AJMAL HUSSEIN Y LOS ERUDITOS

 

El sufí Ajmal Hussein recibía continuamente las críticas de los eruditos, que temían que su reputación eclipsara la de ellos. No escatimaron esfuerzos para sembrar la duda sobre su conocimiento, para acusarle de refugiarse de sus críticas en el misticismo, y hasta para insinuar que era culpable de haber realizado prácticas vergonzosas.

Por fin, Ajmal dijo:

“Si contesto a mis críticos, aprovechan la ocasión para lanzarme nuevas acusaciones, que la gente cree porque les divierte dar crédito a ese tipo de cosas. Si no les contesto, alardean y se pavonean de ello, y todos piensan que son auténticos eruditos. Se creen que nosotros los sufíes somos contrarios a la erudición, y no es así. Pero nuestra verdadero existencia es una amenaza para la pretendida erudición de esos enanos ruidosos. La erudición desapareció hace mucho tiempo. A lo que ahora tenemos que enfrentarnos es a una erudición falsa.”

Los eruditos chillaron más fuerte que nunca. Al fin, Ajmal dijo:

“La discusión no es tan efectiva como la demostración. Voy a daros una idea de cómo son estas personas.”

Solicitó a los eruditos unos “cuestionarios” para que pudieran evaluar su conocimiento y sus ideas. Cincuenta profesores y académicos le enviaron los cuestionarios, y Ajmal los contestó todos de forma diferente. Cuando los eruditos se reunieron para hablar de estos cuestionarios, había tantas versiones distintas que todos pensaban haber puesto al descubierto a Ajmal y se negaban a abandonar sus tesis a favor de las de los demás. El resultado fue la célebre “trifulca de los eruditos”. Durante cinco días se atacaron los unos a los otros con saña.

“Esto”, dijo Ajmal, “es una demostración. Lo que más le importa a cada uno es su propia opinión y su propia interpretación. No les preocupa nada la verdad. Lo mismo hacen con las enseñanzas de todos. Cuando están vivos, les atormentan. Cuando se mueren, se hacen especialistas en su obra. Sin embargo, el único motor de su actividad es rivalizar unos con otros y enfrentarse a todo el que no pertenezca a su misma clase. ¿Queréis convertiros en uno de ellos? Decididlo pronto.”

 

            TIMUY Y HAFIZ

El poeta sufí Hafiz de Shiraz escribió este famoso poema:

Si esa doncella turca, Sharazi, tomara mi corazón en sus manos,

le daría Bujara, por el lunar de su mejilla o Samarcanda.

Tamerlán el conquistador hizo llevar ante sí a Hafiz y le dijo:

“¿Cómo puedes regalara Bujara y samarcanda por una mujer? Además, se encuentran en mis dominios, ¡y no permitiré a nadie que insinúe que no me pertenecen!”

Hafiz le respondió:

“Tu mezquindad te ha dado poder. Mi generosidad me ha hecho caer en tu poder. Tu mezquindad es, obviamente, más efectiva que mi prodigalidad.”

Tamerlán se rió y dejó marchar al sufí.

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            COMPLETAMENTE LLENO

Un hombre se presentó ante Bahaudin Naqshband, y le dijo:

“He viajado de un maestro a otro y he estudiado muchas Vías de Conocimiento, y todas ellas me han resultado de mucho provecho y me han producido beneficios de todo tipo.

“Ahora deseo ser uno de tus discípulos, para poder beber del pozo del conocimiento y así avanzar cada vez más en la Tariqa, la Vía Mística.”

Bahaudin, en lugar de responder directamente a lo que había oído, mandó que sirvieran la cena. Cuando trajeron la fuente con el arroz y el estofado de carne, insistió en que su invitado se sirviera plato tras plato. Después le ofreció fruta y pasteles, y ordenó que se le trajera más pilau, y más y más platos de comida, verduras, ensaladas, y dulces.

Al principio, el hombre se sintió halagado, y como Bahaudin daba muestras de placer a cada bocado que él daba, comió todo lo que pudo. Cuando disminuyó el ritmo con el que estaba comiendo, el sheik sufí pareció molesto, y para impedir su disgusto, el desgraciado se comió prácticamente otro almuerzo.

Cuando fue incapaz de tragarse ni siquiera un grano de arroz más, y se recostó en un almohadón con un gran malestar, Bahaudin se diririgió a él con estas palabras:

“Cuando viniste a verme, estabas tan lleno de enseñanzas indigestas como lo estás ahora de carne, arroz y fruta. Te sentías mal, y como no estabas acostumbrado al auténtico malestar espiritual, pensaste que se trataba de hambre de más conocimiento. Tu verdadera condición era la indigestión.

“Puedo enseñarte si a partir de ahora sigues mis indicaciones y te quedas aquí conmigo haciendo la digestión. La harás mediante unas actividades que no te parecerán iniciáticas, pero que actuarán como si tomaras algo para digerir la comida y transformarla en alimento y no en peso.”

El hombre aceptó. Años más tarde contó su historia, cuando se hizo famoso, siendo conocido como el gran maestro sufí Khalil Ashrafzada.

