Relatos cortos

Ignacio Bermejo Martinez

 

4 “Cuento Sátiro”

“El Cumpleaños de Tía Marta”

 

      Mañana será el cumpleaños de tía Marta. A tía Marta es difícil regalarle algo. Ella es muy exigente. El año pasado le regalé unas zapatillas de paño, de esas que suelen ser oscuras y forradas por dentro y se ofendió muchísimo porque decía que ese regalo era para gente de la tercera edad. Yo no sé bien a que edad piensa ella que pertenece, si fuera por años, debería de estar en la cuarta o en la quinta.

Siempre me acuerdo del cumpleaños de tía Marta porque es justamente después del aniversario de la muerte de mama.

Mamá murió un día antes, atropellada por un autobús precisamente cuando estaba preparando la fiesta para la celebración de  su cumpleaños. 

Aquello no fue motivo para que la fiesta se anulara, ni muchísimo menos, todo lo contrario. Aquel año celebramos el cumpleaños de tía Marta con más alegría que nunca. No se me olvidan las últimas palabras de mamá, tirada en la carretera, con las ruedas del autobús marcadas en su vientre rompiéndola en dos: -“Hijo mío, hijo mío,- me dijo la pobre-  no te preocupes por mi, y recoge todas las latas de cervezas que están rodando por la  acera de enfrente. Son  para la fiesta de tu tía. No se te olvides de meterlas en el refrigerador, porque la verdad es que  tiene leches beber cerveza caliente. No me llores ahora. Ahora lo único importante es la fiesta de tu tía. Ve y disfruta, pásalo bien y brinda por mí, y cuando la fiesta termine ven a verme entonces al cementerio, allí sí, allí lloras un ratito frente a mi tumba, pero llora alto, que te pueda oír bien, que ya sabes que últimamente estoy fatal del oído.”-

-No te preocupes mama, que así lo haré.

-Muy bien hijo, muy bien, así me gusta.

-¿Y ahora que?. ¿Te dejo toda tirada y desangrándote?

-Si, déjame, déjame.- Y diciendo esto mama la palmó dando su ultimo suspiro pronunciando un ¡Hay!, muy cursi.

Mamá siempre fue una santa, un poquitin pija, pero una santa muy santa.

Cuando terminamos de celebrar el cumpleaños aquel año, como me había dicho mama, me fui para el cementerio, y allí estaba la pobre, toda enterradita.

Me puse a llorar y lloré alto, muy alto, lo mas alto que pude para que mama me oyera, como ella me dijo. Lloré tan alto que todas las ancianas que rezaban por allí, suspendieron sus oraciones por un instante para mirarme escandalizadas. Alguna incluso salió corriendo del sitio, huyendo como alma que persigue el diablo. Era gracioso ver a la vieja vestida de negro con las enaguas remangadas y corriendo por las calles del cementerio como si fuera “Card Lewis” en las Olimpiadas de “Barcelona 92”.

Desde entonces voy al cementerio cada año y siempre consulto el regalo de Tia Marta con mama, pero este año ha sido imposible. Mamá ha debido de enterarse de mis obsesiones con Angélica, mi compañera, y como no le gustan esas cosas del sexo,  debe andar algo enfadada, pues por mas que le rezo, y por mas que le lloro, en esta ocasión está pasando de mi y no me dice que regalar a su hermana.

¡Bueno!, pues peor para tía Marta. Como no se que regalarle y ando un poquito mal de liquidez, podría regalarle... ¡Leches!, ¡releches!, ¡Que gran idea!, podría regalarle el Arcángel de granito que preside el panteón de la familia Ristori. Los Ristori están   ya todos muertos y nadie echará de menos al Ángel ese de piedra. Total, a tía Marta siempre le encantó el arte y la  la escultura en particular.

Existe un gran problema. Al Arcángel no hay quien lo separe del suelo. Primero porque está perfectamente anclado y pegado con cemento del bueno, y segundo porque debe de pesar una barbaridad. Desde lejos no parecía tan grande. Vamos, que aunque se pudiera arrancar, esta estatua debe de pesar un hartón. Yo no creo que pueda llevarla desde el cementerio hasta casa de tía Marta cargando con ella. Terminaría muerto.

Trato de buscar alguna forma de llevar ese peso pesado a casa de tía Marta, pero no, no hay forma. Cuanto más lo pienso más difícil se me hace. Seguro que hay otras soluciones más factibles. Miro a mi alrededor buscando algo que me inspire qué regalar a tía Marta, y ¡leches!, ¡releches!, como no había caído antes, le regalaré un ramo de flores. Las flores son muy bonitas y también les encanta. Además, por aquí hay muchas.

