DENSABURO Y HANSABURO
Hace mucho tiempo vivía en la isla de Sado2 un majestuoso y sabio tejón llamado
Densaburo3, que era querido y respetado por todos los animales de la isla,
incluso los zorros le apreciaban mucho. Era muy sabio y poseía muchas
habilidades, pero entre todas ellas se sentía especialmente satisfecho de su
extraordina¬ria facilidad para cambiar de aspecto; en esto era muy superior a
zorros y tejones que, como sabemos, poseen habitualmente este poder mágico. Era,
además, Densaburo un poco vanidoso, y se enorgullecía de ser tan admirado en su
tierra; sin embargo, a veces se preguntaba si no le convendría salir a ver mundo
y aprender algo más de lo que ya sabía. Y así, finalmente, deci¬dió partir a
conocer otras tierras y aprender cuanto pudiera, pues era joven y no le asustaba
viajar recorriendo grandes dis¬tancias en busca de un maestro que le pudiera
enseñar algo más.
Viajó mucho tiempo, pero no encontró a aquel maestro que buscaba, aunque no por
eso dejó de buscarle. Un día, mientras caminaba por un hermoso bosque, dudando
entre los diversos senderos sin saber cuál de ellos elegir para seguir su viaje,
se encontró con un zorro que le saludó cortésmente. Antes de dar¬se cuenta, ya
habían trabado una amena y amigable conversa¬ción. Le preguntó entonces el zorro
el motivo de su viaje, a lo que el tejón contestó:
—Soy el tejón Densaburo de la isla de Sado, y viajo de aquí para allá sin rumbo
fijo para aprender cuanto me sea posible.
—¡Qué gran suerte haberme encontrado con el célebre tejón Densaburo, tan famoso
por su capacidad de transformación! —dijo el zorro entusiasmado, mientras hacía
una profunda re¬verencia—. Permítame presentarme: soy el zorro Hansaburo de la
provincia de Eha, y estoy viajando como usted para ampliar mi cultura y
precisamente ahora estaba pensando que nunca encontraría un adversario digno de
quien aprender. Ha sido una inmensa suerte encontrarle.
—Es para mí un honor conocer al famosísimo zorro Hansabu¬ro de quien tanto he
oído hablar en mis viajes. Es una inesperada sorpresa tener el privilegio de
conocerle —contestó el tejón; pues era cierto que había oído hablar mucho del
zorro, aunque no le consideraba capaz de enseñar nada.
Sería interminable recoger aquí las innumerables cortesías que se hicieron
Densaburo y Hansaburo como animales bien educados que eran; después conversaron
largamente y, por fin, acordaron darse una mutua prueba de sus habilidades
transformistas, lo que no era sino un desafío cortés. Decidieron que ganaría
aquél que mejor engañase a su rival y que éste le reco¬nocería como el mejor
maestro de Japón.
—Vayamos a aquel templo; de aquí a allí veremos quién es el engañado —propuso el
zorro Hansaburo.
Así lo hicieron y cada uno fue por su lado hacia el templo. Caminaba el tejón
Densaburo pensando que el zorro se habría dirigido al templo para aprovechar la
actividad que siempre rei¬na en ellos por muy tranquilos que sean, cuando vio
una estatua de un Bodhisattva que le llamó la atención por su magnífica talla y
lo perfecto de su trabajo. "Debe de ser obra de un gran maestro, una auténtica
maravilla", pensaba Densaburo que, como ya hemos dicho, era muy sabio y capaz de
apreciar la belleza donde la encontrara. Conmovido ante la perfección de la
escultura y la piedad que emanaba de su expresión, Densabu¬ro se postró ante
ella e hizo una ofrenda de una bola de arroz, "después agachó la cabeza para
meditar. Cuál no sería su sorpre¬sa cuando, al levantarla, la bola había
desaparecido. Lógica¬mente, pensó que no era normal lo que acababa de suceder y
creyó que el viento habría arrastrado la bola de arroz, pero por más que buscó y
rebuscó por los alrededores, no la encontró. Sin darle más importancia, sacó
otra bola y la volvió a ofre¬cer a la imagen, pero también ésta desapareció, lo
que ya le resultó demasiado extraño al tejón, que no en vano era muy sabio.
Fingiendo no sospechar nada ofreció una tercera bola y se postró de nuevo, pero
sin perderla de vista; así, y sólo a la tercera vez, descubrió que la pretendida
imagen se comía la ofrenda. Con un brusco movimiento agarró la mano de la
ima¬gen, que en ese instante se convirtió en el zorro Hansaburo.
—Mi querido amigo, ha sido una transformación magnífica —dijo Densaburo—, pero
su glotonería ha sido excesiva.
—Sí, pero le he engañado, mi estimado colega.
Evidentemente no pudieron llegar a un acuerdo, pues si bien era cierto que el
zorro se había traicionado descubriéndose, también lo era que, si no lo hubiera
hecho, el tejón quizá no lo hubiera descubierto. Por tanto, el desafío seguía en
pie.
