Piggy
Kit Reed
Piggy, © 1961 by Mercury Press Inc.. Traducción de M. Giménez Sales-D. Navarro
Gonçálves en Ciencia Ficción Selección-23, Libro Amigo 414, Editorial Bruguera
S.A., primera edición en Julio de 1976.
Los relatos sobre híbridos de humanos y extraterrestres son relativamente
frecuentes en la ciencia ficción. No lo son tanto, sin embargo, los que
consideran la posibilidad de híbridos animales nacidos del cruce de una bestia
del espacio con su homóloga terrestre.
En este dulce y patético relato, bastante alejado de su habitual línea satírica,
Kit Reed nos cuenta lo que podría suceder si un fantástico Pegaso estelar
fecundara a una yegua terrestre.
Theron lo juraba. Aquélla noche una gran figura alada había bajado del cielo y
se había arrojado sobre «Duquesa», la vieja yegua percherona.
Tan pronto como ocurrió esto. Theron entró corriendo en casa y trató de
decírselo a su padre, pero éste lo apartó a un lado diciéndole:
-No digas tonterías.
Y así quedó la cosa. hasta. que la yegua parió al año siguiente. El potro era
rosa, como de plástico rosa, como los pequeños muñecos de diez centavos, y el
papá de Theron tuvo que mirarlo detenidamente para descubrir el ligero vello
blanco. La cría de la yegua era panzuda como un par de barriles, y cuando
finalmente se puso en pie, se tambaleó sobre unas patas que hubieran sido
insuficientes para sostener un cachorro de perro. En seguida, los Pinckney le
pusieron el nombre de «Piggy».
«Piggy» se convirtió en el compañero inseparable de Theron. Antes de que naciera
el potrillo, el niño no tenía a nadie en la vieja y destartalada casona. No
tenía a nadie con quien hablar más que con su madre, ni nadie con quien jugar
más que con los gemelos, pero eran demasiado pequeños, incluso pare sentarse
solos, así que, espontáneamente, eligió a «Piggy», que pronto quedó instalado
bajo su ventana, en un pesebre improvisado en la parte cubierta del porche.
Theron ponía paja en los huecos de la baranda para que el potrillo comiera sin
levantarse. y colgó un cubo de grano de uno de los pilares de mármol. de forma
que el animal llegara hasta él ron su hocico. Su madre le dio una fuente de loza
floreada donde el abuelo solía hacer el ponche, así que, cuando «Piggy» quisiera
agua, no tenía que ir hasta la artesa.
En las noches frías, cuando el invierno helaba la hierba del pantano y la señora
Pinckney, al mirar por la ventana veía al potrillo tiritando, echaba sobre él
una manta o la chaqueta de marino de su esposo. Algunas veces ella dejaba que
Theron saliera a sentarse con él, y el chico encendía una pequeña fogata.
La noche del huracán, la señora Pinckney dijo a su hijo que «Piggy» podía entrar
en casa. Los dos lo hicieron por la puerta grande, la de dos hojas; y «Piggy» se
cobijó en la sala de estar. A partir de entonces pasaba mucho tiempo dentro de
casa. La madre de Theron mandaba a éste a buscarlo siempre que su esposo estaba
pescando camarones fuera de Port Royal o gastándose el dinero en Beaufort, la
ciudad más cercana. El animal era muy limpio cuando estaba dentro y, sentado
ante el fuego, recogía las patas y apoyaba la cabeza en las rodillas de su
amigo. A veces, gruñía, dirigiéndose a Luvver y Fester, los gemelos. La señora
Pinckney se sentaba en la silla que su tatarabuelo había traído consigo de
Inglaterra, y, viendo al chico hacer nudos en la crin amarillenta de «Piggy»,
pensaba lo bueno que era que éste tuviera un amigo.
Durante el día, cuando Theron no estaba, «Piggy» la llamaba y ella acudía, se
sentaba en la baranda y se quedaba. mirándolo. Algunas veces había querido
seguirla, sosteniéndose con dificultad sobre sus patas, pero ella lo había hecho
volver a su establo, porque pertenecía al muchacho y debía esperarle.
