Las
estrellas gemelas
(Futago no hoshi)
Las estrellas gemelas (I)
Al extremo oeste de la Vía Láctea se
veían dos puntos brillantes tan diminutos como esporas. Eran los palacios de
cristal donde vivían las pequeñas estrellas gemelas Chunse y Pohse.
Estos palacios traslúcidos estaban
justo uno frente al otro. Cada anochecer, regresaban al palacio sin falta y,
sentadas con la mayor pulcritud, tocaban su flauta de plata toda la noche
acompañando la canción de las estrellas. Esta era la tarea que les había sido
encomendada.
Cierta mañana, cuando el sol se
levantó trémulo luciendo con fuerza por el este, Chunse dejó la flauta de plata
y se dirigió a su compañera.
— Pohse, es suficiente por hoy, ¿no?
El sol ya ha salido y las nubes brillan muy blancas. ¿Quieres que vayamos al
manantial de la llanura del oeste?
Como Pohse todavía estaba tocando la
flauta con los ojos entrecerrados sin preocuparse de nada más, Chunse descendió
de su palacio, se puso los zapatos, subió las escaleras del palacio de Pohse y
le habló de nuevo.
—Pohse, ya es suficiente, ¿no? El
cielo del este aparece de un blanco encendido, y creo que allá abajo los paj
arillos y otras criaturas ya han despertado. ¿Quieres que hoy vayamos al
manantial de la llanura del oeste? Podemos pulverizar agua con un molinillo de
viento y jugar a levantar pequeños arco iris, ¿qué te parece?
Por fin, Pohse se dio cuenta de que
le hablaba y, sorprendida, dejó su flauta.
—¡Oh, perdona, Chunse! Ya amaneció
por completo. Enseguida me pongo los zapatos — dijo.
Se calzó sus zapatos de nácar blanco,
y ambas se pusieron en marcha, cantando juntas la canción de la pradera plateada
del cielo:
Barred el camino del sol,
esparciendo luz,
nubes blancas del cielo.
Enterrad bien las piedrecillas,
en el camino del sol,
nubes azuladas del cielo.
En algún momento habían llegado al
manantial celeste. En las noches despejadas, este manantial puede verse muy bien
desde abajo. En un lugar muy alejado, en el extremo oeste de la Vía Láctea,
aparece rodeado de pequeñas estrellas azuladas. Su fondo plano está cubierto de
piedrecillas del mismo color, y entre ellas brota a borbotones el agua pura, que
se desborda por un lado formando una corriente que se pierde en la Vía Láctea.
Cuando nuestro mundo sufre de sequía,
el chotacabras, el cuclillo y otros pájaros, debilitados, levantan la vista
hacia el manantial en silencio, tristemente, haciendo sonido de tragar. ¿No es
cierto que pueden verse así a veces? No hay ave que pueda llegar hasta allí,
pero la constelación del Gran Cuervo, la del Escorpión y también la del Conejo,
se acercan con facilidad.
— Pohse, primero hagamos una cascada.
— Muy bien. Yo traeré las piedras.
Chunse se sacó los zapatos y puso los
pies en la pequeña corriente, mientras que Pohse se dedicó a recoger
piedrecillas del tamaño apropiado.
El cielo estaba impregnado de un
delicioso aroma a manzana, exhalado por la luna plateada, que no acababa de
desaparecer en el cielo del oeste. De repente, llegó del otro lado de la llanura
una fuerte voz cantando:
Al extremo oeste de la Vía Láctea,
un poco alejado, el pozo celeste.
El agua borbotea, el fondo brilla,
rodeado de estrellas azuladas.
El chotacabras, el buho,
el chorlito, el arrendajo,
quieren venir y no pueden.
—¡Ah, llegó la estrella del Gran
Cuervo!
