacerlo!"

  La mujer mostró entonces el cuello de su camisa, que estaba sucio y hecho de una tela basta.

  "Este cuello me tortura la piel. ¿Por qué me obligas a llevar semejante vestido?

  -¡Oh, mujer! respondió el hombre, responde a mi pregunta: ¿qué es preferible, divorciarse o soportar uno la rudeza de su cuello? ¿Cuál es el peor de esos dos males?"

  ¡Oh, tú, que te quejas! Las dificultades la pobreza, las pruebas y la adversidad son así. Es amargo, sin duda, renunciar a un deseo, pero lo es aún más alejarse de la verdad. Ayunar es difícil, ciertamente, pero menos que apartarse dé la verdad. Si Dios te dice: "Oh, enfermo ¿Cómo estás?" ¿Crees que persistirá tu enfermedad? Aunque no oigas su voz, su pregunta te complace. Hace mucho tiempo, ¡oh reseco! que hierves en tu marmita. ¡Y ni siquiera has alcanzado la mitad de la cocción!

  

  EL SABIO Y EL SACERDOTE

   Un sabio preguntó un día a un viejo sacerdote:

  "¿Quién es más viejo, tu barba o tú?"

  El sacerdote respondió:

  "Nací antes que mi barba y conocí el universo antes que ella.

  Tu barba es blanca, siguió el sabio; ha abandonado su estado original. Pero tú no has cambiado todavía tu mala naturaleza. Aunque tu barba haya nacido después que tú, te ha adelantado. Tú estás aún en la sequedad del deseo, en la sequedad del "yo" y del "nosotros". Sigues estando en la misma disposición de espíritu que en tu nacimiento. No has avanzado ni un paso. Toda tu vida has permanecido en un horno ardiente, pero tú te has quedado en tu estado de barro. Eres movido por el viento de tus deseos, pero estás sujeto al suelo como una paja reseca. Como el pueblo de Moisés, te has quedado en el desierto durante cuarenta años. Corres de la mañana a la noche pero siempre vuelves al mismo punto. Mientras estés enamorado del becerro de oro, tu salvación será imposible, aunque te dedicaras a ella durante tres siglos. Dios te ha colmado de favores, pero, como tu naturaleza es la de un buey, el amor al becerro ha reemplazado en tu corazón al amor a la verdad. ¡Interroga, pues a tu

cuerpo y no creas que carece de lengua! ¡Quizá tenga a su disposición centenares de lenguajes! Tú buscas día y noche una leyenda, pero tu cuerpo ya te cuenta una. Sucede como con el verano. Gracias a él brota el algodón, pero el algodón permanece cuando el verano ha sido olvidado. Sucede como con el hielo. Surge del invierno. El hielo,permanece cuando el invierno ha desaparecido. Del mismo modo, cada uno de tus miembros te cuenta los favores de Dios. Si la embriaguez y los juegos del amor no existieran, ni una mujer habría quedado embarazada. Sin primavera, ningún huerto da frutos. Las mujeres embarazadas y los niños que sostiene uno en las rodillas son signos de la primavera y testigos de los juegos del amor. Cada árbol amamanta a su hijo pues, como María, ha quedado encinta de un sultán desconocido.

  "¡Oh, sacerdote! Manda a tu pena que no sea tan olvidadiza con los favores que ha recibido. Si no hubiese en ti una eterna primavera, ¿qué contendría el granero de tu cuerpo? Tu cuerpo es un montón de rosas y tus ideas son el agua de estas rosas. Pero, ¡qué cosa tan extraña! ¡El agua de rosas reniega de las rosas!

  "La obstinación y la blasfemia son lo propio del chimpancé, pero la gratitud y la contemplación forman el camino del profeta. Si este nacimiento no se hubiera producido con ocasión del eclipse de luna, habría menos filósofos extraviados en esta noche. ¡Muchos hombres sensatos fueron víctimas de este extravío y vieron una montaña en su nariz!"

  

  JAQUE MATE

   Un pobre había caído en una extremada indigencia. Los tormentos de la miseria envenenaban su corazón. Un día dirigió esta plegaria a Dios:

  "¡Oh, Tú, que oyes toda oración! Tú me has creado sin esfuerzo. Entonces, concédeme mi subsistencia sin que yo necesite preocuparme por ella. Tú has colocado cinco perlas en mi cabeza y cinco sentidos ocultos. Es imposible para mí enumerar los favores que me has concedido. ¡Concédeme también mi subsistencia!"

  Rezaba así, sin cesar, esperando que Dios lo escucharía. Pero, viendo transcurrir el tiempo, empezaba a dudar. Como se cansaba de rezar y se hundía en la desesperanza, Dios le sugirió:

  "Dios es El que rebaja y El que eleva. Todo lo que El emprende procede de eso. Mira la bajeza de la tierra y la altura del cielo. Mira los años, la mitad en la sequía y la mitad en el verdor. Mira el tiempo que se alarga de día y disminuye de noche. El mundo vuela con sus dos alas. Los hombres son de todos los colores pero, en la tumba, todos se vuelven del mismo color."

  Nuestra subsistencia es un vino escanciado en una copa de oro. La subsistencia del perro es su comida en su escudilla. Hemos hecho que la multitud de los hombres se aficione al pan. Pero existen hombres que están ebrios del Amado. Puesto que tú estás satisfecho con tu naturaleza, ¿por qué intentas sustraerte a ella?

  Un día nuestro pobre tuvo un sueño mientras dormía. Pero los sufíes pueden soñar sin dormir. En su sueño oyó una voz de lo desconocido que le decía:

  "¡Oh, hombre infortunado! Ve a la papelería y busca allí un papel disimulado entre otros, de tal forma y de tal color. Ve a leerlo en un lugar apartado y evita cuidadosamente que alguien esté allí en el momento de esta lectura. Pero, si este secreto fuera desvelado alguna vez, no temas nada pues ningún otro, aparte de ti, podría aprovecharse de él. Y si sobreviene un retraso, ten paciencia y repite el versículo: ";No perdáis la esperanza de la misericordia!""

  El pobre quedó tan contento con este mensaje que el mundo le pareció como encogido. Y si Dios no hubiese velado por él, no hay duda de que habría muerto por efecto de la emoción.

  Se trasladó apresuradamente a la papelería y se puso a seleccionar los papeles. Acabó, efectivamente, por encontrar el papel que se le había descrito en su sueño. Y se retiró a un lugar tranquilo para leerlo. Y esta lectura lo sumergió en el asombro: ¿cómo podía encontrarse el plano de semejante tesoro entre los artículos de la papelería? El pobre dijo entonces:

  "Dios es el protector de todo."

  Aunque El colmase los valles de oro y de plata, nadie podría aprovecharse de eso sin su permiso. Aunque leyeses millares de páginas, nada de ellas te quedaría sin Su voluntad. Sabe que el universo celeste es lo opuesto a la comprensión humana. Pues la mosca no puede intimar con la abubilla.

