Sobre el teñido azul índigo
(Shikonzome ni tsuite)



Traducción Elena Gallego Andrada


Uno de los recuerdos típicos de Morioka 1 son los tejidos de color azul índigo. Esta técnica de teñido consiste en hervir con ceniza la raíz de una hierba muy parecida a la campánula japonesa.


Parece ser que el teñido de la zona sur tenía gran fama en la antigüedad pero, como a partir de la era Meiji 2 se fue introduciendo la anilina occidental, esta tradición se perdió poco a poco. A pesar de esto, muy recientemente ha vuelto a cobrar su antiguo prestigio. Sin embargo, en cualquier caso, como durante algún tiempo se consideró anticuado, se olvidó el proceso de fabricación del tinte y la forma de usarlo.


Entonces, los miembros de la asociación provincial de la industria manufacturera y un profesor de la escuela de artes aplicadas hicieron varias investigaciones sobre el tema. Y finalmente, pudieron fabricar buenos artículos teñidos según el estilo de antaño. Además, los presentaron en la Gran Exposición de Tokio y consiguieron el segundo premio


Lo relatado hasta aquí, más o menos, lo sabe cualquiera; esta noticia también salió en el periódico todos los días. Sin embargo, los penosos esfuerzos de los miembros de la asociación no salieron a la luz. Aquí voy a contar una historia que ocurrió durante las investigaciones.


El profesor de la escuela de artes aplicadas empezó buscando en viejos libros. Consultaba todos los días en el segundo piso de la biblioteca antiguos manuscritos amarillentos, y finalmente encontró este preciado documento:


"Primero, los montañeses venden shikon 3 y compran sake 4. En la montaña de Nishine, extraen la raíz de la planta. Al llegar la noche, bajan a Morioka con gran sigilo y en el barrio de Zaimoku venden un haz al comerciante de medicinas naturales, Genpachi Omiya, por veinticinco mon 5. Después, se dirigen a la taberna de Hanno-suke, sacan una calabaza con capacidad para cinco go 6 piden un to 7 de sake. Cuando el aprendiz, temblando de miedo, dice que de ninguna manera puede caber esa cantidad, los montañeses responden que debe empujar para que quepa todo. Hannosuke, también pálido, asiente al instante.
Entonces, el aprendiz intenta llenar la calabaza y, finalmente, logra meter los dieciocho litros de sake sin ningún problema. Los montañeses se ríen a grandes carcajadas, dejan allí los veinticinco mon, cogen la calabaza y se marchan. Esto es lo que contaba un habitante del barrio de Zaimoku ".


Cuando el profesor de la escuela de artes leyó esto, dio una palmada en la mesa.
— Por lo visto, han muerto todos los artesanos del teñido azul índigo y también el abuelo de la tienda de medicinas naturales — se dijo — Pensándolo bien, ahora los únicos maestros en teñido son los montañeses. Siendo así, llamaré a uno y le preguntaré.


El profesor consultó con los miembros de la asociación investigadora del teñido azul índigo y decidieron reunirse para recibir a un montañés en el edificio Uchima-ruseiyo, el día seis de septiembre por la tarde, a partir de las seis.


El profesor escribió una carta impecable dirigida al montañés. Estaba redactada de tal forma que cuando la leyera seguro que se animaba a asistir. La metió en un sobre de color rosado, en el cual escribió "Señor Montañés, montaña de Nishine, provincia de Iwate", pegó un sello de tres sen 8 y la echó al buzón.


— Bien. Yo ya he cumplido. Si llega o no, es responsabilidad de los carteros — murmuró.


Y por fin llegó el seis de septiembre. Al atardecer, los apasionados del teñido, en total veinticuatro personas, se encontraban reunidos en el edificio Uchimaruseiyo. Ya estaba preparado el comedor, y el ventilador hacía ondear el blanco mantel de la mesa, sobre la cual estaban alineadas con gran elegancia unas macetas verdes y negras así como pan y mantequilla de la mejor calidad. Desde la cocina llegaba un delicioso olor.


Los asistentes estaban conversando sobre la campaña para exigir una reglamentación de la industria del gusano de seda y otros temas; pero, para sus adentros, estaban muy preocupados pensando si vendría el montañés. Todos coincidían en pensar que, en caso de que no se presentara, no tendrían más remedio que convertir el encuentro en una reunión amistosa.


Entretanto, por fin llegó el montañés. Justo a las seis menos cuarto, delante de la entrada del edificio, se paró un rikisha 9. Nada más llegar, todos se pusieron en fila en la entrada para recibirle. El hombre del rikisha estaba completamente rojo, sudaba a mares y, jadeando nubes de vapor, retiró el paño que cubría las rodillas al pasajero.