El padre de Theron no tenía los mismos gustos, y, si podía, no se acercaba al
pesebre porque el sólo nombre de «Piggy» le ponía furioso. y tenía razón. Lo
había estado alimentando durante años, esperando que se hiciera lo
suficientemente fuerte como para tirar de un arado o, por lo menos, para pasear
a los gemelos en su carrito, pero «Piggy» se echaba a temblar en cuanto el señor
Pinckney se acercaba con el carrito, y sus patas se doblaban cada vez que
trataba de ponerle los arneses. El hombre le chillaba unas cuantas palabrotas y
el potro tenia que comer de nuevo para recuperar las fuerzas. Ni siquiera el
chico podía hacer que se moviese. Al principio el señor Pinckney lo soportó,
porque era sólo un potrillo. El resto de la familia lo quería mucho.
Cuando Theron cumplió los quince años, «Piggy», tenía ya cinco, y el señor
Pinckney estaba hasta la. coronilla. Comía más grano que «Duquesa» y «Rollo»
juntos y no había realizado el más mínimo trabajo en toda su rosada existencia.
Una mañana, al levantarse, el chico vio a su padre sentado en la baranda del
porche, con «Piggy» acurrucado a sus pies como un gigantesco gato.
-Buenos días, Theron.
-Buenos días, papá.
-Estaba mirando a «Piggy»...
Al muchacho le dio un vuelco el corazón.
-Sí, papá. -Y sentándose en la baranda, lo observó también. «Piggy» levantó sus
pestañas blancas y lo miró con sus ojos amarillos.
El señor Pinckney apoyó sobre el pecho su áspera barbilla.
-«Piggy» ha comido ya bastante de mi grano. Mañana llamaré a los perreros para
que lo eliminen.
-¡Los perreros! -Theron pareció como herido.
El señor Pinckney sacudió a la bestia. un ligero puntapié. «Piggy» -lampiño,
cebón- se mordisqueaba pensativamente los cascos.
-¿A eso se le puede llamar caballo?
-Sí, papá. Es un buen caballo.
Su padre volvió la cabeza para mirar a su viejo caballo negro.
-También lo es «Archambault».
-Lo digo en serio, papá. Dame una oportunidad con él y lo verás. -Theron murmuró
algunas palabras y estuvo dándole vueltas hasta que le salieron bien. Entonces
su rostro se iluminó-. Apuesto a que puedo tenerlo listo para montar esta misma
noche -y pasó los dedos por entre la escasa crin amarilla-. Mamá no tendría que
caminar hasta la ciudad, «Piggy» la llevaría.
-Tiene razón, Eldred -dijo la señora Pinckney. Pero el padre le cerró la ventana
en las narices.
No les importaba que «Piggy» los llevase de aquí para allá o no. Era un amigo
especial.
«Archambault» se acercó y lamió a «Piggy» en el hocico.
-¡Bien, papá! -Theron estaba ya obligando a la bestia a ponerse de pie-. Eh,
Luvver -dijo, e hizo un gesto que indicaba a Luvver que era mejor que obedeciese
o iba a saber lo que era bueno. Entre los dos consiguieron que «Piggy» se
moviera y se dirigieron al prado que estaba detrás de la casa. Theron iba
delante, conduciéndolo, más orgulloso que Lucifer. Por unos minutos, el potro
manejó con soltura sus patas, en lugar de arrastrarlas-. Ya verás, papá.
Estaremos listos antes de que vuelvas de Beaufort. ¿Verdad, Luvver?
Cinco minutos después, Luvver estaba de vuelta.
Estuvo insistiendo hasta que su padre le dio un cubo de grano.
-Se ha sentado otra vez -dijo.
Sostuvieron el grano delante de «Piggy» y éste los siguió hasta los pastos.
Entonces lo dejaron yacer de costado para que pudiera comer hierba. Mientras,
Theron llevaba a Luvver a sus espaldas, pretendiendo ir a cuatro patas,
trotando, galopando, para enseñar al animal cómo tenía que hacer. Le hicieron
ponerse de pie sobre sus cuatro patas y el muchacho puso a Luvver encima de su
lomo. Pero se sentó y Luvver cayó a un lado, gritando:
-Así, así. Esa es la mejor manera.
Theron cogió a «Piggy» por el cabestro y dijo:
-¡No seas fresco!
En la siguiente caída, Luvver gritó:
-Voy a usar la fuerza. ¡Maldito caballo!
Y en la otra:
-Está demasiado gordo por la parte donde me siento.
Cada vez que se caía y se daba un golpe, se quedaba indeciso por unos momentos
con una expresión extraña, y luego maldecía al caballo. Cuando su hermano le
regañaba repetía:
-«Piggy» me lo hizo decir. Tuve que hablar así.
-Bah, Luvver, no seas bruto.