  En el papel se había escrito:

  "Fuera de la ciudad existe un edificio coronado por una cúpula. De espaldas a la ciudad, mira en dirección al lucero del alba. Ve allí, vuelve la espalda a la ciudad y eleva tu mirada hacia La Meca. Desde allí, tira una flecha y excava en el lugar en el que caiga."

  Lleno de ardor y alegría, nuestro hombre se apresuró a ejecutar puntualmente todo esto. Pero desgastó su pala y su pico sin que apareciese tesoro alguno. Lanzaba cada día una nueva flecha y excavaba un hoyo nuevo. Aquello se había convertido en su trabajo diario y la gente de la ciudad se puso a hablar de estas curiosas actividades. Algunos, celosos, fueron a avisar el sultán.

  Cuando el pobre supo que el sultán había sido informado sobre su estado, decidió aceptar su destino y presentarse ante el sultán. Fue al palacio y, antes que lo torturasen, entregó el papel diciendo:

  "¡Tomad! No hay rastro alguno de tesoro. Es mucho mejor que sea un ocioso como el sultán el que se ocupe de este asunto. ¡Si encuentra un tesoro, que se lo guarde! El camino de la desesperanza es peligroso para la razón y se necesita amor para emprender ese camino."

  Y liberado así de sus enemigos celosos, se concentró más en su única pasión.

  El perro se cura su herida lamiéndose. Para quien conoce los tormentos del amor, no existe ningún otro amigo. Nadie más loco que un enamorado, pues la razón es ciega y sorda ante el amor. Es un tipo de locura muy particular y el médico nada puede hacer aquí. Si un médico cayese un día en semejante locura, lavaría sus libros de medicina con su propia sangre.

  Cuando rezaba, el pobre se volvía hacia su corazón y decía:

  "El hombre cosecha el equivalente de su esfuerzo."

  Aunque había rezado mucho tiempo sin recibir, perseveraba en sus plegarias pues, aunque no fuese escuchado, percibía una respuesta. Como tenía confianza en la generosidad divina, sus oídos oían: "¡Sí!"

  No llames a ese pájaro, porque vuela hacia ti. Su subsistencia está junto a ti. Aunque sube muy alto en el cielo, su pensamiento sigue estando vuelto hacia tu trampa. Yo estoy enfermo y Tú eres el hijo de María que me devolverá la salud. Esto es el grito que El ha puesto en evidencia. ¡Oh, Dios mío! ¡No hagas aparente lo que está oculto! Como la flauta, tenemos dos bocas. Una de ellas está situada entre los labios y la otra se lamenta. Pero, si la flauta no conociera el favor de los labios, este universo no conocería el azúcar. Es preferible que José se quede en el fondo del pozo, pues sus hermanos están celosos. Yo estoy ebrio y querría lanzarme en medio de las querellas. ¿Qué es un pozo? Acabo de plantar mi tienda en medio del Sáhara. Ofréceme una copa de vino y mira el tamaño de mi embriaguez. Deja ahí a ese pobre que espera su tesoro, pues nosotros estamos ahogados en el océano de placer. ¡Oh, pobre! Refúgiate ante Dios, pero no esperes nada de un ahogado.

  ¡Oh, escanciador! Sirve una gran copa a ese hombre que me mira con reprobación. Yo conozco todo su juego: ¡Está jaque mate!

  

  PACIENCIA

   Un discípulo deseaba entrevistarse con el sheij Ebu'l Hasán Harkaani. Dejó, pues, la ciudad de Talkán por la ciudad de Harkán. Atravesó muchas montañas y valles rezando a Dios para que le permitiese un día contemplar el rostro del sheij. Después de muchas tribulaciones acabó por descubrir la casa del sheij. Lleno de respeto llamó a la puerta. Desde el interior la mujer del sheij le respondió gritando:

  "¿Qué quieres? ¿Qué vienes a hacer aquí?"

  El discípulo respondió:

  "¡He venido a visitar al sheij!"

  La mujer se echó entonces a reír:

  "¿Realmente no tienes nada mejor que hacer? ¡Has atravesado todo el país para ver el rostro de un imbécil! ¿Acaso estabas harto de tu país?"

  Así, sin vergüenza, vilipendió esta mujer a su marido. Pero no es mi propósito referir sus palabras. Lo seguro es que sus palabras ahogaron en el pesar el corazón del discípulo. Con lágrimas en los ojos, preguntó:

  "¿Dónde está ese hermoso sheij?

  -¡Es un hipócrita! dijo la mujer. ¡Una trampa para los idiotas! ¡Un lazo para los extraviados! ¿Cuántas personas como tú han venido así y se han puesto en peligro por culpa suya! ¡Vale más que te vuelvas sin verlo!"

  El discípulo se puso a gritar:

  "¡Ahora ya basta! La luz de los hombres de Dios ha cubierto el

  Oriente y el Occidente. Tus palabras satánicas no me arrancarán de aquí. No he venido aquí como una nube, empujada por el viento, para abandonar este umbral como polvo. ¡Oh, mujer! Tú soplas para apagar la antorcha de la verdad. Pero no lograrás más que quemarte la cabeza. ¿Puede apagarse el sol de un soplo? Si no vivieses en esta casa, te rompería la cara. ¡Da gracias al cielo por ser el perro dé esta casa!"

  - Después, el discípulo preguntó a su alrededor dónde podría encontrár al sheij. Y alguien le respondió:

  "¡Ha ido al bosque a buscar leña!"

  Satanás, que pretende ocultar la luz bajo el polvo sembró la duda en el corazón del discípulo, que se dijo:

  "¿Cómo puede conservar este sheij a esta mujer en su casa y vivir con ella? ¿Cómo pueden unirse estos dos opuestos?"

  Pero, al mismo tiempo, se decía:

  "No debo juzgar al sheij pues sería un pecado."

  Entonces, su ego le hacía esta pregunta:

  "¿ Cómo puede vivir Gabriel con Satanás? ¿Cómo puede vivir el guía con el que extravía a la gente?"

  Mientras era asaltado por todos estos pensamientos, vio al sheij, montado en un león, que venía a su encuentro. El león tiraba de una carga de leña y una serpiente servía al sheij como látigo. Cuando éste vio al discípulo, se puso a sonreír. Pues la luz de su corazón le había hecho descubrir sus pensamientos. Se los describió y le contó sus aventuras como si hubiera asistido a ellas.

  "Si yo no mostrara paciencia con ella, dijo, ¿cómo podría este león arrastrar mi fardo? Soy feliz, ebrio y fiel, como un camello bajo la carga que Dios le ha ofrecido. No tomo demasiado en consideración las críticas del pueblo. Podemos soportar el fardo de esta idiota y de millares de gentes como ella. Este destino es una lección para nuestros alumnos."