Apartando con sonido de hierba seca
los carrizos del cielo, apareció el Gran Cuervo contoneándose y caminando con
grandes y pesados pasos. Estaba ataviado con una capa de terciopelo negrísimo y
unos calzones igual de negros. Al ver a las estrellas gemelas, se detuvo e hizo
una cortés reverencia.
—Buenos días, Chunse y Pohse. Qué
buen tiempo hace, ¿no? Pero en estos días despejados, ¡da una sed! Para colmo,
parece que la noche pasada canté demasiado alto. ¡Con permiso!
Diciendo esto, el Gran Cuervo metió
la cabeza en el agua del manantial.
—Por favor, bebe tanto como quieras.
El Gran Cuervo bebió a tragos sonoros
tres minutos sin parar a respirar. Cuando por fin levantó la cabeza, parpadeó
varias veces y se la sacudió para secarse el plumaje.
Entonces se volvió a escuchar esa
canción con voz áspera. En un instante, al Gran Cuervo le cambió la expresión y
se puso a temblar violentamente.
En el cielo del sur,
el escorpión de ojos rojizos
con un aguijón venenoso, ,
y grandes pinzas.
¿No lo conoces, pájaro tonto?
— ¡La estrella del Escorpión! —
exclamó enojado
el Gran Cuervo — ¡Maldita sea! O sea
que "pájaro tonto". Ya verá. Si se acerca por aquí le voy a sacar esos ojos
rojizos.
— Gran Cuervo, no puedes ponerte así
— intervino Chunse — Nuestro rey te está viendo.
Apenas acabó de decir esto, vieron
acercarse al Escorpión de los ojos rojizos que balanceaba ampliamente las
grandes pinzas y movía hacia sí su larga cola con un sonido seco que resonaba en
la tranquila llanura celeste.
El Gran Cuervo estaba temblando de
ira y parecía a punto de saltar sobre el Escorpión. Las estrellas gemelas hacían
gestos frenéticos con las manos para disuadirle.
El Escorpión, haciendo caso omiso del
Gran Cuervo, se acercó al borde del manantial.
—¡Uf, qué sed! ¡Ah, hola estrellas
gemelas! Con permiso, voy a tomar un poco de agua. Vaya, da la impresión de
haberse enturbiado, como si un imbécil hubiese metido dentro su negra cabeza.
Bueno, qué le vamos a hacer. Paciencia...
Dicho esto, el Escorpión bebió a
grandes tragos diez minutos seguidos; aunque, durante este tiempo, no dejó de
mover la cola provista de un aguijón en dirección al Gran Cuervo, como para
burlarse de él.
Con esto, el ave perdió por completo
la paciencia y gritó batiendo las alas:
— ¡Eh, tú, Escorpión! Desde hace un
rato no has parado de fastidiarme con "pájaro tonto" y otras cosas. Ya te estás
disculpando enseguida.
Por fin, el Escorpión levantó la
cabeza del agua y movió sus ojos rojizos, que parecían despedir fuego.
— ¡Qué raro! Parece que alguien está
diciendo algo. ¿Será un ser de color rojo, o quizá gris? ¿No querrá probar mi
aguijón?
El Gran Cuervo perdió los estribos y,
elevándose en el aire, gritó:
— ¿Cómo te atreves? Voy a lanzarte
por los aires y dejarte por ahí tirado, patas arriba.
El Escorpión, también furioso,
retorció con brusquedad su gran cuerpo lanzando aguijonazos al aire. El Gran
Cuervo se elevó varias veces para esquivarlos y, utilizando el pico como una
lanza, lo disparaba vertical apuntando a la cabeza de su contrincante.
Chunse y Pohse no tenían cómo
detenerles. El Escorpión terminó con una profunda herida en la cabeza y el Gran
Cuervo con un aguijonazo venenoso en el pecho. Con un gemido, ambos se
desplomaron juntos y perdieron el sentido. La sangre del Escorpión corrió por el
cielo, tiñendo las nubes de un rojo siniestro.
