Cuentos de la Tradicion Sufi

Idries Shah 

LA FRUTA DEL CIELO

Había una vez una mujer que había oído hablar de la Fruta del Cielo y la codiciaba. Entonces le preguntó a cierto derviche, a quien llamaremos Sabar:

“¿Cómo puedo encontrar esta fruta, para conseguir el conocimiento de forma inmediata?”

“Harías mejor en estudiar conmigo”, dijo el derviche. “Si no lo haces, tendrás que viajar con determinación y sin descanso por todo el mundo.”

La mujer lo abandonó y buscó a otro derviche, Arif el Sabio; y después encontró a Hakim, el Docto; luego a Majzub, el Loco; más tarde, a Alim, el Científico, y muchos más...

Pasó treinta años buscando, al cabo de los cuales llegó a un jardín. Allí se encontraba el Árbol del Cielo, de cuyas ramas pendía la resplandeciente Fruta del Cielo.

De pie junto al Árbol estaba Sabar, el primer derviche.

“¿Por qué cuando nos encontramos por primera vez no me dijiste que tú eras el Guardián de la Fruta del Cielo?”, le preguntó.

“Porque en aquel momento no me habrías creído. Además, el Árbol sólo produce fruta una vez cada treinta años y treinta días.”

 

            ARROGANTES Y GENEROSOS

Los sufíes, al contrario que otros místicos o supuestos posesores de un conocimiento especial, tienen fama de ser arrogantes. Esta arrogancia, según ellos mismos, se debe sólo a una incorrecta percepción de su comportamiento por parte de la gente. “Una persona”, dicen, “fuera capaz de encender un fuego sin frotar palos y que lo dijera, aparecería como arrogante a los ojos de alguien que no pudiera hacerlo”.

También tiene fama de ser extremadamente generosos. Su generosidad, dicen, se refiere a las cosas verdaderamente importantes. Su prodigalidad con los bienes materiales sólo es un reflejo de su generosidad con la sabiduría.

La gente que desea estudiar el camino sufí, a menudo practica la generosidad con objetos, a la espera de alcanzar una forma superior de generosidad.

Sea como sea, se cuenta una historia muy curiosa sobre tres hombres generosos de Arabia.

Un día discutían unos árabes sobre cuál era el hombre más generoso. Los debates se prolongaron varios días, y al final, por común acuerdo, el número de candidatos ser redujo a tres.

Como los partidarios de los tres candidatos estaban a punto de llegar a las manos, se constituyó un comité para que tomara la decisión definitiva. Decidieron que, como en una prueba eliminatoria, se enviaría el siguiente mensaje a cada uno de los tres hombres:

“Tu amigo Wais se encuentra en un gran apuro. Te ruega que le ayudes con bienes materiales.”

Se despachó a tres representantes del comité para localizar a los tres hombres y entregarles el mensaje, después de lo cual debían volver para informar de lo sucedido.

El primer mensajero llegó a la casa del Primer Hombre Generoso, y le dijo que el comité le había encargado.

El Primer Hombre Generosos dijo:

“No me molestes con esa pequeñez. Coge todo lo que quieras de lo mío y dáselo a mi amigo Wais.”

Cuando este emisario volvió, la gente reunida pensó que no podía existir una generosidad mayor que ésta, junto con una tal altivez.

Pero el segundo mensajero, tras comunicar su mensaje, recibió como respuesta del criado del Segundo Hombre Generoso:

“Como mi amo es muy arrogante, no puedo molestarle con ningún tipo de mensaje. Pero te daré todo lo que tiene, y también una hipoteca sobre sus bienes inmuebles.”

El comité, al conocer esta respuesta, supuso que con toda seguridad éste sería el hombre más generoso de Arabia. Pero todavía no habían examinado el resultado de la misión del tercer mensajero.

Éste llegó a la casa del Tercer Hombre Generoso, quien le dijo:

“Empaqueta todas mis pertenencias y lleva esta nota al prestamista para liquidar todos mis bienes, y vuelve aquí para esperar a una persona que llegará de mi parte.” Dicho esto, el Tercer Hombre Generoso se marchó.

Cuando el mensajero hubo terminado esa tarea, se encontró en la puerta de la casa con un agente del mercado que le dijo:

“Si tú eres el mensajero de Wais, tengo que entregarte el importe de un esclavo que se acaba de vender en el mercado de esclavos.”

El esclavo era el Tercer Hombre Generosos.

Además, se cuenta que, unos meses más tarde, el propio Wais, que había formado parte del comité de jueces, visitó una casa en la que el esclavo que le servía resultó ser su amigo, el Tercer Hombre Generoso.