Pero a la siguiente caída, Luvver dijo:
-Caí de la. silla y me di en la rabadilla.
Theron le ordenó volver a la casa y enviar a Fester en su lugar.
Mientras esperaba a Fester, hizo que «Piggy» se levantase y anduviese de lado
hasta quedar sobre una roca de forma que no pudiera volver asentarse. Era ya
casi mediodía y, como Fester tardaba en llegar, decidió montarlo él mismo. El
animal volvió la cabeza y lo miró con expresión herida, mientras trepaba. al
grueso lomo. Luego agachó un poco el lampiño trasero con intención de sentarse,
y miró de nuevo a su dueño curvando el belfo cuando se dio cuenta de que no
podía hacerlo porque había una piedra debajo de él. Bajó los párpados y resopló,
como sintiéndose traicionado.
-Vamos, vamos, «Pelo de plata» -le dijo, dándole unos golpecitos en el cuello.
Luego retrocedió, porque se había apoderado de él una extraña sensación y no
sabia qué más iba a decir. «Piggy» trató de sentarse otra vez y, sin poder
contenerse, Theron empezó a golpearlo con sus tacones y a gritar:
Vamos, caballo,
el único que tengo
tengo que domarte
para mi madre.
Y se asustó tanto que saltó por los aires y llegó corriendo hasta la mitad del
prado. El caballo revolvió sus cuartos traseros, tratando de liberarse de la
piedra. Subió de nuevo el muchacho y volvió a caer. Estuvo sentado un minuto, -y
sus sentimientos por «Piggy», el prado y el día, empezaron a ser diferentes.
Entonces, de improviso, algo se agitó dentro de él, y antes de que pudiera
evitarlo abrió la boca y cantó:
La vida es algo verdadero y ardiente
y la muerte no es su final.
Polvo eres y al polvo volverás,
negro como un hoyo, de extremo a extremo.
Y era tan hermoso que por poco no le sorprende Fester llorando cuando, de
pronto, apareció en el prado.
-Aquí está el hombrecito -dijo a Fester, que se hurgaba la nariz. Luego se bajó
de «Piggy» porque ya no podía confiar en sí mismo y añadió-: Vuelve a casa., no
te necesito aquí, y diles a papá ya mamá que vengan antes de que obscurezca.
¡Corre!
Tan pronto como Fester se hubo marchado, volvió junto al caballo y miró sus ojos
amarillos. El animal respiraba, sin darse por enterado, y dejaba colgar el
grueso belfo porque había sido un día largo y caluroso.
-¿Qué es lo que guardas en tu interior, caballo? -Y como éste no volviese
siquiera la cabeza para acariciarle la mano con el hocico, Theron volvió a
montarlo por ver si volvía a sentir aquella extraña sensación. En el momento en
que estuvo arriba el prado cambió; se hizo más verde y brillante, y el cielo
tomó el color de un trozo de nácar. Meneó la cabeza, porque dentro de ella
zumbaban muchas ideas raras, y antes de que pudiera contenerse se encontró, otra
vez, hablando en voz alta. Sus palabras eran más raras que las que aparecían en
los poemas que leía en aquel séptimo curso. Theron echó hacia atrás la cabeza y
se escuchó: decía muchas cosas, y usaba palabras musicales que hablaban de algo
que nunca había visto en el mundo. Continuó así hasta que sintió a «Piggy»
revolverse, cansado, debajo de él. Se dejó caer y lo puso debajo de un árbol,
donde los dos pudieran descansar.
Cuando sus padres llegaron al prado aquella noche, encontraron a «Piggy» más
derecho de lo que nunca había estado en toda su voluminosa existencia, y a su
hijo, erguido y orgulloso, sentado sobre él. Estuvo allí subido hasta que se
aseguró de que lo habían visto bien. Luego bajó y dijo:
-¿Ves, papá? Ya está entrenado. Me sostiene estupendamente.
El señor Pinckney estaba a punto de abrir su boca y decir: «Si está tan bien
entrenado, veamos cómo anda», pero su esposa, que le tenia cogido del brazo, lo
arrastraba lejos diciendo a cada paso que daba:
-Es maravilloso, Theron, es maravilloso.
Cuando estuvieron lo bastante lejos como para que no se les oyera, dijo a su
marido que no tenia mucha importancia que el caballo estuviera sostenido por una
piedra. Si el chico se preocupaba de él era mejor dejárselo. Y añadió que si
veía acercarse a los perreros en su coche-jaula, iba a olvidar las promesas de
su matrimonio y a pegarle un tiro.