Entonces, se apeó con calma el montañés de Nishi-ne, de ojos castaño dorado y rostro enrojecido. Iba ataviado con una vestimenta de noche, en cuya espalda estaba grabado el emblema de la campánula japonesa, y con un hakama 10, como una bolsa color gris, del cual le sobraba la mitad.


— ¿Cuánto le debo? — preguntó, sacando una gran cartera de rayas azules.
El hombre del rikisha parecía extenuado y a punto de desmayarse.
— Señor, son ciento ochenta ryo 11. El carrito chirría y yo voy a ingresar de inmediato en un hospital —consiguió decir por fin.
— Uhm. ¡Esto es el colmo! Aquí tienes, y puedes tomarte unas copas con el cambio — dijo, entregándole un gran billete cuyo valor desconocía, y con amplias zancadas alcanzó la entrada.


Todos, admirados, hicieron una reverencia.
— Buenas tardes. Estoy profundamente agradecido por su invitación — dijo el montañés, correspondiéndoles con otra reverencia.


Todos se sorprendieron mucho por su aspecto, igual al de un caballero. Sólo uno entre ellos, dueño de una librería en las afueras de la ciudad, se extrañó al verle. El día anterior, hacia el atardecer, llegó a su librería un hombre enorme, de rostro enrojecido y cubierto con una capa de paja, y compró un libro titulado "Reglas diarias de cortesía que debemos conocer". El montañés era idéntico a ese hombre.


De todas formas, enseguida acompañaron al montañés al comedor y tomaron asiento. Cuando se sentó el montañés, su silla chirrió. Nada más sentarse, sus ojos castaños se quedaron fijos mirando el pan, la sal y la mantequilla. La comida transcurrió en calma, y entre una y otra conversación.




— A decir verdad, parece que no ha ido bien por allí; ha habido unas seiscientas abstenciones — comentó alguno de ellos.
Aunque, por fin, decidieron ir haciendo la consulta sobre ese tema tan importante.
— Perdone la descortesía, señor montañés, pero, ¿qué edad tiene?
— Veintinueve.
— ¡Qué joven! Usted sabe que el año tiene tres cientos sesenta y cinco días, ¿verdad?
— Hay años que tienen trescientos sesenta y cinco días y otros, trescientos sesenta y seis.
— Y usted, ¿normalmente qué come?
— Bueno, como castañas, heléchos y verduras silvestres.
— ¿Usted mismo cultiva las verduras?
— Las cultiva el sol.
— ¿Qué verduras?
— Pues mizu, hona, shidoke 12, aralia y también pequeñas setas como shimeji y kintake.
— ¿Qué le parece la aralia de este año?
— Buena, pero le falta un poco de aroma.
— ¿Eso tiene relación con la lluvia?
— Así es. Sin embargo, no se la puede comparar con los espárragos.
— ¿Ah,sí?
— Las verduras como los espárragos y los chisha 13 no pueden llegar a ser una verdadera industria si no es a partir de ejemplares silvestres de la montaña.
— ¡Oh! En verdad es usted un gran experto. Por cierto, usted sabe mucho sobre el teñido azul índigo, ¿verdad?


Todos se quedaron en silencio. Ese era el tema esencial de aquella noche. El montañés bebió un gran trago de sake y dijo:
— ¿Teñido? ¿Azul índigo? Déjeme ver. Creo que he oído hablar de eso, pero no sé mucho. Más bien no sé nada del asunto.


Todos se quedaron decepcionados. ¡Cómo era posible! Si el montañés no sabía sobre el teñido, no había nada de qué hablar con él. No tenía sentido haber invitado a un tipo así para que bebiera sake. "Bueno, a partir de ahora, este banquete se convertirá en una reunión amistosa", pensó cada uno. Y empezaron a beber y comer sin remilgos.


Por cierto, eso le alegró mucho al montañés, que siguió bebiendo buenos tragos de sake, uno tras otro. Cuando sirvieron el pescado, se puede decir que lo comió como una fiera. Y cuando trajeron las verduras, sacó sólo la lengua y de un lametazo las sorbió todas con la mano metida en el escote del kimono.


Pronto se le enrojecieron los ojos y comenzó a lanzar gritos. Poco a poco, a todos les invadió una desconcertante y desagradable sensación. Y para colmo, cuando el camarero abrió una nueva botella de sake en una esquina de la mesa, el montañés alargó todo lo que pudo su brazo, se hizo por fin con ella, y empezó a beber a morro. Entonces algunos empezaron a temblar nerviosos.