Wais dijo: “¡La broma ya ha ido demasiado lejos! ¿No es hora de que seas liberado?” El Tercer Hombre Generoso, que era un sufí, dijo:

“Lo que para unos es una broma puede no serlo para otros. Además, estoy arreglando lo de mi liberación mediante un acuerdo con mi amo y de conformidad con la ley. Conseguir la libertad me llevará sólo dos o tres años más.”

 

            EL JOYERO

Este cuento habla de una mujer que llevaba un cofre con joyas de diversos tamaños a una joyería. Justo ante la tienda tropezó, y el joyero cayó al suelo: la tapa saltó, y las joyas se desparramaron por todas partes.

Los empleados dela joyería salieron corriendo de la tienda para impedir que los transeúntes cogieran alguna de las alhajas, y ayudaron a recogerlas.

Un avestruz que andaba por allí, pasó corriendo y, desapercibido en medio de aquel alboroto, se tragó la piedra más grande y valiosa.

Cuando la mujer echó en falta esa joya, empezó a lamentarse, y a pesar de buscar por todas partes, no pudo encontrarla.

Alguien dijo: “La única persona que ha podido coger esa joya es aquel derviche que está tranquilamente sentado junto a la tienda.”

El derviche había visto al  avestruz tragarse la piedra, pero no quería que hubiera derramamiento de sangre. Por eso, cuando llegaron a él, le agarraron e incluso le golpearon, se limitó a decir:

“Yo no he cogido nada.”

Mientras le golpeaban, llegó uno de sus compañeros y advirtió a la multitud que tuviera cuidado con lo que estaba haciendo. También le prendieron a él, y le acusaron de haber recibido la piedra del primer derviche, a pesar de que él lo negaba.

Esto es lo que estaba sucediendo cuando apareció un hombre dotado de conocimiento. Reparando en la avestruz, preguntó:

“¿Esa ave estaba aquí en el momento en que cayó el joyero?”

“Sí”, respondió la gente.

“En ese caso”, dijo él, “dirigid vuestra atención al avestruz”.

Tras pagarle a su dueño el precio del avestruz, lo mataron. En su estómago se encontró la joya perdida.

 

            AHRAR Y LA PAREJA DE RICOS

Emirudin Arosi, procedente de una familia conocida por su apega a las creencias de una secta de entusiastas, encontró a un sabio y le dijo:

“Durante muchos años, mi mujer y yo hemos intentado con determinación seguir la vía derviche. Conscientes de que sabíamos menos que muchos otros, nos hemos contentado durante largo tiempo con gastar nuestra riqueza en la causa de la verdad. Hemos seguido a personas que han asumido la responsabilidad de la enseñanza, y de los que ahora dudamos. Sentimos pena, no por lo que hemos perdido en donaciones para empresas comerciales, derrochadas a manos de nuestros últimos mentores en nombre de la Tarea, sino más bien por el desperdicio de tiempo y esfuerzo, así como por las personas que todavía se encuentran sometidas a quienes de forma engañosa se autodenominan maestros, personas que viven con total despreocupación en una casa que llevan dos falsos sufíes, en un ambiente de anormalidad.”

El sabio, al que la tradición llama Khwaja Ahrar, el Señor de lo Libre, respondió:

“Os habéis arrepentido de vuestra adhesión a esos “maestros” de imitación, pero todavía no os habéis arrepentido de vuestro amor propio, que os hace experimentar una responsabilidad hacia los prisioneros de lo falso. Muchos de los prisioneros también están atrapados en la telaraña del engaño, porque desean un conocimiento fácil.”

“¿Qué tenemos que hacer?”

“Venid a mí con un corazón abierto y sin condiciones, aunque esas condiciones sean el servicio a la humanidad o que yo me muestre a vosotros como un ser razonable”, dijo el Maestro, “porque la liberación de vuestros compañeros es asunto de especialistas, no de vosotros. Incluso vuestra capacidad para formaros una opinión sobre mí está deteriorada, y yo por lo menos me niego a depender de ella”.

Pero, sin prestar mucha atención, Arosi y su mujer, temerosos de estar equivocándose de nuevo, siguieron adelante, buscando a otra persona; alguien que pudiera consolarles. Y lo consiguieron. Se trataba de otro fraude.

Volvieron a pasar los años, y la pareja volvió a casa de Khwaja Ahrar.

“Hemos venido, en total sumisión”, dijeron al guardián de la puerta, “a ponernos en manos del Señor de lo Libre, como si fuéramos cadáveres en las manos del que lava a los muertos”.

“Buena gente”, respondió el portero, “vuestra decisión es magnífica, propia de personas que el Señor de lo Libre no dudaría en aceptar como discípulos. Pero no tendréis en esta vida una segunda oportunidad, porque Khwaja Ahrar está muerto”.

