IVÁN EL IMBÉCIL

 



León Tolstoi


Parte I


En una comarca de cierto reino vivía un rico mujik.

Este mujik tenía tres hijos: Seman el Guerrero, Tarass el Barrigudo, Iván el Imbécil y una hija muda, llamada Malania.

El primero fue a guerrear por el zar, Tarass se trasladó a la ciudad vecina, colocándose en un comercio, e Iván el Imbécil quedó con su hermana al frente de la casa.

Seman el Guerrero logró un alto grado y una propiedad territorial en recompensa de sus servicios y casó con la hija de una barinia. Su crecido sueldo y las rentas de su extenso dominio no fueron parte a evitar que viviera en la estrechez, pues cuanto dinero ingresaba era despilfarrado por su esposa.

Seman fue a sus tierras para cobrar las rentas, y su administrador le dijo:

—No hay nada que cobrar. Nuestro ganado no ha tenido crías, ni tenemos caballos, ni bueyes, ni arado. Hay que comprarlo todo, y así habrá rentas.

Entonces Seman fue a casa de su padre el mujik.

—Tú —le dijo— eres rico y nada me has dado: entrégame el tercio de tu fortuna que me corresponde, para emplearlo en mis tierras.

A lo cual respondió el anciano:

—¿Cómo quieres que te entregue el tercio de mis bienes, si tú, en cambio, nada has traído a casa? Eso sería perjudicar a Iván y a mi hija.

Seman repuso:

—Mi hermano es imbécil y mi hermana muda. ¿Qué falta les hace el dinero?

—Pues bien —exclamó el viejo—, se hará lo que diga Iván. Iván dijo entonces:

—¡Bueno! Que lo tome.

Seman el Guerrero tomó una parte del patrimonio, la empleó en sus fincas y se volvió a servir al zar.

Tarass, el Barrigudo, ganó también mucho dinero y se casó con la hija de un comerciante, pero siempre estaba apurado.

Como su hermano, fue también en busca de su padre, y le dijo:

—Dame mi parte.

El viejo no se allanó tampoco a entregar a Tarass la parte que le pedía.

—Tú —le dijo— nada nos has traído; todo cuanto hay en casa lo ha ganado Iván, y no puedo perjudicarle ni tampoco a mi hija.

—¿Y para qué necesita Iván el dinero? —repuso Taras—. Es imbécil y no podrá casarse, porque ninguna muchacha le querrá por esposo. Una joven muda tampoco necesita nada... Dame, Iván —añadió—, la mitad del trigo, quédate con los aperos de labranza, y del ganado sólo quiero el caballo gris que no te sirve para la labor.

—¡Bueno!

Y Tarass tuvo también su parte. Llevó el trigo a la ciudad y se apropió el caballo gris, mientras Iván, al que sólo quedó una yegua vieja, labraba la tierra y mantenía a sus padres.


II


Muy apenado estaba el viejo diablo porque los tres hermanos no riñeron durante todo este negocio y se habían separado en paz y en gracia de Dios. Entonces llamó a tres diablillos, y les dijo:

—Escuchad: Hay tres hermanos, Seman el Guerrero, Tarass el Barrigudo e Iván el Imbécil, a los cuales conviene hacer que se disgusten entre sí, y viven, sin embargo, en perfecto acuerdo. El Imbécil es el que me ha estropeado el asunto. Id, coged a los tres y arreglaos de manera que se salten los ojos... ¿Podéis hacerlo?

—Ya lo creo que podemos —exclamaron.

—¿Y cómo os la vais a componer?

—He aquí lo que vamos a hacer. Comenzaremos por arruinarles para que no tengan qué comer, luego los juntaremos, y entonces reñirán.

—Está bien —dijo el diablo—; veo que estáis al tanto de vuestro oficio. Id y no volváis hasta que se maten, porque de otro modo vais a pagarlo con la piel.

Los diablillos no se lo hicieron repetir dos veces y partieron a los pantanos para deliberar sobre las medidas necesarias. Se discute; cada cual quiere reservarse la tarea más fácil. Se echan suertes para determinar lo que cada uno ha de hacer, conviniendo que el que acabe antes su trabajo vendrá a ayudar a sus compañeros. Echadas suertes, se fija el día en que se reunirán de nuevo para saber quién ha concluido antes y a quién habrá que prestar auxilio.

