Relatos cortos de antiguas culturas

R. Benito Vidal

 

EL PÁJARO DEL TRUENO Y EL HOMBRE

CON CABEZA DE ACERO

El creador del universo quiso la destrucción de la Madre Patria del Hombre y envió las Cuatro Grandes Fuerzas, en forma de Pájaro de Trueno, para que ejecutara su mandato.Y él hizo que su tierra se sumergiese y que las aguas la anegasen.

El jefe indio, el miembro más viejo viviente de la tribu, explicaba al joven guerrero:

—El Pájaro del Trueno es un enorme y horripilante ave que con el parpadeo de sus agudos ojos origina el rayo, que con el batir de sus alas hace nacer el trueno, que promueve la lluvia vertiendo el agua que encierra el inmenso lago que soporta en medio de su enorme lomo. Sus ganas están clavadas en la cola de la Ballena Matadora.

El muchacho, asombrado, preguntó con interés:

—¿Y quién es la Ballena Matadora?

El anciano jefe respondió:

—Es el océano, sus aguas desatadas, su furia, todas las aguas.

El guerrero quedó pensativo. La verdad es que los cielos estaban oscuros, las nubes a punto de reventar...

Mirando al cielo, el bisoño y valeroso muchacho dijo sin pensar:

—El Pájaro del Trueno amenaza a nuestra tribu desde el cielo. La Ballena Matadora nada desenfrenadamente escupiendo su ira contra nuestra costa. ¿Qué nos irá a deparar la voluntad del creador?

Y el guerrero bisoño e imberbe, en busca de su iniciación, abandonó aquellas tierras de sus antepasados hasta que adviniera la gran inundación. Nadie supo jamás dónde es tuvo ni que hizo durante su ausencia. Pero apareció sobre la tierra cuando el Pájaro del Trueno abocó el agua del inmenso lago que lleva en su lomo sobre ella y la Ballena Matadora lanzó sus coletazos furiosos sobre las tribus y los pueblos.

En los días de la gran inundación se mostró en aquellos territorios anegados, bajo la inmensa lluvia que no se detenía, sobre las crestas de las olas desatadas por las fuerzas del océano, que arrastraban las palmeras, arrasaban los cacaotales y los monumentos de piedra y barro donde adoraban a sus más rudimentarios dioses como si fueran simples cañas de maíz y copos de algodón arrancados de sus matas; en aquellos días apareció en medio de la hecatombe un misterioso ser, un gigantesco individuo, de anchos hombros y fuertes extremidades, que llevaba cubierta su cabeza con un bruñido casco de acero, se mostró a caballo de las aguas desatadas y bravías, luciendo en sus fuertes manos el mágico cetro que detuvo al Pájaro de Trueno, las riendas vigorosas con las que frenó la frenética carrera de la Ballena Matadora.

El viejo jefe de la tribu, al verlo ante sí poderoso y firme, gritó clamando ante los dioses caídos entre el lodo:

—Ellos, sus espíritus, desde su mundo, nos lo envían para que sea nuestra salvación.

Los hombres en aquel entonces vivían dispersos, cada cual escondido en su caverna, en su choza, sin tener en cuenta la presencia de sus vecinos, sin repartir con ellos su comida, ni su subsistencia, ni siquiera su soledad y sus miedos.

El Hombre con la Cabeza de Acero, como así le llamaron en seguida los indígenas, los reunió a todos en una tribu, los unificó en una única etnia a la que le puso el nombre de haidan, les ayudó a construir sus cabañas, les indicó dónde se debían esconder para escapar del fragor de las aguas sin control, al ansia de venganza que tenían tanto el Pájaro de Trueno como la Ballena Matadora, les indicó cómo tenían que sobrevivir, a qué dioses debían adorar...

El viejo jefe se acercó al Hombre con la Cabeza de Acero y le preguntó:

—¿Quién eres tú, que tus poderes alcanzan al cielo? ¿Eres un dios o como un dios?

—Soy humano como tú.

—Pero ¿quién eres? —preguntó con ansiedad. Y preguntó con premura—: ¿Cómo conoces este lugar? ¿Por qué llegas hasta aquí en los momentos de la desgracia, cuando más necesitamos de ayuda? ¿De dónde vienes?

—Vengo de allá —contestó, y señaló las tierras de poniente,

— ¿Más allá del mar?

—Mucho más —dijo—, en donde nacen los dioses. De un lugar donde no hay pobreza ni míseros, del paraíso que... se hundió entre el agua y el fuego.

—  ¿Igual que aquí?

—Mucho peor. El Pájaro de Trueno vomitó agua y fuego y la Ballena Matadora regurgitó sus bascas sobre la gran isla.

El más anciano de la tribu dijo:

—Tú eres un dios, nacido en el lugar de los dioses...

Y agachó su cabeza en signo de acatamiento. El Hombre con la Cabeza de Acero, con voz muy timbrada, declaró:

—No soy de allí. Recorrí el inmenso mar, crucé las franjas de tierra que hallé en la ruta, peregriné por inhóspitos lugares hasta alcanzar el continente paradisíaco y en él recibí inmensos poderes de sabios naacales y volví cuando me necesitabais...

El Hombre con la Cabeza de Acero volvió a su escondrijo, retomó a su labor de salvamento y reconstrucción de aquel pueblo que él mismo acababa de fundar.