 

            BAHAUDIN Y EL CAMINANTE

Bahaudin el-Shah, gran maestro de los derviches Naqshbandi, encontró un día a un compañero en la gran plaza de Bujara.

El recién llegado era un kalendar* errante de los Malamati, los “Censurables”, Bahaudin estaba rodeado por sus discípulos.

“¿De dónde vienes?”, le preguntó el viajero, con la expresión sufí habitual.

“No tengo ni idea”, dijo el otro, riendo estúpidamente.

Algunos de los discípulos de Bahaudin murmuraron su desaprobación por esta falta de respeto.

“¿Adónde vas?”, prosiguió Bahaudin.

“No sé”, gritó el derviche.

“¿Qué es el Bien?”

Para entonces ya se había reunido una gran multitud.

“No lo sé.”

“¿Qué es el mal?”

“No tengo ni idea.”

“¿Qué es lo Correcto?”

“Todo lo que es bueno para mí.”

“¿Qué es lo Equivocado?”

“Todo lo que es malo para mí.”

Las gentes, agotada su paciencia e irritada por este derviche, lo apartaron. Éste se fue caminando decididamente a grandes pasos en una dirección que no llevaba a ninguna parte, muy lejos.

“¡Idiotas!”, dijo Bahaudin Naqshband, “este hombre estaba representando el papel dela humanidad. Mientras vosotros le despreciabais, él estaba mostrando deliberadamente la falta de atención que todos vosotros mostráis, de forma inconsciente, todos los días de vuestras vidas”.

 

* Derviche errante. En otros textos sufíes aparece con distinta grafía, como “kalandar”. (N. del T.)

 

            LA COMIDA Y LAS PLUMAS

Había una vez (y ésta es una historia verdadera) un estudiante que solía ir todos los días a sentarse a los pies de un maestro sufí, para anotar en un papel todo lo que ésta decía.

Estaba tan inmerso en sus estudios, que era incapaz de realizar ninguna actividad de provecho. Una noche, cuando llegó a casa, su mujer le puso por delante un cuenco tapado con una servilleta. El la cogió y se la puso en el cuello, y entonces vio que el cuenco estaba lleno de... papel y plumas.

“Como esto es lo que haces todo el día”, le dijo su mujer, “intenta comértelo”.

A la mañana siguiente, como de costumbre, el estudiante fue a aprender de su maestro. Aunque las palabras de su mujer le habían afligido, no se puso a buscar un empleo, sino que se dispuso a continuar con sus estudios.

Después de unos minutos de estar escribiendo, se dio cuenta de que su pluma no funcionaba bien. “No importa”, dijo el maestro, “ve a ese rincón. Coge la caja que hay ahí y ponla delante de ti”.

Cuando se sentó con la caja y abrió la tapa, descubrió que estaba llena de... comida.

 

            EL BRILLO DEL PODER

Un derviche que había estudiado con un gran maestro sufí recibió la instrucción de perfeccionar su conocimiento sobre el ejercicio de la percepción, y después volver con él para continuar con el aprendizaje. Entonces se retiró a un bosque y se concentró en la meditación interior con una gran fuerza y aplicación, hasta conseguir que casi nada le molestara.

Sin embargo, no se concentró lo suficiente en la necesidad de guardar en el corazón todos sus objetivos dela misma forma, y su empeño en tener éxito es ese ejercicio resultó más fuerte que su resolución de volver a la escuela desde la que se le había enviado a meditar.

Un día, cuando estaba concentrándose en su yo interior, un ligero sonido penetró en sus oídos. Molesto por esto, el derviche dirigió la mirada hacia las ramas del árbol del que parecía provenir el sonido y vio un pájaro. Por su mente cruzó el pensamiento de que este pájaro no tenía derecho a interrumpir los ejercicios de una persona tan consagrada a su tarea. Tan pronto como concibió esta idea, el pájaro cayó muerto a sus pies.

Ahora bien, el derviche no había avanzado lo suficiente en la senda del sufismo para darse cuenta de que existen pruebas a lo largo de todo el camino. Todo lo que pudo ver en aquel momento fue que había alcanzado un poder como nunca antes había tenido. Él podía matar a un ser vivo; o tal vez el pájaro hubiera resultado muerto por una fuerza distinta a la de su interior, ¡y todo porque él había interrumpido sus oraciones!

“Realmente debo de ser un gran sufí”, pensó el derviche.

Se levantó y se puso a caminar hacia la ciudad más cercana. Cuando llegó, vio una casa elegante y decidió pedir allí algo de comer. Llamó a la puerta y le abrió una mujer; entonces el derviche dijo:

“Mujer, tráeme comida, porque soy un derviche superior, y es bueno dar de comer a los que están en el Camino.”