Cuando Theron volvió del prado era ya tan tarde que sus padres se habían
acostado. Su madre le había dejado un plato de fiambre sobre la mesa, pero
estaba demasiado agitado para querer comer. Se fue a la cama, musitando versos
una y otra vez, para poder recordarlos a la mañana siguiente.
Al otro día, todos creían que Theron estaba en la escuela, tal como debía, pero
cuando Luvver y Fester empezaron a jugar al escondite, y Luvver dejó a su
hermano cara al tronco del árbol, contando hasta un millón dos, aquél salió
disparado hacia el prado para esconderse, y encontró a nuestro héroe sentado
sobre «Piggy», agitando los brazos tanto como podía. Le preguntó por qué no
estaba en la escuela, pero como le repuso algo que no pudo comprender y le vio
con una expresión tan feroz, dio la vuelta y corrió hacia la casa. Ni siquiera
se lo dijo a Fester cuando éste le encontró por fin, escondido bajo la consola
de mármol donde su padre guardaba las botas.
Largas y musicales palabras resonaban en la cabeza del chico cuando aquella
noche llegó para cenar. Era tarde, y todos, menos su madre, estaban sentados en
el porche. El dio la vuelta y se deslizó hasta la mesa de la cocina, mientras su
madre permanecía de espaldas, ocupada en el fuego.
-Mamá -dijo, y ella dio un salto, porque no le había oído entrar-. Mamá, ¿verdad
que es hermoso?
Y declamó un largo y musical poema que terminaba:
...huellas en las arenas del tiempo.
y encogía los delgados hombros para tratar de retener las palabras, porque éstas
le acariciaban el alma.
Su madre le puso afectuosamente una mano sobre la cabeza y le dijo:
-Anda, tómate tu sémola.
Su padre ni siquiera le hubiese escuchado.
.Al día siguiente, después de la escuela, acorraló a Luvver junto a la fresquera
y empezó a declamarle un poema tras otro. El niño parecía tranquilo, y Theron
sintió que el corazón se le alegraba. Hasta que se dio cuenta de que estaba
tranquilo porque se estaba hurgando la nariz.
Desde entonces empezó a callarse muchas cosas, y se iba al prado tan pronto
volvía de la escuela. Estaba hosco y callado casi siempre, pensando en el poema
que le vendría en cuanto se sentara sobre «Piggy». Este detestaba estar de pie.
pero parecía comprender cuánto le gustaba a su dueño y permanecía así hasta que
.el chico quería bajarse.
Una vez, Theron volvió de la escuela y encontró a su madre arrodillada junto a «Piggy»,
acariciándole el pelado cuello. Ella levantó la vista y le dijo:
-¿Hay algo especial en «Piggy». hijo?
-Intenté decírtelo, mamá. El me inspira la poesía.
-¿Esas cosas que dices mientras duermes?
-Creo que sí, mamá. -Deseaba; que su madre le dejase marchar, para volver a
montar a su caballo.
-Fue algo extraño -dijo ella. pensativa-. Hace rato casi intentó levantarse. Me
tocaba con el hocico como si quisiera que yo hiciera algo.
Poco después de aquello. Theron construyó una cabaña en el prado y sacó a la
bestia para siempre de su pesebre del porche. Luego salió de la casa con una
silla estilo reina Ana, una pila de mantas y un jarrón holandés para que el
lugar pareciese acogedor. Cuando llegó el otoño utilizó una palanca para mover
la piedra hasta el interior de la cabaña. de forma que pudieran sentarse allí
casi todo el día, él recitando sus poemas, y el animal, un poco amodorrado, con
una de las ancas caída y escuchando la voz de Theron. Su padre había partido con
la flota pesquera en busca de aguas mejores, y no había nadie que preguntase al
joven por qué pasaba tanto tiempo allá en el prado.
Durante el día, «Piggy» lo dejaba sentarse sobre él, y nuevos versos acudían a
su mente; al anochecer le hablaba y le recitaba tantos versos como podía
recordar. El caballo se sentaba. Tembloroso, sobre sus gruesos flancos. Apoyaba
el hocico en las rodillas de Theron y lo miraba con sus ojos amarillos. Uno de
los gemelos venia con un pequeño cuenco de comida y así nuestro amigo no tenía.
que volver a casa hasta bien entrada la noche. Algunas veces su madre le paraba
en el vestíbulo Y mirándole a los ojos, trataba de hablar con él, pero él decía:
«Buenas noches, mamá», y se iba a su habitación. Ya en la cama, cruzaba los
pies, miraba al techo y recitaba los versos que le venían a la memoria. Pronto
hubo tantos poemas revueltos en su cabeza que tuvo miedo de olvidar algunos y
empezó a escribirlos. Se trasladó a la cabaña aquel octubre, y él y «,Piggy»
vivían tranquilos en la calma del otoño, con cientos de palabras flotando
alrededor como briznas de diente de león luciendo bajo el sol.