— ¡Vaya desastre! — exclamó Chunse,
poniéndose los zapatos. El Gran Cuervo ha recibido un aguijonazo venenoso. Hay
que succionar enseguida la herida. Pohse, sujétale bien. Pohse, que también se
había puesto los zapatos, se apresuró a colocarse detrás del Gran Cuervo y a
sujetarle con firmeza, mientras que Chunse acercó la boca a la herida en el
pecho.
— Cuidado con tragar veneno —
advirtió — Debes escupirlo de inmediato.
En silencio, Chunse succionó seis
veces la sangre envenenada de la herida y la escupió. Por fin, el Gran Cuervo se
dio cuenta de lo que acontecía y, abriendo ligeramente los ojos, dijo:
— ¡Ah, muchas gracias! ¿Qué me ha
ocurrido? Se guro que he matado a aquel tipo, ¿verdad?
— Anda a lavarte la herida en la
corriente — intervino Chunse — ¿Puedes caminar?
El Gran Cuervo se levantó tambaleante
y al ver al Escorpión se puso a temblar.
— ¡Maldito bicho venenoso del cielo!
Considérate afortunado de morir — dijo, al tiempo que las estrellas gemelas se
apresuraban a llevarlo a la corriente. Le lavaron la herida y echaron sobre ella
dos o tres veces su aliento aromático.
— Anda caminando despacio, de modo
que llegues a casa mientras aún sea de día — dijeron las estrellas gemelas — Y
no vuelvas a hacer una cosa así, que el rey nos ve a todos.
El Gran Cuervo, con las alas caídas,
desanimado, hizo repetidas reverencias.
— Gracias, muchas gracias. De ahora
en adelante voy a tener más cuidado — dijo, retrocediendo y perdiéndose poco a
poco en la pradera de carrizos plateados.
Entonces, ambas echaron una mirada al
Escorpión. La herida de la cabeza era bastante profunda, pero ya no sangraba.
Las estrellas gemelas tomaron agua del manan tial, le lavaron bien la herida y,
por turnos, le soplaron su aliento aromático.
Ya estaba el sol en su punto más alto
cuando el Escorpión consiguió abrir los ojos.
— ¿Cómo te sientes? — preguntó Pohse,
enjugándole el sudor.
— ¿Ha muerto el Gran Cuervo? —
susurró el Escorpión.
— ¿Ya estamos de nuevo con lo mismo?
— repuso Chunse un poco enojada — ¿No te das cuenta de que estuviste a punto de
morir tú mismo? Más vale que te recuperes para volver enseguida a casa antes de
que oscurezca.
Los ojos del Escorpión brillaron de
una forma extraña.
— Estrellas gemelas, ¿no me podríais
acompañar? Por favor...
— Está bien, te acompañaremos —
aceptó Pohse
— Anda, agárrate bien.
— Sujétate también a mí — agregó
Chunse — Si no nos apresuramos, no llegaremos antes del anochecer y no podremos
hacer nuestro trabajo de esta noche.
Sujetándose a ambas estrellas, el
Escorpión comenzó a caminar con paso vacilante. Su cuerpo era tan pesado que a
las estrellas parecían doblárseles los huesos de los hombros. De hecho, su
tamaño era diez veces mayor que el de las pequeñas estrellas, que avanzaban paso
a paso con el rostro ruborizado por el esfuerzo.
El Escorpión caminaba débilmente,
arrastrando la cola sobre las piedras con un chirrido y jadeando sin cesar.
Después de una hora, no habían conseguido avanzar ni diez cho?(1). A las
estrellas se les clavaban las pinzas del Es corpión por el peso, doliéndoles, y
ya no sentían los hombros ni el pecho.
La llanura celeste brillaba
blanquecina. Ya habían cruzado siete riachuelos y diez praderas. A las estrellas
les daba vueltas la cabeza, y ya no sabían por dónde caminaban. A pesar de eso,
ambas daban un paso tras otro en silencio.
