Cuentos de Kamakura
El destierro de la familia Ishikawa
Rokuheimon Ishikawa fue un comerciante muy rico de Edo que vivió unos dos siglos
atrás y pasó los últimos años de su vida desterrado en Kamakura, aunque ya nadie
recuerda el lugar exacto donde vivió ni nada más que las famosas extravagancias
de su esposa.
Rokuheimon vivía en un barrio llamado Ofuna-machi, en el distrito de Nihonbashi.
Además de sus ingresos por el comercio, vendió unas tierras con enorme lucro, de
modo que su fortuna se multiplicó en un abrir y cerrar de ojos.
Pero al mismo tiempo que aumentaba su riqueza, crecía el afán por el lujo en su
esposa, quien acabó convirtiéndose en tema de conversación entre la adinerada y
emergente burguesía de la capital.
Sus despliegues de lujo llegaron a oídos de la espolsa de Shingoro Yodoya, un
hombre rico de Osaka, quien era también conocida por su afición a la opulencia.
Poco a poco, las historias de las extravagancias de ambas mujeres, contadas en
forma corregida y aumentada, circularon con más y más frecuencia por la ruta
Nakasen-do, junto con los envíos de mercancías, los correos oficiales y los
artistas ambulantes.
Y al mismo tiempo la rivalidad de ambas se fue incrementando, hasta que en
cierta ocasión la señora Ishika¬wa desafió a la señora Yodoya a una reunión en
Edo, donde un puñado de invitados selectos decidiría quién era la mejor vestida.
Acordaron un día de otoño para la competición, que amaneció despejado y con un
sol cálido, lo que aumentó en gran manera los espectadores que no se querían
perder por nada del mundo el ver con sus propios ojos el prometedor espectáculo.
Cuando la señora Yodoya bajó del palanquín, la multitud congregada ante la
residencia prorrumpió al unísono en una exclamación y apenas se fijó en la
señora Ishikawa que había llegado apenas unos instantes después. Esto le hizo
dar por sentado que ella sería la vencedora, y así entró con tremendo aplomo y
una discreta sonrisa de triunfo al gran salón cubierto con tatami [1], donde se
celebraba la reunión.
Lo cierto es que el kimono de señora Yodoya era espectacular, bordado con gran
elegancia y delicadeza en los colores de las cuatro estaciones de Kioto. Los
copos transparentes de la nieve sobre las ramas desnudas, que parecían temblar
con las gélidas ráfagas de viento, la palidez nacarada de los cerezos, cuyo
aroma daba la impresión de impregnar el aire, el plumaje finísimo de los
ruiseñores, los verdes luminosos de las hojas jóvenes, los ocres, rojos y
castaños del bosque otoñal... Era un rico despliegue en los tonos mas finos y
acertados de sedas bordadas que dejó a los presentes sumidos en una especie de
sueño intemporal, en el que los aromas y colores de las estaciones se mezclaban
en una delicada armonía sólo imaginable en el paraíso.
La señora Yodoya se movía con gran habilidad al ritmo de las notas del shamisen,
desplegando a cada instante inesperados brillos y evocaciones tan vividas de
las diversas estaciones que los invitados dieron por sentado que ella sería la
ganadora indiscutible.
Entonces entró la señora Ishikawa. Vestía un kimono completamente negro, aunque
en los bordes de las mangas y de la falda aparecían unas escenas con aves de
corral, unas nandinas rojizas, que no impresionaron a nadie.
La diferencia parecía demasiado abismal; por eso, los invitados que debían
emitir el veredicto se aproximaron a la señora Ishikawa para observar de cerca
el kimono. Entonces prorrumpieron en una exclamación unánime: las aves estaban
bordadas en los granos de coral más perfectos, además de minúsculas perlas, jade
y otras piedras preciosas, con tal habilidad que parecían respirar con el hálito
cálido de la vida, en una obra jamás imaginada. Cuando más miraban más les daba
la impresión de que las aves vivían, picoteaban el suelo, cloqueaban, e incluso
temieron que se asustaran y salieran volando en cualquier momento.
Contra lo imaginado, la señora Ishikawa fue considerada ganadora, ante el amargo
despecho de la señora Yodoya, que regresó a Osaka a toda prisa, cubriendo su
rostro con la manga del lujoso kimono empapada en lágrimas.
Sin embargo, la victoria que alegró a la señora Ishikawa en extremo, fue el
origen de toda una serie de hechos que condujeron a su triste destierro.
Desde que fue considerada vencedora sobre su rival de Osaka, alcanzó tal
prestigio en Edo que, quizá más por las expectativas ajenas que por su propia
voluntad, no escatimó en los lujos más exquisitos que fueron el deleite y la
envidia de la burguesía de la capital.
En cierta ocasión ceremonial que el shogun desfilaba por las calles, la mujer se
instaló al borde del camino en una carpa de exquisito lujo, perfumada con el
aroma del incienso más raro.
Fue entonces cuando el palanquín del shogun se detuvo en las inmediaciones, y se
desperdigaron los altos funcionarios para averiguar de dónde salía tan refinado
aroma, indigno de una persona del pueblo.
Enseguida, el perfume que emanaba de la carpa de la señora Ishikawa la delató.
El indignado shogun confiscó la mayoría de sus bienes y obligó a Rokuheimon
Ishikawa y a toda su familia a partir hacia Kamakura, que en aquel entonces
conservaba sólo los templos del esplendor de antigua capital y se había
convertido en un tranquilo pueblo de pescadores y monjes.
[1] Gruesas esteras de juncos cubiertas de fina paja trenzada que cubren el suelo de la vivienda japonesa