“Ahora mismo, venerable sabio”, respondió la mujer, y desapareció dentro de la casa.

Pero pasó mucho tiempo, y la mujer no regresaba. A cada momento que pasaba, el derviche se impacientaba más. Cuando la mujer volvió, el derviche le dijo:

“Considérate afortunada porque no descargo sobre ti la ira de los derviches, ¿o no sabe todo el mundo que la desgracia puede abatirse sobre quienes desobedecen a los Elegidos?”

“Es cierto que la desgracia puede llegar, a no ser que uno sea incapaz de resistirla gracias a ciertas personales”, dijo la mujer.

“¡Cómo te atreves a contestarme de esa manera!”, gritó el derviche, “y, en todo caso, ¿qué quieres decir?”.

“Sólo quiero decir”, respondió la mujer, “que no soy pájaro en un claro del bosque”.

Al oír estas palabras, el derviche se quedó estupefacto. “Mi ira no te está haciendo daño, y además puedes leer mis pensamientos”, farfulló.

Y le rogó a la mujer que fuera su maestra.

“Si has desobedecido a tu propio maestro, también me dejarás a mí”, respondió la mujer.

“Bueno, por lo menos dime cómo has alcanzado un estadio del. conocimiento mucho más elevado que el mío”, pidió el derviche.

“Obedeciendo a mi maestro. Cuando me llamó, me dijo que escuchara sus charlas y practicara sus ejercicios; por otra parte, tenía que atender tanto a los ejercicios como a mis tareas mundanas. De esta forma, aunque hace años que no sé nada de él, mi vida interior se ha expandido constantemente, dándome poderes tales como el que tú has visto, además de muchos otros.”

El derviche regresó a la tekkia de su maestro para seguir aprendiendo. El maestro no le permitió hablar sobre nada de lo sucedido, y se limitó a decirle cuando apareció:

“Ve a servir al barrendero que limpia las calles de tal ciudad.”

Como el derviche tenía a su maestro en muy alta consideración, fue a aquella ciudad. Pero cuando llegó al lugar en que trabajaba el barrendero y le vio allí cubierto de basura, le dio asco acercarse a él y no era capaz de imaginarse a sí mismo como su criado.

Estaba allí de pie sin reaccionar, cuando el barrendero dijo, llamándolo por su nombre:

“Lajaward, ¿qué pájaro has matado hoy? Lajaward, ¿qué mujer ha leído tus pensamientos hoy? Lajaward, ¿qué asqueroso deber te impondrá tu maestro mañana?”

Lajaward le respondió:

“¿Cómo puedes ver dentro de mi mente? ¿Cómo puede un basurero hacer cosas que no puede hacer un piadoso ermitaño? ¿Quién eres tú?”

El barrendero dijo:

“Algunos ermitaños piadosos pueden hacer estas cosas, pero no las hacen para ti, porque tienen otras cosas que hacer. A ti te parezco un barrendero porque ésa es mi ocupación. Como no te gusta la profesión, no te gusta la persona. Como te crees que la santidad consiste en lavarse, sentarse y ponerse a meditar, nunca la alcanzarás. Yo he conseguido las facultades que ahora tengo porque nunca he pensado en la santidad: he pensado siempre en el deber. Cuando te enseñan a cumplir los deberes para con tu maestro, o lo deberes hacia lo sagrado, lo que te están enseñando es el deber en sí, estúpido. Lo único que ves son los deberes “para con alguien” o los deberes “con el templo”. Como eres incapaz de concentrarte en la idea del deber en sí, estás perdido.”

Y Lajaward, cuando fue capaz de olvidar que era el criado de un barrendero, y se dio cuenta de que ser un criado era un deber, se convirtió en el hombre que conocemos como el Iluminado, el Hacedor de Milagros, el Maravillosamente Perfumado Sheik Abdurrazaq Lajawardi de Badakhshan.

 

            A CADA HOMBRE SEGÚN SU MERECIMIENTO

Una persona tendrá acceso a la experiencia y al conocimiento superiores en estrecha correspondencia con su valía, su capacidad y sus merecimientos. De ahí que si un asno ve un melón, se come la cáscara; las hormigas se comen todo lo que pueden; el ser humano consume sin saber qué ha consumido.

Nuestro objetivo es adquirir, mediante la comprensión del Origen, el Conocimiento que procede de la experiencia.

Esto lo consiguen, como en un viaje, sólo quienes ya conocen el Camino.

La justicia de esta situación es la mayor que existe: porque este conocimiento no puede negarse a quien lo merece, pero no puede concederse a quien no es digno de él.

Este Conocimiento es el único bien con capacidad discriminatoria, que aplica su propia justicia inherente.