Habían transcurrido seis horas desde
que partieron, y quedaba como una hora y media de camino hasta la casa del
Escorpión. El sol ya se estaba escondiendo tras las montañas del oeste.
— ¿No podrías andar un poco más
rápido? — dijo Pohse — Antes de una hora y media tenemos que regresar a casa.
¿Te cuesta caminar? ¿Te duele la herida?
— Ya falta poco. Por favor... — dijo
llorando el Escorpión.
— Es verdad, no falta mucho. ¿Te
duele? — preguntó Chunse, aguantando callada el tremendo dolor en los hombros.
El sol tembló con fuerza dos o tres
veces antes de hundirse tras las montañas del oeste.
— Tenemos que volver a casa. ¡Qué
apuro! ¿Hay alguien por aquí? — gritó Pohse. Pero de la silenciosa llanura
celeste no llegó respuesta alguna.
Las nubes del oeste brillaban de un
rojo intenso, al igual que los ojos del Escorpión. Las estrellas más luminosas
ya se habían puesto su armadura de plata y, cantando, fueron apareciendo en el
cielo lejano.
— ¡La primera estrella! ¡Que me haga
rico! —gritó un niño allá abajo con la vista levantada.
— Escorpión, ya falta poco. ¿No
puedes ir un poco más rápido? ¿Estás cansado? — preguntó Chunse.
— Tremendamente cansado — repuso con
voz lastimosa — Perdonad, pero ya estamos cerca.
— ¡No saldrá una estrella! ¡Saldrán
mil, saldrán diez mil! — gritó otro niño desde abajo.
Las montañas del oeste se habían
teñido de negro y por todas partes fueron apareciendo las brillantes estrellas.
Las dos pequeñas estrellas gemelas
tenían la espalda encorvada como si se les fuera a doblar en cualquier momento.
— Escorpión, ya nos hemos retrasado
para nuestro trabajo de esta noche — dijo Chunse — Seguro que el rey nos
regañará, incluso nos puede castigar a vagar por el cielo. Aunque también tú
tendrás graves problemas si no estás en tu lugar habitual, ¿no?
— Estoy a punto de morir de
cansancio. Haz un es fuerzo para volver lo antes posible — agregó Pohse, y cayó
al suelo agotada.
— Por favor, sólo un poco más — rogó
llorando el Escorpión — He sido un tonto, y no valgo ni lo que uno de vuestros
cabellos. Os pido disculpas y os prometo que cambiaré.
En ese momento apareció en el cielo
un relámpago, vestido con una capa de violenta luz azul pálido.
— Os vengo a buscar por orden de
nuestro rey —dijo, tomando las manos de las estrellas gemelas — Agarraos a mi
capa. Pronto estaréis en vuestros palacios. El
rey sabe todo lo acontecido y está
muy contento. Y tú, Escorpión, ¿cómo has podido ser tan aborrecible? Pero el
reyte envía esta medicina. Tómala.
— ¡Adiós, Escorpión! — gritaron las
estrellas gemelas — Tómate enseguida la medicina y no dejes de cumplir tu
promesa. ¡Hasta la vista!
Ambas se aferraron a la capa del
relámpago. En cuanto al Escorpión, se postró con todas sus patas, tomó la
medicina e hizo una reverencia muy cortés.
El relámpago brilló con fuerza y
antes de que pudieran darse cuenta ya estaban junto al manantial.
— Vamos, lavaos bien el cuerpo — dijo
el relámpago — Nuestro rey os ha obsequiado ropas y zapatos nuevos. Todavía os
queda un cuarto de hora.
Muy contentas, las estrellas se
lavaron con el agua fresca de la corriente como cristal de roca, se vistieron
con las ropas de luz pálida azulada perfumadas y se calzaron los zapatos nuevos
de blanca luz. En ese instante desapareció todo el dolor y el cansancio de su
cuerpo.
