LA ESPECTRO DEL BARQUERO CRUZA EL MAR PROHIBIDO

 

La noche era tenebrosa. La Luna no estaba en el cielo. El barquero dejó su lecho, en el calor de la cabaña junto a la ribera del mar, y se acercó a su barca. Estaba decidido: tenía que cruzar el mar prohibido si quería obtener la felicidad y la paz. En realidad, aquel mar de oscuras aguas cenagosas, en el que las tempestades surgían de sus entrañas amarillentas o rojizas a causa de la multitud de vísceras humanas atormentadas que guardaba en su seno, no era más que la división natural de las dos tierras: la del Más allá y la del Más Acá. Los hombres, o sus espectros, debían cruzar el tenebroso piélago para alcanzar la otra tierra que se ofrecía abierta como una granada madura cuando en ésta nada tenían que hacer ya.

El barquero, de duros e inquietantes rasgos físicos en los cuales faltaba el color y la luz, determinó salvar la inmensidad acuosa lóbrega y tétrica porque en aquél, su país, ya nadie le consideraba, aunque algunos aún le querían, otros le odiaban y otros le deseaban olvidar.

Pero sabía el barquero que aquel viaje muchos hombres lo emprendieron y la mayoría de ellos quedaron atrapados en la multitud de trampas que se alzaban en su camino y tragados irremisiblemente en sus aguas, por sus remolinos penetrantes, por las gigantescas olas que se levantaban, por los espíritus del mal que vivían en el fondo del mar, que obraban todos bajo las órdenes del propio dios Shet, que luego se cebaba con sus víctimas, despedazándolas y extendiendo sus vísceras y su sangre sobre la superficie de las aguas para aterrorizar más aún al osado que se prestaba a cruzar el piélago prohibido.

También sabía el barquero que para alcanzar la otra orilla había de poseer una harca muy bien equipada, sin que la falta de uno solo de los instrumentos de la misma hiciera perderle el equilibrio y se precipitara en las oscuras aguas sin fondo. Sabía también que había que contar, para iniciar aquella aventura, con el guía de las dos Tierras llamado Andebú, para que le indicara el camino adecuado y seguro que debía seguir para llegar a buen término, y con el timonel Kab, para que con su fuerza mágica abriese la ruta al Disco Solar, que planea por encima de los Demonios Rojos...

El espectral barquero también sabía que, antes de emprender su último viaje con dudoso éxito en su coronación, debía recabar la ayuda de los espíritus, suplicarles en nombre del padre de todos los dioses su protección...

El barquero se arrodilló junto a la barca, sobre la arena gruesa y negra que se perdía dentro del mar y, tratando de buscar con sus ojos, escondidos en lo profundo de sus cuencas y orlados por el morado gélido de unas ojeras que alcanzaban sus pómulos, una hebra de luz en el cielo tormentoso que tapaba el mar, como no la hallara, rezó con la confianza de que los espíritus y el propio dios de dioses le escuchase:

“¡Vosotros que navegáis sobre las impuras vértebras de la espalda de Apopi, oh espíritus! ¡Ojalá yo también pueda navegar en mi barca, en paz, en paz, enrollando y desenrollando su cordaje! ¡Venid pues! ¡Apresuraos! ¡Pues aquí llego para ver a mi padre, Osiris! ¡Ah vosotros, dueños del vestido de Ansi  ¡Mirad! ¡Alegremente tomo posesión de él!

¡Oh vosotros, señores de las tempestades ... !”

Dicha esta oración, el barquero se puso en pie y como estaba, lleno de la grosera arena negra que casi lo cubría, se situó junto a la popa del bote y lo empujó con fuerza hacia lo negrura de lo desconocido.

Bajo las velas fantasmagóricas de la barca de aguda quilla que rompía sin ton ni son las invisibles aguas del misterioso y prohibido piélago, el barquero asentaba su mole pesada y maloliente junto  a los rollos de cuerdas embreadas, los mazos de madera, el ancla oxidada...

... Estaba tranquilo y sosegado porque sabía que, aunque no se vieran, su barca y él mismo eran conducidos por el guía de las dos Tierras y gobernado su timón por la fuerte y mágica mano de Keb. Quería dormir pero no se le permitía, porque abandonó su tierra, ya no pertenecía a ella y los espíritus que imperaban en la latitud en la que navegaba no sabían lo que era el sueño y por tanto allí no existía.

En su fúnebre navegar por el mar prohibido el bote surcaba las espesas olas que se encrespaban y rompían sin formar espuma. Parecía que tenía que zozobrar pero, pese a que la borda de babor se inclinaba hasta casi penetrar en las aguas, de nuevo se elevaba enhiesta y surgía entre los enormes senos que aparecían entre dos formaciones de ondas sucesivas de agua salvando sus embates. Sabía el barquero que su timón era excelentemente gobernado por una mano enérgica y mágica y que un espíritu superior guiaba la barca con certera seguridad hacia buen puerto.