                                                                                  Yusuf Hamadani

 

            LA LECHE Y EL SUERO

Murid Laki Humayun le planteó esta cuestión al maulana* Bahaudin:

“En la ciudad de Gulafshan hay un círculo de seguidores. Algunos de ellos están en la etapa de los ejercicios, pero la mayoría son los que se reúnen todas las semanas para aprender de las acciones y enseñanzas del murshid (el guía).

Muchos de los murids (discípulos) entienden el significado de los cuentos y los hechos, y los utilizan para corregir su comportamiento externo e interno.

Sin embargo, muchos de los simples seguidores no parecen beneficiarse de los hechos y de las acciones, buscando en su lugar libros y enseñanzas que les den promesas concretas de progreso.

¿Por qué los discípulos sienten dolor cuando los seguidores normales no consiguen entender el significado de las historias y los sucesos? ¿Por qué, como muchos son amigos íntimos entre sí, querrían que no hubiera diferencias entres los discípulos y los simples seguidores?”

Bahaudin replicó:

“La condición de discípulo se instituyó para quienes pueden aprender sin perseguir burdos objetivos. Los discípulos que se afligen porque sus compañeros no aprenden de la misma manera, se afligen porque creen que el afecto debe producir capacidad. Sin embargo, la capacidad se merece o no se merece; el afecto se da y se toma.

“En los grupos accidentales de personas que se reúnen para recibir una misma enseñanza, siempre se produce un corte cuando empieza a operarse una ampliación de la misma, al igual que el suero se separa de la leche en presencia  del agente de agitación, que puede estar manifiesto u oculto, pero no ello menos presente. Es como la sacudida del cuenco de la leche. La gente se cree que cuando se produce un movimiento brusco (jumbish), le va a afectar de la misma forma que al suero de la leche. Pero tanto la mantequilla como la leche desnatada tienen sus funciones, aunque es posible que en terrenos diferentes.”

 

* “Maulana”, literalmente significa “nuestro maestro” (N. del T.)

 

            EL TALISMÁN

Se cuenta que un faquir que quería aprender sin esfuerzo, abandonó después de un tiempo el círculo del sheikh* Shah Gwath Shattar. Cuando Shattar se estaba despidiendo de él, el faquir dijo:

“¡Tienes fama de poder enseñar toda la sabiduría en un abrir y cerrar de ojos y, sin embargo, pretendes que yo pase mucho tiempo contigo!”

“Todavía no has aprendido a aprender cómo aprender; pero descubrirás lo que quiero decir”, dijo el sufí.

Aunque el faquir había anunciado su marcha, se deslizaba a hurtadillas en la tekkia todas las noches para escuchar lo que decía el sheik. No mucho tiempo después, una noche, vio cómo Shah Gwath sacaba una joya de un cofre de metal tallado. Sostuvo la joya sobre las cabezas de sus discípulos diciendo: “Éste es el receptáculo de mi conocimiento, y no es otro que el Talismán de la Iluminación.”

“Así que éste es el secreto del poder del sheikh”, pensó el faquir.

Avanzada la noche, entró en la sala de meditación y robó el talismán. Pero en sus manos la joya, por mucho que lo intentó, no producía ni poder ni secretos. Se llevó una amarga decepción.

Se estableció como maestro y consiguió discípulos. Con la ayuda del talismán, intentó una y otra vez iluminarse a sí mismo y a sus discípulos, pero sin resultado alguno.

Un día estaba sentado en su santuario, después de que sus discípulos se hubieran acostado, concentrado en sus problemas, cuando Shattar apareació ante él.

“¡Oh, faquir!”, dijo Shah Gwath, “siempre puedes robar algo, pero no siempre puedes conseguir que funcione. Podrás robar incluso el conocimiento, pero tal vez te resulte inútil, como le pasó al ladrón que robó la cuchilla del barbero, que estaba fabricada con el conocimiento del forjador, pero que carecía del conocimiento del barbero. El ladrón se estableció como barbero y murió en la miseria porque no fue capaz de afeitar ni una barba, pero, sin embargo, sí cortó varias gargantas.”

“Pero yo tengo el talismán, y tú no”, dio el faquir.

“Sí, tú tienes el talilsmán, pero yo soy Shattar”, dijo el sufí. “Yo, con mis facultades, puedo hacer otro talismán. Tú, con el talismán, no puedes convertirte en Shattar.”

“¿Entonces, por qué has venido?, ¿sólo para torturarme?”, gritó el faquir.

“Vengo para decirte que si no hubieras sido tan ingenuo como para pensar que tener una cosa es lo mismo que poder ser transformado por ella, habrías estado preparado para aprender cómo aprender.”