— ¿Vamos? — dijo el relámpago. Ambas
se aferraron de nuevo a su capa y tras un destello de luz morada se encontraron
justo frente a sus palacios. Ya no podía verse al relámpago por ninguna parte.
— Preparémonos, Chunse.
— Muy bien, Pohse.
Subieron a sus palacios, y sentándose
una frente a otra con pulcritud sacaron sus flautas de plata. Justo en ese
momento, les llegó de lejos la canción de las estrellas:
Escorpión de ojos rojizos, alas
abiertas del Águila, Can Menor de azules pupilas, Serpiente de luz enroscada.
Alta la canción de Orion, hace caer
el rocío y la escarcha, la nebulosa de Andrómeda, en boca de pez tiene la forma.
Al norte las cinco patas, extendidas
de la Osa Mayor. La frente de la Osa Menor, dirigida al inmenso cielo.
Las estrellas gemelas comenzaron a
tocar la flauta.
Las estrellas gemelas (II)
Cierta noche, bajo el cielo cubierto
de negras nubes llovía a cántaros. A pesar de esto, las estrellas gemelas
estaban sentadas con pulcritud ante sus palacios, frente a frente, tocando la
flauta. De repente, apareció un cometa temerario envolviendo los palacios en
violenta luz blanca.
— ¡Eh, estrellas gemelas! ¿No queréis
hacer un pequeño viaje? Con el tiempo que hace esta noche no sirve de nada
esforzarse mucho. Por más que los marineros de los barcos naufragados busquen
las estrellas en el cielo, no pueden verlas. El encargado de las estrellas en el
observatorio astronómico está bostezando sin tener qué hacer.
Hasta los descarados niños de escuela
primaria, desalenta dos por la lluvia, están en casa entreteniéndose dibujando y
con otros juegos. Aunque no toquéis la flauta, las estre llas giran en el cielo.
¿Qué os parece? Salgamos de viaje.
Mañana por la noche os traigo de
vuelta sin falta.
— Es cierto que nuestro rey nos
permite dejar de tocar la flauta en los días nublados — dijo Chunse, cesando de
tocar un momento — Pero estábamos tocando porque teníamos ganas.
— Aunque esto no supone que nos
podamos marchar de viaje — dijo Pohse, dejando a su vez de tocar —No se sabe
cuando puede despejarse.
— No os preocupéis — prosiguió el
cometa —Nuestro rey dijo esto delante mío: "Alguna noche nublada voy a permitir
que las estrellas gemelas hagan un pequeño viaje". ¡Vamos, vamos! Lo pasaremos
estupendamente.
¿Sabíais que mi apodo es "la ballena
celeste"? Engullo en un abrir y cerrar de ojos las estrellas débiles como
sardinas y las piedrecillas negras como medaka2. Y lo más emocionante es hacer
una curva cerradísima para cambiar a la dirección opuesta. Parece que se me vaya
a quebrar el cuerpo con un sonido agudo. Hasta suenan todos y cada uno de mis
huesos de luz.
— Chunse, podríamos ir, ¿no? — se
animó Pohse
— Ya que nuestro rey nos ha dado
permiso...
— ¿Es cierto que nuestro rey nos ha
dado permiso?— preguntó Chunse.
— Así es. Si miento, me puede
arrancar la cabeza de la cola y echarme al fondo del mar convertido en un
cohombro marino. ¿Cómo podría decir una cosa por otra?
— Siendo así, ¿lo juras por nuestro
rey?— insistió Pohse.
— Lo juro. Mirad, él nos está viendo
— repuso el cometa despreocupadamente, y dirigiéndose al rey — Hoy cumpliré
vuestras órdenes llevando de viaje a las azuladas estrellas gemelas. Está bien,
¿no?
— Bueno, siendo así iremos —
repusieron ambas al unísono.
— Aferraos enseguida a mi cola — dijo
el cometa con exagerada solemnidad — ¡Bien fuerte! Bueno, ¿listas?