Llegado el día convenido, se reunieron en el propio sitio los diablillos y comenzaron a hablar de su empeño. El primero habló de Seman.

—Mi tarea —dijo— está en buen camino. Mañana irá Seman a casa de su padre.

Preguntáronle sus compañeros en qué forma había procedido.

—Yo —dijo el diablillo— me preocupé ante todo en inspirar a Seman tal valor, que prometió al zar conquistarle el mundo entero. Entonces el zar hizo de Seman el jefe de su ejército y le envió a combatir contra el zar indio. Los ejércitos estaban ya a la vista; pero aquella misma noche mojé la pólvora en el campo de Seman, y luego fui al del zar indio y allí fabriqué soldados de paja. Las gentes de Seman, al observar que de todas partes avanzaban soldados de paja cobraron miedo. Entonces Seman ordenó hacer fuego; pero ni los cañones ni los fusiles dispararon. Asustáronse los soldados de Seman y huyeron como una manada de ovejas, y el zar indio les hizo pedazos. Seman ha caído en desgracia, se le ha quitado su posesión y quieren matarle mañana. Ya no queda que hacer gran cosa, sino sacarle de la prisión para que se vaya a su casa. Mañana, pues, todo habrá terminado. Decidme ahora a cuál de vosotros dos he de ayudar.

El segundo diablillo habló de Tarass:

—Mi asunto marcha también por buen camino; no tengo, pues, necesidad de auxilio. No pasarán ocho días sin que Tarass vea su situación cambiada... Mi primer cuidado ha sido engrosarle el vientre y aumentar su deseo de ganancia. Envidiaba tanto y tanto el bien de los demás, que cuanto veía otro tanto deseaba. Ha comprado muchas cosas con su dinero y continúa comprando, ahora con dinero prestado. Esto es un fardo demasiado pesado para sus hombros, y está tan metido en el asunto que no podrá salir del aprieto. Dentro de ocho días vencerán los pagarés, y, como he transformado en estiércol sus mercancías, no podrá pagar y tendrá que ir a casa de su padre.

El tercer diablillo habló de esta manera:

—¿Qué queréis que os diga? Mi asunto con Iván no marcha bien. He comenzado por escupir en su cántaro de sidra para que enferme del vientre. He ido a su propiedad, endurecí la tierra como si fuera de piedra para que no pudiera labrarla, y creí que, en efecto, no podría trabajar; pero él, el Imbécil, llegó con su arado y comenzó a arrancar la tierra. Se aplicó a ello con todas sus fuerzas y continuó sin importarle un ardite lo duro del trabajo. Entonces le rompí el arado. ¿Creeréis que esto le arredró? Nada de eso. Volvió a su casa, tomó otro y volvió a la faena. Entré entonces en la tierra y quise sujetar la reja; pero no pude contenerla, porque el Imbécil no cesaba de empujar, y los bordes estaban afilados y me han herido las manos. Ha labrado casi toda la tierra y no queda más que una sola banda por labrar... Venid, hermanos míos, venid a ayudarme, porque si no logramos vencerle, todos nuestros esfuerzos serán perdidos. Si el Imbécil continúa trabajando no sentirán en su casa la miseria, porque es capaz de mantener a sus dos hermanos.

El diablillo de Seman prometió volver al día siguiente, y con esto se separaron.

III


Iván había labrado toda su tierra, excepto una sola banda, por lo cual volvió a terminar su trabajo. Estaba enfermo del vientre y, sin embargo, se proponía rematar su tarea. Limpió el arado del mantillo que lo embotaba y, colocándole de nuevo en tierra, empezó a trazar otro surco.

Pero apenas había empezado su labor, cuando se enredó el arado en una raíz. Era el diablillo que se había agarrado a la reja y la detenía.

—¡Qué raro es esto! —pensaba Iván—. ¡Hubiera jurado que no había ninguna raíz y, sin embargo, aquí hay una!

Metió la mano en el surco y, palpando, vino a tocar algo blando... Cogió el objeto y lo sacó. Era negro como una raíz, y sobre esta raíz se movía una cierta cosa.

—¡Toma! —exclamó—. ¡Un diablillo vivo! ¡Mira qué bicho tan feo!

Iván hizo ademán de romper al diablillo la cabeza contra el suelo. El diablillo comenzó a gemir.

