CHEN TSAI-JENG

El venerable maestro Chen Tsai-jeng, en la dinastía Ching, era un sexagenario espiritual y afable. Una noche, mientras atravesaba solo un campo desierto, vio a dos hombres que marchaban en la misma dirección con un farol en la mano. Apuró el paso y pidió fuego para encender su pipa. Pero ésta tardó mucho tiempo en prender con ese fuego.

— ¿Su muerte no data, pues, de más de siete días? — se sorprendió uno de los viajeros.

— Aún no — respondió el maestro Chen, que se esforzó en disimular la sorpresa que le provocaron esas palabras absurdas.

— ¡ Ah! ¡ Esa es la razón! — exclamó el otro, satisfecho de su sabiduría —. El soplo del mundo de los vivientes aún no ha salido enteramente de su pecho, y por eso el fuego de los muertos no llega a encender su pipa.

Sabiendo entonces de qué se trataba, el viviente simuló curiosidad y preguntó:

— ¿Es verdad lo que se cuenta de que los hombres temen a los aparecidos?

— No es cierto. En realidad son los fantasmas quienes tienen miedo a los vivientes.

— ¿Y qué debemos temer de los vivientes?

— Que nos escupan encima.

Al escuchar estas palabras, el anciano infló su pecho de aire y escupió sobre los dos fantasmas, que retrocedieron tres pasos.

— ¿Usted no está muerto? — se indignaron los dos fan¬tasmas, los ojos desorbitados.
Chen rió al responder:

— Pues bien, para no mentir debo decirles que soy un viviente que no tardaré en juntarme con vosotros.

Y sin otra explicación escupió sobre esos dos compinches. Al primer salivazo se encogieron a la mitad, y con el se¬gundo se disiparon como una humareda.

(De Siete escritos de la jarra de oro, por Juang Chün-tsai, dinastía Ching)