Las estrellas se sujetaron con todas
sus fuerzas. El cometa lanzó una bocanada de luz pálida.
— ¡En marcha! — gritó con un potente
silbido.
El cometa, igual que una ballena
celeste, llevó a las pequeñas estrellas de un sitio a otro hasta que se
encontraron muy lejos. Sus palacios estaban tan distantes que parecían tan sólo
dos puntos brillando con tenue luz.
— Hemos avanzado mucho, ¿eh? — dijo
Chunse
— Todavía no hemos empezado a salimos
de la Vía Láctea, ¿verdad?
En ese momento cambió por completo la
actitud del cometa.
— ¡Ja! Más que eso, vosotras sois las
que vais a salir disparadas. Uno, dos y... ¡tres!
El cometa sacudió la cola dos o tres
veces y, para colmo, les sopló una neblina pálida con tanta violencia que las
estrellas salieron despedidas, precipitándose al oscuro cielo.
— Lo que os juré antes no era cierto
— dijo con grandes risotadas y, entre silbidos, partió veloz y se perdió en la
lejanía.
Las estrellas continuaron cayendo,
aunque cada una se sujetó con firmeza al brazo de la otra. No sabían hasta dónde
caerían, pero estaban dispuestas a hacerlo juntas.
Cuando sus cuerpos entraron en
contacto con la atmósfera, se volvieron incandescentes y, sonando como un
relámpago, despidieron una lluvia de chispas rojizas. Después atravesaron las
nubes y cayeron al mar oscuro, revuelto con espumosas olas.
Ambas se hundieron rápidamente,
aunque, por extraño que pareciera, podían respirar dentro del agua. En el fondo
del mar, cubierto de suave limo, dormían grandes figuras negruzcas y se mecían
las algas.
— Chunse, esto debe ser el fondo del
mar, ¿verdad? — Ya no podremos regresar al cielo. ¿Qué va a ser de nosotras?
— El cometa nos engañó — repuso Pohse
— Si hasta le mintió a nuestro rey. Vaya tipo más odioso.
Entonces les habló un ser a sus pies
en forma de estrella y con luz rojiza: era una pequeña estrella marina.
— ¿De qué mar habéis llegado? Tenéis
la marca de las estrellas azules.
— Nosotras no somos estrellas marinas
sino celestes — explicó Pohse.
— Vaya, con que estrellas celestes —
dijo la estre lla marina un poco enojada — Entonces acabaréis de llegar, ¿no?
¡Vaya, vaya! Eso quiere decir que sois estrellas marinas novatas. Unas pequeñas
malvadas recién estrenadas, ¿a que sí? Después de que habéis caído aquí como
castigo, no es muy apropiado presumir de estrellas celestes en el fondo marino.
Si es por eso, cuando yo estaba en el cielo era soldado de segunda clase.
Pohse echó una triste mirada hacia
arriba. Había parado de llover y se había despejado. El mar estaba tan tranquilo
como si fuese de cristal y a través de él se veía con claridad el pozo, la
constelación del Águila y de Lira, y todas las demás. También se podían
distinguir, diminutos, los dos palacios.
— Mira Chunse, qué bien se ve el
cielo. Si hasta se ven nuestros palacios. Y nosotras hemos terminado convertidas
en estrellas de mar...
— Ya no sirve de nada lamentarse,
Pohse. Más vale que nos despidamos de los que están en el cielo y nos
disculpemos ante nuestro rey, pese a que esté ausente.
— Adiós, rey nuestro. A partir de hoy
seremos estrellas marinas.
— Adiós, rey nuestro. Fuimos tan
tontas de dejarnos engañar por el cometa. A partir de hoy deberemos arrastrarnos
por el limo del fondo marino.
— Adiós, rey nuestro. Adiós a todos
los habitantes del cielo. Que os vaya muy bien a todos.
— Adiós a todos. Que nuestro
venerable rey os proteja.