 

            CHARKHI Y SU TÍO

Se cuenta que un joven discípulo de Baba Charkhi estaba sentado en el vestíbulo de su casa cuando llegó un hombre y le dijo: “¿Quién eres tú?”

El discípulo respondió: “Soy un seguidor de Baba Charkhi.”

El hombre preguntó:

“¿Cómo puede Charkhi tener seguidores? Soy su tío, y si los hubiera tenido, yo lo habría sabido. Me temo, querido niño, que estás mal informado sobre su condición de “Baba””*.

Después de este episodio, el ti de Charkhi se quedó en la casa muchos años, hasta su muerte. Se negó a formar parte de las “reuniones de cultura” que el Baba celebraba, y nunca creyó que Charkhi fuese un maestro sufí. “Lo conozco desde que era un niño”, decía, “y no puedo creer que enseña nada, porque siempre fue incapaz de aprender nada”.

Incluso después de la muerte de Charkhi, muchas personas, entre ellas muchos asiduos visitantes de su casa –incluyendo comerciantes con los que hacía negocios-, seguían sin creer que hubiera sido un santo.

Yunus Abus-Aswad Kamali, el teólogo, hablaba en nombre de éstos cuando dijo: “Traté a Charkhi durante treinta años y jamás habló conmigo de asuntos elevados. En mi opinión, tal comportamiento no es el propio de un sabio. Nunca trató de explicarme sus teorías ni intentó hacerme su discípulo. Me enteré de su supuesta condición de sufí a través del carnicero.”

 

* Hombre santo, maestro espiritual (N. del T.)

 

            EL PRISIONERO DE SAMARCANDA

Hakim Iskandar Zaramez y Abdulwahab el Hindi pasaban un día por la esquina de una gran casa de Samarcanda, cuando oyeron un grito salvaje.

“Están torturando a algún pobre desgraciado”, dijo el Hindi, deteniéndose y escuchando cómo los gritos aumentaban.

“¿Te gustaría aliviar el sufrimiento?”, preguntó Zaramez.

“Por supuesto. En tu condición de wali, de santo, seguramente puedes hacerlo, con el permiso de Dios.”

“Muy bien”, dijo el Hakim, “voy a demostrarte una cosa”.

Zaramez se alejó cinco pasos de la esquina de la casa. Los gritos dejaron de oírse.

“¡Te alejas y cesa el ruido! Yo siempre he oído decir que es acercarse a alguien afligido lo que mitiga el dolor”, dijo El Hindi.

El Hakim sonrió, pero no dijo nada más, haciendo el gesto que entre los sufíes significa: “En un determinado momento, una pregunta puede no tener respuesta por el estado de quien pregunta.”

Muchos años después, cuando El Hindi estaba en Marruecos, una noche oyó cómo un derviche contaba sus experiencias a un grupo de estudiantes, en la recoleta ciudad de Maula Idriss. Entre otras cosas, el derviche contó lo siguiente:

“Cierto día del mes de Ramadán el Mubarak, hace muchos años, me tomaron por un vagabundo por mi manifiesta miseria y mi aspecto de pordiosero. A la espera del juicio, me encerraron en una celda de piedra situada en una de las esquinas del muro exterior de la casa de Kazi. Esto sucedió a las afueras de Samarcanda, al norte.

“De repente sentí, de forma inequívoca, la presencia de un santo afuera, no muy lejos. Entonces me alegré de mi suerte, y me senté en silenciosa meditación. Empecé a gemir, a chillar y a agitarme, porque había un poder sobre mí, y porque no podía escapar por mucho que quisiera acercarme a él.

“Después, noté que se había alejado, molesto con mi alboroto. Le dejé que se acercara de nuevo, quedándome tan tranquilo y silencioso como la noche.”

El sheik del círculo del derviche dijo:

“Tu experiencia podía haberte enseñado que a la gente le afecta mucho más la baraka* cuando se encuentra según todas las apariencias más allá de su alcance. El wali estaba enseñándote eso, aunque tú estabas encerrado y él, a los ojos de algún observador, parecía estar haciendo otra cosa bien diferente, o nada en absoluto.”

El Hindi cuenta:

“Gracias a este hecho empecé a comprender de verdad que no es sorprendente que la gente tenga “experiencias espirituales”. Lo que puede ser sorprendente es que las tengan tan pocas personas y lo que sin duda es aún más sorprendente es que, en vez de aprender de esas experiencias, las veneren y las tomen por lo que no son.”

 

* En sentido general, significa “bendición”, “poder impalpable”. En un sentido más estricto, los sufíes utilizan este término como la “transmisión espiritual” que un maestro lleva a cabo con un discípulo. (N. del T.)

 

            EL LIBRO EN TURCO

Un aspirante a discípulo se presentó ante Bahaudin. El maestro estaba en un jardín, rodeado por treinta de sus alumnos, después de la cena.

El recién llegado dijo:

“Deseo servirte.”

Bahaudin contestó:

“Como mejor puedes servirme es leyendo mi Risalat (Cartas).”

“Ya lo he hecho”, respondió el recién llegado.

“Si lo hubieras hecho realmente y no sólo aparentemente, no te habrías acercado a mí de esta forma”, dijo Bahaudin. Y añadió:

“¿Por qué crees que eres capaz de aprender?”