Arrancaré algunas rosas de los ramos, rosas rojas que son las que más me gustan. Esas que tiene la lápida tercera de la segunda fila son geniales. Ya está ya las tengo, ya son mías. Cogeré algunos gladiolos y unos cuantos crisantemos. Ahora trataré de formar el ramo.

Formar un ramo de flores es tarea sumo complicada. Por mas que he mareado a las flores no he conseguido disponerlas en forma original y estéticamente aceptable.  Les he dado tantas vueltas que las flores al final se han chuchurido. Mas vale que las tire. Está bien que se regalen flores gratis del cementerio a una tía en su cumpleaños, pero no flores marchitas, ya eso sería el colmo de los colmos. ¿Qué puedo hacer?, ¿cómo podré componer un ramo sin que se me estropeen las flores?. ¡Ahhh!, ya sé lo que haré. Le regalaré a tía Marta el ramo de mama. Total, ella este año no se lo ha merecido. ¡Ea!, toma ya, por no hablarme, y para que sigas enfadada por que me guste tocarle las piernas a mi compañera Angélica. Ahora te aguantas, y si quieres flores, te esperas hasta el año que viene.

¡Mira que hacerme venir hasta el cementerio para luego quedarse mas callada que una muerta...!

Desde luego algunas veces a mama no hay quien la entienda.

 

 

 

5  “Cuento de Humor”

El Grillo Erótico

 

            La verdad es que no sé que les está ocurriendo a los grillos últimamente. Yo nunca había visto tanto grillo junto. Es como si estuvieran haciendo una revolución de grillos, manifestaciones de grillos. Grillos contra la intolerancia. Grillos contra la marginación. Hay tanto y tanto grillo que la cosa se está poniendo un poquito negra.

            Además, los grillos son impertinentes y maleducados, cosa que es lógica debido a su alto número. Ya se sabe la unión hace la fuerza. Únete y vencerás.  Pues eso, que últimamente hay un hartón de grillos.

La otra noche, estaba en un bar tomando una copita. Con eso moderno del insomnio me cuesta mucho trabajo quedarme dormido, así que decidí salir a tomar algo.

Yo sé que a mama eso de beber alcohol en los bares no le gusta nada, pero como últimamente no me riñe para nada..., pues que le vallan dando.

            El bar estaba ligeramente oscuro, aunque reinaba en su interior una perfecta, tenue y relajante luminosidad muy equilibrada para la hora que era. La música sedosa que se oía, invitaba a una conversación relajada y romántica. Todos se dispersaban por los rincones más apartados en pequeños grupos cerrados e íntimos. Yo, que estaba solo, como siempre, de pié, apoyado sobre la barra, envidándolos, mientras los miraba desde lejos.

Realmente me hubiera gustado mucho estar sentado en una de esas mesas bajitas de madera, de las que están por las esquinas, sentado con Angélica, cortejándola. La verdad es que no entiendo por que nunca quiere salir conmigo. Ella es soltera como yo, y está sola como yo y ambos tenemos mas o menos la misma edad. Quizás sea porque aún no la he invitado. Ahora que lo pienso es cierto, yo jamás la he invitado a salir. Lo mismo se lo propongo y acepta encantada. No, creo que no. Otra vez soñando despierto. Otra vez diciendo tonterías. Últimamente no paro de pensar estupideces.  En fin para que comerme el coco. No merece la pena. Lo mejor es que trate de ligar con alguna de las que llegan por aquí de vez en cuando. Lo mismo  hasta tengo suerte.

¡Mira!, ¡mira!, ahí entra caza mayor. Pues si que está bien esa morena jaquetona. La verdad es que está pero que muy bien. Muy bien, muy bien. Vamos, que está para beneficiársela. Trataré de llamar su atención poniendo mi típica y ensayada pose de hombre interesante. Así, así, mostrando frialdad y estupor. ¡Que se note mi carácter!.

¡Joder!, llevo casi veinte minutos con la maldita pose y nada de nada. Me está entrando una punzada de dolor fortísima en la espalda de estar tanto tiempo estirado y la tía ni mira. Toseré un poco, a ver si repara en mí. ¡Que no!, ¡que no hay nada que hacer!, que ni tosiendo.

 Si fumara al menos le pediría fuego por abrir la conversación.

            De repente algo negro se acerca hacia mi volando. Es un bicho asqueroso y extraño que me golpea en un ojo. ¡Hay!, Hay!, que dolor mas grande. Del manotazo que me he dado a mi mismo por apartarlo, me he arrancado de cuajo las gafas que han salido inoportunamente volando y han  aterrizado con descaro, justo debajo del pié que en ese mismo instante tiene la morena levantado. Baja el pies y ¡Crafff!. La tía acaba de cargarse mis gafas.

