Cuentos de Kamakura
SURISUMI
En las antiguas
crónicas "Kamakura no Ezu", se contaba que en la falda de una montaña de las
tierras pertenecientes a la familia Kajiwara existía un manantial llamado Ouma
no Hiyashiba.
El lugar tomó este nombre porque allí solían lavar las pezuñas de un famoso
caballo, llamado Surisumi por su espléndido pelaje negro lustroso, que regaló el
shogun Minamoto no Yoritomo a Kajiwara no Kagesue, uno de sus más bravos
guerreros.
Desde el principio, Kagesue apreció en gran manera el caballo, no sólo por ser
un obsequio del shogun sino también por su gran inteligencia, afecto y lealtad;
y el animal fue su compañero en las grandes hazañas bélicas de la época,
incluida la batalla de Uji, en la que el guerrero luchó con tremendo valor en
plena vanguardia, cubriéndose de gloria.
A medida que pasaron los años, la relación de Kagesue con Surisumi se hizo más
estrecha, y el guerrero siempre correspondió con los mejores cuidados y muestras
de estimación a su entrañable caballo.
Pero aquellos eran tiempos inestables de encarnizadas rivalidades por el poder.
Fue en 1199 cuando Kagetoki, dirigente del clan Kajiwara, fue acusado por su
rival Morinaga no Adachi y otros sesenta samurais de actos despóticos y
consiguientemente desterrado a Ichinomiya. Tan sólo dos años después cayó en
sospecha de intentar organizar una revuelta por el poder en Kioto y el shogun
ordenó morir mediante seppuku a él y a toda su familia, incluido Kagesue.
Cuando llegó el trágico día, Kagesue se levantó muy de madrugada y, tomando a
Surisumi por la brida, se encaminó muy despacio hacia un claro del bosque, donde
pondría fin a su vida, seguido a cierta distancia por un reducido grupo de sus
hombres de confianza, quienes se ocuparían de su cuerpo inerte.
Tras llegar al lugar elegido, en un claro en la cima de la montaña Kajiwarayama,
Kagesue hizo los últimos preparativos para morir y después se dispuso a libertar
a su caballo, que tanto tiempo le había servido.
Pero el buen animal se resistió a partir, sacudiendo la cabeza hacia arriba y
abajo con cada intento de obligarle a alejarse de su dueño. Era como si supiera
lo que iba a acontecer porque Surisumi no se apartaba de Kagesue, mirándole
fijamente con sus enormes ojos castaños y for¬mando al resoplar pequeñas nubes
de vapor en el aire helado.
Al fin, Kagesue comprendió que el leal compañero de muchos años estaba dispuesto
a acompañarle al más allá y se emocionó profundamente con esta última muestra de
lealtad. Después de ofrecer una plegaria por su espíritu, levantó la espada
hacia el animal inmóvil, que no apartaba los ojos de él, y llorando a gritos lo
derribó de un tajo certero.
Apenas el caballo cayó sobre las hojas secas, Kagesue se dispuso a abrirse el
vientre con gran entereza, reconfortado con el pensamiento de que no se marchaba
solo al otro mundo.