“Estoy preparado para estudiar contigo.”

Bahaudin dijo:

“Que se levante el murid (discípulo) más joven.”

Anwari, que tenía dieciséis años, se puso en pie.

“¿Cuánto tiempo llevas con nosotros?”, le preguntó El-Shah.

“Tres semanas, oh Murshid.”

“¿Te he enseñado algo?”

“No lo sé.”

“¿Tú qué crees?”

“Yo creo que no”

Bahaudin le dijo:

“En la bolsa del recién llegado entrarás un libro de poemas. Cógelo y recita su contenido sin cometer ningún error y sin abrirlo.”

Awari encontró el libro. No lo abrió, pero dijo:

“Me temo que está en turco.”

Bahaudin ordenó:

“¡Léelo!”

Anwari comenzó a recitar, y a medida que iba terminando, el extraño se iba sintiendo más impresionado por este prodigio: alguien que leía un libro en turco sin abrirlo y sin conocer esa lengua.

Cayendo a los pies de Bahaudin, rogó que le admitiera en su Círculo.

Bahaudin le dijo:

“Este tipo de fenómenos es el que te atrae, y mientras sea así, no sacarás provecho de él. Ésa es la razón por la que, aun cuando hayas leído mi Risalat, no lo has leído en realidad.”

“Vuelve”, continuó, “cuando lo hayas leído como acaba de leer este joven imberbe. Gracias a esa clase de estudio, él ha conseguido un poder que le permite recitar de un libro cerrado y al mismo tiempo le impide caer en una admiración servil por ese hecho”

 

            LOS MENDIGOS Y LOS TRABAJADORES

Se cuenta que la gente decía de Ibn el-Arabi:

“Tú círculo está compuesto sobre todo por mendigos, labradores y artesanos. ¿No puedes encontrar gente de cultura que te siga, para que se preste una atención más cualificada a tus enseñanzas?”

Él respondió:

“Cuando haya hombres influyentes y eruditos cantando mis alabanzas, el Día de la Calamidad estará muchísimo más cerca; porque sin duda lo estarán haciendo por su propio bien, ¡y no por el bien de nuestra obra!”

 

            LOS INALTERABLES

Estaba Nawab Mohammed Khan, Jan-Fishan, paseando cierto día por la calle, en Nueva Delhi, cuando encontró a un grupo de personas al parecer enzarzadas en una disputa.

Le preguntó a un transeúnte:

“¿Qué pasa aquí?”

El hombre respondió: “Sublime Alteza, uno de tus discípulos está reprobándose a la gente de este barrio su comportamiento.”

Jan-Fishan se abrió paso entre la muchedumbre y le dijo a su seguidor:

“Dime qué pasa.”

Él respondió: “Estas personas se han mostrado hostiles conmigo.”

La gente exclamó: “Eso no es verdad: por el contrario, le estábamos rindiendo honores, por respeto a ti.”

“¿Qué te han dicho?”, le preguntó el Nawab a su discípulo.

“Me han dicho: “¡Hola, Gran Erudito!” Yo les estaba explicando que es la ignorancia de los eruditos la responsable a menudo de la confusión y la desesperación de las personas.”

Jan-Fishan Khan replicó: “Con bastante frecuencia, es la arrogancia de los eruditos la responsable de la miseria del hombre. Y ha sido tu arrogancia al pretender que eres algo distinto a un erudito la que ha causado este tumulto. No ser un erudito, lo que incluye un desapego de lo insignificante, constituye un logro. Los eruditos raramente son sabios, porque son personas inalterables atiborradas de pensamientos y libros.

“Esta gente estaba intentando honrarte. Si algunas personas creen que el fango es oro, si es su fango, respétalo. Tú no eres su maestro.

“¿No te das cuenta de que al comportarte con esa susceptibilidad y obstinación, estás actuando como un erudito y, por lo tanto, mereces ése nombre, aunque sea como calificativo?

“Ten cuidado, hijo mío. Demasiados traspiés en el Camino del Logro Supremo y acabarás convirtiéndote en un erudito.”

 

            EL DIAGNÓSTICO

Bahaudin Naqshband visitó en cierta ocasión la ciudad de Alucha, cuando una delegación de ciudadanos, habiendo sabido que estaba recorriendo un camino cercano fue a presentarle sus respetos y le rogó que pasara algún tiempo con ellos.

“¿Queréis satisfacer vuestra curiosidad sobre mí, agasajarme y rendirme honores, o me invitáis para que comparta mis enseñanzas con vosotros?”, les preguntó.

El cabecilla del grupo, después de consultar con el resto de los ciudadanos, le respondió:

“Hemos oído hablar mucho de ti, y puede que tú no hayas oído nada sobre nosotros. Ya que al parecer nos concedes el raro privilegio de recibir tu enseñanza, aceptamos con sumo gusto esta última razón entre las posibilidades que has enumerado.”

Bahaudin entró con ellos en la ciudad.