El viejo guerrero quedó con sus íntimos pensamientos y recordó al joven muchacho a quien aleccionara hacía ya muchos años y que un día misteriosamente desapareció. Luego reunió a toda la tribu haidan y envió emisarios para que avisaran a todos los pueblos del universo que se concentraran en aquel lugar. Cuando todo el mundo acudió a la cita y esperaban expectantes las palabras del anciano éste dijo:

—Todos habéis sido beneficiados por la acción del Hombre con la Cabeza de Acero. Siguiendo sus reglas todos nos hemos constituido en pueblos concretos y con leyes concretas inspiradas en su sabiduría, con la ayuda de sus propios brazos y de su propia cordura hemos levantado las cabañas y los templos donde moraremos nosotros y nuestros dioses cuando el diluvio termine, cuando el Pájaro de Trueno vacíe completamente el agua que llena su lago, cuando la Ballena Matadora se tranquilice y se bañe en el océano como una carpa en el estanque.

Toda la concurrencia escuchaba al viejo indígena con arrobo, sin pestañear. El hombre continuó:

—El diluvio está próximo a acabar y el Sol, nuestro padre, pronto brillará en el horizonte. Sé que el Hombre con la Cabeza de Acero es muy amigo de Pájaro de Trueno y todos los demás dioses y ello nos beneficiará —calló un momento y de repente expuso

— Debemos elegirle como nuestro caudillo, porque es un ser poderoso, bueno, y sólo busca nuestra felicidad.

Las voces atronadoras de la multitud aceptaron al Hombre con la Cabeza de Acero como su jefe y su guía y el entusiasmo brotó en todas las gargantas de los presentes.

Pero la inundación no acabó todavía. Al insigne caudillo le quedaba mucha labor por realizar. Los pueblos de la Tierra confiaban ciegamente en él y se abandonaban a sus poderes, dejándolo solo. El cumplía como había prometido; sus incalculables fuerzas, parecía, según el más viejo miembro de la tribu haidan, que no iban a serles suficientes. Así lo debieron ver las divinidades que le protegían porque...

“Cuando esa gran inundación barrió la faz de la Tierra los dioses temieron por la vida del Hombre con la Cabeza de Acero, al que cambiaron milagrosamente en un salmón con la cabeza de acero.”

El caudillo transformado en pez tuvo que vivir en las he ladas aguas del río Nimpkisk. Allí recogió postes y maderos, procedentes de la catástrofe, para fabricar con ellos su vivienda, pero se dio cuenta de que, al haberse convertido en tan pequeño animal, no tenía suficiente fuerza para edificarla. Entonces, el Pájaro de Trueno se presentó ante su amigo,

el Hombre con la Cabeza de Acero, con gran restallido y tronante estrépito, ensombreciendo el cauce del río. El salmón le preguntó:

—¿Qué haces aquí? ¿A qué has venido?

El Pájaro de Trueno, ante su amigo, se despojó de su máscara de dios y mostró su rostro humano diciéndole:

—Soy tan humano como tú. Y te colocaré los maderos de tu vivienda. Y permaneceré aquí contigo para que instales tu tribu y seré tu protector para siempre.

De inmediato el Pájaro de Trueno, con cuatro tronantes aleteos, hizo aparecer de entre sus plumas con ensordecedor  estruendo una legión de guerreros armados que le juraron lealtad.

El salmón con cabeza de acero, por voluntad de los dioses y de su nuevo protector, se convirtió de nuevo en el Hombre con la Cabeza de Acero, el jefe y guía de todas aquellas tierras. Él y todos los guerreros que le enviara el Pájaro del Trueno “fueron el núcleo del cual se desarrolló el pueblo haidan”.

 

Llegó un día que las tierras se secaron, que la inundación desapareció, que la Ballena Matadora se confinó a sus territorios marinos sin osar salir de ellos, pero atrapando sanguinariamente a la víctima que se le pusiera a su alcance, y el Pájaro de Trueno, desde lo alto, contemplaba su propia obra con placer.

La tribu era feliz.

El Hombre con la Cabeza de Acero tuvo una hija que se la conoció en toda la tribu como la Princesa Guerrera, pero jamás se dejó ver por sus súbditos. Algunos de éstos dijeron que era porque tenía dos cabezas y porque vivía permanentemente entre las aguas marinas.

Un día llegó a los territorios de la tribu haidan un extranjero, un individuo de otra tribu también de junto al mar, que tenían como dios totémico al león marino. Por eso a él le bautizaron con el nombre de el León Marino. Descansando estaba a orillas del océano, cuando una mujer de la tribu de el Hombre con la Cabeza de Acero se cayó en las aguas atraída ladinamente por la maldad que encerraba la Ballena Matadora, que de cuando en cuando gustaba de cobrarse alguna pieza humana para recordar a los hombres su poder y su voracidad.

— ¡Ayudadme, me traga el abismo, salvadme! —gritaba.

Pero el abismo era la Ballena Matadora.

El León Marino, valiente y animoso, se lanzó en pos de la mujer, que se resistía a penetrar en los dominios de la deidad maligna. Pero ésta no se conformó con la hembra solamente sino que atrapó también el cuerpo fuerte del aguerrido extranjero como si se tratan de la hoja muerta del abedul

Los dos seres indefensos, cogidos fuertemente quizá en su último abrazo, luchando con las embravecidas aguas, comenzaban a sentir a su alrededor el abismo, el oscuro reino de la Ballena Matadora.

Pero los dioses contemplaban desde su reino el cruel e injusto suceso que se desarrollaba en el océano y, entre todo el olimpo, el dios Kolus, el dios protector del hogar, se echó sobre las revueltas aguas y arrebató a las dos víctimas de las garras de la maligna Ballena Matadora. Los sacó del mar y los restituyó a su familia.

El Hombre con la Cabeza de Acero agradeció a el León Marino su acción y como prueba de ello lo hizo miembro de la tribu haidan.

El León Marino adquirió mucha confianza con el caudillo de ese pueblo, entró en conocimiento con la Princesa Guerrera a quien amó, por lo que el Hombre con la Cabeza de Acero se la dio en matrimonio.

 

FIN