—En realidad —dijo el zorro—, esto no ha sido más que un juego para mí. Mire
aquel pueblo y verá algo digno de admi¬ración —y salió corriendo.
Se acercó Densaburo al pueblo y, aun de lejos, se dio cuenta de que algo fuera
de lo común estaba ocurriendo en él. Efecti¬vamente, al llegar pudo ver el más
espléndido cortejo nupcial que imaginarse pueda. La novia era una damisela
encantadora que resplandecía en sus kimonos blancos y rojos. El kimono exterior
iba bordado con cientos de grullas volando con sus maravillosas alas
desplegadas4. Marchaba en una silla de ma¬nos con soberbias cortinas de seda
roja, seguida por sus parien¬tes magníficamente ataviados con ropajes de seda
negra con el mon familiar5 en las mangas y en el pecho. Tras ellos un enor¬me
cortejo de sirvientes llevaba innumerables regalos. Semejan¬te desfile había
conmocionado a todo el pueblo, que había sali¬do a la calle para contemplar la
belleza de la novia y el lujo de los vestidos. Nuestro tejón, fascinado también
por el espectácu¬lo, había tomado la forma de un monje para pasar desapercibido
entre la multitud, y tan bien lo había hecho, que un joven novi¬cio del templo
adonde se dirigía el cortejo le tomó por un monje viajero y le invitó a
descansar en el monasterio.
Estaba la novia bajando con delicados ademanes de la silla de manos, cuando
todos pudieron ver una hermosa bola de arroz que rodaba hasta sus pies y el
gesto rápido de la bella al agacharse a cogerla. También el pueblo entero pudo
oír a la bola decir:
-—He ganado, Hansaburo san.
Tejón y zorro cobraron su aspecto real y ambos tuvieron que usar sus patas tan
velozmente como pudieron para huir de los lugareños, que estaban dispuestos a
matarles tanto por la burla de la que se creían objeto como por el miedo a que
la "gente peluda" les lanzase algún hechizo o encantamiento. No pararon de
correr hasta que llegaron a un lugar seguro casi sin aliento.
—Ha sido estupenda su transformación, Hansaburo san, pero no se dio cuenta de
que al ser tan pequeño y convertirse en tanta gente era fácil que cometiera un
error fatal, se lo diré para que tenga más cuidado si vuelve a intentarlo en
otra ocasión: a uno de los últimos sirvientes le asomaba la punta de la cola de
zorro por detrás6. Mañana me toca a mí demostrar mis habi¬lidades y sería
conveniente hacerlo en el pueblo que está más allá, pues en éste no creo que
seamos muy bien acogidos. Verá un cortejo principesco como pocos han visto.
Hansaburo se quedó pensativo toda aquella noche; transfor¬marse en un cortejo
nupcial era algo realmente complicado pero posible; de ahí a convertirse en el
séquito de un príncipe con sus nobles, samurais, criados, jinetes, damas y
criados había mucha distancia. "Con semejante disfraz, Densaburo no podrá
aguantar mucho tiempo, así que lo más probable es que llegue a las calles del
pueblo con su apariencia habitual y una vez allí se transforme. Si llego antes
que él no podrá engañarme", se dijo el zorro, poco dispuesto a caer en ninguna
añagaza del tejón. Apenas durmió aquella noche, pendiente de llegar a tiem¬po al
pueblo, y no llegó tarde, pues antes del amanecer ya estaba el zorro vigilando
las calles del lugar. Pasaron las horas y lo único que vio Hansaburo fue el
cotidiano ir y venir de los campesinos y campesinas en sus quehaceres y
charlando de co¬sas más o menos interesantes. Sin embargo, sería cerca del
mediodía cuando se oyó primero, y más tarde se vio avanzar desde muy lejos el
cortejo de un príncipe. Era un grupo magní¬fico de muchas personas, vestidas con
un lujo que hacía parecer la boda del zorro un bazar de telas baratas; jamás se
habían visto en aquellas tierras guerreros tan apuestos, aguerridos y marciales,
ni armaduras tan vistosas y relucientes, caballos tan briosos y lustrosos,
damas tan delicadas, criados con mejores libreas ni nobles tan ceremoniosos y
atentos con su señor, que viajaba en una silla de manos que casi parecía un
templo de tan rica y ornada. Abrían el cortejo unos criados, seguidos de cua¬tro
samurais de bellísimos sables y soberbios kabuto7; tras ellos la silla lacada
del príncipe y después todo el séquito. El zorro, fascinado por lo que estaba
viendo, decidió adoptar la forma de un campesino para poder contemplar a sus
anchas el cortejo. Al principio dudó si sería o no obra del tejón, pero se
convenció enseguida de que no podía serlo, pues ese lujo no podía ser concebido
más que por un verdadero príncipe ante quien, sin duda, había que inclinarse por
su poder y, sobre todo, por su buen gusto. Así lo hizo Hansaburo y, cuando
estaba en lo más profundo de su reverencia, escuchó una voz que decía:
—¡Cuánto respeto y protocolo por un humilde tejón de la isla de Sado!
