Cuento de Navidad - El secreto de la llave dorada
Walter Dario Mega 08-11-2002


 

 

 


Las calles llenas de luces, y los colores con que estaban adornados
todos los pinos de los parques le regalaban una bella imagen a la noche
navideña.

Iba apurado, pues no quería llegar tarde para comer los pollos a la
parrilla que estaba preparando mi padre; ni la mayonesa de ave, para la
entrada, que preparada por mi madre, era una real exquisitez.

Obviamente es una fecha muy linda, muy alegre; me gusta la navidad,
especialmente la noche buena, y toda la tradición que lleva consigo.
Llegué con tiempo para sentarme un rato con mi sobrinita, Luz, que
inmediatamente después de dejarme saludar a todos y como los años
anteriores, me preguntó:

- ¿De donde viene Papá Noel?.

La respuesta fue la de siempre: viene del polo norte, con su trineo y
sus alces, de quienes y como las anteriores navidades no recordé sus
nombres; ella, entre enojos y reproches llenos de simpatía, me repitió una
y otra vez los nombres, intentando que la navidad que viene los recuerde;
aunque es realmente imposible que de un año a otro pueda recordarlos. Pero
ella pone tal empeño en lograrlo, que valdría la pena hacer un esfuerzo,
siempre me digo.

Es increíble, pienso, como les gusta a los chicos escuchar estos relatos
fantásticos, siempre repetidos y a la vez irreales.

Obviamente como todos los que hace ya más de un par de décadas dejamos
la niñez atrás, nos resulta un tanto simpático ver como creen estas
historias, que alguna vez también fueron reales para nosotros, y que con el
paso del tiempo pasan a ser tradiciones, y nada más que eso.

Luego de dejarla jugando con un muñequito de Papá Noel, su trineo y sus
alces; tomé una copa de vino y me fui caminando hacia el parque, que es
hermoso: tiene faroles, plantas; el césped siempre cortado al ras, y unas
reposeras muy cómodas, que permiten ver el cielo estrellado de cada noche, y
muy en especial la noche buena.

Mientras caminaba, pensaba en los miles relatos navideños, y en parte me
sonreía por ellos.

- ¿Cómo puede ser que grandes escritores escriban esos cuentos? - Me
pregunté.

Para mi la navidad era un rito, nada más; el árbol, las luces, la
comida, y el regalo para Luz, que venía de parte de un imaginario Papa Noel,
Santa Claus o como quieran llamarle. Pero que alimentaba una ilusión irreal,
que tarde o temprano terminaría desilusionándola.

Eso me dio pena y en parte me pareció injusto, aunque también entendí que la
niñez se nutre de todas estas historias fantásticas.

Me recosté en una de las reposeras, cerré los ojos, para dejarme
acariciar por la brisa fresca, y sentí que muy suavemente, un frío intenso,
pero placentero, me recorría el cuerpo.

Mire el cielo, recorrí las innumerables estrellas, y la luna, que blanca
y brillante me iluminaba el rostro.

Esa noche comimos, nos reímos de las travesuras de Luz, y cantamos; era
bello, como todas las navidades.

Pero de repente sucedió algo extraño. Justo a la medianoche, se detuvo
el tiempo; si, dirán que estoy loco pero todo se detuvo y todos se quedaron
inmóviles en la posición que estaban, incluso Luz que había dado un salto de
la alegría por la llegada de Papa Noel, había quedado suspendida en el aire.

Atónito caminé alrededor de la casa para tratar de entender que sucedía,
pero la respuesta era simple, el mundo estaba parado en un instante de
tiempo.

Luego, y para profundizar mi asombro, apareció un duende; si, un duende,
chiquito y vestido a colores, tal y como son descriptos en los miles de
cuentos fantásticos, esos que leen los niños. Me tomó de la mano y me llevó
hacia el parque donde estacionado había un trineo gigante.

- ¿Qué estas esperando?, ayúdame - dijo el mismísimo Papa Noel que
estaba cargando algo de césped del parque en el trineo.

- El césped es para los alces - me dijo el duendecillo en voz baja.

Obviamente mis ojos estaban fuera de su orbita, no podía creerlo, no
podía ser; pero era, y a pesar de mis irrealidades y escepticismos , lo
tenía frente a mi, un hombre gordo de barba blanca, tal como lo describen
las miles de historias, pero en el parque de la casa de mis padres y vestido
de azul.

- Pero, ¿y el traje rojo? - Pregunté.

Se que no fue la pregunta más inteligente que podría haber dicho, pero
fue la única que pude expresar debido a mi sorpresa.

- Estaba sucio, y no me quedó otro para salir - Me contestó, con
simpleza y una sonrisa que permitía ver como sus bigotes se levantaban
suavemente, para luego agregar.
- ¡Peor el que use el año pasado!. - Dijo meneando la cabeza.
- ¿Por qué? - Le pregunté.
- Era amarillo.
- ¿Amarillo?, dije sonriendo.
- Es que mamá, había lavado el traje rojo, pensando que era 20 de
diciembre, y era 23, y a la hora de salir estaba mojado - Me contestó el
duende, en voz baja y entre risas.