  Todas estas palabras se te dirigen para que soportes con paciencia a las personas de mal carácter.

  

  SUCESORES

   Dios se dotó de un sucesor para que éste reflejase Su perfección en su corazón. Lo colmó de favores ilimitados. Luego creó a su opuesto a partir de la oscuridad. Fabricó dos estandartes, uno blanco, otro negro. ¡Y cuántos combates han tenido lugar bajo esos estandartes. La segunda generación de esta oposición estuvo formada por Caín y Abel. Esto continuó con Abraham y Nemrod, hasta Moisés y el Faraón. Después, hasta el tiempo de Mahoma, al que intentó torturar Ebu-Cehil.

  ¿Qué es la fe? Es hacer correr el agua de un arroyo. Cuando el alma se desprende del cuerpo, corre. El sabio es el que libera su alma en lugar de la carne y la envía hacia la pradera. Para explicar el orden divino, la rosa, a veces, se convierte en espina.

  

  EL CIRCULO

   El viento se puso a soplar y los fieles se sentaron, protegidos, en medio de un círculo. La tempestad hacía estragos, pero la misericordia de Dios era como un barco. Dios no ha creado los barcos para ser sultán de ellos. Su fin no es hacer de sultán, sino asegurar la seguridad de sus criaturas.

  Si el buey avanza no es para llevar su fardo, sino para evitar los latigazos. Dios le ha enseñado este temor para que sirva a Sus servidores. El que trabaja no se esfuerza para mejorar el mundo, sino para sí mismo. Cada uno busca un remedio a sus propios tormentos y así es como el universo acaba por encontrar un orden. Dios ha hecho del temor el pilar del universo. Todos experimentan temor hacia las cosas buenas y hacia las cosas malas. Pero ninguno siente temor hacia sí mismo. Pues cada uno de nosotros tiene un adversario. Aunque está muy cerca de nosotros, nos es difícil apoderarnos de él. En realidad, es fácil apoderarse de él, pero no con los sentidos de este mundo. Para eso los sentidos no sirven de nada. Si el sentido animal bastase, el asno y el buey serían los Beyazid de su tiempo.

  Es Dios quien ha casado el cuerpo y el espíritu. Es El quien hizo de un barco el caballo de Noé. Si El quisiera, ese mismo barco sería para ti un huracán. Debes saber que el pesar y el gozo que llevas en tu corazón son el barco y la tempestad que Dios te ofrece en cada instante.

  Como los ojos no ven el origen del temor, se espantan ante cada imagen. Si un hombre fuerte da un puñetazo a un ciego, éste cree que se trata de un camello que le ha dado una coz. Si, por casualidad, oye en el mismo instante el grito de un camello, sus oídos serán para él como ojos. Si no, habría podido decir: "Quizá sea una piedra que me cae en la cabeza." Pero, en realidad, se equivoca en los dos casos. Estas situaciones son cosa del que ha creado el temor. El sabio llama "inquietud" al temor pero su comprensión está pervertida. ¿Cómo experimentar inquietud sin conocer la verdad?

  Las mentiras derivan de la verdad. ¡Oh, mentiroso! No niegues la verdad! Cada hombre de Dios es el Noé del corazón o el marinero de Noé. Debes saber que la frecuentación del pueblo es peor que el huracán, pues, cuando está contigo, te hace perder el tiempo. Y si está lejos de ti, murmura de ti. Sus sueños se beben el jugo de tus ideas como un asno sediento. Te resecan. Un tallo fresco obedece a la dirección que quieres darle, pero eso es cosa difícil para una rama seca.

  Si los bosques se transformaran en lápices y el océano en tinta, este Matnawi nunca terminaría. Y si los bosques no bastasen, brotarían árboles en el fondo del mar. Más vale abandonar el océano e ir hacia las tierras. Es más agradable hablar de juguetes con un niño. Pues el niño se sumerge en el océano de la razón a través de sus juegos. Aunque éstos parecen disparatados, la razón del niño se desarrolla con ellos. A un niño que estuviese loco no le gustaría jugar. Se necesitan fragmentos para dar testimonio de la globalidad.

  

  DESPIERTO EN EL SUEÑO

   Duranté un viaje un judío, un musulmán y un cristiano se hicieron amigos. Igual que la razón se hace amiga del ego de Satanás, lo mismo un fiel puede hacerse amigo de dos extraviados. El cuervo, el búho y el halcón han caído en la misma jaula. Un Oriental y un Occidental que pasan la noche en un mismo lugar se hacen amigos. Pero cuando los barrotes de la jaula se rompen, cada ave vuela en diferente dirección.

  Al llegar estos tres compañeros al final de una etapa, alguien vino a traerles dulces y este presente alegró a nuestros tres solitarios. Las gentes de la ciudad son sabios refinados en su comportamiento. Pero el campesino es un maestro de generosidad.

  Aquel día, el judío y el cristiano no tenían hambre, mientras que el musulmán había ayunado. Era para él la hora de romper el ayuno y era grande su apetito. Pero los otros dos le dijeron:

  "Dejemos esto aquí. ¡Los comeremos mañana! .

  -¡Comámoslos esta noche! replicó el musulmán. ¿Por qué esperar a mañana?

  -¿Tienes acaso intención de comerlos tú solo? preguntaron los otros.

  -Somos tres, dijo el musulmán. Dividamos estos dulces en tres partes iguales y que cada uno se tome su parte como quiera.

  -¡El que divide merece el infierno! Tú eres patrimonio de Dios y todas las partes de los dulces le pertenecen. ¿Cómo te atreverías a hacer ese reparto?"

  El musulmán se resignó y dijo:

  "¡Oh, amigos! ¡Sea según vuestros deseos!"

  Y fueron a acostarse. Por la mañana, cada uno se puso a rezar según su religión. Después de la oración, uno de ellos propuso que cada uno contase su sueño de la noche. Y que el que hubiese tenido el sueño más hermoso, recibiese la parte de dulces del que hubiese tenido el sueño menos hermoso...

  El judío contó su sueño:

  "En mi camino me crucé con Moisés. Lo seguí a la montaña de Sinaí. Allá arriba nos rodeó la luz. Después, vi que, por voluntad divina, la montaña se dividía en tres partes. Un trozo de la montaña cayó al mar. Y el agua del mar se volvió dulce al instante. Otro pedazo cayó en la tierra y brotaron arroyos como remedios para los afligidos. El trozo tercero voló hacia la Kaaba para convertirse en la montaña de Arafat. Cuando hubo pasado mi asombro, comprobé que la montaña del Sinaí seguía estando en su sitio, pero que su suelo como hielo, se fundía bajo los pies de Moisés. Se fundió hasta tal punto que acabó por allanarse. Cuando este nuevo motivo de asombro se agotó para mí, vi de nuevo a Moisés y el Sinaí en su sitio. Divisé a una multitud en el desierto que rodea la montaña. Cada uno llevaba una caña y un manto y todos se dirigían hacia la montaña. Elevaron las manos para la oración y desearon ver el rostro de Dios. Cuando hubo pasado mi extrañeza, vi que cada uno de aquellos

hombres era un profeta de Dios. Vi también ángeles magníficos. Sus cuerpos estaban hechos de nieve inmaculada. Más lejos, vi a otro grupo de ángeles pero, esta vez, hechos de fuego..."