A su alrededor se habían reunido
muchas estrellas rojas, organizando un notable barullo.
— ¡Eh, entregadme vuestras
vestimentas! — dijo una.
— ¡Eh, quiero vuestras espadas! —
pidió otra.
— ¡Pagadme una contribución! — dijo
otra más.
— ¡Haceros más pequeñas! — exigió la
de más allá.
— ¡Limpiadme los zapatos! — intervino
una más.
Entonces, por encima de sus cabezas,
pasó un enorme ser negro emitiendo un sonido sordo. Las estrellas marinas se
apresuraron a hacer una reverencia. Ya iba a pasar de largo cuando se detuvo
para echar una mirada a las dos estrellas.
— ¡Aja! Dos novatas. Todavía no saben
hacer reverencias. No conocéis a la ballena, ¿verdad? Mi apodo es "el cometa de
los mares". ¿No lo sabíais? Engullo en un abrir y cerrar de ojos a los peces
débiles como sardinas y a los ciegos como medaka (2). Y lo más emocionante es
hacer una curva cerradísima para cambiar a la dirección opuesta.
Parece que se me vaya a quebrar el
cuerpo. ¿Habéis traído el certificado de expulsión del cielo? A ver, rápido.
Las estrellas intercambiaron miradas.
— No tenemos nada de eso — explicó
Chunse.
La ballena, enojada, emitió un chorro
de agua por la boca. Las estrellas marinas se pusieron muy pálidas y se quedaron
tambaleando, pero Chunse y Pohse se mantuvieron en pie sin moverse, esforzándose
por guardar la compostura.
— ¿O sea que no tenéis el
certificado? ¡Pequeñas malvadas! Hasta ahora todos han traído uno donde explica
por qué falta fueron expulsados del cielo. ¡Vaya desfacha tez, la vuestra!
Bueno, resignaos porque os voy a engullir.
¿Estáis preparadas?
La ballena abrió una boca enorme. A
su alrededor, las estrellas de mar y los pececillos salieron disparados en todas
direcciones, sumergiéndose en el barro para no ser tragados también.
En ese momento se vio un fogonazo de
luz plateada y apareció una pequeña serpiente marina. Al parecer, la ballena
tuvo un susto considerable porque cerró la boca a toda prisa.
La serpiente marina se quedó
contemplando con extrañeza algún lugar sobre las cabezas de las estrellas
gemelas.
— ¿Qué os ha ocurrido? No me da la
impresión de que hayáis sido expulsadas del cielo por haber hecho algo malo.
— Estas no traen el certificado de
expulsión —intervino la ballena.
La serpiente marina lanzó una mirada
de indignación a la ballena.
— Tú cállate. Y qué te has imaginado,
tratándolas con tal falta de cortesía. ¿No puedes ver en sus cabezas las
aureolas propias de los seres bondadosos? Sobre las de los malvados flota una
sombra negra, visible en cuanto abren la boca. Estrellas gemelas, acercaos, por
favor. Os voy a conducir hacia nuestro rey. Eh, estrellas marinas, iluminad.
Y tú, ballena, mejor sé más prudente.
La ballena se rascó la cabeza y se
postró en el fondo marino. En cuanto a las estrellas marinas, formaron dos
sorprendentes hileras paralelas de luces rojizas, como si fueran la iluminación
de una calle.
— Bueno, tened la amabilidad de
acompañarme —dijo con respeto la serpiente marina, agitando su blanca cabellera.
Las estrellas la siguieron entre las dos hileras de estrellas marinas. Avanzando
por el agua azul oscuro, pronto llegaron a un palacio blanco cuyo portal se
abrió solo. Ante él aparecieron muchas serpientes marinas, que condujeron a las
estrellas gemelas ante su rey, un anciano con una barba muy blanca.
