Leyendas de Kamakura
LA CAMPANA DE ENGAKU-JI
A finales del siglo XIII,
Sadatoki, el hijo del regente Tokimune, era el abad del templo zen de Engaku-ji,
al norte de Kamakura, y deseaba en gran manera una espléndida campana, acorde
con el rango del templo.
Acompañado de un cortejo ceremonial, se dirigió al santuario de la diosa Benten,
en la cercana isla de Enoshima, y pidió con gran fervor que le concediera ese
deseo.
Al parecer, la divinidad acogió su ruego con benevolencia ya que pocos días
después Sadatoki tuvo un sueño: en el fondo del profundo estanque en la parte
posterior del templo estaba oculta una gran cantidad de metales, con los que se
podía construir una gran campana.
Con las primeras luces del alba, el abad dio instrucciones a los monjes para que
buscasen en el estanque y, efectivamente, allí apareció una formidable cantidad
de bronce con la que forjaron una espléndida campana, que fue la mayor de
Kamakura en los siglos venideros.
Desde el principio, la existencia de esta campana estuvo acompañada de hechos
milagrosos. En cierta ocasión que sufrió un desperfecto, en las calles de
Kamakura apareció un monje, de gran estatura y voz imponente, exhortando a que
los ciudadanos hiciesen donaciones para la reparación. El carisma del monje era
tal que los creyentes prodigaron los donativos. Cierta noche, el monje
desapareció sin que nadie supiese de quien se trataba, depositando el generoso
fruto de su colecta ante el altar principal de Engaku-ji.
Según las antiguas crónicas, la campana tocaba sin que nadie estuviera en las
inmediaciones y protagonizaba tales milagros que, contados de boca en boca,
propagaron su fama hasta lugares lejanos.
Este fue el caso con un joven que vivía en el vecindario, llamado Ono, que murió
en la flor de la vida de una enfermedad repentina. Cuando llegó a presencia de
Enma, el juez de los espíritus consideró que su llegada era prematura en exceso
y le dio autorización para volver al mundo de los vivos. Sin embargo, Ono
replicó que no conocía el camino de regreso desde las sombras de la muerte.
Entonces Enma le dijo que se dejara guiar por las campanadas de Engaku-ji. Y así
el hombre regresó sin percances, pregonando el milagro a los cuatro vientos y
profesando desde entonces una gran devoción por la campana.