  El judío siguió así contando su sueño.

  ¡Oh, tú! ¿Tienes certidumbre en lo que a ti se refiere? ¿O en lo referente a tu existencia? ¿Cómo te permites burlarte así del prójimo? ¿Quién sabe quién tendrá la suerte de morir como un musulmán?

  A su vez, el cristiano contó su sueño:

  "Fue el Mesías quien se me apareció. Con él, subí tan alto como el sol. Era extraño. No puedo comparar lo que he visto con las cosas de este mundo y no puedo, pues, contaros este sueño."

  El musulmán dijo entonces:

  "¡Oh, amigos míos! Mi sultán Mustafá se me apareció. Me dijo: "Uno de tus amigos se ha ido al Sinaí. Allí se pasea con la palabra de Dios, colmado de amor y de luz. Jesús se ha llevado a tu otro amigo al cielo. ¡Levántate! ¡Al menos, aprovecha los dulces! Tus amigos han sido favorecidos. Aprovechan la compañía de los ángeles y del conocimiento. ¡Pobre idiota! ¡No pierdas el tiempo! ¡Cómete los dulces!""

  A estas palabras, el judío y el cristiano exclamaron:

  "¿Te has tomado realmente todos los dulces?

  -¿Cómo habría podido desobedecer una orden del profeta? Tú, que eres judío, ¿no harías lo mismo con una orden procedente de Moisés? Y tú, que eres cristiano, ¿te atreverías a desobedecer a Jesús?"

  Los otros dos le dijeron:

  "Ciertamente, tu sueño es más justo que el nuestro. Tu sueño consiste en estar despierto en tu sueño. ¡Qué hermoso sueño!"

  Deja a un lado las pretensiones referentes al conocimiento y al misticismo. La cosa más hermosa es comportarse con respeto y servir al prójimo.

 

   EDADES

   Un carnero, un camello y una vaca encontraron en su camino una gavilla de paja. El carnero dijo:

  "Si dividimos esta gavilla en tres partes, ninguno de nosotros quedará satisfecho. Es preferible que el de más edad de nosotros tres la aproveche él solo. Porque nuestro deber es respetar a los ancianos."

  El carnero propuso que cada uno dijese su edad y empezó por él mismo:

  "Yo estaba en el mismo prado que el carnero sacrificado por Abraham. "

  La vaca dijo entonces:

  "Yo estaba junto a Adán cuando él labraba. Pues yo era la hembra de su toro."

  A estas palabras, el camello se apoderó de la gavilla de paja y se puso a comérsela:

  "De nada sirve deciros mi edad. Pues, como todo el mundo sabe, mi estatura es la prueba de mi antigüedad. Así, los cielos son más antiguos que la tierra."

  

  LOGICA

   Un día el sultán fue a la mezquita. Sus guardas le abrían paso golpeando a la multitud con bastones. Golpeaban a la gente en la cabeza y desgarraban sus camisas. Un hombre no pudo escapar a tiempo y recibió así una decena de bastonazos. Se dirigió entonces al sultán:

  "¡No te ocupes de las torturas ocultas! Mira mejor las torturas aparentes. Mira lo que haces para ir a la mezquita, es decir para llevar a cabo una buena acción. ¿Quién puede decir de qué serías capaz el día en que decidieses cometer una mala acción?"

  

  LOS PREGONEROS

   Seyid era el sultán de la ciudad de Tirmiz. Y Delkak era su bufón. Un día, el sultán tuvo que tratar. un asunto urgente en Samarkanda, que estaba muy lejos. Se puso, pues, a buscar un mensajero y envió a sus pregoneros por las calles para difundir este mensaje:

  "¡Colmaré con mis favores al que consiga traerme noticias de Samarcanda de aquí a cinco días!"

  Cuando oyó a los pregoneros, Delkak montó enseguida a caballo para ir a Tirmiz. Condujo su caballo a tal velocidad que éste estuvo a punto de perecer. Apenas llegado a la ciudad, Delkak, sin arreglarse siquiera, pidió audiencia ante el sultán.

  Toda la corte se sobresaltó, igual que los ciudadanos. Todos se decían:

  "¿Qué catástrofe habrá sobrevenido?"

  Algunos pensaban que el enemigo estaba a la vista. La multitud se reunió ante el palacio y toda la ciudad se sobresaltó. Todos temblaban por temor a una calamidad.

  El sultán permitió a Delkak presentarse ante él. Y Delkak besó el suelo ante el sultán, que le preguntó:

  "¿Qué pasa, Delkak?

  -¡Oh, sultán! dijo Delkak. Te pido perdón pero déjame un instante recobrar mi aliento!"

  La inquietud del sultán no hizo sino aumentar. Nunca había visto a Delkak en tal estado. Era normalmente el más alegre de sus íntimos. Cuando hablaba, todos reían tan fuerte que él sudaba. La gente se revolcaba por el suelo. Mientras que, ahora, su rostro era grave y su dedo estaba puesto sobre su boca. El sultán de Tirmiz le dijo:

  "Dime enseguida lo que sucede. ¿Quién te ha puesto en tan exagerada inquietud?"

  Delkak respondió:

  "Estaba yo hace poco en la ciudad y he oído a tus pregoneros que difundían tus órdenes relativas al viaje a Samarkanda. Decían que colmarías de favores al que lo consiguiese. Por eso es por lo que he venido, para decirte que yo no tengo fuerza suficiente para llevar a cabo un viaje semejante, de modo que no esperes que te haga tal servicio.

  -¡Maldito seas! dijo el sultán, ¡has revolucionado a toda la ciudad!"

  En ese instante, intervino el visir:

  "¡Oh sultán! Si lo permites diré esto: Está fuera de toda duda que Delkak ha venido de su pueblo por una razón muy distinta. Acaba de cambiar de opinión hace un instante. Pretende disfrazar sus palabras y ésa es la razón de sus bromas. Del mismo modo que hay que romper las nueces para obtener su aceite, igual pienso yo que hay que forzarlo a decir lo que tiene en su corazón. Mira cómo tiembla y ve el color de su rostro."

  Delkak imploró piedad al sultán, pero éste ordenó que lo encerrasen en prisión diciendo a sus guardias:

  "¡Golpead su vientre como si fuera un tambor! Pues sólo golpeando el tambor puede saberse si la caja está llena o vacía."

  Muchos hombres se llaman maestros, pero no tienen más discípulo que ellos mismos. El recién casado está sobresaltado, pero la esposa nada sospecha.