El espectro de¡ barquero, a pesar de ello, desafiaba a los elementos que le eran hostiles en aquellas tenebrosidades, gritos desgarradores de ánimas en pena, insultos y blasfemias de seres invisibles atormentados, torturados quizá por verdugos y sayones que les martirizaban en la profundidad fosforescente, verdosa, del oleoso líquido, légamo putrescible por el que había que navegar.

El espectro, asustado, harto, casi dispuesto a abandonar su viaje, se difuminaba, como un hilo de humo blancuzco, junto al palo mayor. Su hediondez se mezclaba con el olor de la brea rancia con que calafateara su bote, con el del maloliente humus que hedía a metano y detritus humano que flotaba a su alrededor, Y, de repente, al descender en su camino por la ladera de una enorme ola espesa de quince metros, las llamaradas de fuego que alcanzaron el cielo amarillo y negro le cortaron de cuajo el viaje. La barca enfiló su proa directa a las profundidades, ante la muralla ígnea.

El barquero admitió dócilmente y con resignación que iba a ser despedazado por los demonios rojos que anidaban en aquellos odiosos parajes y que pronto sus vísceras comenzarían a pudrirse en el arrecife hecho con los huesos, los cráneos de los desaparecidos, los que fracasaron en su insólito, pero sin embargo obligado, viaje.

Una imprecación desesperada se escuchó bajo las velas. Pero la voz del espectro era débil, no ofendía a nadie y sus rebeldes deseos no podían nacer de un cuerpo que no era nada, barro moldeado que ya perdía la forma, quizá humo agrio, resentido, que emergía de una lámpara de aceite.

Tal vez fue Andebú o cualquier otro espíritu, que deseaba que no se dejara vencer, que mantuviese su afán de lucha, el que por su boca deforme y de rictus severo recitara:

“¡Vosotros que navegáis sobre las impuras vértebras de Apopi! ¡Vosotros que, tras haber escapado del cuchillo, volvéis a atar la cabeza, consolidáis el cuello, vosotros compañeros de la barra misteriosa que domináis y atáis a Apopi, miradme! Enrollando mis cuerdas yo navego en mi barca, a medida que avanzo hacia la maldita zona, donde las estrellas han caído precipitadas hacia el abismo... Ellas no han podido, en verdad, encontrar sus antiguas órbitas, pues está su camino obstruido por las llamas de Ra...”

La barca se enderezó de inmediato y sacó su proa del abismo. Frente al fuego que cortaba su camino giró por la experta mano del invisible timonel y sólo la parte de estribor se iluminó con la luz macilenta que surgía de la mar. Todo objeto, instrumento o útil de navegación expuesto al calor y a las llamas divinas tornaron movimiento, como si retornaran a la vida en un parpadeo inquietante de rojo mate y negro carbón. Y el fuego se la tragó.

Las llamaradas subían hacia arriba alrededor de la barca. No se sentía el calor, ni el mordisco de la quemadura, ni en el mar barboteaba vapor. El espectro, en medio de una mueca de esperanza, horrible, que más parecía de dolor, expresó:

“He aquí que yo avanzo en mi barca... Puede dirigirse hacia el sitio mi doble y mi espíritu, que tú sólo conoces...”

Y la barrera de fuego quedó atrás. El piélago se tranquilizó. El bote navegaba en la oscuridad pero ahora con seguridad. El espectro era tenaz. Quería llegar a enfrentarse al juicio de los dioses. Quizá por eso ellos se le iban apareciendo en forma diversa, en forma de objetos que él reconociera, porque si se le hubiesen presentado en todo su esplendor habría caído fulminado por su grandeza. Iban paulatinamente, mientras la harca avanzaba hacia la otra orilla, hacia la otra Tierra, apareciendo dentro mismo de la barca y luego en la superficie marina, preguntando:

Adivina mi nombre, dice el poste de anclaje.

Señor - de - las - dos Tierras - reinando - en - su - santuario, he aquí tu nombre.

Repuso el barquero y siguió adelante.

Una herramienta tomó vida y reclamó:

Adivina mi nombre, dice el martillo de madera.

El espectro, iluminado por algún espíritu protector, repuso:

El pie - del - toro - Api, he aquí tu nombre.

Y el viaje continuó. Y los dioses seguían declarando sus presencias, ocultos para confundir al viajero.

Adivina mi nombre, dice la cuerda para tirar, en la orilla, de la barca.

Y recibió, de inmediato, contestación:

Las - vendillas - onduladas - de - las - que - se - sirve - Anubisnado - sobre - las - momias, he aquí tu nombre.

Adivina nuestro nombre, dicen los toletes para los remos.

Los - pilares - del - Mundo - Inferior, he aquí vuestro nombre.

Adivina mi nombre, dice la cala.

El - dios - Ker, he aquí tu nombre.

Y el palo mayor de la barca preguntó refulgente:

Adivina mi nombre, dice el mástil.

Y el espectro contestó:

El - que - se - trae - a - la - soberana - tras - una - larga ausencia, he aquí tu nombre.

Adivina mi nombre, dice el puente interior.

La – bandera – de – Up – Uaut, he aquí tu nombre.

Adivina mi nombre , dice la barra de delante.

La – garganta – de - Mesta, he aquí tu nombre.