"Esto no puede seguir así de ninguna manera. Es una vergüenza. Esta situación se nos ha ido de las manos. Hay que ponerle fin de alguna forma", se dijo el presidente de la asociación, que provenía de una familia samurai. A la señal de servir la fruta, se levantó para hablar. Sin embargo, él también estaba borracho como una cuba.


— ¡Eh, atención! Quiero pronunciar unas breves palabras como saludo. Esta noche hemos tenido el honor de recibir a nuestro invitado. Sentios todos como en casa y disfrutad sin prisas — pero, enrojeciendo de repente, comenzó a gritar — Bien, al ver la clase de gente que hay en el mundo de hoy, verdaderamente me siento confuso. Hay mucha gente que aparece de no se sabe dónde y se aprovecha de lo ajeno. A decir verdad, estoy indignadísimo. Este mundo todavía no se ve libre de los bárbaros. ¡Qué desvergüenza! ¡Es un asco!


Todos se asustaron y, tirando de su manga, le hicieron sentarse a la fuerza.
Entonces, el montañés, con gran parsimonia, sacó la mano del escote del kimono y se levantó.


— Bien, yo también quiero pronunciar unas palabras. Les doy un millón de gracias por el fabuloso banquete de esta noche. Aunque, desde el principio, no he dejado de preguntarme por qué me habrán invitado. Imagino que es por lo que antes me han preguntado, el teñido azul índigo. Mirándolo bien, tengo que hacer un gran esfuerzo por recordar. Veamos... ¡Ah, sí! Resulta que cuando yo era pequeño, mi madre no tenía leche para amamantarme y, como me criaron con sake sin depurar, me convertí en un borrachín empedernido. Cuando no bebo pierdo la memoria, justo al contrario de lo normal. Por esta razón, me permití pedir otra cerveza. Gracias a eso, por fin, he conseguido recordar. En la actualidad hay muchas plantas para el teñido en la montaña de Nishine. Mi padre y otros familiares extraen la raíz, van a la ciudad y con el dinero que obtienen compran sake. Sin embargo, he oído a mi padre quejarse de que ya nadie compra tejidos teñidos con azul índigo. También me acuerdo vagamente de que para teñir hay que utilizar tierra húmeda negra. Esto es todo lo que sé sobre el teñido. Si de alguna forma puede servirles esta información, me sentiré muy feliz. Pensándolo bien, me pongo muy contento al hablar de este tema. Como mi padre extraía la raíz de la planta y la cambiaba por sake, al hablar, aunque sea un poco sobre esto, puedo beber tanto como para que se me suba el sake a la cabeza de esta manera.


El montañés se frotó su rostro enrojecido con la mano derecha y se sentó. Todos se pusieron a cuchichear. El profesor de la escuela de artes escribió en su cuadernillo de notas "utilizan tierra húmeda negra", y lo guardó en su bolsillo.


Entonces, empezaron a pelar manzanas verdes. El montañés también peló la suya y se la zampó entera, hasta el corazón con las semillas. Después, engulló la piel, sorbiéndola como si fueran fideos. El profesor de la escuela lo miró de reojo e hizo la vista gorda.


Poco a poco la noche fue avanzando. Y por fin el presidente se dirigió a los presentes:


— Bien, con esto terminamos felizmente la reunión — dijo, entre risas, poniendo así el punto final.


Entonces, el montañés, con el rostro enrojecido, sacudiéndose los hombros y bajando las escaleras de cuatro en cuatro, llegó hasta la puerta. Todos le siguieron para despedirle, pero cuando llegaron a la entrada había desaparecido. Justamente, estaba entrando ya en el primero de los siete bosques.


Por tanto, se cuenta que, para que los tejidos teñidos con azul índigo consiguieran el segundo premio en la Gran Exposición de Tokio, los miembros de la asociación tuvieron que pasar por esta extraña experiencia.




1 Capital de la provincia de Iwate, cercana a Hanamaki, ciudad natal del autor.


2 Esta era (1868-1912) se caracterizó por una rápida apertura a Occidente.


3 Nombre de la planta utilizada para el teñido.


4 Vino de arroz.


5 Unidad monetaria de la era Edo.


6 Medida de capacidad equivalente a 180 mililitros.


7 Medida de capacidad equivalente a 18 litros.


8 Unidad monetaria equivalente a la centésima parte de un yen.


9 Carrito para transportar personas, tirado por un hombre.


10 Especie de falda pantalón larga utilizada con el kimono en las ocasiones formales.


11 Unidad monetaria de la era Edo.


12 Plantas silvestres comestibles.


13 Otra planta silvestre comestible.