Cuentos de Kamakura
E L D E S E O D E S O G E N
Sogen fue un monje chino de gran instrucción y virtud que vivió en el siglo XII
y llegó a Japón, invitado por el regente Hojo no Tokimune, para ocupar el cargo
de primer abad del gran templo de Engaku-ji.
Poco antes de llegar al templo, una bandada de garzas reales blancas salió al
encuentro del cortejo del ilustre monje, guiándolo hasta la entrada del sagrado
recinto. Como las aves se consideraban emisarios del dios Ha-chiman, patrón de
Kamakura, su presencia se consideró un signo de que Sogen contaba con el
beneplácito divino, y Tokimune se alegró mucho.
Y así, el monje vivió muchos años en Engaku-ji, que gobernó con sabiduría y
compasión, convirtiéndolo en uno de los templos zen más prósperos y respetados
de Japón.
Cierto día, habiendo alcanzado ya una edad muy avanzada, reunió a sus discípulos
y les contó la razón de haber dejado su país para instalarse en Kamakura.
— Mucho, mucho tiempo atrás, cierta noche tuve un sueño en el que se me apareció
un dios y me pidió que fuera a su país para divulgar las enseñanzas budistas,
prometiendo que nunca dejaría de protegerme. No me dio a conocer ni su nombre
ni de dónde venía, de modo que pronto me olvidé del asunto. Sin embargo, este
sueño se repitió una y otra vez, y fue entonces cuando llegó la invitación del
regente Tokimune y comprendí que debía cumplir esa orden divina.
Los discípulos escuchaban con gran atención, y Sogen continuó su relato, con
alguna pausa en la que son¬reía levemente al revivir lo acontecido.
— Y ese dios siempre se me había aparecido acompañado de un dragón dorado
emergiendo de la manga izquierda de sus vestiduras y dos palomas blancas posadas
en el regazo. Cuando llegué a Kamakura y supe que las aves blancas son emisarios
de Hachiman, me di cuenta de que fue él, precisamente, quien me había llamado.
Como ya soy viejo y puedo morir cualquiera de estos días, quisiera comunicaros
un deseo: si alguna vez alguien talla mi escultura, me gustaría que me
representara con el dragón y las dos palomas, para dar así las gracias a los
dioses por haberme elegido.
Sogen murió poco después, recibiendo del empera¬dor en Kioto el nombre postumo
de Bukkoku Zenshi, y los discípulos se encargaron de que el deseo del monje se
cumpliera. Su efigie lacada en negro, con un dragón dorado y dos palomas
blancas, se conserva como una de las reliquias más valiosas del templo de Engaku-ji.