Era una conversación por demás irreal; el viejecillo era sencillo y
simple, no es que yo creyera que fuera distinto, pero estaba libre de todo
protocolo; hablaba y te demostraba que te conocía; y con su sonrisa te daba
toda la confianza para sentirte increíblemente cómodo ante su presencia.

- ¡Pero es Papa Noel! - pensé, tratando de hacerme reaccionar.
- Apúrate que tenemos mucho por hacer.

Decidido a enterarme todo lo que sucedería aquella noche, le hice caso
en cuanta cosa me pidió que hiciese. Luego subimos al trineo y comenzamos a
tomar vuelo dejando una estela de destellos a nuestro paso.

Me explicó, que tenía un solo poder que podía utilizar una sola vez al año,
y era el que yo había presenciado; podía detener el tiempo para poder unir
los dos mundos.

- ¿Los dos mundos? - Pregunté.
- Aquel en el que vos vivís y el del que venimos nosotros - Respondió y
agregó - pero es tarde, después te explicaré mejor.
- ¿Y porque tienes de que detener el tiempo? - Volví a preguntar.
- Es que es la única manera de poder repartir mi felicidad a todo el
mundo. - y Reflexionó, dejando un interrogante en el aire - Aunque podría
ser mejor aún.

No entendí muy bien a lo que se refería, y no ahondé en preguntas porque
en realidad mi mente estaba en otro lado, ya que no entendía que hacía en un
trineo, a más de cien metros de altura, junto a Papa Noel, los alces y todos
sus duendes.

- ¿Qué hago aquí contigo? - le pregunté extrañado.
- Me acompañas, ¿te parece poco? - Dijo sonriendo un enigma pronto a
resolverse.
- ¡No es poco!, pero tampoco es normal; no conozco a nadie que hubiera
acompañado a Papá Noel en su trineo la noche de navidad.
- ¿No conoces a nadie o nunca nadie te contó? - Me preguntó sabiamente.
- Creo que nadie me contó. - Dije, dudando de mi respuesta.

Luego de cruzar el mundo y de repartir risas, amor y esperanza, que son los
regalos que entrega Papa Noel a los niños, llegamos a un pueblito muy
chiquito, donde solo había tres casitas.

- Baja conmigo - Dijo Papá Noel, para que luego de un ágil salto dejara
el trineo detrás.

Lo seguí apurado para no perderle el paso, pues era muy rápido.

Caminamos por la oscuridad de la noche, y nos paramos frente a la
ventana de una de las tres casitas de madera.

- ¿Ves ese niño? - Me preguntó.

Se refería a un niño que dormía abrigado por unas frazadas
deshilachadas, en una habitación por demás humilde.

- Así es. - le respondí.
- En ese niño se encuentra el gran milagro de navidad - me dijo,
sonriendo y dejando un gesto reflexivo en su rostro.

Ya se, la pregunta más obvia hubiera sido intentar enterarme del porque
de tal revelación, pero entendí que sus silencios decían mucho, y a pesar de
no darme cuenta a que se refería, estaba seguro que pronto se me develaría
la incógnita.

- El niño es un ángel - Volvió a decir, y agregó - pero no lo sabe.
- Un ángel, ¿Como todos los niños? - Pregunté.
- No - Dijo mirándome - es un ángel real.
- ¿Real? - Dije sorprendido y agregué - ¿Existen los ángeles?

El viejo me miró tiernamente, y con una sonrisa me demostró que aun
estando en su presencia, el escepticismo seguía ganándome la batalla.

- Ven - Me dijo, y se dirigió hacia la puerta de la casa.

Lo seguí, aun sin entender que sucedería, pero teniendo muy en claro que
seguramente sería algo bueno.

Entramos a la casa, y fuimos a la habitación.