Pero el faquir pensó que el sufí sólo estaba tratando de recuperar su talismán, y como no estaba preparado para aprender cómo aprender, decidió continuar con sus experimentos.

Sus discípulos continuaron haciéndolo: y sus seguidores, y los seguidores de sus seguidores. De hecho, los rituales que se originaron en sus incansables experimentaciones, constituyen hoy en día la esencia de su religión. Nadie podría imaginar, tan santificadas están por el tiempo estas prácticas, que su origen se encuentra en los hechos que acabamos de relatar.

A los ancianos practicantes de esta fe, además se les tiene por tan venerables e infalibles, que estas creencias nunca morirán.

 

* Aunque este término puede traducirse literalmente como jeque, por tener dicha palabra una connotación de jefe de tribu o clan, como a lo largo del libro “sheik” se refiere a “guía espiritual”, hemos preferido dejar el término original.  (N. del T.)

 

            LA DISCUSIÓN CON LOS ACADÉMICOS

Se cuenta que una vez le preguntaron a Bahaudin Naqshband:

“¿Por qué no discutes con los eruditos? Tal y tal sabio lo hacen con frecuencia. Ello causa la total confusión de los eruditos y la invariable admiración de sus propios discípulos.”

Él respondió: “Ve a preguntarles a quienes se acuerden de la época en que yo también discutía con los académicos. Solía refutar sus conjeturas y sus pruebas imaginarias con relativa facilidad. Te lo pueden decir los que presenciaron aquellas discusiones. Pero, un día, un hombre más sabio que yo me dijo:

“Avergüenzas tan a menudo y de forma tan previsible a los hombres estudiosos, que acabas cayendo en la monotonía. Y eso sucede porque lo haces sin objetivo alguno, ya que los académicos no tienen capacidad de comprensión y siguen disputando mucho tiempo después de que sus opiniones han sido echadas por tierra.” Y añadió: “Tus alumnos están en continuo estado de admiración por tus victorias. Han aprendido a admirarte, y en vez de eso, deberían haber percibido la inutilidad y falta de consistencia de tus adversarios. Por tanto, esa victoria tuya no es completa; así que has fallado, pongamos, en una cuarta parte.

“Además, tus discípulos gastan mucho tiempo en esa admiración, en vez de fijarse en algo más  provechoso. Por lo que has fracasado quizá en otra cuarta parte. Dos cuartos son igual a una mitad. Te queda media oportunidad.”

“Eso ocurrió hace veinte años. He ahí la razón por la que ni me preocupo de los eruditos, ni molesto a los demás a cuenta de éstos, sea para alcanzar la victoria o para ser derrotado.

“De vez en cuando, uno puede asestar un golpe a los que se autodenominan eruditos, para demostrar su vaciedad a los estudiantes: es como si se golpeara una olla vacía. Hacer algo más es una pérdida de tiempo, y sería equivalente a darles a los intelectuales, prestándoles una atención gratuita, una importancia que sin duda no podrían alcanzar por su cuenta.”

 

            LA HISTORIA DE HIRAVI

En tiempos del rey Mahmud el Conquistador de Ghazna, vivía un joven llamado Haidar Ali Jan. Su padre, Iskandar Khan, decidió obtener para él el mecenazgo del emperador, y lo envió a estudiar cuestiones espirituales con uno de los más grandes sabios de la época.

Cuando dominó las recitaciones y los ejercicios, cuando aprendió los relatos y las posturas corporales de las escuelas sufíes, Haidar Ali fue conducido por su padre a presencia del emperador.

“Poderoso Emperador”, dijo Iskandar, “he traído conmigo a este joven, mi hijo mayor y más inteligente, que ha recibido una formación especial en las diferentes vías sufíes, para que pueda obtener una posición digna en la corte de Vuestra Majestad, que sois el modelo de enseñanza de nuestra época.”

Mahmud no levantó la mirada y se limitó a decir: “Tráelo dentro de un año.”

Ligeramente decepcionado, pero abrigando firmes esperanzas, Iskandar envió a Ali a estudiar las obras de los grandes sufíes del pasado, y a que visitara los santuarios de los ancianos maestros de Bagdad, para que no desaprovechara el año de espera.

Cuando volvió a llevar al joven a la corte, dijo:

“¡Pavo Real de nuestra Época! Mi hijo ha realizado largos y difíciles viajes y, al mismo tiempo, ha añadido a su conocimiento de los ejercicios una completa familiaridad con los clásicos de la Gente del Sendero. Os ruego que lo tengáis a prueba para comprobar que puede ser un adorno de la corte de Vuestra Majestad.”

“Que vuelva”, dijo Mahmud inmediatamente, “dentro de otro año”.