—No me mates —exclamó—, y haré cuanto quieras.

—¿Y qué puedes hacer por mí?

—Lo que te plazca. No tienes más que decirlo.

Iván se rascó la cabeza y, luego de pensar un rato, dijo:

—Me duele el vientre; ¿puedes curarme?

—Sí puedo.

—Pues bien: cúrame.

El diablillo se inclinó hacia el surco y, escarbando con las uñas, sacó una raíz de tres puntas y se la entregó a Iván.

—Toma —le dijo—; basta comer una sola de estas puntas para que todo mal desaparezca.

Iván arrancó una de las tres puntas y se la comió; en el acto quedó su vientre curado.

El diablillo volvió a suplicar.

—Déjame ahora —le dijo—, me hundiré en el suelo y no volveré más por aquí.

—Pues bien —exclamó Iván—, ¡vete con Dios!

Apenas hubo Iván pronunciado el nombre de Dios, cuando el diablillo se hundió en el suelo como una piedra en el agua. Sólo dejó como rastro un agujero.

Iván guardó las otras dos puntas de la raíz en el gorro y volvió a su labranza. Terminada la tarea, volvió el arado y regresó a su casa.


Desunció, entró en el comedor y vio a su hermano mayor, Seman el Guerrero, sentado a la mesa con su esposa, esperando la cena. Le habían confiscado sus bienes, y a duras penas logró escapar de la prisión para refugiarse en casa de sus padres.

Al ver a Iván, dijo Seman:

—He venido para vivir en tu casa. Danos de comer a mi mujer y a mí hasta que encontremos otro refugio.

—¡Sea como lo deseáis! —exclamó Iván—. Vivid aquí en paz.

Como Iván fuera a sentarse sobre un banco, su cufiada, molestada por el olor del Imbécil, dijo a su marido:

—Yo no puedo comer con un mujik que apesta.

Seman el Guerrero se volvió hacia Iván, diciéndole:

—Mi esposa dice que hueles mal. Harías mejor en comer en el vestíbulo.

—Como quieras —repuso Iván—. Precisamente es la hora de dar el pienso a la yegua.

El Imbécil tomó un trozo de pan y se retiró para hacer su guardia de noche.


IV


El diablillo de Seman el Guerrero, viéndose libre, llegó, como había prometido, en ayuda del diablillo de Iván para vencer entre los dos al Imbécil.

Fue al campo en busca de su camarada, pero sólo encontró el agujero por donde había huido.

—Sin duda —pensó— le ha sucedido alguna desgracia a mi compañero, y hay que reemplazarle. La tierra está labrada, de modo que donde se puede coger al Imbécil es en la siega del heno.

El diablillo fue al prado y lo cubrió de una capa de lodo. Hacia el alba volvió Iván, cogió la guadaña y se fue a segar su prado.

Llega, se pone a la labor, hace un movimiento, luego otro, la guadaña resiste, no corta, se hace necesario repasar el filo; mas todos sus esfuerzos son estériles.

Entonces Iván dijo:

—Voy a volver a casa, tomaré allí una piedra de afilar y traeré pan, pues aunque tenga que estar aquí ocho días no me vuelvo sin haberlo segado todo.

Al oír esto el diablillo, pensó:

—Este imbécil es testarudo y no va a ser fácil vencerle. Hay que buscar otro medio.

Iván afiló su guadaña y volvió de nuevo a segar.

El diablillo, deslizándose entre la hierba, cogió la punta de la guadaña con el fin de clavarla en tierra; pero Iván, a pesar del esfuerzo que se veía obligado a realizar, siguió su tarea y acabó la siega de su prado. Sólo quedaba una pequeña zona en el lado pantanoso.

El diablillo se sumergió en los pantanos diciendo para sí:

—Antes me dejo cortar las patas que consentir en que sigue este pedazo.

Dirigióse Iván al pantano, y a pesar de que la hierba era poco espesa, no podía manejar la guadaña. Se enfadó y lanzó la herramienta con todas sus fuerzas.

Apenas si el diablillo tuvo tiempo de evitar el golpe, persuadiéndose de que el asunto no marchaba a su gusto. Se ocultó entonces tras un arbusto; pero Iván blandió de nuevo la guadaña con todas sus fuerzas, y dando en el arbolillo cortó al diablillo la mitad de la cola. Terminó tranquilamente la siega, ordenó a su hermana que reuniera los haces de heno y se fue por su lado provisto de una zapa para cortar centeno.