Era demasiado hermoso para no compartirlo. Theron fue un día al escritorio de su
padre, cogió una revista y escribió su dirección, porque pensaba que otras
personas debían conocer también los poemas de «Piggy». Su madre, que le quería
lo suficiente como para dejarle seguir su camino, le dio tres centavos y él
envió uno de sus poemas favoritos a la Breeders Gazette. Durante dos semanas,
fue diariamente al buzón por ver si había, algo para él. Luego se olvidó de ello
por un tiempo.
En noviembre regresó el señor Pinckney. Tiró su bolsa de lona. y su gorra de
marino en el suelo del vestíbulo, se deshizo de los dos gemelos que le tiraban
del pantalón y preguntó a su esposa dónde estaba Theron.
Ella encerró a los gemelos en la cocina y dijo:
-Está en el prado.
Ella miró con ojos penetrantes.
-¿Te ha ayudado en algo desde que me fui?
-Pues claro que sí -repuso ella, poniéndose delante de la puerta del comedor
para esconder los arneses que su hijo habría tenido que reparar, como cada
verano, y que aún estaban esperando sobre la mesa del comedor.
-Ha estado perdiendo el tiempo con ese... caballo -dijo él, remangándose el
jersey y buscando por la habitación algo con que golpearle.
-Eldred Pinckney, si se te ocurre ponerle la mano encima a ese muchacho... -la
señora Pinckney se plantó frente a él.
-No voy por Theron, sino por «Piggy». Debí dejar que los perreros se encargaran
de él -refunfuñó, retrocediendo un poco-. Lo llevaré a Beaufort esta noche a ver
cuánto me dan por él...
Estaba tan furioso que había olvidado que el animal no iba a caminar. Cogió un
bastón del paragüero en forma de pata de elefante y se dirigió a la puerta. La
puerta-mosquitero le golpeó la cara y retrocedió, viendo ante él a un hombrecito
vestido con traje de chaqueta, vacilante aún tras su lucha con la puerta.
-Es maravilloso, ¡maravilloso! -exclamó, pasando como un torbellino ante el
padre de Theron y cogiendo a la señora Pinckney por ambas manos-. ¿Dónde está él
ahora? -Y ajustando bajo el brazo un fajo de papeles doblados, empezó a husmear
por la casa.
-¿Qué es maravilloso? -dijo el señor Pinckney que permanecía junto ala puerta
con cara de asombro.
-Pues esto -dijo el hombre del traje de chaqueta, cerrando los ojos como si
estuviera en la iglesia y recitando:
¡Cielo! cielo de nubes de colores cambiantes
y de pájaros como flechas entre ellas!
Sol que inflamas a los ruiseñores
antes de que podamos verlos
en nuestros escondrijos...
Pero su voz se fue apagando al ver que los padres de Theron no creían en
absoluto que aquello era maravilloso. Entonces dijo:
-¡Oh! ¿No sabían nada? -su voz se fue debilitando más y más-. Quizá, sea mejor
que les explique...
Poco después, mientras el señor Pinckney paseaba su mal humor, su esposa llevó
al hombre del traje de chaqueta al prado de Theron. En aquel momento el muchacho
llevaba a «Piggy» al interior de la cabaña.
-Theron, querido, éste es el señor Brooks. Dirige una revista de poesía...
El señor Brooks enrojeció hasta las orejas y dijo:
-Bueno, me temo que eso es sólo en mis ratos libres. Actualmente trabajo para la
Breeders Gazette. Pasaba por aquí, recogiendo datos pare un artículo sobre
cerdos...
-¿Recibió mi poema? --preguntó Theron. Y tiró de él hacia dentro.