  

  EL RATON Y LA RANA

   Un ratón que se paseaba a lo largo de un arroyo se hizo amigo de una rana. Se reunían ambos, todos los días, a una hora fija, en el lugar de su primer encuentro con el fin de contarse historias y divertirse.

  Un día, el ratón dijo a la rana:

  "¡Oh, tú, el más noble de los animales! Desde hace mucho tiempo, deseo confiarte un secreto. Vienes del agua y a ella vuelves. Y yo, cuando te llamo desde la orilla del arroyo, no obtengo respuesta porque tú no me oyes. Mi corazón no se satisface con nuestros encuentros diarios. Me siento extraviado cuando no veo tu rostro. Para mí, eres la luz del día y la paz de la noche. Mi corazón desea estar contigo en todo instante. Pero tú ignoras todo de mi estado. ¡Oh, hermana mía! Yo vengo de la tierra y tú vienes del agua. Me es imposible sumergirme en el agua. Es preciso que encontremos un medio para que te lleguen mis llamadas."

  Y propuso esta solución:

  "Vamos a tomar un hilo muy largo y cada uno de nosotros atará una de sus patas a uno de sus extremos. Así, cuando quiera verte, me bastará con tirar del hilo."

  Esta solución no gustó mucho a la rana y se negó.

  Si la rana del alma está atada al ratón del cuerpo, es importunada sin cesar por este último, que tira del hilo.

  El ratón insistió tanto que la rana acabó por ceder. Se ataron, pues, por medio de un largo hilo y, cada vez que el ratón tiraba de él, la rana subía del fondo del agua para conversar con su amigo.   Ahora bien, un día, un enorme cuervo atrapó al ratón y alzó el vuelo. Arrastró al ratón y a la rana tras él, el ratón en su pico y la rana al extremo del hilo. La gente que vio este espectáculo dijo:

  "¡Qué cosa tan asombrosa! Una rana, criatura acuática, cazada por un cuervo!"

  La rana, por su parte, se decía:

  "¡Quien se hace amigo de una criatura que no es de su clase merece ciertamente el castigo que yo sufro!

  

  EL RICO Y EL DERVICHE

   Un día, un hombre rico y generoso preguntó a un derviche:

  "¡Oh, sufí! dime: ¿prefieres que te dé enseguida una moneda de oro o que te dé tres, pero mañana?"

  El derviche respondió:

  "¡Si me hubieses dado ayer media moneda de oro, habría quedado más satisfecho que con una moneda de oro hoy o con cien monedas mañana!"

  Una bofetada dada al instante vale más que un favor esperado. He aquí mi cuello: ¡Dame una bofetada si quieres, pero hazlo enseguida!

  

  TALENTOS

   Un día, el sultán Mahmud, que iba por las calles disfrazado, se cruzó con un grupo de ladrones. Ellos le preguntaron:

  "¿Y tú quién eres?"

  El sultán respondió:

  "¡Soy uno de vuestros colegas!"

  Entonces, uno de los ladrones propuso que cada uno de ellos explicase a los demás qué talento particular poseía para ejercer su arte. El empezó:

  "¡Oh, amigos míos! Yo poseo un don rarísimo. Son mis oídos. Hasta el punto de que, cuando un perro ladra, consigo entender lo que quiere decir.

  -¿Y eso para qué sirve?" preguntaron los demás.

  Un segundo ladrón siguió:

  "¡Oh, amigos míos! Yo poseo una mirada penetrante. Si veo a alguien, aunque sea en plena noche, lo reconoceré sin vacilar al día siguiente en pleno día."

  Otro:

  "En mi caso, son mis brazos y mis manos los que me hacen superior, pues son realmente musculosos!"

  Otro:

  "En lo que a mí se refiere, estoy dotado de un olfato muy sutil, Todos los secretos de la tierra se manifiestan a mi nariz. Todo lo que se oculta bajo tierra, oro, plata o piedras preciosas, lo huelo. Puedo descubrir así una mina de oro."

  Otro más:

  "Yo soy diestro con mis manos y un verdadero maestro en el arte de lanzar el lazo."

  Finalmente, todos se volvieron al sultán y le dijeron:

  "¿Y tú, amigo? ¿Cuál es tu talento?"

  El sultán respondió:

  "Yo estoy dotado por mi barba. Moviéndola, puedo evitar los castigos. Si un verdugo se dispone a castigar a un culpable, no tengo más que mover mi barba y, al instante, se desvanecen el miedo y la muerte. "

  A estas palabras, los ladrones exclamaron:

  "¡Desde luego, eres el amo de todos nosotros! Pues día vendrá en que recurriremos a tus servicios."

  Después se dirigieron juntos hacia el palacio del sultán. De repente se puso a ladrar un perro. El especialista del oído dijo entonces:

  "Ese perro nos advierte de que el sultán está entre nosotros."

  El especialista del olfato husmeó el suelo y dijo:

  "¡Esta es la vivienda de una viuda!"

  El lanzador de lazo lanzó el suyo sobre el caballete de un muro. Todos treparon tras él. El que sabía oler dijo entonces:

  "¡Aquí es donde está escondido el tesoro del sultán!"

  El ladrón de los brazos atléticos derribó el muro que encerraba el tesoro y, así, cada uno de los ladrones pudo servirse. Había tejidos ricamente decorados, monedas de oro, joyas...

  Al amanecer, el sultán dejó a sus compañeros, teniendo cuidado de memorizar sus rostros, así como el emplazamiento de su guarida. Después, envió a sus soldados para detenerlos.

  Los ladrones fueron así conducidos ante el sultán, con las manos y los pies atados. Temblaban de miedo. El que sabía reconocer a la gente en la oscuridad dijo a los demás:

  "¡Ese hombre estaba con nosotros ayer noche! El es el especialista de la barba. ¡Dondequiera que estemos, el sultán sigue estando con nosotros y ese hombre es el verdadero sultán! Ha visto lo que hacíamos y oído nuestros secretos. ¡En nombre de todos nosotros, imploro su perdón!"

  Cada uno de nosotros posee algún talento. Pero muy a menudo esos talentos no hacen sino aumentar nuestros tormentos. A la hora del castigo, todos esos talentos son inútiles. Sólo se salva el que ha sabido reconocer al sultán en plena noche, pues el sultán no castiga al que lo ha visto.

  

  HISTORIA DE CABALLO

   Había un bey que poseía un caballo de rara belleza. Ni siquiera el sultán tenía uno tan hermoso en su cuadra. Un día, entre los jinetes del sultán, el bey montó en su caballo, y el sultán, HarezmSha observó el caballo. Viendo aquella gran belleza y aquella extraordinaria agilidad, el sultán se dijo:

  "¿Cómo es posible? Yo, que estoy colmado de bienes y de riquezas, que tengo millares de caballos en mis cuadras, estoy atónito. ¿Habrá en esto algo de magia?"