El cortejo había desaparecido y ante él sólo estaba el tejón. El zorro se puso
furioso por haber sido vencido, incluso des¬pués de que el tejón le dijera
dónde, cuándo y en qué se iba a transformar. Su vergüenza no tenía límites y,
parece ser, no tenía buen perder, pues, rabioso, le dijo al tejón:
—Densaburo san, mañana le mostraré un cortejo que hará palidecer al suyo y sabrá
que no hay mejor maestro en este arte que yo en todo Japón.
No se inquietó Densaburo por eso, y al día siguiente llegó al lugar indicado
tranquilo y con los ojos muy abiertos, dispues¬to a no dejarse engañar por el
zorro. No tardó en aparecer el cortejo que, simplemente, era cuatro veces más
grande y lujoso que el suyo del día anterior. Los samurais eran muchos más y
mejor uniformados, los caballos eran una verdadera maravilla de estampa y
arreos. El palanquín no quedaba a la zaga de los caballos y los personajes del
cortejo eran perfectos, "demasiado perfectos" pudo pensar Densaburo, aunque eso
no nos lo dicen las crónicas. Para observar mejor tomó forma de samurai y se
situó a la orilla del camino respetuosamente. Sin embargo, cuando llegó a su
altura el palanquín, saltó ágilmente a su inte¬rior, donde estaba el príncipe, y
dijo:
—Magnífico de veras, pero ha vuelto a cometer el mismo error, pues a uno de sus
samurai se le ve la cola de zorro.
Pero esta vez nada cambió de aspecto, por la simple pero contundente razón de
que el cortejo era el verdadero de un po¬deroso príncipe que viajaba por
aquellas tierras para acudir a una gran fiesta, y lo que Densaburo había tomado
por la cola del zorro no era sino el sable de uno de los samurai bajo la capa8.
El zorro se había enterado del viaje del príncipe durante la espera del día
anterior y lo había usado para engañarle y tomar¬se la revancha disfrutando de
ella escondido tras unos arbustos.
Como es lógico, al príncipe no le gustó nada que un tejón convertido en samurai
le atacara, así que dio órdenes para cas-tigar al osado, y le propinaron tan
soberana paliza que a punto estuvieron de acabar con él, pero era listo y ágil
y, a pesar de todo, pudo escapar, mal que bien, de los fieles samurai del
príncipe 9. Claro que, cuando pudo escapar, el zorro estaba ya muy lejos y no
consiguió ajustarle las cuentas. A trancas y barrancas volvió el pobre tejón
Densaburo a su querida isla de Sado, don¬de se le quería y respetaba, sin ganas
de volver a salir de ella en la vida y con tal rencor hacia los zorros que
consiguió que se les expulsara de la isla. Esta es la causa de que hoy día no
haya zorros en la isla de Sado.
2 Sado es una isla del archipiélago japonés situada al noroeste de la isla de Honshu,
en el mar del Japón.
3 La localización varía en los textos al igual que los nombres de los
perso¬najes: Takahashi llama Gombe al tejón y Herakoi a la zorra. Sin embargo,
los episodios de ingenio son prácticamente iguales.
4 Esta es la indumentaria habitual de las novias, que llevan en sus vestidos las
grullas como emblema y símbolo de la fidelidad conyugal, al igual que entre los
regalos abundan los objetos con forma de pato mandarín con el mismo sentido. Los
kimonos se suelen llevar siempre superpuestos, dejando ver los bordes en el
cuello, las mangas y la parte baja; esto permite a la mujer jugar con las
combinaciones de diversos colores según su capricho y según las normas y la
ocasión.
5 Los món son una especie de escudo heráldico que se colocaban en todos los
objetos pertenecientes a la familia. Posteriormente su uso se extendió. Temas
predilectos para estos moon son las plantas,.especialmente flores, sien¬do el
crisantemo el món de la familia imperial japonesa.
6 Este error es uno de los clásicos por el que se reconoce a zorros y tejones en
los cuentos y leyendas, no sólo japoneses sino también chinos. De hecho, en las
ilustraciones japonesas de estos cuentos siempre aparecen con un trozo de cola
sobresaliendo del kimono.
7 Es el nombre del casco de guerra del samurai. Algunos son auténticas obras de
arte, al representar animales míticos o reales de gran tamaño. En realidad son
el elemento más espectacular de la armadura japonesa.
8 Aparte de la posibilidad de que el sable medio oculto por la capa pudiera
engañar al tejón, las estampas recogen vainas de sables forradas con piel de
zorro que realmente podrían inducir a confusión no sólo a un tejón escamado,
sino a cualquiera.
9 El cuento que recoge A. Takahashi es al revés, siendo el vencedor el tejón