Hizo sentarse al señor Brooks bastante lejos de «Piggy» para que no se asustara,
y hablaron largo rato. El señor Brooks dijo a Theron que la Breeders Gazette no
trabajaba exactamente con aquella clase de poesía, pero él sí, que trabajaba
allí sólo para poder sostener su revista de poesía, y había visto el poema, y
quería hacerle saber que creía que era maravilloso. El señor Brooks dio a Theron
una copia de Fragile, que era su revista de poesía, y también cinco dólares,
porque su poema figuraba allí. Luego se levantó y cogió la mano de Theron.
-Si pudieras venir conmigo a Louaville apuesto a que podría conseguirte una beca
en alguna parte. Podrías escribir poesía para la revista El Bajel de la Pradera,
podrías ganar el premio Bollingen... –Los ojos del señor Brooks tenían una
expresión soñadora-. Pronto seríamos famosos, hijo. Con tu talento...
-Fue «Piggy» -dijo Theron, que se había puesto una mano sobre la boca,
enrojeciendo.
-¿Qué has dicho?
-No he sido yo. Fue «Piggy».
Lo dijo una y otra vez, pero el señor Brooks no quería comprenderlo. Por fin,
Theron pudo meterle en la cabeza que nunca podría ir a Louaville y que le
agradecía la proposición. Pero, como el señor Brooks parecía bastante
defraudado, Theron miró los cinco dólares que le había dado y le prometió
enviarle cuantos poemas escribiese.
Dio unos golpecitos sobre la nariz de «Piggy» y condujo al señor Brooks al borde
del prado.
-No podría dejar a «Piggy», ¿sabe usted? -Y le dio un fajo de poemas, porque
parecía a punto de llorar.
El señor Brooks debió haber dicho algo al padre de Theron, a su vuelta a la
casa, porque éste fue a la cabaña y se llevó los cinco dólares del chico. y
nunca más volvió a hablar de deshacerse de «Piggy», ni tampoco de mandar a su
hijo a la escuela.
Después de aquello se recibieron algunas cantidades de dinero que el padre de
Theron retuvo para mejorar la casa, y también algunas copias más de unas
revistas que se llamaban Reto y Capacidad, mimeografiadas como Fragile, y poco
después revistas más serias que aburrían a Theron y a «Piggy» porque no tenían
ilustraciones, y a los pocos años se recibieron copias: de The Atlantic y de The
Saturday Review. Algunas veces venían personas a ver al poeta, cargadas con sus
propios poemas, pero el padre de Theron las despachaba. De vez en cuando, el
señor Brooks enviaba el resumen de una conferencia que había dado sobre poesía
-poesía de Theron, naturalmente-, por que el señor Brooks se había designado a
sí mismo, su padrino y su agente (así se lo había explicado a Theron), y era muy
famoso. Se había marchado incluso de la Breeders Gazette.
Pasaron unos años. Los gemelos se casaron y se fueron a vivir a otro sitio.
Empezó a caerse el pelo del pecho de «Piggy» y aparecieron otros pelos
transparentes en su crin. Theron sólo lo montaba dos horas al día, y las
palabras que ahora acudían a él eran claras, cortantes y puras, y volteaban
suavemente sobre su cabeza como las gaviotas sobre el río.
Su madre le traía la comida cada tarde y se llevaba los poemas para enviarlos al
señor Brooks. El poema más largo de «Piggy» pagó el funeral del padre de Theron
cuando éste murió. Después de ser enterrado, la madre de Theron empezó a dejarse
caer por la cabaña, sintiéndose muy sola para volver a la casona vacía. Al
principio, él se impacientaba al verla allí porque las palabras resonaban en su
mente y quería encontrarse a solas con ellas. Pero una noche en que ella le tocó
la mano al traerle su cuenco de comida, la miró y vio unas débiles y temblorosas
líneas alrededor de su boca, y notó también que su mano temblaba. Se sintió tan
triste que abrió la puerta de par en par y la hizo sentarse en la silla de
estilo reina Ana. «Piggy» se balanceó un poco hasta quedar acostado junto a ella
y puso la cabeza en su regazo. y permanecieron, callados los dos, como conejos
de los pantanos, mientras Theron hacía danzar las palabras a su alrededor.
Theron echó hacia atrás la cabeza, bajó la luz de la lámpara, y pensó en lo
feliz que seria si pudiera morirse en aquel momento. Cuando su madre se levantó
para marcharse, él vio que algo brillaba en sus mejillas. Tenía los ojos llenos
de lágrimas.