Llega y encuentra revueltos los tallos de la mies. El diablillo había pasado por allí.

Entonces Iván vuelve a su casa, reemplaza su inútil zapa por una hoz, y comienza a cortar, logrando segar todo el centeno.

—Ahora preparémonos para segar la avena —dijo.

Al oír esto el diablillo de la cola cortada, pensó:

—No he podido impedir que siegue el centeno; pero lo que es con la avena, se fastidia. No necesito más que aguardar hasta mañana.

Llegó al alba al campo de avena, pero ya estaba segado, porque Iván había trabajado toda la noche para perder menos granos.

El diablejo se encolerizó.

—Todo lo ha cortado el imbécil —dijo—, y además me trae de mala manera. Ni aun en la guerra he llevado tan malos días. El maldito no duerme, y no hay medio de adelantársele. Ahora me voy a las eras para hacer que se pudran.

Y, en efecto, el irritado diablejo fue hacia las eras, se introdujo entre las hierbas y trató de pudrirlas. Las calentó, pero el calor que produjo le dio sueño y se durmió.

Iván aparejó su yegua, y acompañado de su hermana, fue en busca de los haces. Llegó a los montones en donde el diablejo estaba oculto, quitó dos capas de haces con la horca, y fue a clavar uno de los dientes de ésta en la parte posterior del diablillo. Saca la horca y ¿qué ve? Un diablejo vivo y con la cola cortada, al extremo de la herramienta. El ensartado se agita, se revuelve, trata de escapar.

—¡Vaya con el sucio animalejo! —exclama Iván—. ¿Otra vez estás aquí?

—Yo soy otro —gruñó el diablillo—. El que tú dices era un compañero; yo estaba en casa de tu hermano Seman.

—Seas quien quieras, me da lo mismo. Tendrás la misma suerte que tu compañero.

Al decir esto hizo ademán de querer aplastarle contra el suelo; pero el diablillo suplicó:

—Déjame; no lo volveré a hacer y te complaceré en lo que quieras.

—¿Y qué puedes hacer tú?

—Yo puedo hacer soldados con cualquier cosa.

—¿Y para qué sirve eso?

—Los emplearás como te plazca, porque un soldado sirve para todo.

—¿Sabrán cantar?

—Sí.

—Pues bien: fabrícame unos cuantos.

El diablo dijo:

—Toma este haz de centeno, sacude las espigas contra el suelo y di solamente: «Mi esclavo ordena que ceses de ser haz y que cada una de tus espigas se convierta en soldado».

Iván hizo lo que el diablejo le indicara, el haz se diseminó y los tallos que lo formaban se convirtieron en otros tantos soldados que desfilaron al son del clarín y del tambor batiente.

Iván rompió a reír.

—¡Esto sí que es divertido! —exclamó—. ¡Esto es agradable! Esto va a ser la alegría de las mozuelas...

—Bueno —repuso el diablejo—, pero ahora déjame.

—No; quiero rehacer mi haz para no perder grano. Enséñame el modo de convertir otra vez en haz de centeno a estos gallardos soldados.

Entonces el diablillo repuso:

—Di: «Tantos soldados, tantos tallos. Mi esclavo ordena que vuelvan a ser haz.»

Iván obedeció y los soldados se convirtieron de nuevo en tallos de avena.


Otra vez el diablejo se deshizo en súplicas.

—¡Déjame ahora! —decía.

—!Sea! —exclamó Iván; y colocándole en tierra le sostuvo con una mano y con la otra tiró de la horca para desclavarle.

—¡Anda con Dios! —dijo Iván; pero apenas hubo pronunciado el nombre de Dios, el diablejo se hundió en tierra como una piedra en el agua, dejando un agujero como rastro de su paso.

Iván volvió a su casa y en ella encontró a su segundo hermano Tarass, con su esposa, en el momento de prepararse a cenar. Tarass el Barrigudo no había podido hacer frente a sus compromisos y se refugiaba en casa de su padre.

Al ver a Iván le dijo:

—Mientras vuelvo a ser rico mantennos a mi mujer y a mí.

—¡Como quieras! —repuso Iván—. Vivid aquí a vuestro gusto.

