Leyendas de kamakura

 

El valle de las serpientes



Hasta hace muy pocos años, Kamakura era famosa por la enorme cantidad de serpientes que vivían en sus frondosos bosques y húmedos valles. Y esta exuberancia acogía a todo tipo de estos ofidios, desde los más simples y ordinarios hasta los más misteriosos, protagonistas de episodios inexplicables y de apasionadas historias de amor más allá de la muerte.

En el valle Hebigayatsu [1], en el barrio de Nagoe, vivía una viuda que, varios años después de perder a su marido, comenzó a vivir con un hombre mucho menor. Pero, pocos meses después, empezó a sentir cierto reparo hacia esta relación y también pena por su joven amigo.

La mujer tenía una hija que acababa de cumplir veinte años, y había crecido fuerte y hermosa. Después de mucho reflexionar, llegó a la conclusión de que sería mejor casar a la hija con el hombre, ya que había poca diferencia de edad entre ambos y, sin duda, podrían ser felices.

Cuando habló del asunto, el hombre se sorprendió mucho.

— ¿Cómo se te ocurre algo así? Si lo dices porque te preocupa tu edad, olvídalo; sabes muy bien que esto nunca me importó en absoluto. Jamás querré dejarte por una muchacha — repuso con la mayor convicción y no quiso hablar más del asunto.

La mujer se alegró mucho al oír estas palabras ya que le profesaba un gran afecto, y en el fondo de su corazón temía que aceptara. Pero, en los días siguientes, le rogó con tal insistencia y seriedad que terminó por convencerlo.

Satisfecha por haber cumplido ese penoso deber, la viuda hizo construir una pequeña casa en su propiedad, y cuando estuvo terminada celebraron la boda.
A partir de entonces, la mujer solía visitarles a diario, les ayudaba en las tareas del campo y comentaba con frecuencia su alegría al ver que el amor entre la joven pareja crecía cada día.

Y así pasaron dos años. Fue entonces cuando la viuda cayó enferma y, de un día para otro, dejó por completo de ir a la casa nueva. Ambos fueron con frecuencia a preguntar por su salud, pero la madre, tapada hasta el rostro con el edredón, se limitaba a responder que no era nada serio y que no debían preocuparse.

Como transcurrían los días y la situación no mejoraba, la hija comenzó a inquietarse de verdad, segura de que su madre le ocultaba alguna cosa. Cierto día decidió ir sola a visitarla, aprovechando que el esposo había salido.

— Mamá, ¿no te encuentras mejor? ¿Ya tomas al guna medicina? No puedes imaginarte lo preocupada que estoy. Siempre que te pregunto me dices que no tiene importancia, pero te ruego que esta vez me cuentes la verdad—imploró la hija.

—Se trata de algo tan vergonzoso y horrible que no te lo puedo contar ni a ti, mi propia hija — dijo la madre, llorando a raudales — Yo misma he sido la causante de mi mal, y a nadie le puedo achacar culpa alguna.

Pero la hija, también deshecha en llanto, insistió y rogó tanto que la viuda acabó por abrir su corazón.

—Ahhh... Yo quise que tú y ese hombre os unierais en pareja... y así os lo dije, satisfecha de haceros felices y tranquila por tu futuro — comenzó, interrumpiéndose a cada instante con suspiros y sollozos — Pero, al pasar los días y los meses, y ver que vuestra relación era cada día más íntima y afortunada... comencé a sentir más y más envidia. Cada noche me acercaba con sigilo a vuestro dormitorio y me quedaba escuchando, sintiendo a cada día que pasaba un sufrimiento más cruel... Hacía lo posible para librarme de este sentimiento, pero mi corazón ardía con unos celos tan intensos que temí perder la razón.

La muchacha escuchaba en silencio, con los ojos fijos en las manos cruzadas sobre el regazo.

— Sin duda, fueron estas emociones horribles y vergonzosas las causantes de que tomara esta forma. ¡Mira!

Entonces apartó el edredón y mostró ambos brazos: se habían transformado en serpientes venenosas que se retorcían sacando sus lenguas bifidas como llamas rojizas y lanzando miradas con destellos de odio.

La hija se levantó de un salto, gritando de pánico. Pero enseguida volvió junto a la cabecera de su desdichada madre, llorando amargamente.

— ¡Pobre mamá! Si yo no hubiera existido, no te hubiese ocurrido una cosa así.

Ese mismo día, la muchacha se marchó de su casa y tomó refugio en un templo. Cuando el  joven esposo regresó y supo lo acontecido, se rapó la cabeza y se hizo monje. Por su parte, la viuda también tomó los hábitos y se convirtió en una monja peregrina, visitando un gran número de templos por todo el país.

Varios años después, las serpientes desaparecieron, volviendo los brazos a la forma original. Sin embargo, la mujer continuó sus peregrinajes, durmiendo al raso incluso con el tiempo más inclemente, comiendo apenas hierbas del campo y ofreciendo sus plegarias a Buda por los dos jóvenes a quienes privó del amor.
 

[1] Significa "el valle de las serpientes".