-Hijo, ha sido maravilloso. -E inclinando la cabeza, salió antes de que Theron
pudiera decir nada. El caballo se incorporó, como si quisiera seguirla a la casa
grande y volver a poner la cabeza en su regazo. Al día siguiente, su hijo la
condujo a la silla reina Ana sin decir palabra y después de aquello la madre
pasó todas las veladas con él y con «Piggy», escuchando los poemas en el
recogido interior de la cabaña.
Una noche, después de que ella. se hubo marchado, «Piggy» empujó suavemente a su
dueño y éste vio, asombrado, cómo luchaba por ponerse en pie, abriendo sus patas
delanteras para que su estómago descansara .en la piedra. Luego le cogió
suavemente la manga con sus dientes y meneó la cabeza, hasta que Theron montó
con cuidado, ya que «Piggy» se cansaba mucho aquellos días.
Y entonces le inspiró la más hermosa poesía que produjera hasta entonces.
Cuando el poeta la envió al señor Brooks, éste dijo que aquello era la
culminación -la perla- del último periodo de Theron.
Declinaba el sol,
irremediablemente,
porque yo no podía detener a la Muerte.
Grandes vías de silencio conducían a lo distante...
Aferré en mi mano mis poderes,
lejos de la piedad y la compasión,
mi vida cerrada por dos veces ante su conclusión,
yo no pedí otra cosa.
Protegida en esas cámaras de alabastro,
una araña tejía en la noche.
Cuando la señora Pinckney lo oyó a la tarde siguiente, rompió a llorar.
Pasaron los días, uno semejante al otro, hasta que una noche su madre golpeó en
la puerta, temblorosa y con los ojos brillantes. Theron se sentó en silencio,
sin empezar con sus poemas, porque sabia que ella tenia algo que decirle.
Inclinó la frente y pretendió acariciar la escasa crin de «Piggy», y entonces se
dio cuenta de que su hijo no empezaba, de que estaba esperando que le contase lo
que la preocupaba.
-El señor Gummery preguntó por ti -dijo.
Theron se rascó la cabeza.
-Estabas en el cuarto grado el año que dejaste la escuela. -Sus manos se
agitaron en la crin del animal.
Theron revolvió algunos papeles, preguntándose qué le diría a continuación.
-Theron -dijo levantándose tan bruscamente que la cabeza de «Piggy» cayó de su
regazo golpeándose contra el suelo-. Dice que la iglesia celebrará el mes que
viene su ciento veinte aniversario. Quiere que le escribas una obra.
Las manos de Theron se quedaron inmóviles.
Mamá, no sé si podré. «Piggy» se cansa cada vez más –su voz sonaba como la de un
viejo-. Y yo también. ¿No podría servirse de una obra ya escrita?
Los ojos de la madre mostraron una expresión herida.
-Nunca te he pedido nada. Tu tatarabuelo asistió a esa iglesia. –Y tocándole el
brazo, suavemente, añadió-: ¡Hijo...!
El joven miró a «Piggy», cuya piel se había vuelto casi transparente bajo el
escaso pelo. Sus ojos, bajo las pestañas blancas, expresaban amor. Empezó a
balancearse hacia atrás y hacia delante, sosteniéndose primero sobre un costado
y luego sobre el estómago, hasta que consiguió meter debajo sus delgadas patas y
empezó a incorporarse. Cuando estaba a punto de conseguirlo cayó a tierra,
clavándose algunos fragmentos de madera en sus delicadas rodillas. Theron corrió
hacia él, pero de nuevo empezó a luchar hasta que tuvo las patas metidas debajo.
Luego se levantó con un gesto imponente y puso el hocico en el hombro de la
señora Pinckney. Theron le lanzó una mirada trágica y luego se volvió a su
madre.
-Es mejor que te vayas ahora, mamá. «Piggy» y yo debemos trabajar.
«Piggy» sostuvo a Theron sobre su lomo toda la noche y todo el día siguiente.
Continuaban así cuando, al anochecer, la señora Pinckney golpeó la puerta de la
cabaña. Su hijo tenía los ojos inyectados en sangre y los dedos entumecidos de
tanto escribir, pero el caballo le sujetaba con los dientes cada vez que
intentaba bajarse. Finalmente, Theron garabateó «Fin», demasiado ebrio de
palabras para darse cuenta de lo que hacía. Con una galante inclinación de
cabeza «Piggy» se dejó caer hacia un lado, liberándose de la roca que lo
sostenía y dando con susu huesos en el suelo. Volvió .la vista hacia su amo y
éste vio que le brillaban los ojos de satisfacción.
-Mamá -dijo Theron- la obra.