Adivina mi nombre, dice la correa.

Piel – del – toro – Mnevis – vuelta – por – Seth, he aquí tu nombre.

Adivina nuestro nombre dicen los remos.

Los- dedos- de -Horus- primogénito -de -los -dioses -he aquí tu nombre.

Adivina mi nombre, dice el achicador.

La -mano -de -Isis -enjugando -la -sangre -que -chorrea -del  -ojo -arrancado -de -Horus-, he aquí tu nombre.

Adivina nuestro nombre, dicen las clavijas.

Mastha, Hapi, Duamid Kebhsennuf, Hkau, Thetemaua, Maa-an-tef-Ir-nef-dejesf, he aquí vuestro nombre.

Adivina nuestro nombre, dicen los costados del buque.

Las diosas-Merti, he aquí vuestro nombre.

Adivina mi nombre , dice el timón.

Recto -y -leal -visible -en -el -agua -en -el -límite- de -los -flancos, he aquí tu nombre.

Adivina mi nombre , dice la quilla.

Y el espectro del barquero sigue contestando con seguridad y certeza;

El muslo –de  - Isis- que-  Ra- hiere- con- su- cuchillo- a- fin- de- llenar- de- sangre- su- barco- Sektet, he aquí tu nombre.

Y los dioses siguen preguntando;

Adivina mi nombre, dice el marinero que ocupa las velas.

El- Proscrito, he aquí tu nombre.

Adivina mi nombre, dice el viento que te lleva.

El- viento- del- Norte- que- te- lleva- hacia- la- nariz- del- Khenti- Amenti, he aquí tu nombre.

Y cuando llega la barca a la desembocadura del rio, ya que durante estas preguntas el viaje continuaba sin descanso, el barquero escuchó la pregunta:

Si quieres seguir mi corriente, dice el río, adivina mi nombre.

¡Cuidado! - ellos - te - miran, he aquí tu nombre.

La costa estaba ya al alcance de la barca.

Adivina nuestro nombre, dicen las deslizantes orillas.

Destructoras - de - la - divinidad - de - brazos - poderosos - en - la - Casa - de - las - Purificaciones, he aquí vuestro nombre.

La arena de la playa estaba hollada ya por la quilla de la barca y el barquero se disponía a saltar a ella.

Adivina mi nombre, dice la tierra firme, puesto que quieres pisarme.

La Serpiente - del - Cielo - que - se - dirige - hacia - el - Espíritu - Guardián - del - Embalsamamiento - morando - en - medio - de - los - campos - de - los - bienaventurados - y - que - salen - felices - ellos, he aquí tu nombre.

Y recorriendo el camino indicado por estos dioses se halló el espectro del barquero en tierra firme, en la otra Tierra, había alcanzado con éxito su viaje, solamente tuvo que dejarse conducir por el guía de las dos Tierras, quien le hizo reconocer a sus benefactores.

El espectro del barquero que, en la nueva Tierra, ya concretaba más sus facciones se vio situado frente a todas estas divinidades a las que contemplaba en todo su esplendor. Pero sabía que tenía que vencerlos, que ellos no formaban sino una nueva prueba, un sólido muro que había que salvar para alcanzar el reino. Con objeto de convencerles para que le dejaran pasar les rogó:

“¡Oh dioses de la Naturaleza, como Ka resplandecientes, salve, vosotros que existís y vivís eternamente, vosotros cuyo límite es el infinito! He aquí que hacia vosotros marcho, que he hecho un camino, ¡oh dioses! Conceded a mi boca, para que pueda servirme de ellas, las cenas sepulcrales, y que pueda pronunciar las palabras poderosas

Concededme el pan consagrado de Isis, cuando me encuentre frente al Gran Dios. Yo conozco, en verdad, a este Gran Dios, ante el cual colocáis las ofrendas. Su nombre es Thekem. Se dirige de Oriente a Occidente. Concededme que su viaje sea mi viaje, y que su periplo, sea mi periplo a fin de que no sea destruido en el Masket, y de que no puedan apoderarse los demonios de mis miembros. Ojalá pueda encontrar el pan sagrado y en Dep la bebida sagrada. ¡Que cada día me sean servidas vuestras ofrendas! Que reciba trigo, cebada, pomada Anti, vestidos; que contribuyan a mi vida estas ofrendas, a mi salud, a mi fuerza para que pueda salir hacia la Luz de¡ Día para que mi voluntad pueda pasar por múltiples metamorfosis y al fin alcanzar los Campos de los Bienaventurados.”

Tras la oración los dioses se escondieron en sus lares y le dejaron pasar. El barquero pudo alcanzar el Campo de los Bienaventurados porque salvó todos los escollos de la iniciación que le habían ofrecido. Allí, sobre el altar de la Gran Divinidad, encontró la bebida y el pan consagrados, poseyó los campos de trigo y cebada que los servidores de Horus compraron para él; allí se sació y su cuerpo llegó a ser como el de un dios, pudiendo revestirlo de todas las formas que le placiese...

El espectro del barquero dejó de ser un espectro y se convirtió en un ser celestial.

FIN