Leyendas de kamakura

El cangrejo de Benigayatsu

 



Cierta vez, un pescador de Zaimokuza encontró un cangrejo muy particular entre sus redes. Era mucho más grande que los normales y de un vistoso color violáceo; nunca había visto uno igual. Cuando lo observó con más atención, se dio cuenta de que había juntado sus enormes pinzas, como si estuviera implorando que no tomase su vida.

El hombre, sorprendido y con una sensación de mal agüero, se apiadó del animal librándole las patas de la red y lo depositó en la arena. Entonces, el cangrejo levantó ambas pinzas muy en alto, las hizo oscilar varias veces a derecha e izquierda, y se apresuró hacia el mar, desapareciendo enseguida.

Varios años después, Kamakura sufrió una sequía tan grave que los campesinos temían perder por completo sus cosechas. También el pescador, que poseía un campo en el valle de Benigayatsu. Para evitar que se secasen sus verduras, cada mañana hacía varios viajes de su casa al campo acarreando cubos y más cubos de agua, antes de salir a pescar.

Cierto día, estaba vaciando su primera carga de agua cuando se dio cuenta de que al fondo del balde de madera se encontraba el gran cangrejo de color violáceo, que recordaba perfectamente.

Entonces el cangrejo levantó las pinzas y en ese instante apareció una espesa nube. Pronto comenzó a caer una fina lluvia sobre el campo, que devolvió poco a poco la lozanía y el verdor a las verduras. Cuando las volvió a levantar, la nube desapareció y el sol matinal volvió a lucir con fuerza sobre las hojas cubiertas de gotas que brillaban con todos los colores del arco iris.

El pescador estaba tan sorprendido que se quedó un buen rato inmóvil con los ojos muy abiertos. Pero esa escena se repitió en los días siguientes, de modo que el campo del pescador rebosaba vida, mientras que otros se habían secado casi por completo.

Por suerte, a las pocas semanas acabó la sequía y llovió con gran abundancia. Y con la lluvia desapareció el cangrejo, que se perdió en el mar para nunca más regresar a tierra.

El pescador, muy agradecido por la valiosa ayuda, construyó un pequeño santuario conmemorativo. Pronto otros pescadores y campesinos conocieron la historia y llamaron al santuario Kaninomiya[1] , visitándolo desde entonces con sus plegarias para pedir lluvia y buenas cosechas.
 

     [1] Literalmente, "el santuario del cangrejo"