Durante los siguientes doce meses, Haidar Ali cruzó el Oxus* y visitó Bujara y Samarcanda, Qasr-i-Arifin y Tashqband, Dushanbe y los turbats de los santos sufíes del Turquestán.

Cuando volvió a la corte, Mahmud de Ghazna le echó un vistazo y le dijo:

“Que pruebe a volver el año que viene.”

Haidar Ali hizo la peregrinación a La Meca. Viajó a la India; y en Persia consultó valiosos libros de gran rareza, y nunca desperdició una oportunidad de buscar y presentar sus respetos a los grandes derviches de aquel tiempo.

Cuando volvió a Ghazna, Mahmud le dijo:

“Ahora escoge un maestro, si te acepta, y vuelve dentro de un año.”

Cuando ese año hubo pasado e Iskandar Khan se disponía a llevar a su hijo a la corte, Haidar Ali no mostró ningún interés en ir. Se sentó a los pies de su maestro en Herat, y nada de lo que dijo su padre fue capaz de moverlo de allí.

“He malgastado mi tiempo y mi dinero, y este joven no ha superado las pruebas de Mahmud el Rey”, se lamentaba Iskandar, que acabó abandonando su empeño.

Llego el día en que el joven tenía que presentarse, y Mahmud dijo a sus cortesanos:

“Preparaos para una visita a Herat, hay una persona allí que quiero ver.”

Mientras la comitiva del emperador entraba en Herat al toque de trompetas, el maestro de Haidar Ali lo cogió por la mano y lo condujo a la puerta de la tekkia, y allí se pusieron a esperar.

Poco después, Mahmud y su cortesano Ayaz, descalzos, se presentaron en el santuario.

“Aquí, Mahmud”, dijo el sheik sufí, “está el hombre que no era nada cuando era un visitante de reyes, pero que ahora es alguien a quien visitan los reyes. Llévatelo como consejero sufí, porque ya está preparado”.

Ésta es la historia de los estudios de Hiravi, Haidar Ali Jan, el Sabio de Herat.

 

* Antiguo nombre del río Amu-Daria en la frontera de Afganistán. (N. del T.)

 

            ALGO QUE APRENDER DE MIRI

El renombrado sabio sufí Baba Saifdar tuvo un discípulo llamado Miri, que solía quejarse de que Saifdar apenas hablaba con él después de haberlo admitido como discípulo suyo.

“Me encontraba mucho mejor antes de que me hiciera su alumno”, decía, “porque entonces por lo menos me trataba como un amigo y podía disfrutar de su compañía”.

Baba Saifdar, sin embargo, conocía la condición interior de su alumno, pero no aludía a ella en sus escasos encuentros. Prefería esperar la ocasión adecuada para hacerle una demostración efectiva dela relación que mantenían y de su significado.

Un día, Miri estaba declarando como testigo en una audiencia pública al aire libre cuando pasó por allí Baba Saifdar.

El juez acababa de decirle al testigo:

“¿Se acuerda con nitidez de haber visto al acusado en el robo?”

Miri, dirigiendo la mirada hacia su maestro y acordándose así del ejercicio de “recordar” que había aprendido de él, respondió mecánicamente:

“Sí, me acuerdo.”

Tras esta afirmación de un “testigo ocular”, el supuesto ladrón fue condenado de forma inmediata. Era inocente; y cuando Miri se retractó de aquella identificación, estuvo a punto de ser juzgado por perjurio.

Cuando finalmente lo pusieron en libertad, Baba le dijo:

“Esto es el equivalente, en la vida corriente, de lo que puede pasar en cuestiones más profundas. El elogio y la queja del propio maestro conducen a la locura. Lo mismo ocurre con toda infracción de sus reglas. Lo que es visible para él, es invisible para el estudiante.”

Miri respondió: “Sólo me cabe esperar que mi ejemplo sea útil para otros, de forma que, sin tener que pasar por este tipo de experiencia, se les permita continuar hacia cosas más elevadas.”

Por eso se conoce esta historia como “La lección de Miri”.

 

            EL ÍDOLO DEL REY LOCO

Había una vez un rey violento, ignorante e idólatra. Un día juró que si su ídolo personal le concedía cierto beneficio, él apresaría a  las primeras tres personas que pasaran por su castillo y las obligaría a consagrarse al culto del ídolo.

Naturalmente, el deseo del rey se cumplió, y enseguida envió a unos soldados a la carretera para que le llevaran a las tres primeras personas que encontraran.

Las tres personas fueron un erudito, un Sayed (descendiente de Mahoma el Profeta) y una prostituta.

Cuando los arrojaron a los pies del ídolo, el rey trastornado les contó su voto y les ordenó que se doblegaran ante la imagen.