            Hasta ese momento nadie había reparado en mi. Pero de repente, todo se paralizó. Todos pendientes, mirando atentos mi extraña reacción.

            -¡Ha sido un bicho- He dicho dirigiéndome a todos un tanto asustado  tratando de justificar el desproporcionado respingo que he pegado. – Ha sido un bicho que se me ha metido en el ojo y que de un golpe me ha arrancado las gafas.-

            -Ya debió de ser grande el bicho- Se oye una voz chuflona de entre la penumbra.

            Todos ríen. Todos salvo yo, claro. Una vez mas he vuelto a hacer el ridículo.

            Cuando menos me lo esperaba, cuando mi único anhelo era terminar de apurar lo que me restaba de la copa y largarme de allí, la morena se ha dirigido a mí, así como por sorpresa.

            -Lo siento mucho señor.

            -No se preocupe, no es nada.

            -Le he roto sus gafas.

            -Si, bueno, no importa. Hasta ahora las mujeres que he conocido me han roto todas la cara. Usted al menos me ha roto solo las gafas.-

            Ella comienza a reírse a carcajadas.

            -¿Y como se llama Usted?

            -Don Pablo Salguero, para servirla a Usted, a Dios y a la Patria.- Le he dicho tomando su mano para besarla.

-         ¿Pero que hace hombre?, ¿pero que hace?

-         Perdone Usted mi indolencia, solo trataba de ser cortes y besarle la mano.

-         Venga ya hombre, no me sea usted antiguo. A las mujeres no se les besa ya

la mano.

Ese reproche me ha dejado un poco fuera de juego, la verdad, no me lo esperaba. Me cuesta  seguir la conversación.  No sé por donde seguir.

-         ¿Y que hace Usted aquí tan solo, Don Pablo?- Me dice ella.

-         Pues ya ve Usted. Busco novia.

-         ¿Novia?- Vuelve a reírse la señora.

-         Si señora, novia de las formales.

-         Ya veo, ya.

-         ¿Y Usted, señora?, ¿También...?

-         No, no, yo no busco novia.

-         Ya me imagino, ya. Buscará usted novio.

-         Bueno, novio, novio, lo que se dice un novio no es precisamente lo que yo

ando buscando, aunque si lo encuentro, pues mira...

-         ¿Entonces que es lo que busca?.

-         Pues mire Usted lo que se tercie.

La respuesta ha hecho que me ponga muy nervioso. Creo que a esta morena me está tirando los tejos.

-Pues yo me tercio. He dicho valiente.

-¿Usted se tercia?- pregunta coqueta.

-Si señora, me tercio, me tercio.- Ella ha vuelto a reír a carcajadas.

            Pero lo mío es de película de miedo. Lo mío no tiene nombre, lo mío es desastroso, horrible. Lo mío es mala suerte, lo mío es para cortarse las venas, para suicidarse, para colgarse de un almendro seco.

            Cuando me encontraba en lo mejor de lo mejor. Cuando aquella señora estaba entrando en esa etapa que llaman “de la exaltación de la amistad”, tras haberse tomado tres o cuatro whiskys con cola, mí amigo el bicho, ese hijo de p... por el que me arranqué de un manotazo las gafas de la cara, ha vuelto a aparecer con traición, nocturnidad y alevosía, surgiendo por sorpresa de mi espalda, lanzándose en vuelo rasante hacia mi amiga, cayéndole en la pierna derecha. Ella, histérica, ha comenzado a gritar y a dar saltitos. Yo he tratado de ayudarla, en la medida de mis posibilidades.

Tras comprobar que el bicho era un simple grillo, he intentado apartárselo de su pierna, pero el insecto, sabiondo ha empezado a corretear cuesta arriba, dirección al pan de higo, ya me entienden,   y es que a estos bichos lo dulce les gusta mucho, que digo yo que será por eso. Yo con mi mano tratando de evitar la tragedia. Mi amiga gritando y dando saltitos y el grillo subiendo.

Leches!, ¡ releches!, tanto ha subido el grillo, que ha llegado donde no debía.

Tanto empeño he puesto yo en impedirlo que al final he dado con la mano donde no quería. Mi amiga, como siempre ocurre, me ha abofeteado el rostro, ¡Flash!, ¡Ay que dolor!,  y yo..., yo..., ya lo decía yo, al final todas me pegan. ¡Crip! ¡Crip! ¡Crip!.