El Imbécil se despojó de su caftán y se sentó a la mesa; pero la mujer de su hermano dijo:

—Yo no puedo comer con el Imbécil porque huele a sudor. Tarass el Barrigudo, se volvió hacia su hermano diciéndole:

—Iván, hueles mal; vete a comer al vestíbulo.

—¡Como quieras! —repuso el Imbécil; y cogiendo un trozo de pan se fue al corral a comerlo.

—De todos modos —dijo— tenía que salir para la guardia de noche y para dar el pienso al caballo.


V


El diablejo de Tarass, terminada su tarea, partió en auxilio de sus camaradas como estaba convenido. Llegó al campo del Imbécil, y busca que te busca a sus compañeros, no encuentra a nadie. Sólo halló un agujero. Se fue luego a la pradera y allí vio una cola entre las hierbas y otro agujero entre el centeno.

—¡Ah! —se dijo—. De seguro les ha pasado algo malo. Hay, pues, que reemplazarles para perder a Iván.

El diablejo se fue en busca del Imbécil; pero éste ya había terminado su trabajo en el campo y estaba cortando árboles en el bosque, porque sus hermanos se encontraban estrechos en la casa y le habían mandado que les construyera otra.

Corrió entonces al bosque el diablejo, se deslizó entre las ramas y comenzó a molestar a Iván en su tarea.

Iván cortó el árbol de modo que cayese sobre un sitio a propósito, y comenzó luego a empujarle; pero el árbol cayó por el sitio peor y quedó sujeto por las ramas vecinas.

Iván se dio muy mal rato antes de lograr que el árbol cayera.

Atacó entonces otro árbol y se produjo el mismo fenómeno.

Trabajó como un desesperado, y sólo a costa de inauditos esfuerzos logró abatirle.

Pasó luego a un tercero y siempre ocurría lo mismo.

Iván pensaba cortar unos cincuenta troncos jóvenes, y no habría cortado diez, cuando le sorprendió la noche.

Estaba rendido. De su cuerpo brotaba un vaho semejante a una niebla en un bosque, y, sin embargo, seguía trabajando. Aún derribó otro árbol, pero se sintió tan fatigado que, no pudiendo tenerse en pie, tiró el hacha y se sentó para descansar.

Mucho se regocijó el diablejo al ver a Iván interrumpir su trabajo.

—Bueno —pensó—; decididamente va a abandonar la tarea, de modo que me puedo permitir yo también un rato de descanso.

Y como lo pensó, lo hizo, instalándose a horcajadas y muy contento sobre una rama. Pero he aquí que Iván se levanta, empuña de nuevo el hacha, la blande y la lanza con tal fuerza contra el árbol, que de un solo golpe lo derriba.

El diablillo no tuvo tiempo de retirar las piernas, la rama se desgajó y le cogió una pata. Iván se puso a podar la rama, y hete aquí que ve en ella un diablejo vivo. Naturalmente, se sorprende.

—Pero feo bicho, ¿otra vez estás aquí? —exclama.

—Yo soy otro —dice el diablejo—. Yo estaba en casa de tu hermano Tarass.

—Seas quien quieras, vas a llevar tu merecido.

E Iván, enarbolando el hacha, ib a dejarla caer sobre el diablillo, cuando éste, todo suplicante, le dijo:

—No me hieras, y yo haré por ti cuanto desees.

—¿Y qué puedes tú hacer?

—Puedo fabricarte tanto oro como quieras.

—Pues bien: fabrícalo.

El diablillo le dijo entonces:

—Toma hojas de encina, frótalas entre tus manos y verás el oro caer por tierra.

Iván cogió las hojas, las frotó entre sí y cayó al suelo un puñado de oro.

—Esto —dijo— es muy bueno para que jueguen los niños.

-—Ahora —interrumpió el diablillo— suéltame.

—¡Como quieras!

Iván cogió la pértiga y libertó al diablillo del ramaje que le tenía aprisionado.

—¡Vete con Dios! —le dijo.


Mas, de igual modo que los otros, apenas hubo pronunciado el nombre de Dios, el diablejo se hundió en los abismos de la tierra, como la piedra cae al fondo del agua, y no quedó de su paso más rastro que un agujero.


VI


Cuando los hermanos tuvieron su casa, se instalaron aparte, e Iván, terminadas sus faenas agrícolas, hizo cerveza e invitó a Seman y a Tarass a venir a su morada para solemnizar con una fiesta la abundante cosecha obtenida.

