Leyendas Mayas (2º parte)
Los Aluxes
Nos encontrabamos en el campo yermo donde iba a hacerse una siembra. Era un
terreno que abarcaba unos montículos de ruinas tal vez ignoradas. Caía la noche
y con ella el canto de la soledad. Nos guarecimos en una cueva de piedra y
sahcab; para bajar utilizamos una soga y un palo grueso que estaba hincado en el
piso de la cueva.
La comida que llevamos no la repartimos. ¿Qué hacía allá?, puede pensar el
lector. Trataba de cerciorarme de lo que veían miles de ojos hechizados por la
fantasía. Trataba de ver a esos seres fantásticos que según la leyenda habitaban
en los cuyos y sementeras: Los ALUXES.
Me acompañaba un ancianito agricultor de apellido May. La noche avanzaba... De
pronto May tomó la Palabra y me dijo:
-Puede que logre esta milpa que voy a sembrar. ¿Por qué no ha de lograrla?,
pregunté.
-Porque estos terrenos son de los aluxes. Siempre se les ve por aquí.
-¿Está seguro que esta noche vendrán?
-Seguro, me respondió.
-¡Cuántos deseos tengo de ver a esos seres maravillosos que tanta influencia
ejercen sobre ustedes! Y dígame, señor may, ¿usted les ha visto? Explíqueme,
cómo son, qué hacen.
El ancianito, asumiendo un aire de importancia, me dijo:
-Por las noches, cuanto todos duermen, ellos dejan sus escondites y recorren los
campos; son seres de estatura baja, muy niños, pequeños, pequeñitos, que suben,
bajan, tiran piedras,hacen maldades, se roban el fuego y molestan con sus
pisadas y juegos. Cuando el humano despierta y trata de salir, ellos se alejan,
unas veces por pares, otras en tropoel. Per cuando el fuego es vivo y chispea,
ellos le forman rueda y bailan en su derredor; un pequeño ruido les hace huir y
esconderese, para salir luego y alborotar más. No son seres malos. Si se les
trata bien, corresponden.
-¿Qué beneficio hacen?
-Alejan los malos vientos y persiguen las plagas. Si se les trata mal, tratan
mal, y la milpa no da nada, pues por las noches roban la semilla que se esparce
de día, o bailan sobre las matitas que comienzan a salir. Nosotros les queremos
bien y les regalamos con comida y cigarrillos. Peor hagamos silencio para ver si
usted logra verlos.
El anciano salió, asiéndose a la soga, y yo tras él, entonces vi que avivaba el
fuego y colocaba una jicarita de miel, pozole, cigarrilos, etc., y volvió a la
cueva. Yo me acurruqué en el fondo cómodamente. La noche era espléndida, noche
plenilunar.
Transcurridas unas horas, cuando empezaba a llegarme el sueño, oí un ruido que
me sobresaltó. Era el rumor de unos pasitos sobre la tierra de la cueva: Luego,
ruido de pedradas, carreras, saltos, que en el silencio de la noche se hacían
más claros.
Tomado del libro: "Leyendas, ceremonias tradicionales y relatos de la zona
maya".
La Xtabay
Vivían en un pueblo dos mujeres; a una la apodaban los vecinos la XKEBAN, que es
como decir la pecadora, y a la otra la llamaba la UTZ-COLEL, que es como decir
mujer buena. La XKEBAN era muy bella, pero se daba continuamente al pecado de
amor. Por esto, las gentes honradas del lugar la despreciaban y huían de ella
como la de cosa hedionda. En más de una ocasión se había pretendido lanzarla del
pueblo, aunque al fin de cuentas prefirieron tenerla a mano para despreciarla.
La UTZ-COLEL, era virtuosa, recta y austera además de bella. Jamás había
cometido un desliz de amor y gozaba del aprecio de todo el vecindario.
No bostante sus pecados, la XKEBAN era muy compasiva y socorría a los mendigos
que llegaban a ella en demanda de auxilio, curaba a los enfermos abandonados,
amparaba a los animales; era humilde de corazón y sufría resignadamente las
injurias de la gente. Aunque virtuosa de cuerpo, la UTZ-COLEL era rígida y dura
de carácter: Desdeñaba a los humildes por considerarlos inferiores a ella y no
curaba a los enfermos por repugnancia.
Recta era su vida como un palo enhiesto, pero sufrió su corazón como la piel de
la serpiente. Un día ocurrió que los vecinos no vieron salir de su casa a la
XKEBAN, pasó otro día, y lo mismo; y otro, y otro. Pensaron que la XKEBAN había
muerto, abandonada; solamente sus animales cuidaban su cadáver, lamiéndole las
manos y ahuyentándole las moscas. El perfume que aromaba a todo el pueblo se
desprendía de su cuerpo. Cuando la noticia llegó a oídos de la UTZ-COLEL, ésta
rió despectivamente.
Es imposible que el cadáver de una gran pecadora pueda desprender perfume alguno
exclamó. Más bien hedará a carne podrida. PERO era mujer curiosa y quiso
convencerse por sí misma. Fué al lugar, y al sentir el perfumado aroma dijo, con
sorna: Cosa del demonio debe ser, para embaucar a los hombres, y añadió: Si el
cadáver de esta mujer mala huele tan aromáticamente, mi cadáver olerá mejor.
