¡Santa Claus no
lo sabía!
Por Héctor Ugalde
No debímos haberlo hecho. Luis, de ocho años, se restregaba inquieto
las manos mientras esperaba la respuesta de su amigo. Ricardo, dos
meses menor, pero diez centímetros mayor, dejo de jugar con el
mecano y volteó a ver a su mejor amigo. Contestó:- ¿Por qué no?-
Santa Claus nos va a acusar y todos se van a enojar mucho.- No te
preocupes, no lo sabe.- ¿Cómo no va a saberlo? Si Santa Claus lo
sabe todo.- No te preocupes. No sabe que lo hicimos.- ¿Cómo sabes
que Santa Claus no lo sabe? Ricardo desesperado por la insistencia
de Luis, replicó:- ¡Porque yo sé más que Santa Claus! La respuesta
de Ricardo no convenció mucho a Luis, pero ya no siguió insistiendo.
Caminando de regreso a su casa, Ricardo no comprendía la
preocupación de su amigo. A Ricardo no le importaba que Santa Claus
este año tampoco le volviera a traer nada, ¡la idea de hacer
estallar con un cohete el buzón del Director de la escuela había
sido fantástica! ¡Cómo había volado el Buzón! ¡Cómo había sonado la
explosión! ¡Cómo... En ese momento apareció una ardilla en la
banqueta y Ricardo, corriendo tras de ella, se olvidó del asunto.
María estaba preocupada. Se acercaba la Navidad y los niños se
ponían más nerviosos, cometían más errores y prestaban menos
atención a las clases. Pero lo más importante de todo: se ponían
tristes, en vez de alegrarse con la llegada de la Navidad.
Desde que había llegado como maestra hace cuatro años, y le habían
explicado la costumbre que tenían de que alguien se disfrazara de
Santa Claus, para leer ante todos la lista de fechorías que los
niños del pueblo hacían, para castigar a los niños malos y
convertirlos en niños buenos; la idea del Santa Claus regañón no le
gustaba. María suspiró. Lo que para ellos eran fechorías, para María
eran simple travesuras. Para ella no había niños malos ni niños
buenos, sólo niños tranquilos, y niños inquietos que no podían
contener el bullicio de la vida que tenían dentro. Allí estaba el
caso de Ricardo y Mauricio: los niños rebeldes y traviesos del
pueblo, o el de Luis muchacho tímido y sensible que lloraba cuando
se hablaba de Santa Claus. María no creía que eso fuera bueno para
los niños, pero todas sus tentativas de acabar con esa "nueva"
tradición habían sido infructuosos. Ricardo comenzó a inquietarse
por su amigo Luis, lo veía cada vez más triste y callado.- ¿Qué te
pasa?- Nada.- ¿Cómo que nada? ¿Qué pasa?- ¡Te dije que nada!- Somos
amigos, así que me tienes que decir qué te pasa.- Nada, el próximo
Lunes es Navidad.- ¿Y?- ¡Y Santa Claus les va a decir a todos que
soy un niño muy malo, y mis papás ya no me van a querer!- No. Te
aseguro que Santa Claus no lo sabe, y te lo voy a demostrar. ¡Te lo
prometo! Ricardo no sabía cómo, pero tenía que encontrar pruebas de
que Santa Claus no sabía que ellos habían sido los del "Buzón
cohete".
¡No podía tener ojos en todos lados! ¡No podía saberlo todo! Si así
fuera, hace dos años Santa Claus lo habría regañado por lo de la
miel derramada en el interior de los pantalones de deportes.
Creyeron que había sido Abelardo, ese niño raro que expulsaron y se
fue a una escuela en la ciudad. Y no le hubiera dado regalos, bueno,
el pequeño regalo que le dio. ¡Ni eso le hubiera dado! Pero Ricardo
pensaba y pensaba, y no se le ocurría cómo cumplir su promesa. Hasta
que llegó el 24 de Diciembre, y decidió resolver el asunto de una
manera directa: ¡enfrentaría a Santa Claus cara a cara! Ricardo se
situó en un lugar estratégico, una calle por la que a fuerza tenía
que pasar Santa Claus, cuando se dirigiera al Kiosco donde cada
Domingo tocaba la banda del pueblo, pero cada 24 de Diciembre el
show lo daba el gordo Santa Claus.
Cuando la figura de Santa Claus apareció caminando por la estrecha
calle, Ricardo corrió y se interpuso en su camino. Santa Claus
trastabilló y se paró en seco.- ¿Qué quieres, mocoso?- Preguntarte
algo.- ¿Qué cosa?- Quiero preguntarte si sabes quién puso cohetes en
el buzón del director. Santa Claus se quedó un rato extrañado por la
pregunta. Después dirigió una mirada furiosa a Ricardo.- ¡Así que
fuiste tú, chamaco endiablado! ¡Me lo suponía, pero no estaba
seguro! Podría haber sido Mauricio, ese otro monstruo enano que me
saca canas verdes.- ¡No lo sabía! Santa Claus ahora sabía que él
había sido, pero no importaba, de todos modos por lo de la bicicleta
sin frenos no iba a tocarle regalos. ¡Lo importante era que Santa
Claus no sabía que Luis le había ayudado! El niño se sonrió y se fue
corriendo, dejando al Santa Claus haciendo un berrinche navideño.
Ricardo entró corriendo a la casa de Luis. ¡Tenía que darle la
noticia! Subió las escaleras de dos en dos y entró apresuradamente
en la recámara de su amigo. El cuerpo de Luis colgaba del techo,
balanceándose sin vida. Una opresión se formó en su pecho y sintió
que se ahogaba. Corrió escaleras abajo, tropezó con el papá de Luis
y salió a la calle a tomar aire. Lo único que rondaba en su cabeza
era ¿Por qué? ¿Por qué? Seguía sintiendo un nudo en el estomágo y
para soltarlo, para liberarlo, comenzó a gritar a media calle:- ¡No
lo sabía!- ¡No lo sabía!- ¡Santa Claus no lo sabía!. |