Ella volvió la cabeza porque no podía soportar la vista del rígido y grueso
cuerpo de «Piggy» y del dolor que asomaba a sus ojos.
Después de la representación en la iglesia. la señora Pinckney envió una copia
de la obra A. B. (de Abraham) al señor Brooks. Poco después. éste le enviaba un
montón de dinero y le decía que su hijo iba a ganar ciertamente el Premio de los
Poetas. El dinero llegaba demasiado tarde. «Piggy» había empezado a declinar.
Theron llamó a un especialista del corazón. de Charleston (no quería. a un
veterinario, lo mismo qué no había querido a los perreros, años atrás). pero no
había nada que se pudiera. hacer. El se encerró en la cabaña y no dejó entrar ni
siquiera a su madre. Ella se sentaba en los peldaños, escuchando la respiración
fatigosa del animal.
El premio llegó un día después de que «Piggy» fuera enterrado, entre la suave
hierba, a un extremo del prado y sobre su tumba se puso una señal hecha de
madera.
Cinco hombres con traje y sombrero negros y una mujer con cuello y puños de
encaje y un gorro de terciopelo se detuvieron ante la casa de los Pinckney.
Estuvieron charlando quedamente bajo los árboles hasta que la Señora Pinckney
abrió la puerta. Pero apenas reconoció al señor Brooks. por lo envejecido y
elegante que estaba. Pareció no comprender hasta que, sin decir palabra, la
mujer le mostró una pequeña caja de cuero, en cuyo interior, forrado de satén,
podía verse la medalla con el nombre de Theron.
-Oh -dijo la señora Pinckney-. Quieren ver a mi hijo.
Fueron tras ella, dando la vuelta a la casa y pasando ante ruinosas estatuas de
jardín y un reloj de sol inútil desde hacía cien años, dándose codazos y
hablando en voz baja, al distinguir por entre las altas y estrechas ventanas,
vitrinas destartaladas y antiguos espejos de la época de la Confederación.
Sacaron tranquilamente los pies de los sarmientos y arbustos, en los que se
enredaban una y otra vez y, en fila, reverentes y austeros bajo la brillante luz
del sol, siguieron a la madre de Theron a través del ondulante prado. Entraron
en el estrecho y casi desaparecido sendero y se detuvieron, incómodos, ante la
puerta de la cabaña. Su madre le llamó. Hubo un ruido dentro y Theron asomó su
blanca cabeza.
Se detuvo en el umbral de la puerta, con la camisa azul de trabajo arremangada
sobre sus enjutos codos, y miró a los hombres con sus elegantes trajes negros.
Entonces, como un saludo indeciso, sonrió al señor Brooks, el cual inclinó la
cabeza casi tímidamente. La ceremonia comenzó.
El jefe de la delegación hizo un discurso. Theron le oyó decir algo sobre «el
premio más codiciado en poesía», y él comentó: «”Piggy” estará contento.» Pero
el hombre del traje negro le miró extrañado y siguió adelante con su discurso..
Theron escuchó respetuosamente hasta que hubo terminado, haciéndose a un lado
porque la dama del gorro de terciopelo atisbaba en el interior de la cabaña.
Volvió la cabeza y vio, donde siempre había estado, la silla de estilo reina
Ana, y el lugar de «Piggy» estaba barrido y limpio. Susurró: «Ahí es donde "Piggy"
solía dormir», pero ella simuló no haber oído nada.
-...Complacidos de otorgarle este premio -concluyó el orador, levantando la
medalla para que Theron pudiera ver dónde habían grabado su nombre.
--No fui yo -balbuceó Theron, y todos bajaron la cabeza y comentaron lo modesto
que era-. No fui yo, fue «Piggy» -dijo Theron otra vez, y le pusieron en las
manos la caja de cuero-. Fue «Piggy» -dijo otra vez.
Ellos bajaron la cabeza en un momento de profundo respeto y luego, como si
fueran monjas, dieron la vuelta y, en fila india, volvieron a cruzar el prado.
-Fue «Piggy» -dijo Theron, mirando la brillante medalla en sus manos.
Se sentó en el escalón de la puerta y estuvo dándole vueltas a la caja, mirando
los reflejos del sol sobre el oro, hasta que los ojos se le llenaron de lágrimas
y no pudo ver más. Después entró, se peinó y se puso una camisa limpia. Una vez
que se marchó la delegación, fue lentamente al extremo del prado y puso el
estuche de cuero sobre la tumba de «Piggy».
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