El pueblo entero estaba reunido en la plaza pública. Sus propios maestros espirituales situaron a Bahaudin en el lugar de honor, y cuando estuvo sentado, el primero de los filósofos deAlucha se dirigió a él en estos términos:

“¡Sublime Presencia y Gran Maestro! Todos hemos oído hablar sobre ti, pues ¿quién no ha oído hablar de ti? Pero como tú no estarás familiarizado con los pensamientos de personas tan insignificantes como nosotros, te rogamos que nos permitas mostrarte nuestras ideas, para que por nuestro bien puedas confirmarlas, corregirlas o refutarlas.”

Bahaudin le interrumpió diciendo:

“Os diré, sí, lo que podéis hacer, pero no hace falta que me digáis nada sobre vosotros.”

Procedió entonces a describirle a la gente su propia forma de pensar, sus defectos y la manera concreta de considerar diferentes problemas de la vida y del hombre.

Después de esto, dijo a los atónitos ciudadanos:

“Ahora, antes de deciros cómo podéis remediar este estado de cosas, quizá queráis expresar algunos sentimientos reprimidos en vuestros corazones, para que yo pueda explicarme y seros de utilidad. De esta forma prestaréis más atención a lo que os voy a decir.”

El mismo interlocutor, después de consultar con los demás, dijo:

“¡Oh, maestro y guía! La causa unánime de nuestro asombro y curiosidad es cómo puedes saber tanto sobre nosotros, nuestros problemas y especulaciones. ¿Acertamos al pensar que ese conocimiento sólo puede existir en presencia de una forma superior de percepción directa, en un individuo excepcionalmente dotado?”

Como respuesta, Bahaudin pidió un cuenco, una jarra con un poco de agua, sal y harina. Echó la sal, la harina y el agua en el cuenco. Una vez hecho esto, dijo al interlocutor principal:

“Por favor, ¿serías tan amable de decirme lo que hay en la vasija?”

El hombre respondió:

“Reverencia, hay una mezcla de harina, agua y sal.”

“¿Cómo sabes la composición de la mezcal?”, preguntó Bahaudin.

“Cuando se conocen los ingredientes”, respondió el hombre, “no existe duda sobre la naturaleza de la mezcla”.

“Ésa es la respuesta a vuestra pregunta, que seguramente no requiere más explicaciones de mí parte”, dijo Bahaudin Naqshband.

 

            EL KASHKUL

Se cuenta que en cierta ocasión un derviche detuvo a un rey en la calle. El rey dijo: “¿Cómo te atreves tú, un hombre sin importancia, a interrumpir el avance de su soberano?”

El derviche respondió:

“¿Puedes tú ser un soberano si no eres capaz ni de llenar mi kashkul, el cuenco de un mendigo?”

Tendió su cuenco, y el rey ordenó que se lo llenaran de oro.

Pero en cuanto parecía que el cuenco iba a quedar lleno de monedas, éstas desaparecían, y de nuevo el cuenco parecía vacío.

Trajeron sacos y más sacos de oro y el asombroso cuenco seguía devorando monedas.

“¡Alto!”, gritó el rey, “¡este embaucador está vaciando mi tesoro!”

“Según tú, estoy vaciando tu tesoro”, dijo el derviche, “pero para otros sólo estoy ilustrando una verdad”.

“¿Qué verdad?”, preguntó el rey.

“La verdad es que el cuenco representa los deseos de las personas y el oro lo que cada personas, recibe. La capacidad de devorar de los seres humanos no tiene fin si no cambian de alguna manera. Mira, el cuenco se ha comido prácticamente toda tu riqueza, pero sigue siendo un coco partido por al mitad, y no comparte de ningún modo la naturaleza del oro.

“Si caes en este cuenco”, continuó el derviche, “también te devorará a ti. ¿Cómo puede un rey, entonces, considerarse importante?”

 

            LA VACA

Había una vez, hace mucho tiempo, una vaca. No había en el mundo entero un animal que diera regularmente tanta leche y de tan alta calidad.

La gente llegaba de todas partes para ver este prodigio. Los padres les hablaban a sus hijos de la dedicación con que la vaca realizaba la tarea que tenía encomendada. Los ministros de la religión exhortaban a sus rebaños a que la emularan a su manera. Los funcionarios del gobierno se referían a ella como modelo de comportamiento adecuado, y planeaban y pensaban cómo podría aplicarse en la comunidad humana. Todo el mundo, en suma, podía beneficiarse de la existencia de este maravilloso animal.

Sin embargo, la mayoría de la gente, absorbida como estaba por las obvias virtudes de la vaca, no consiguió observar una de sus características. La vaca tenía la siguiente costumbre: en cuanto se llenaba un cubo con su inmejorable leche, le pegaba una coz.

 

            INDIVIDUALIDAD Y CUALIDADES

Yaqub, el hijo del juez, contaba que un día le había dicho Bahaudin Naqshband:

“Cuando estaba con Murshid de Tabriz, vi cómo éste solía hacer un gesto, cuando se encontraba en un estado de meditación especial, para que no se le dirigiera la palabra. Sin embargo, tú estás accesible para nosotros todo el tiempo. ¿Estoy en lo cierto si deduzco que esta diferencia se debe a que tu capacidad de desapego es indudablemente mayor, siendo una capacidad que dominas en vez de ser pasajera?”