Sus hermanos se negaron a acudir a la invitación.

—¡Como si no supiéramos —dijeron— lo que es una fiesta de mujik!

Iván obsequió a los mujiks circunvecinos, a las babas, y él mismo bebió, contra su costumbre, alegrándose un poco y llegando hasta salir a la calle a mirar las khoro-vods o rondas de muchachas. Hizo más; se aproximó a los grupos de jovenzuelas y las invitó a que cantasen algo en honor suyo.

—Quiero ofreceros —les dijo— una cosa que jamás habéis visto.

Las babas rieron como descosidas, y cantaron complas alusivas a la magnanimidad de Iván.

Cuando acabaron, le dijeron:

—Ahora te toca darnos lo prometido.

—Voy a traerlo inmediatamente —contestó el Imbécil; y, cogiendo una criba, se fue al bosque próximo.

Las jóvenes reían, y exclamaban:

—¡Qué imbécil!

Al cabo de un rato no volvieron a acordarse de él.

Pero hete aquí que se le ve venir corriendo con la criba llena de algo.

—Y bien —gritó—, ¿queréis lo que traigo?

—¡Sí, sí! —le contestaron.

Iván cogió un puñado de oro y lo tiró en la dirección de las jóvenes.

Lo mismo fue verlo caer, que precipitarse todas a recogerlo, diciendo:

—Pero, señor Iván...

También acudieron los mujiks, y se quitaban unos a otros las monedas de oro. Una pobre vieja corrió peligro de morir aplastada. Iván reía.

—¡Ah, imbéciles! ¿Por qué hacéis daño a una anciana? Un poco de calma, y os daré más.

Y volvió a arrojar más puñados del precioso metal.

La gente acudía en tropel. Iván había vaciado la criba y aún le pedían que siguiera tirando monedas; pero el Imbécil dijo:

—Ya no hay más. Otra vez volveré a daros de estas cosas que tanto os gustan, y ahora bailemos y cantemos.

Las jóvenes comenzaron a cantar.

—¡No son muy bonitas, que digamos, vuestras canciones! —exclamó Iván.

—¿Sabes tú otras mejores? —le contestaron.

—Vais a oírlas inmediatamente.

Al decir esto se fue a la era, tomó un haz de centeno, y, según lo que el diablillo le había enseñado, sacudió las espigas contra el suelo, diciendo:

—«Mi esclavo ordena que ceses de ser haz y que cada una de tus espigas se transforme en un soldado.»

El haz se diseminó y los tallos se convirtieron en soldados. Sonaron los tambores y clarines; Iván ordenó a los soldados que cantasen y desfilaran con él por la calle, y los espectadores quedaron asombrados. Cuando los militares terminaron sus canciones, Iván los llevó a la era, prohibiendo que nadie le acopañase, y una vez allí volvió a convertir en haces a los soldados; hecho lo cual, se retiró a su casa y se acostó.


VII


A la mañana siguiente, su hermano mayor, Seman el Guerrero, se enteró de todo lo ocurrido y vino a ver a Iván.

—Indícame —le dijo— dónde has encontrado tus soldados y dónde los has escondido.

—¿Y qué quieres hacer?

—¿Cómo? ¿Me preguntas lo que quiero hacer? Con soldados se puede hacer todo. ¡Se puede conquistar hasta un reino!

Iván se admiró.

—¿Y por qué no me lo has dicho antes? Te daré cuantos quieras. Precisamente entre mi hermana y yo hemos recolectado mucho.

Llevó Iván a su hermano a la era y le dijo:

—Ten cuidado; yo voy a hacer soldados; pero tú te los llevarás, porque si hubiera que mantenerlos devorarían en un día todo lo que hay en el pueblo.

Seman prometió llevarse los soldados, e Iván puso manos a la obra. Sacude un haz y hete aquí una compañía; sacude otro y una nueva brota; hace salir tantas, que todo el campo se llena.

—Y qué —pregunta—, ¿tienes ya bastantes o no?

Seman, muy regocijado, responde:

—Basta, y gracias, Iván.

—Está bien. Ya lo sabes, siempre que necesites de esa gente ven y te proveeré. Precisamente estamos sobrados de centeno.

Seman el Guerrero dio sus órdenes al ejército, lo agrupó, según las reglas, y se fue a combatir.


