Leyendas de kamakura

 

La derrota del samurai



A mediados de la era Edo [1] , un samurai de la capital fue a pasar unos días a Kamakura para disfrutar del aire marino, instalándose en una de las mejores posadas.

Después de tomar un buen baño, el samurai estaba de lo más relajado tomando el fresco nocturno en la galería abierta al jardín, cuando se acercó un sapo muy grande.

Sería su imaginación, pero le pareció que el sapo lo miraba mal, con sus enormes ojos fijos en él. Pensó que, como samurai de Edo, no podía dejarse ganar, de modo que clavó sus ojos en el animalito con la expresión más malintencionada que consiguió.

Como el sapo no parecía dispuesto a ceder, el sa¬murai optó por mantener sin tregua una expresión terrible. Mientras tanto, el sapo empezó a echar una espuma blanca por la boca y, adoptando la actitud de vencido, se postró en los tablones de madera de la galería.

— Bicho infeliz, ¿creías que podías derrotar a un samurai de Edo? — rugió el hombre contento, prorrum¬piendo en tremendas risotadas.

Justo en ese momento llegó la sirvienta con la bandeja de la cena, bien provista de arroz blanco, sopa de miso [2] y los más frescos frutos de mar.

El samurai devoró con placer esos manjares, mucho más apetitosos que la comida de la capital, e incluso vació una buena jarra de sake. Con las mejillas encendidas por la buena comida y bebida, salió a tomar el fresco a la galería, y se dio cuenta de que el sapo había desaparecido, aunque en el lugar donde se postró había un círculo de espuma de un palmo de diámetro.

Curioso, el samurai atisbo en el interior, pensando que quizá el sapo se encontrara allí escondido. Entonces se comenzó a formar una luz azulada que pronto tomó intensidad y salió disparada en forma de un fuego fatuo, po¬niéndose a girar alrededor de su cabeza.

El hombre tuvo una tremenda sorpresa y trataba de escapar del fuego fatuo cuando emergió otro, y otro más, y los tres giraron a velocidad vertiginosa brillando en tres espléndidos colores.

Palideciendo de repente, el samurai saltó de la galería al jardín y salió corriendo, dejando atrás sus dos espadas, mientras que unas risotadas resonaban a sus espal¬das.

Apenas se había apagado el sonido de la carrera del samurai perdiéndose en la noche, los fuegos fatuos desaparecieron en el cementerio del templo Shogen-ji, a poca distancia de la parte trasera de la posada.

[1] Edo fue capital de Japón desde 1600. Con la restauración Meiji, en 1868, tomó el nombre de Tokio.
[2] Pasta de soja fermentada.