- Es hermoso. - Dije - pero, ¿que hacemos aquí?.
- El niño tiene el secreto de la llave dorada. - Me contestó
- ¿el Secreto de la llave dorada? - pregunté.
- Si, - contestó y agregó
- Hace miles de años, antes de los tiempos incluso de la creación, había
una humanidad divida en dos tipos de naturalezas. Los seres humanos y los
seres mágicos, que coexistían perfectamente; no había odios, ya que nosotros
evitábamos de todas maneras que ese sentimiento tomara forma entre los
humanos. Pero un día, un mago, Joaquín, se sumergió en la avaricia, y
utilizó todo su poder para tomar cuanto pudo a su paso. A medida que sus
bienes aumentaban, su avaricia era mayor, y con ella, increíblemente,
aumentaba su poder, pero un poder que nacía de la oscuridad, que hasta ese
momento estaba apartada del mundo.
- ¿Y el niño? - Pregunté.
- El ángel, salvó a la raza humana, cerrando la gran puerta con la llave
dorada, y escondiéndola lejos de Joaquín; dejando que una sola vez al año,
cuando el mago de la maldad duerme, yo pudiese detener el tiempo, y entrar a
tu realidad, solo por un instante, para no ponerla en peligro, pero lo
suficiente para repartir la alegría, que por el resto del año le hará falta
al mundo de los humanos.
- ¿Qué quieres decir?, ¿qué los humanos no somos capaces de ser felices
sin fantasía? - Pregunté.
- Exacto, y la fantasía es parte del mundo mágico y a ellos pertenecemos
nosotros.
- ¿Y porque decis que no sabe que es un ángel? - Pregunté refiriéndome
al niño.
- Es que sufrió tanto para lograr separar los mundos y así resguardarlos
a ustedes de Joaquín, que bloqueo su existencia, convenciéndose que al ser
un niño tendría una madre que lo proteja.
- ¿y porque estamos aquí?
- Debemos averiguar el secreto de la llave dorada, es decir donde se
encuentra.
- Pero no volvería todo a ser como antes, es decir, el mago no
intentaría arrasar con todo por su
avaricia.
- No, al ser apartado de los humanos, Joaquin fue perdiendo la avaricia,
que es un sentimiento humano, y con ella sus poderes; y luego de un tiempo
fue apresado. Pero el ángel, que es el único que puede unir los dos mundos,
cree que es un niño, y niega saber donde esta la llave. - y continuó -
- Tu tienes que convencerlo de que no es un niño y así devolver a la
humanidad toda la felicidad que viene de nuestro mundo mágico.
- ¿Y yo, por qué? - Pregunté desconcertado por tamaña responsabilidad.
- Cada año, en navidad, un buen hombre me acompaña para que el niño sepa
su verdad. - Me contestó.
- ¿Y los anteriores no pudieron?
- No, es que no siempre la calidez humana es la misma. Y para poder
convencerlo tiene que ser alguien puro de alma y a la vez humano; el gran
problema que tenemos es que no podemos saber a quien elegir, y lo hacemos
solo basándonos en quienes nos parecen buenas personas, pero hasta ahora ha fallado.
- ¿Pero vos no podes hacerlo? - Volví a preguntar.
- Yo no tengo la parte humana que vos si tenés - me contestó.
- ¿Y que debo hacer?
- Dejate llevar por tu naturaleza. Pero ten en cuenta que solo tendrás
una oportunidad, si fallas... el niño se dormirá hasta el próximo año.
Ni bien dijo estas ultimas palabras, el niño despertó, y viejito
desapareció.
- ¿Tu quién eres? - Me dijo, mientras estiraba las alas.
- Un amigo - Contesté sin saber mucho que decirle.
- Soy un niño - Me dijo afirmándolo de tal manera de no darme
posibilidad a refutarlo.

Pasaron varios minutos sin decir ninguna palabra, él me miraba y yo
intentaba encontrar la forma. Hasta que le dije:

- Yo soy un ángel.
- Tu no eres un ángel - Me dijo enojado.
- Porque dices eso. - Contesté intentando mostrarme ingenuo.
- No tienes alas, y eres demasiado grande para ser un ángel.
- ¿Y como es un ángel?
- Es como un niño, con alas y poderes de bondad que no serias capaz de
imaginar siquiera.
- Tu tienes alas - Le dije, y no me contesto.
- ¿Por qué dices que eres un niño? - Le pregunté.
- Porque solo siendo niño tendré una madre.
- Pero sabes que no eres un niño común.
- Lo se, pero no me interesa.

Luego de sentarme a su lado, de pasar mi mano por sus alas y de
acariciar su espalda, le dije:

- Eres un niño muy bello. Pero el ángel que esta dentro tuyo tiene un
secreto, que solo si te das cuenta tu mismo que él existe, nos dará la
posibilidad de revelarlo.
- Pero, y mi mama, si soy un ángel, nunca tendré mamá. - dijo
acongojado.
- No es así, sos un niño que lleva dentro un ángel...
- No quiero ser un ángel - volvió a repetir casi llorando.
- Es que es tanto el deseo que tienes de ser un niño, que poco a poco te
has ido transformando en uno, pero no por eso tienes que negar el ángel que
forma tu alma.
- ¿un niño y un ángel a la vez? - Dijo, transformando sus lágrimas en un
gesto de sorpresa. Nunca lo hubiera pensado desde ese punto de vista - y
Agregó - y me gusta.
- Entonces, ¿revelaras el secreto? - Le pregunté.
- El secreto ya fue revelado a quien correspondía, y sonrió dejando que
en sus ojos un destello de luz se reflejara.

En ese instante volví al parque de mi casa, a la reposera y al cielo
estrellado. No entendí, y supuse que hubiera sido todo un sueño.
Si no hubiera sido porque ya no tenía una sobrina, sino que mis sobrinos
eran dos: Luz y Ángel. Increíblemente algo había cambiado en mi vida ya que
encontraba en mi mente cientos de recuerdos, donde Ángel me acompañaba una y otra vez.

Esa noche comimos, y nos reímos mucho de las travesuras de Luz y Ángel.

Pero a la medianoche, luego de brindar; cual puerta mágica, se abrió el
cielo, para que ante el asombro del mundo y tomados de la mano: elfos,
hadas, magos y cientos de seres mágicos mas bajaran a la tierra y festejaran
la navidad de los seres humanos; dejando paso a una eterna y mágica realidad
llena de fantasía.

Walter Dario Mega 08-11-2002

                                                

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