Bahaudin le respondió:

“No, tú siempre estás buscando comparaciones entre las personas y los estados. Siempre estás buscando pruebas y diferencias, cuando no te dedicas a buscar semejanzas. No hay muchas explicaciones que dar acerca de una cuestión que se escapa a esas mediciones. Cuando hablamos de sabios, distintas maneras de comportarse deben considerarse debidas a diferencias de su individualidad, no en sus cualidades.”

 

            EL PARAÍSO DE LA CANCIÓN

Ahangar era un extraordinario forjador de espadas que vivía en uno de los remotos valles orientales de Afganistán. En tiempos de paz construía arados de acero, herraba caballos y, sobre todo, cantaba.

La gente de los valles escuchaban con ilusión las canciones de Ahangar, a quien se conoce con nombres diferentes en distintas partes de Asia Central. Venían a escuchar sus canciones desde las selvas de nogales gigantes, desde la nevada Hindu-Kush, desde Qataghan y Badakhshan, desde Khanabad y Kunar, desde Herat y Paghman.

Sobre todo venían a escuchar la canción de las canciones, que era la canción de Ahangar sobre el Valle del Paraíso.

Esta canción era muy pegadiza y tenía un extraña cadencia, y, sobre todo, contaba una historia tan extraña que la gente creía conocer el remoto Valle del Paraíso del que hablaba. A menudo le pedían que la cantara cuando no le apetecía, y él se negaba. A veces le preguntaban si el Valle era auténticamente real, y Ahangar sólo podía responder:

“El Valle de la Canción es tan real como pueda serlo la misma realidad.”

“Pero, ¿cómo lo sabes?”, le preguntaban, “¿has estado allí alguna vez?”

“No de una forma corriente”, respondía Ahangar.

Para Ahangar y para casi todas las personas que le escuchaban, el Valle de la Canción era, sin embargo, real, tan real como pueda serlo la misma realidad.

Aisha, una doncella del lugar de la que estaba enamorado, dudaba que existiera tal sitio. También lo dudaba Hasan, un fanfarrón y temible espadachín que había jurado casarse con Aisha y que no perdía ocasión para reírse del herrero.

Un día, cuando los aldeanos estaban sentados en silencio alrededor de Ahangar, que acababa de contarles un cuento, Hasan dijo.

“Si crees que ese valle es tan real y está, como dices, más allá de aquellas montañas de Sangan donde se levanta la neblina azul, ¿por qué no intentas encontrarlo?”

“No sería adecuado, es lo único que sé”, respondió Ahangar.

“¡Tú no sabes lo que es conveniente saber y no sabes lo que no quieres saber!”, gritó Hasan.

“Ahora, amigo mío, te propongo una prueba. Tú amas a Aisha, pero ella no confía en ti. No tiene fe en ese absurdo Valle tuyo. Nunca podrás casarte con ella, porque cuando no hay confianza entre marido y mujer, éstos no son felices y sucede toda clase de desgracias.”

“¿Esperas que vaya al valle, entonces?”, preguntó Ahangar.

“Sí”, contestaron al unísono Hasan y todos los presentes.

“Si voy y regreso sano y salvo, ¿aceptará Aisha casarse conmigo?”, preguntó Ahangra.

“Sí”, murmuró Aisha.

Asi que Ahangar, habiendo recogido algunas moras pasas y un pedazo de pan, partió para las lejanas montañas.

Subió y subió hasta que llegó a un muro que rodeaba toda la cordillera. Tras haber escalado sus escarpadas laderas, encontró otro muro, aún más escarpado que el primero. Después de éste hubo un tercero, luego un cuarto y, finalmente, un quinto muro.

Al bajar por la otra ladera, Ahangar descubrió que estaba en un valle sorprendentemente parecido al suyo.

La gente salió a darle la bienvenida, y cuando él los vio, se dio cuenta de que había sucedido algo muy extraño.

Meses después, Ahangar el Herrero, caminando como un anciano, llegó cojeando a su pueblo natal y se dirigió a su humilde cabaña. Como se difundió por el campo la noticia de su regreso, la gente se reunió frente a su casa para escuchar cuáles habían sido sus aventuras.

Hasan el espadachín, hablando en nombre de todos, llamó a Ahangar a la ventana.

Todos quedaron boquiabiertos cuando vieron lo viejo que se había vuelto.

“Bueno, Maestro Ahangar, ¿conseguiste llegar al Valle del Paraíso?”

“Llegué”

“¿Y cómo es?”

Ahangar, buscando las palabras, miró a la gente reunida con un cansancio y una desesperación que jamás había sentido antes. Por fin dijo:

“Escalé y escalé. Cuando parecía que ya no podía haber vida humana en un lugar tan desolado, y después de muchas dificultades y desilusiones, llegué a un valle. Era un valle exactamente igual que éste en el que vivimos. Y luego me encontré con sus habitantes. Aquellas personas no son sólo personas como nosotros: son las mismas personas. Para cada Hasan, cada Aisha, cada Ahangar, para cada uno de los que aquí estamos, hay otro exactamente igual en aquel valle.

“Ellos son copias y reflejos de nosotros. Pero ocurre que somos nosotros los que somos sus copias y reflejos: nosotros, los que estamos aquí, somos sus dobles.”