  Recitó unas plegarias, pero la atracción que su corazón sentía por el caballo no hacía sino aumentar. Comprendió entonces que aquello le sucedía por voluntad divina. Tras el paseo, desveló su secreto a sus visires y ordenó que le trajeran el animal lo más pronto posible.

  Nuestro bey quedó muy apenado por la situación. Pensó enseguida en recurrir a Imadulmulk, pues era un sabio respetado por el sultán. Aquel hombre tenía la naturaleza de un derviche y la apariencia de un emir. El bey, pues lo visitó y le dijo:

  "¡Poco me importa si pierdo todas mis riquezas! ¡Pero, si me quitan mi caballo, me moriré!"

  Imadulmulk se apiadó de él y se trasladó a la corte del sultán. Ocupó su lugar en la sala de audiencias sin decir nada. Después rezó a Dios desde el fondo de su corazón. Aparentemente escuchaba lo que decía el sultán, pero, en realidad, decía a Dios:

  "¡Oh, Dios mío! Compadécete de ese joven porque eres su único refugio. "

  El sultán admiraba su nuevo caballo. Dirigiéndose a Imadulmulk, dijo:

  "¡Oh, amigo mío! ¿No se diría que este animal viene directamente del paraíso?"

  Imadulmulk respondió:

  "¡Oh sultán! ¡Vuestro entusiasmo os hace tomar a Satanás por un ángel! Encontráis admirable ese animal, pero, si prestáis atención, pronto advertiréis sus defectos. ¡Por ejemplo, su cabeza, que se parece a la de un buey!"

  Estas palabras influyeron en el corazón del sultán. Es cierto que la palabrería del vendedor es útil para la buena marcha del comercio. Pero por cosas así fue por lo que vendieron a José por un precio vil.

  El entusiasmo es como la luna. Pasa por fases de plenitud y de vacío. Quien conoce los dos estados de la cosa, se inclina a la desconfianza. El sultán veía su caballo desde su lugar, pero el sabio se había situado a más distancia.

  Así, gracias a estas palabras, el entusiasmo del sultán se desvaneció. Las palabras son el chirriar de la puerta del secreto, pero es difícil saber si los chirridos proceden del abrir o del cerrar la puerta. Pues esta puerta es invisible, aunque se oigan sus chirridos.

  Resguarda tus ojos del espectáculo de los hombres viles. Pues los buitres te conducirán hacia los cadáveres.

  Pero la vista del sabio fue benéfica para el sultán y éste ordenó:

  "¡Devolved este caballo a su propietario para que yo no le cause daño!"

  

  LOS TRES HIJOS

   Dios había concedido tres hijos a un sultán, dotado cada uno de corazón y ojos alerta y que rivalizaban en más hermosura, valor y generosidad.

  Un día los tres hijos se presentaron ante su padre para pedirle permiso a fin de partir al descubrimiento del reino. Porque, para gobernar mejor el país, dijeron, conviene conocer cada una de sus ciudades y cada uno de sus castillos.

  Cuando besaban las manos del sultán para despedirse, este último les dirigió esta advertencia:

  "¡Id, hijos míos! Visitad cada lugar al que vuestro corazón os lleve. Confiad en Dios para este viaje. Pero desconfiad de dos fortalezas: Hushruba (que aleja la razón) es la primera de los dos. Toda persona que entra en ella ve encogerse sus vestidos hasta que le quedan demasiado estnechos. La segunda, Zatusuver (iluminado), es aún más peligrosa. ¡Pues sus torres, sus techumbres y sus muros están totalmente cubiertos de representaciones humanas!"

  Zuleija había adornado su habitación con pinturas para atraer la atención de José. Porque José no sentía interés por ella fue por lo que aquella habitación se había convertido en un lugar de fiesta.

  Cuando bebe agua, el sediento ve la verdad. Por el contrario, un imbécil que contempla el agua no ve más que su reflejo. ¡Un enamorado comprueba la belleza de Dios en la faz del sol, pero un imbécil encuentra emoción artística en el reflejo de la luna sobre el agua!

  "¡Oh, hijos míos! concluyó el sultán, ¡desconfiad de esa fortaleza recubierta de pinturas!"

  Es probable que los tres hijos ni siquiera habrían pensado en visitar esos lugares si su padre no les hubiese hecho aquella advertencia. Pues se trataba de una fortaleza completamente abandonada. Pero esta prohibición no hizo sino aumentar en su corazón el deseo que tenían de descubrir aquel lugar. Todo hombre desea hacer lo prohibido. Y mucha gente se ha descarriado por culpa de prohibiciones.

  Los tres príncipes tranquilizaron a su padre, pero omitieron decir: "Insh'Alá". Después tomaron la dirección de aquella fortaleza.

  La fortaleza de Zatusuver tenía cinco grandes poternas y encerraba millares de pinturas. Su encanto cautivó a los tres hermanos.

  La apariencia es como una copa que contiene vino. Pero no está en el origen del vino.

  Entre estos miles de imágenes, estaba el retrato de una bellísima joven. Su vista hizo caer a nuestros tres jóvenes en un océano. Los hoyuelos de esta joven belleza traspasaron su corazón con sus flechas. Cada uno de ellos sintió el corazón como desgarrado y las lágrimas inundaron su cara. Recordaron el consejo de su padre y se dijeron:

  "¿A quién puede representar esta pintura?"

  Se pusieron a preguntar a todas las personas que encontraban en su camino. Después de largas búsquedas, encontraron a un anciano que les dijo que aquella pintura representaba a la hija del sultán de China.

  "Es una joven que nunca ve a nadie, ni hombre ni mujer. Pues su padre la oculta en su palacio tras unas cortinas. Es invisible como el alma. El sultán está tan celoso que ni siquiera soporta que se pronuncie su nombre. Ni los pájaros se atreven a acercarse al techo que protege a esta belleza. ¡Quien se enamore de ella será un hombre muy desdichado!"

  Los tres príncipes enamorados, perseguidos por el mismo sueño derramaron muchas lágrimas. La queja de su corazón hizo subir un humo como de incienso quemado. El mayor dijo entonces:

  "¡Oh, hermanos míos! Hasta hoy hemos pasado el tiempo dando consejos a los demás, diciéndoles: "No os rebeléis ante las dificultades. ¡Pues la paciencia es la clave de la alegría!" Y ahora, ¿dónde está esta paciencia? ¿Dónde está esta alegría? ¡Nos ha llegado el turno de ser probados!"

  Su amor los arrastró pronto a decidir partir de viaje al país de su amada. La posibilidad de verla estaba, desde luego, excluida, pero la sola idea de acercarse a ella les bastaba. Así, habiendo elegido abandonar a su madre, a su padre y su país, tomaron el camino de la amada desconocida.