El erudito dijo:

“Esta situación cae, sin duda, dentro de la doctrina de “fuerza mayor”. Hay numerosos precedentes que permiten que uno parezca estar de acuerdo con una costumbre si se le obliga, sin que exista en modo alguno una culpabilidad real de tipo legal o moral.”

Así que le hizo una profunda reverencia al ídolo.

El Sayed, cuando llegó su turno, dijo:

“Como persona especialmente protegida, por cuyas venas corre la sangre del Santo Profeta, mis propias acciones purifican todo lo que haga, y por tanto nada impide que actúe como me pide este hombre.”

Y se inclinó ante el ídolo.

La prostituta dijo:

“¡Ay de mí!, yo no tengo ni formación intelectual ni prerrogativas especiales, y por ese me temo que, me hagas lo que me hagas, no puedo adorar a este ídolo, ni siguiera de forma fingida.”

Antes esta respuesta, la enfermedad del rey loco desapareció súbitamente. Como por arte de magia se dio cuenta del engaño de los dos adoradores de la imagen. Mandó decapitar al erudito y al Saya y liberó a la prostituta.

 

            LOS DOS LADOS

Así fue cómo los hábitos teñidos de dos colores de los derviches, empleados con fines didácticos, y con el tiempo imitados con un uso meramente decorativo, se introdujeron en España en la Edad Media:

Un cierto rey de los francos, amante de la pompa, se vanagloriaba de su dominio de la filosofía. Le pidió a un sufí conocido como “El Agarin” que le instruyera en la Elevada Sabiduría. El Agarin dijo:

“Te ofrecemos observación y reflexión, pero primero tienes que aprender cómo aumentarlas.”

“Ya sabemos cómo aumentar nuestra atención porque hemos estudiado todos los pasos preliminares hacia la sabiduría de acuerdo con nuestra propia tradición”, dijo el rey.

“Muy bien”, repuso Agarin, “le haremos a Vuestra Majestad una demostración de nuestra enseñanza en un desfile que debe celebrarse mañana”.

Se dieron las órdenes necesarias y, al día siguiente, los derviches del ribat (centro de enseñanza) de Agarin desfilaron por las estrechas calles de aquella ciudad andaluza. El rey y sus cortesanos se agrupaban a ambos lados del itinerario: los nobles a la derecha y los caballeros a la izquierda.

Cuando terminó la procesión, el Agarin se volvió hacia el rey y dijo:

“Majestad, por favor, preguntad a vuestros caballeros, que están enfrente, cuáles eran los colores de la ropa de los derviches.”

Todos los caballeros juraron sobre las escrituras y por su honor que los vestidos eran azules.

El rey y el resto de la corte se quedaron sorprendidos y confundidos, porque eso no era en absoluto lo que ellos habían visto. “Todos nosotros hemos visto con claridad que iban vestidos de marrón”, dijo el rey, “y entre nosotros se encuentran hombres de gran santidad y fe y muy bien considerados”.

Ordenó a todos sus caballeros que se dispusieran a un castigo y a la degradación.

Los que habían visto las ropas de color marrón se pusieron a un lado para ser premiados.

Después de esto, el rey le dijo al Agarin:

“¿Qué encanto has realizado, malvado? ¿Qué maldad es ésta que lleva a los caballeros más honorables de la cristiandad a faltar a la verdad, a abandonar su esperanza de redención y a dar unas muestras de poca confiabilidad que les hacen inservibles para la batalla?”

El sufí respondió:

“La mitad de las ropas que se veía desde vuestro lado era marrón. La otra mitad de cada vestido era azul. Sin preparación, tus expectativas hacen que tú mismo te engañes sobre nosotros. ¿Cómo podemos enseñarle nada a nadie en tales circunstancias?”

 

            LAS BIENVENIDAS

Damos la bienvenida a los eruditos que quieran comprender el Camino.

¿Qué hay de los otros? Piensan que no les damos la bienvenida, pero en realidad son ellos los que no nos la dan a nosotros.

No pueden hacerlo mientras mantengan tan extrañas concepciones del Camino.

Me refiero a dos actitudes, la de los que dicen: “Negamos el valor del sufismo”, y la de los que dicen: “Aceptamos el sufismo, pero esto no es sufismo.”

De esos dos tipos de personas, los que rechazan a los sufíes son mejores que los que piensan que las personas que a ellos no les gustan no pueden por ello ser sufíes.

Al primer tipo de personas hay otras que los engañan haciéndoles creer que los sufíes son inútiles. Y cualquiera puede dejarse engañar.

La segunda clase de personas es la de quienes se engañan a sí mismos creyendo algo que no es cierto.

Ningún erudito puede decidir quién es sufí y quién no. Las personas que intentan hacer una cosa que no son capaces de hacer deberían servirnos siempre de lección.