Al entierro de la XKEBAN solo fueron los humildes a quienes había socorrido, los
enfermos a los que había curado; pero por donde cruzó el cortejo se fue
dilatando el perfume, y al día siguiente la tumba amaneció cubierta de flores
silvestres.
Poco tiempo después falleció la UTZ-COLEL, había muerto virgen y seguramente el
cielo se abriría inmediatamente para su alma. Pero ¡OH SORPRESA! contra lo que
ella misma y todos habían esperado, su cadáver empezó a desprender un hedor
insoportable, como de carne podrida. El vecindario lo atribuyó a malas artes del
demonio y acudió en gran número a su entierro llevando ramos de flores para
adornar su tumba: Flores que al amanecer desaparecieron por "malas artes del
demonio", volvieron a decir.
Siguió pasando el tiempo, y es sabido que después de muerta la XKEBAN se
convirtió en una florecilla dulce, sencilla y olorosa llamada XTABENTUN. El jugo
de esa florecilla embriaga dulcemente tal como embriagó en vida el amor de la
XKEBAN. En cambio, la UTZ-COLEL se convirtió después de muerta en la flor de
TZACAM, que es un cactus erizado de espinas del que brota una flor, hermosa pero
sin perfume alguno, antes bien, huele en forma desagradable y al tocarla es
fácil punzarse.
Convertida la falsa mujer en la flor del TZACAM se dió a reflexionar, envidiosa,
en el extremo caso de la XKEBAN, hasta llegar a la conclusión de que seguramente
porque sus pecados habían sido de amor, le ocurrió todo lo bueno que le ocurrió
después de muerta. Y entonces pensó en imitarla entregándose también al amor.
Sin caer en la cuenta de que si las cosas habían sucedido así, fue por la bondad
del corazón de la XKEBAN, quien se entregaba al amor por un impulso generoso y
natural.
Llamando en su ayuda a los malos espíritus, la UTZ-COLEL consiguió la gracia de
regresar al mundo cada vez que lo quisiera, convertida nuevamente en mujer, para
enamorar a los hombres, pero con amor nefasto porque la dureza de su corazón no
le permitía otro.
Pues bien, sepan los que quieran saberlo que ella es la mujer XTABAY la que
surge del TZACAM, la flor del cactus punzador y rígido, que cuando ve pasar a un
hombre vuelve a la vida y lo aguarda bajo las ceibas peinando su larga cabellera
con un trozo de TZACAM erizado de púas. Sigue a los hombres hasta que consigue
atraerlos, los seduce luego y al fin los asesina en el frenesí de un amor
infernal.
Tomado de: Mario Diaz Triay "Guia Turística de la Peninsula de Yucatan, La
tierra de los Mayas"
Xtacumbil-Xunaán
¡Tierra pálida y fértil; tierra hermosa, adormecida bajo el manto encantado de
sus reminiscencias y entre el polvo de las grandezas de un lejano ayer! ...
¡Tierra pródiga y hospitalaria que se brinda, generosamente, al viajero y le
ofrece el inapreciable tesoro de su alma llena de sinceridad, empapándolo en sus
leyendas, en sus costumbres, en su inmensa poseía!.
...Tierra bendita que guarda con amor las lágrimas que aún lloran los dioses
sobre el despojo de sus razas muertas, y se deleita con el perenne arrullo con
que ellas se deslizan hasta el mar, y donde la vida se halla por doquiera como
surgida de la nada ante el sublime conjuro de Itzamná. Donde cada paisaje parece
emanar el misterioso aliento de HUNAB-KU, cual si éste hubiera bajado de
invisible reino para gozar de la extraña luminosidad de sus cielos, y donde
allá, en el augusto silencio de las noches obscuras, que apenas se interrumpe
por el tenue soplar de los BACABES, todavía ve el caminante de los viejos
caminos, peinarse sus negros cabellos a la XTABAY.
Allí está Bolonchén risueño pueblecillo escondido tras los pequeños montículos
que corren a juntarse con la Sierra Alta, en el Norte del Estado de Campeche,
apenas visitado por los mismos habitantes de la región y admirado tan sólo por
los decires de la gente, como si no guardara nada extraordinario y su visita no
valiera sin las comodidades que ofrecen casi todos los medios modernos de
comunicación.
Allí se conservan las tradiciones del pasado como en tantas otras ciudades y
pueblecillos que han podido escapar a la barbarie del modernismo, como pudiera
vivir en tanto tiempo la leyenda de quel lento discurrir del "chivo brujo", por
las antiguas murallas de Campeche, y como ha podido vivir el alma de los mayas,
despreciando el transcurso de los siglos, en el obscuro refugio de un
maravilloso cenote cercano a Bolonchenticul.