Todos pensaron que Ahangar había enloquecido a causa de sus privaciones, y Aisha se casó con Hasan el espadachín. Ahangar envejeció rápidamente y murió. Y todo el mundo, todos los que habían escuchado esta historia de labios de Ahangar, primero perdieron la alegría de vivir, después envejecieron y murieron, porque sintieron que algo irremediable y sobre lo que no tenían control iba a suceder, y por eso perdieron el interés en la vida misma.

Sólo una vez cada mil años una persona conoce este secreto. Cuando lo conocer, experimenta un cambio. Cuando cuenta a los demás la pura realidad, éstos se debilitan y mueren.

La gente piensa que un suceso así es una catástrofe, y por eso no deben saber nada sobre él, ya que no pueden entender (tal es la naturaleza de su vida ordinaria) que tienen más de una personalidad, más de una esperanza, más de una oportunidad... allá arriba, en el Paraíso de la Canción de Ahangar, el magnífico herrero.

 

            EL TESORO DE LOS GUARDIANES

Se cuenta que un príncipe de la ilustre Casa de Abbas, pariente del tío del Profeta, llevaba una vida humilde en Mosul, Irak. Su familia había vivido malos tiempos y había vuelto al destino común del hombre, el trabajo. Después de tres generaciones, la familia se había restablecido un poco, y el príncipe había llegado a ser un pequeño tendero.

Siguiendo la costumbre de los árabes de referirse a los nobles, este hombre, cuyo nombre era Daud el Abbassi, se llamaba a sí mismo tan sólo Daud, hijo de Altaf. Pasaba sus días en el mercado, vendiendo judías y hierbas, intentando recuperar la fortuna de la familia.

Daud llevó este tipo de vida durante algunos años, hasta que se enamoró de la hija de un mercader rico: Zobeida Ibnat Tawil. Ella estaba más que deseosa de casarse con él, pero había una costumbre en su familia, según la cual cualquier posible futuro yerno tendría que enfrentarse al desafío de traer una rara gema igual a una especialmente seleccionada por el padre, para probar su habilidad y su riqueza material.

Después de las negociaciones preliminares, cuando le mostraron a Daud el resplandeciente rubí que Tawil había elegido para la prueba, el corazón del joven tendero se encogió. Esta gema no sólo era de las aguas más puras, sino que su tamaño y color eran tales que las minas de Badakhsán seguramente no habrían producido algo semejante más que una vez en mil años...

Pasaba el tiempo, y Daud pensó en todos los medios posibles para conseguir el dinero que necesitaba para encontrar una joya que igualara a la del padre. Finalmente, descubrió gracias a un joyero que sólo tenía una posibilidad. Tenía que enviar pregoneros para ofrecer a quien fabricara la copia no sólo su casa y todos sus bienes, sino también tres cuartas partes del dinero que ganara durante el resto de su vida.

Por consiguiente, Daud hizo que se anunciara su propósito.

Día tras día se fue propagando la noticia de que se buscaba un rubí de un asombroso valor, brillo y color, y muchas personas llegaron de todas partes a casa del mercader para ver si podían proporcionar algo tan magnífico. Pero después de casi tres años, Daud descubrió que no había rubí en Arabistán o Ajam, en Khorasán oHind, en África o en Occidente, en Java o Ceilán, que se aproximara a la perfección y belleza del que había encontrado su futuro suegro.

Zobeida y Daud estaban al borde de la desesperación. Parecía como si nunca fueran a casarse, ya que el padre de la muchacha se negaba irremisiblemente a aceptar algo inferior a una pareja perfecta para su rubí.

Una noche, Daud se encontraba sentado en su pequeño jardín pensando, por enésima vez, en algún medio para conseguir a Zobeida, cuando se dio cuenta de que una figura alta y demacrada estaba de pie junto a él. En la mano tenía un bastón, en la cabeza un gorro derviche; colgado de su cintura llevaba un cuenco de metal para pedir limosna.

“¡La paz sea contigo, oh, mi rey!”, dijo Daud con el saludo acostumbrado, poniéndose en pie.

“¡Daud, el Abbassi, descendiente de la Casa de Koreish!”, dijo la aparición, “soy uno de los guardianes de los tesoros del Apóstol, y he venido a ayudarte en tu aprieto. Buscas un rubí sin igual. Yo te lo daré de los tesoros de tu patrimonio, ¡ponte en las manos de los guardianes que están sin un céntimo!”

Daud le miró y dijo: “Hace muchos siglos que todo el tesoro que poseía nuestra Casa se consumió, se vendió y fue saqueado. No nos queda nada más que nuestro nombre, y ni siquiera lo usamos por el temor de deshonrarlo. ¿Cómo es que queda algún tesoro de mi patrimonio?”

“Todavía queda algo del tesoro, precisamente porque no quedó todo en manos de la Casa”, replicó el derviche; “porque la gente siempre asalta primero a aquellos que son conocidos para tener algo que robar. Sin embargo, cuando eso se acaba, los ladrones no saben dónde buscar. Ésta es la primera medida de seguridad de los Guardianes”.

