EL ESPÍRITU DE LA PIEDRA



Había una bonita muy bonita roca bien plantada en el medio de la tierra. Una mujer fue sentarse a su sombra y comer su masa con pescado y carne. Aunque la mujer sabía que allí habitaba un espíritu, ella no le ofreció nada de su comida, ni un pescadito pequeño. Claro, el espíritu se molestó por el egoísmo de la mujer y decidió castigarla.

La mujer tenía a su bebé con ella envuelto en una manta, y un cesto de mijo. Ella los había colocado sobre la piedra antes de empezar a comer. Cuando terminó sus alimentos subió el cesto a su cabeza pero no podía alzar a su niño. Ella soltó el cesto para poder alzar a su bebé. Cargó a su niño pero entonces observó que el cesto estaba pegado a la piedra y no podía desprenderlo de la piedra. Decidió que tendría el cesto de mijo más bien que a su bebé, volvió a poner a su bebé en la piedra, y pudo ahora llevarse su cesto. Fue a casa, mientras dejaba al bebé pegado en la piedra.

Poco más tarde algunas personas pasaron por el lugar y escucharon el llanto de un niño que venía de la piedra. Se acercaron a la roca pero no vieron nada. Llegaron al pueblo y contaron a todos los habitantes lo que habían oído allá junto a la roca.

El padre del niño oyó la historia y sospecó que ésa podría ser la voz de su propio niño que había estado extrañando durante algún tiempo.

Consultó al adivino quien le dijo: “Ve a la piedra y toma una ofrenda de masa, carne, y pescado. Ponla sobre la piedra e invoqua al espíritu Jokichana que vive en la piedra”.

Así que el hombre tomó las ofrendas le pidió a su madre que lo acompañara y juntos se fueron a la piedra.

Cuando llegaron escucharon la voz del niño cantar: “Wuye, el wuye, el espíritu me ha tomado, el espíritu me ha guardado, y yo no he comido nada, nada, nada.”

El padre puso una olla de masa en la piedra, y en un plato puso pescado y carne. Mientras que las gentes del pueblo se pusieron a danzar al ritmo de los tambores y los adivinos invocaban al espíritu de la piedra. Después de un tiempo la piedra empezó a temblar y de pronto se abrió y el niño apareció.

La abuela lo tomó en sus brazos y lo confortó. Toda la gente se regocijó mientras cantaban: “Gracias al gran espíritu de la piedra, alabado sea el gran dios de la piedra! “

Esta historia no nos dice lo que pasó a la madre al final. Está claro que ella corrió lejos, porque fue la madre de su marido que confortó al bebé. Obviamente era una bruja, porque sólo las brujas descuidan a sus niños. Las mujeres buenas tendrían preferirían a sus bebés más que a sus cestos. Dejar a un niño expuesto al sol y las hienas es peor que matarlo.