Se hizo el poblado en torno de nueve pozos naturales labrados por su dios entre
la roca -pues siempre amaron el frescor de las aguas- que se proveían de ella
por las filtraciones de alguna cueva ignorada a donde se había podido juntar el
agua de las lluvias; pero a menudo ésta escaseaba y el pueblo sufría muy grandes
penalidades para conseguirla.
Era su jefe un valeroso mancebo que se había distinguido de manera brillante en
unas luchas que habían tenido recientemente; luchas en las que siempre se vieron
envueltos y que costaron la ruina de florecientes imperios pues en ellas había
surgido de aquel joven un astuto y habilísimo guerrero.
Enamórase éste, locamente de una hermosa doncella a la que todo el pueblo amaba
también por su pureza y la tersura de su cuerpo, pues su sola presencia hablaba
de una infinita bondad, su alma transparente era de diosa y su voz tenía el
acento de los manantiales.
La amaba con toda la fuerza de su corazón y no pensaba en otra cosa sino en
ella; necesitaba su amor, necesitaba verla, contemplarla para poder ofrendar
ante sus dones sus magnos proyectos de conquista. Y un buen día sintió empañarse
el mundo de su dicha al saber que la madre de su amada, celosa del inmenso amor
que sabía le profesaba y temerosa de que el joven guerrero le arrebatara para
siempre el cariño que había sido para ella la más grande dulzura de su vida,
había escondido a la doncella en un lugar que todos ignoraban.
Acabóse bruscamente la alegría del jefe, y con ella la del pueblo; se olvidó de
la guerra y se olvidó de todo; rogó a los dioses que se la devolvieran, envió
emisarios por todos los senderos para que la buscaran, y el pueblo entero se
dispersó, desesperado, de que el tiempo corriera y no se hallara a la joven por
ningún lado.
Cuando ya empezaban sus vasallos a retornar, considerando inútil tan fatigosa
búsqueda, alguien dio la noticia de que parecía oírse la voz de la doncella en
el fondo de una prodigiosa gruta cercana a Bolonchén.
Presto fue allá el guerrero con toda su gente; penetró por un estrecho y
pendiente sendero que empezaba a descender desde la boca de la gruta, abierta
entre las peñas, y se encontró de pronto con un hondo precipicio, en cuyos
bordes se apoyaban enormes salientes de las rocas que parecían más bien columnas
de cristal y brillaban fantásticamente al resplandor de las antorchas que
llevaban. Callaron todos; en vano trataron de encontrar un camino para llegar al
fondo de la cueva; las luces de tantas antorchas se disipaban en la inmensidad
de aquellas tinieblas, pero se oía rumor de alguien que estuviera o se agitase
en el fondo de la gruta.
Mandó el jefe cortar árboles y lianas de los bosques y traer cordeles de "yax-ci"
para juntarlos, mandó también que todos vinieran a ayudarlo en su tarea y el
pueblo trabajó noche y día en construir una gigantesca escalera para que el
aguerrido mancebo pudiera bajar hasta el fondo de la caverna y contemplar a la
ansiada doncella de sus sueños y dueña de su corazón.
Cuando estuvo terminada, después de sufrir indecible fatiga, bajó el guerrero
seguido por las mujeres y los hombres del poblado. A la luz de las antorchas, se
extasiaron todos al contemplar a la hermosa doncella, que fue conducida entre
aclamaciones hasta el pueblo. Volvió a él la alegría, la tranquilidad, la vida;
sus habitantes, desde entonces la veneraban y le rendían el culto que a sus
dioses, porque bastaba su presencia para reanimar lo que estaba casi muerto,
cual si un hechizo divino fluyera a cada paso de la virgen amada.
Ya nada importaba que en los pozos del pueblo se agotara el precioso líquido que
fuera motivo de sus sufrimientos, ni que CHAC dejara de retumbar en las alturas
para romper las nubes y hacer bajar el rocío de los cielos; para eso había
bajado el guerrero a las profundidades de la gruta, a arrancar a esa madre
celosa que es la tierra, la hermosa doncella que había escondido en sus
entrañas; el agua, a la que había encontrado el mancebo en siete estanques
formados en la roca, que desde entonces se llama CHACHA o agua roja, PUCUELHA o
reflujo, porque es fama que tienen olas como el mar y que es preciso acercarse a
él en absoluto silencio, porque al menor ruido el agua desaparece; SALLAB o
salto del agua; AKABHA u obscuridad; CHOCOHA o agua caliente, por la temperatura
que ésta guarda; OCIHA, por el color de leche que tiene el agua, y el último
CHIMAISHA, por ciertos insectos llamados chimais que abundan en él.
Desde entonces tomó también este maravilloso DZNOT el nombre de XTACUMBIL-XUNAÁN,
o de la Señora Escondida.
Viven aún en la gruta la hermosa doncella que escondió la tierra a los amores
del guerrero maya y a las miradas de todos los hombres, porque ellos también la
amaron y la seguirán amando en el eterno transcurso de los tiempos. Todavía
llega hasta allí, silenciosamente la sombra del mancebo; oculta por el
indescifrable misterio de las tinieblas, para ofrendarle su cariño y sentir otra
vez el palpitar de su cuerpo y el hechizo inefable de sus frescas caricias.
FIN