Daud pensó en la reputación de excéntricos de muchos derviches y por eso sólo dijo:

“¿Quién dejaría tesoros inestimables como la gema de Tawil en manos de un mendigo harapiento? ¿Y qué mendigo andrajoso, habiendo recibido una joya como ésa, se abstendría de malgastar su valor, o no la vendería y gastaría las ganancias en un insensato ataque de imprudencia?”

El derviche contestó:

“Hijo mío, eso es exactamente lo que se espera que la gente piense. Porque los mendigos son harapientos, la gente imagina que quieren ropa. Porque un hombre tiene una joya, la gente imagina que la malgastará si no es un próspero mercader. Tus pensamientos son los que ayudan a mantener a salvo nuestro tesoro.”

“Llévame entonces hasta el tesoro”, dijo Daud, “y puede que así terminen mis insoportables dudas y temores.”

El derviche vendó los ojos a Daud y le hizo cabalgar, vestido de ciego y sobre un asno, durante varios días y varias noches. Desmontaron y caminaron por la hendidura de una montaña, y cuando le quitaron la venda de los ojos, Daud vio que se encontraba en una casa llena de tesoros, donde había cantidades incalculables y variedades increíbles de piedras preciosas reluciendo donde los estantes excavados en la pared de piedra.

“¿Es posible que éste sea el tesoro de mis antepasados? Porque nunca he oído hablar de algo parecido a esto, ni siquiera en los tiempos de Haroun el-Raschid”, dijo Daud.

“Te aseguro que sí”, replicó el derviche, “y más aún: ésta es sólo la caverna que contiene las joyas entre las que puedes elegir. Hay muchas más”.

“¿Y es mío?”

“Es tuyo.”

“Entonces me lo llevo todo”, dijo Daud, sobre el que casi había triunfado la avaricia ante el espectáculo.

“Sólo te llevarás lo que has venido aquí a coger”, dijo el derviche, “porque tú eres tan poco apropiado para la correcta administración de esta riqueza como lo fueron tus antepasados. Si esto no fuera así, los Guardianes habrían entregado todo el tesoro hace siglos”.

Daud eligió el único rubí que emparejaba exactamente con el de Tawil, y el derviche le condujo a su casa del mismo modo en que le había traído. Daud y Zobeida se casaron.

Se cuenta que los tesoros de la Casa se entregan, de esta forma, a sus propios herederos cuando éstos los necesitan realmente. Hoy los Guardianes no siempre se presentan como harapientos derviches. A veces son, según todas las apariencias externas, los hombres más corrientes. Pero no ceden los tesoros más que en el caso de una necesidad real.

 

            EL APEGO LLAMADO GRACIA

Un estudioso y devoto buscador de la verdad llegó a la tekkia de Bahaudin Naqshband.

Siguiendo la costumbre, asistió a las charlas y no planteó preguntas.

Cuando Bahaudin al final le dijo: “Pregúntame algo”, este hombre manifestó:

“Shah, antes acudía a ti y estudiaba tal y cual filosofía bajo tal y cual aspecto. Atraído por tu reputación, viajé hasta tu tekkia.

“Al oír tus enseñanzas he quedado impresionado por lo que dices y deseo continuar estudiando contigo.

“Pero, como estoy tan agradecido y apegado a mis anteriores estudios y maestro, me gustaría que me explicaras su conexión con tu trabajo o que me hicieras olvidarlos, de manera que pudiera continuar sin una mente dividida.”

Bahaudin dijo:

“No puedo hacer ninguna de las dos cosas. Lo que sí puedo hacer, no obstante, es informarte de que uno de los signos más seguros de la vanidad humana es estar apegado a una persona y a un credo, e imaginar que dicho apego proviene de una fuente superior. Si un hombre se obsesiona con los dulces, los llamaría divinos, si alguien se lo permitiera.

“Con esta información puedes aprender sabiduría. Sin ella, sólo puedes aprender el apego y llamarlo gracia.”

“El hombre que necesita malumat (información), siempre supone que necesita maarofat (sabiduría).

Si realmente es un hombre de información, verá que la próxima cosa que necesita es sabiduría.

Si es un hombre de sabiduría, sólo entonces estará libre de la necesidad de información.”

 

            CORRECCIÓN

Abdullah ben Yahya estaba enseñando a un visitante un manuscrito que había escrito.

Este hombre dijo: “Mira, esta palabra ha sido escrita de manera incorrecta.”

Cuando el hombre se fue, se le preguntó a Abdullah: “¿Por qué lo hiciste, considerando que la palabra “corrección” era de hecho incorrecta, y escribiste la palabra errónea en el lugar en el que la palabra original estaba correctamente escrita.”

Él respondió: “Fue una ocasión social. El hombre pensó que me estaba ayudando, y consideró que la expresión de su ignorancia era una indicación de su conocimiento. Yo me comporté según la cultura y la buena educación, no según la verdad, porque cuando las personas quieren buena educación y relaciones sociales, no pueden soportar la verdad. Si hubiera tenido una relación con este hombre de maestro a estudiante, las cosas hubieran sido diferentes. Sólo la gente estúpida y los pedantes imaginan que su obligación es la de instruir a todo el mundo, cuando el motivo de la gente suele ser no el buscar la instrucción, sino el atraer la atención.”