— Sé que sois Chunse y Pohse — dijo,
sonriendo
— Aquí supimos de vuestro esfuerzo
para cambiar el malvado corazón del Escorpión. Esta historia la incluí en el
libro de lectura de nuestra escuela primaria. Esta vez lo habréis pasado muy mal
con el infortunio que os aconte
ció.
— Muchas gracias por vuestras
palabras — repuso Chunse — Pero como ya no podemos volver al cielo, nos gustaría
poder ser útiles aquí.
— Vuestra humildad es digna de
elogio. Mas ense guida voy a dar órdenes al remolino para que os lleve de
regreso al cielo. Y cuando lleguéis allí dad muchos saludos a vuestro rey de
parte de las serpientes marinas.
— Majestad, ¿conocéis a nuestro rey?
— preguntó Pohse muy contenta.
— No se trata de eso — respondió un
poco apurado, bajándose del trono — El es a su vez mi rey, mi maestro desde
mucho tiempo atrás. Yo no soy más que su humilde siervo. Quizá ahora no podáis
comprenderlo, pero algún día lo haréis. Bueno, haré que os acompañe el remolino
antes de que empiece a amanecer. ¿Estáis preparadas?
— El remolino espera ante el portal —
dijo uno de sus vasallos.
Las estrellas gemelas hicieron una
cortés reverencia al rey.
— Hasta la vista, majestad. Cuando
lleguemos al cielo os vamos a dar las gracias de nuevo. Os deseamos que en
vuestro palacio siempre reine la prosperidad.
— Que cada día vuestra luz sea más
espléndida —repuso, levantándose del trono — Hasta la vista.
Todos los vasallos les despidieron
con una respetuosa reverencia. Las estrellas gemelas cruzaron el portal, donde
se encontraba enroscado el remolino de plata. Una serpiente marina las colocó
sobre la cabeza del remolino, a cuyos cuernos se aferraron. Entonces apareció un
gran número de estrellas marinas, que habían venido a despedirse.
— Hasta la vista. Saludos a vuestro
rey. Pedidle, por favor, que algún día nos perdone.
— Se lo diremos sin falta —
respondieron las estrellas gemelas al unísono — Ojalá podamos encontrarnos de
nuevo en el cielo.
El remolino se levantó lentamente.
— ¡Hasta la vista!
Muy pronto, el remolino asomó la
cabeza por encima de las negras aguas. Y de pronto, con un sonido agudo, partió
como una flecha hacia las alturas.
Todavía faltaba mucho para el
amanecer. La Vía Láctea se fue acercando a ojos vista, y las estrellas gemelas
podían ver sus palacios con claridad.
— ¡Mirad aquello! — dijo el remolino
entre la oscuridad.
Entonces se dieron cuenta de que
aquel cometa maligno estaba cayendo al oscuro mar con un tremendo chirrido, la
cabeza y la cola brillando cada una por su lado.
— Le estará bien convertirse en un
cohombro marino — dijo el remolino.
Ya se escuchaba la canción de las
estrellas. Y pronto llegaron a sus palacios. El remolino las depositó a salvo y
se despidió.
— ¡Hasta la vista! — dijo, y
desapareció rápido como el viento de regreso al mar.
Cada una de las estrellas subió a su
palacio. Se sentaron con pulcritud y se dirigieron a su rey, invisible en el
cielo.
— Sentimos mucho no haber podido
cumplir con nuestro trabajo debido a nuestra falta de cuidado. Pese a esto, nos
habéis bendecido rescatándonos de forma prodigiosa. El rey del mar os presenta
sus saludos más respetuosos. Y las estrellas marinas os ruegan encarecidamente
que las perdonéis. Por nuestra parte, os queremos pedir que, si es posible,
perdonéis también a los cohombros marinos.
Entonces ambas tomaron sus flautas de
plata. Al este, el cielo había tomado un tinte dorado. Estaba a punto de
amanecer.
1 Medida de longitud equivalente a
109 metros.
2 Oryzias latipes, pececillo de agua
dulce de unos tres centímetros y color pardo anaranjado.