  El hermano mayor dijo:

  "¡Oh hermanos míos! ¡La paciencia me abandona! Estoy cansado de la vida. Éstoy muerto de pena. ¡Cortadme la cabeza y que el amor me haga crecer otra! ¡Pues la espada no hace más que sacudir el polvo del enamorado!"...

 

   EBRIO

   Un día, en el curso de una reunión, el sultán abusó de la bebida. En su estado de embriaguez, divisó a un sabio que pasaba por allí. Dio orden a sus guardias de que se lo trajeran y lo invitasen a beber vino. Los guardias obedecieron inmediatamente, pero el sabio rechazó el vino que se le ofrecía, diciendo:

  "¡Ignoro lo que es el vino! Prefiero el veneno a esta bebida. Traedme, pues, veneno para que yo quede liberado de vos!"

  Entonces el sultán se volvió hacia uno de sus escanciadores y le dijo:

  "¿Y bien? ¡No te quedes plantado ahí! ¡Muéstrame cuáles son tus recursos y alegra a este hombre!"

  El escanciador golpeó entonces al sabio tres o cuatro veces y, con amenazas, logró hacerle beber la copa de vino. El sabio se embriagó inmediatamente y se abrió un jardín ante él. Se puso a bromear alegremente con los que lo rodeaban. Y cada una de sus alegrías le hacía descubrir otras.

  De pronto, una necesidad urgente lo obligó a abandonar la reunión y se dirigió apresuradamente hacia los aseos. En su camino, se cruzó con una de las sirvientas del sultán. Era la mujer más hermosa que hubiese visto nunca. Se quedó con la boca abierta y su cuerpo se puso a temblar. Había pasado toda su vida en castidad, pero, bajo el imperio de la bebida, intentó besar a aquella hermosa mujer. La sirvienta se puso a gritar e intentó en vano desembarazarse de él.

  En esos momentos de excitación, la mujer se vuelve como la pasta en la mano del panadero. Unas veces la amasa violentamente, otras está lleno de dulzura con ella. La anima.

  En resumen el sabio había olvidado, en su embriaguez, todo su ascetismo y su dignidad. El y la sirvienta se estremecían como aves recién degolladas. Ya no pensaban en el sultán, en su escanciador, en la fe ni en la piedad.

  No viendo regresar al sabio, el sultán se impacientó. Partió, pues, en busca suya y se quedó pendiente de la tempestad de la que eran escenario los aseos. Se encolerizó de tal modo que se hubiera dicho que salían centellas de su boca. Al verlo el sabio en aquel estado, palideció como un hombre que acaba de absorber un veneno.

  Advirtiendo al escanciador al lado del sultán, le dijo:

  "¿Y bien? ¡No te quedes plantado ahí! ¡Muéstrame cuáles son tus recursos y alegra a este hombre!"

  Estas palabras hicieron reír al sultán y declaró:

  "Tú me has ofrecido la alegría. Pues bien, yo te ofrezco la vida!"

  

  FORTUNA

   Un hombre había heredado una importante fortuna. Pero la dilapidó rápidamente para encontrarse de nuevo en una extremada penuria. Pues la fortuna es cambiante para los herederos.

  Se paseaba como un buitre entre las ruinas, sin recursos, sin vivienda. Dirigió un día esta oración a Dios:

  "¡Oh, Señor! ¡Los bienes con los que me habías colmado se han agotado rápidamente! ¡Renueva tus favores para mí o toma mi vida!"

  Porque el profeta ha dicho:

  "¡El fiel es como la caña! Su canto es más fuerte cuando está vacía en su interior."

  Así, nuestro heredero pasaba los días en oración, con el rostro lleno de lágrimas.

  ¿Pero existe alguien que haya llamado a la puerta de la misericordia sin recibir nada? El heredero arruinado oyó, pues, en su sueño, una voz que le decía:

  "¡Deja Bagdad y trasládate a Egipto! Atenderemos a tus necesidades allí y te harás rico. ¡Pues tus lágrimas y tus plegarias han sido aceptadas!"

  Aquella misma voz le describió con precisión una ciudad, un barrio de aquella ciudad y un lugar de aquel barrio. Dijo además:

  "Ve allí y encontrarás un tesoro hecho de cosas preciosas."

  Esperanzado, el heredero se trasladó, pues, a Egipto. Llegó en un estado de gran agotamiento, al no haber comido nada desde varios días antes. Se le ocurrió la idea de mendigar, pero se lo impidió la vergüenza. Sin embargo, al cabo de un rato, su paciencia lo abandonó y decidió pedir limosna, una vez caída la noche, para que la oscuridad cubriese su vergüenza. Se dijo:

  ¦¦Voy a gritar el nombre de Dios y quizá la gente me dé algo de comer. "

  Pasó un tercio de la noche mientras que aún dudaba, preguntándose:

  "¿Debo dormir con el vientre vacío o mendigar?"

  Pero, de pronto, fue capturado por un guarda que hacía la ronda de noche y éste se puso a golpearlo con un bastón. Porque sucedía que, en aquella época, la población estaba exasperada por las fechorías de los ladrones nocturnos y el sultán había dado a los guardas unas severas consignas:

  "¡No os dejéis engañar por sus mentiras y no tengáis piedad de ellos! Si encontráis a un hombre en la calle en plena noche, cortadle la mano, aunque se trate de un familiar vuestro!"

  El heredero imploró piedad y pidió ser escuchado para que pudiese contar su historia. Cuando lo hubo apaleado a conciencia, le dijo el guarda:

  "¡Adelante! Te escucho. ¿Qué haces a estas horas en la calle? Eres extranjero. ¿Cuáles son tus intenciones? ¿Sabes que el sultán nos ha recomendado no tener piedad con ladrones como tú?"

  El heredero juró por todo lo más sagrado:

  "Yo no soy un ladrón ni amigo de los ladrones. Sólo soy un pobre solitario que viene de Bagdad."

  Y contó todo: su historia, su sueño y su esperanza de encontrar un tesoro. Y de sus ojos brotó un río de lágrimas. El guarda se conmovió ante sus palabras y le dijo:

  "No pareces un ladrón. Seguramente eres un hombre honrado, pero realmente eres demasiado estúpido. ¡Has hecho todo ese camino a causa de un sueño! Algo es seguro: no tienes la menor pizca de inteligencia. Me ha sucedido centenares de veces tener sueños semejantes. Una voz me decía: "Ve a Bagdad. Ve a tal barrio, a tal lugar y encontrarás allí un tesoro" Pero no por eso me he desplazado. "

  Describió al heredero el lugar que le indicaba la voz de sus sueños y el heredero reconoció en su descripción el lugar exacto en que vivía él. Entonces exclamó:

  "¡El lugar del tesoro era el lugar mismo en el que yo vivía! ¿Por qué he soportado todos estos tormentos?"