Apenas hubo partido, cuando llegó Tarass el Barrigudo. También acababa de enterarse de lo sucedido la víspera, y a su vez, preguntó a Iván:

—Dime, ¿de dónde sacas el oro? Si yo obtuviera el dinero tan fácilmente como tú, podría reunir todo el que hay en el mundo.

Iván quedó maravillado de oír a su hermano.

—¿Es de veras? —preguntó—. ¿Por qué no me lo has dicho antes? Voy a fabricarte todo el que quieras.

El hermano se regocijó extraordinariamente.

—Dame solamente lo que quepa en tres cribas.

—¡Bueno! —le dijo—. Vamos al bosque, pero unce un caballo si quieres traértelo todo.

Fueron al bosque, Iván frotó las hojas de encina entre sus manos y fabricó un gran montón de monedas.

—¿Tienes bastante?

—Me basta, por el momento —dijo Tarass muy satisfecho—. Gracias, Iván.

—Bueno —dijo éste—. Cuando necesites más, ven y yo te fabricaré cuanto quieras. No es hoja lo que falta.

Tarass el Barrigudo llenó una carreta de oro y se fue a traficar.

He aquí a los dos hermanos dedicados cada cual a sus aficiones:

Seman combatiendo, y traficando Tarass. El primero conquistó todo un reino, y el segundo reunió mucho dinero.

Un día se encontraron los dos hermanos y se dijeron mutuamente de dónde habían sacado, Seman los soldados y Tarass su fortuna. El primero dijo al segundo:

—Yo he conquistado un reino y vivo bien, pero no tengo bastante dinero para sostener a mis soldados.

Tarass el Barrigudo le respondió:

—Y yo he ganado un montón de dinero, y sólo tengo una pena: no tener a nadie para que me lo guarde.


—Pues entonces —observó Seman— vamos a casa de nuestro hermano; yo le diré que me haga más soldados y te los daré para que custodien tu tesoro, y tú pídele que te fabrique más dinero y me lo das para que yo mantenga a mis tropas.

Fueron ambos a casa de Iván, y Seman le dijo:

—No tengo bastantes soldados, hermano, y vengo a que me des más.

Iván movió negativamente la cabeza.

—No te daré ni uno más, sin razón justificada.

—¿Cómo así? Me los has prometido.

—Es verdad; pero, sin embargo, no te daré más.

—¿Y por qué razón, imbécil, no has de complacerme?

—Porque tus soldados han matado últimamente a un hombre... En ocasión en que yo estaba labrando cerca del camino, vi a una mujer que seguía, llorando, a un féretro. Entonces la pregunté: «¿Quién ha muerto?» Y ella me contestó: «Mi marido, en la guerra, a manos de los soldados de Seman». Yo creía que los soldados iban a cantar canciones, y he aquí que han matado a un hombre. No te daré ni uno más.

Y se obstinó de tal modo, que fue imposible convencerle.

Entonces, Tarass el Barrigudo rogó a Iván que le fabricara oro.

Iván movió la cabeza negativamente.

—¿Cómo? —preguntó Tarass—. ¿No me lo habías prometido?

—Es cierto; pero, a pesar de ello, no te daré más.

—¿Y por qué motivo, imbécil, no has de darme más?

—Porque tus monedas de oro han quitado a Mikhailovna la vaca que tenía.

—¿Cómo quitado?

—Sí, quitado. Mikhailovna tenía una vaca, y sus hijos bebían leche; pero he aquí que estos días sus hijos vinieron a pedirme que les diera leche, y como yo les preguntase dónde estaba la vaca, ellos me respondieron: «El administrador de Tarass el Barrigudo ha venido, ha dado a mamá tres redondeles de oro, ella le ha entregado la vaca y ya no tenemos qué beber». ¡Yo que me imaginaba que ibas a divertirte con esos discos dorados, y resulta que has quitado su vaca a esos niños! No; no te daré más.

Cariacontecidos se volvieron los dos hermanos, hablando en el camino del modo de salir de sus respectivos apuros.

Seman dijo:

—Escucha, mira lo que vamos a hacer: tú me darás dinero para sostener a mis tropas, y yo te daré la mitad de mi reino con soldados para guardar tu dinero.

Accedió Tarass, se repartieron sus bienes los hermanos y llegaron ambos a ser ricos y zares.