  Después, dio gracias a Dios y se dijo:

  "Todas mis penas y mis tormentos me han conducido hacia el tesoro que estaba en mi casa. ¿Qué importa que me tomen por un sabio o por un idiota? ¡He encontrado el tesoro!"

 

  EL IDIOTA

  Un idiota dijo un día a un pobre que pasaba:

  "¡En esta ciudad nadie te conoce!"

  El pobre respondió:

  "¿Qué puede importar que los ciudadanos no me conozcan? Me basta con conocerme yo mismo. Si se produjese lo contrario, mi sufrimiento sería mucho peor. ¡Soy un idiota, pero un idiota lleno de suerte y mi suerte socorre a mi inteligencia!"

 

  EL JUEZ EN EL BAUL

  Había un hombre llamado Yuha que era muy pobre. Un día, cansado de su penuria, dijo a su mujer, que era muy hermosa:

  "Tus cejas son como un arco y tus hoyuelos como flechas. Es preciso que vayas a cazar. Ceba al pájaro con grano, pero no lo dejes apoderarse de él. Se te ha dado tu belleza con el fin de que la utilices para cazar."

  La mujer fue directamente a casa del juez y se quejó a él de su marido y de sus proposiciones. El juez, al ver aquella bella demandante, tronó:

  "¡Hay demasiado ruido aquí! ¡Que despejen la sala!"

  Cuando se encontró solo con ella, dijo a la mujer:

  "¡Oh, mujer! Más vale que vengas a mi casa, en un momento propicio. Podrás así explicarme cómodamente las torturas a que te somete tu marido."

  La mujer dijo entonces:

  "¡Oh, noble juez! Vuestra casa es un lugar demasiado frecuentado. En mi casa hay mucha más tranquilidad. Venid mejor a visitar a vuestra servidora en su casa. Mi marido se ha ido al pueblo. Si os es posible, venid ya de noche y así evitaremos a los curiosos. "

  Por la noche, el juez fue a la casa de Yuha. Este había preparado una mesa con velas, platos variados y bebidas. Pero, apenas hubo el juez penetrado en la casa, se oyeron unos golpes en la puerta. El juez buscó un lugar para esconderse y sólo encontró un viejo baúl en el que se encerró. Yuha entró y dijo a su mujer:

  "Nunca he dejado de satisfacer la menor petición tuya. ¡Por ti he sacrificado todo! ¡Y tú sigues quejándote de mí! ¡Cuando pienso que he dilapidado todos mis bienes por ti! ¡Mira! Sólo me queda este viejo baúl. ¡Sospechas que oculto en él oro y plata, pero está vacío! Mañana, lo llevaré al mercado. ¡Lo romperé ante todo el mundo y lo quemaré!"

  La mujer intentó razonar, pero Yuha se mostró inflexible. Por la mañana hizo venir a un mozo que tomó el baúl para llevarlo al mercado. Durante el trayecto, el mozo oyó una voz que parecía salir del baúl y que decía:

  "¡Oh, mozo! ¡Mozo!"

  El mozo se dijo:

  "¿De dónde puede venir esta voz? ¡Sin duda son los genios los que así me llaman!"

  Pero, como la voz insistía, el mozo acabó por comprender que había alguien en el interior. Y el juez, desde el interior del baúl, le dijo:

  "Ve al tribunal. Busca en él a mi suplente y dile en qué situación estoy. Dile que venga a comprar este baúl. ¡Que lo haga llegar a mi casa sin abrirlo!"

  Tan pronto como fue avisado, el suplente fue al mercado y preguntó a Yuha:

  "¿Cuánto vale este baúl?"

  Yuha respondió:

  "¡He tenido una oferta de novecientas monedas de oro, pero yo pido mil!"

  El suplente del juez replicó:

  "¿No te da vergüenza pedir ese precio? ¡El valor de este baúl es demasiado evidente!"

  Yuha le dijo:

  "¿Cómo puedes decir semejante cosa si ni siquiera lo has visto?

  ¡Espera! Voy a abrirlo y así lo veréis. Y si estimas que no vale la pena, ¡no lo compres!

  -¡No! ¡No! dijo el suplente ¡quiero comprarlo cerrado!"

  El suplente, por fin, tuvo que pagar muchas monedas de oro para conseguir el baúl.

  Un año más tarde, Yuha pidió a su mujer que emplease de nuevo la estratagema:

  "¡Ve a casa del juez y quéjate de mí y de nuestra pobreza!"

  Su mujer fue pues a casa del juez, acompañada de algunas otras mujeres, pues ella había pedido a una de ellas que contase su historia en su lugar, para que el juez no reconociese su voz.

  Es verdad que las cejas y los hoyuelos de una mujer pueden ser otros tantos arcos y flechas. Pero, sin el socorro de la voz, estas armas no alcanzan la pieza de caza. Y el juez dijo a la mujer:

  "Tráeme a tu marido si quieres que resuelva tu problema."

  Yuha fue pues, al tribunal. El juez no lo reconoció puesto que se encontraba en un baúl la única vez en que habían coincidido. En cambio, conocía su voz por haberlo oído regatear con su suplente. Le dijo:

  "¿Por qué maltratas así a tu mujer?"

  Yuha respondió:

  "¡Que mi alma y mi cabeza sean sacrificadas ante la ley! ¡Si muriese en este instante, ni siquiera me quedaría con qué pagar un sudario! Además, ¡pierdo cada vez que juego a los dados!"

  Al oír esta voz el juez la reconoció inmediatamente y le dijo:

  "¡Ah, el juego de dados! ¡Ya has jugado una vez conmigo a eso! Ya no es mi turno. ¡Ve a jugar con algún otro!"

 

  ALIENTO, PACIENCIA, SILENCIO

  Antes de morir, un hombre reunió a sus tres hijos y les dijo:

  "Que el más sabio de vosotros herede todos mis bienes, oro o plata."

  Después de haber pronunciado estas palabras en presencia de sus hijos y del juez, bebió la pócima de la muerte. Los tres hijos se volvieron entonces hacia el juez y le dijeron:

  "¡Somos tres huérfanos dispuestos a respetar las últimas voluntades de su padre!"

  El juez reflexionó un instante y dijo:

  "¡Que cada uno de vosotros me cuente una historia para que yo pueda juzgar sobre su madurez. O, si no, decidme qué virtud particular tenéis."

  El primero dijo:

  "¡Yo conozco a un hombre tan pronto como habla y, si se calla, me bastan tres días para formar juicio sobre él!"

  El segundo dijo:

  "Si alguien me habla, comprendo lo que dice y si no habla, ¡lo obligo a hacerlo!

  -Sí, dijo el juez, pero ¿y si es testarudo y se obstina en callar?"

  El tercer hijo dijo entonces:

  "Yo observo mi aliento y permanezco silencioso. ¡Utilizo la paciencia como una escala para subir a la cima de la dicha!"

 

Fin  de los 150 cuentos sufies.