 

            EL SANTO Y EL PECADOR

Había una vez un devoto derviche que creía que era su obligación reprochar a quienes cometían maldades e imponerles pensamientos espirituales, para que encontrasen el buen camino. Lo que, sin embargo, no sabía este derviche era que un maestro no es únicamente el que dice cosas a los demás actuando conforme a principios fijos. A menos que el maestro conozca exactamente cuál es la situación interna de cada estudiante, puede producir lo contrario de lo que desea.

No obstante, este devoto encontró un día a un hombre que jugaba en exceso y que no sabía cómo curarse de ello. El derviche se situó frente a la casa de dicho hombre. Siempre que éste salía hacia la casa de juego, el derviche colocaba una piedra para marcar cada pecado, formando un montón que fue acumulando como recordatorio visible del vicio. Cada vez que aquel hombre salía, se sentía culpable. Cada vez que volvía, veía otra piedra en el montón. Cada vez que el devoto añadía una piedra al montón, sentía cólera contra el jugador y un placer personal (que él llamaba “bienaventuranza divina”) por haberle recordado su pecado.

Este proceso continuó durante veinte años. Cada vez que el jugador veía al devoto se decía a sí mismo:

“¡Ojalá pueda entender la bondad! ¡Qué gran santo trabaja por mi redención! ¡Ojalá pudiera arrepentirme y simplemente volverme como él, ya que él está seguro de tener un lugar entre los elegidos cuando llegue el tiempo del desquite!”

Así pues, sucedió que ambos hombres murieron el mismo día, a causa de una catástrofe natural. Un ángel vino a tomar el alma del jugador, diciéndole con amabilidad:

“Has de venir conmigo al paraíso.”

“Pero”, dijo el jugador, “¿cómo puede ser esto? Soy pecador y debo ir al infierno. ¿No estarás buscando al devoto que se sentaba enfrente de mi casa ya que ha estuvo intentando reformarme durante dos décadas?”

“¿El devoto?”, dijo el ángel. “No, está siendo llevado a las regiones inferiores, pues ha de ser achicharrado sobre un asador.”

“¿Qué clase de justicia es ésta?”, exclamó el jugador, olvidándose de su situación, “¡has debido de tomar las instrucciones al revés!”.

“Como voy a explicarte, no es así”, contestó el ángel, “es de la siguiente manera: el devoto ha estado complaciéndose a sí mismo durante veinte años con sentimientos de superioridad y de mérito. Ahora le toca reequilibrar la balanza. En realidad, él ponía aquellas piedras en aquel montón para sí mismo, no para ti”.

“¿Y qué hay de mi recompensa?, ¿qué es lo que yo por méritos propios he ganado?, preguntó el jugador.

“Has de ser recompensado, porque cada vez que pasabas delante del derviche, pensabas en primer lugar acerca de la bondad y en segundo lugar acerca del derviche. Es la bondad, y no el hombre, la que está recompensando tu fidelidad.”

 

            LOS SHEIKHS DE LOS SOLIDEOS

Bahaudin Naqshband fue contactado por los sheikhs de cuatro grupos sufíes de la India, Egipto, Turquía y Persia. La pidieron, mediante elocuentes y elaboradas cartas, que les enviase enseñanzas que pudieran impartir a sus seguidores.

Bahaudin les dijo al principio: “Las que tengo no son nuevas. Vosotros las tenéis, pero no las utilizáis correctamente: por lo tanto, cuando recibís mensajes simplemente decís: “No es nada nuevo”.”

Los sheikhs respondieron: “Con todo respeto, creemos que nuestros discípulos no pensarán de este modo.”

Bahaudin no respondió a estas cartas, sino que las leyó en sus asambleas diciendo: “A distancia podemos ver lo que ocurre. Quienes están en medio de un acontecimiento, a pesar de ello, no harán el esfuerzo de ver lo que les está sucediendo.”

Entonces, los sheikhs escribieron de nuevo a Bahaudin pidiéndole que les diera alguna muestra de interés. Bahaudin les envió un pequeño solideo, el araqia, para cada estudiante, rogando a los sheikhs que los distribuyeran de su parte, sin dar explicación alguna.

A su asamblea le dijo: “He hecho tal y cual cosa. Quienes estamos lejos podemos ver lo que quienes están cerca de los acontecimientos no van a ver.”

Pasado un tiempo, escribió a cada uno de los sheikhs, preguntándoles si habían procedido conforme a sus deseos, y cuál había sido el resultado.

Los sheikhs escribieron: “Hemos procedido conforme a tus deseos.” Pero en cuanto a los resultados, el sheik de Egipto escribió: “Mi comunidad aceptó de corazón tu regalo como signo de especial santidad y como una bendición, y en cuanto se distribuyeron los solideos, cada persona lo consideró como algo del máximo significado espiritual, y como portador de tus instrucciones.”

El sheik de los turcos escribió, por otra parte: “Los miembros de la comunidad tienen grandes sospechas respecto a tu solideo. Imaginan que presagia tu deseo de asumir su liderazgo. Algunos temen que incluso puedas influirles desde lejos mediante este objeto.”

Un resultado diferente se produjo con el sheik de la India, que escribió: “Nuestros discípulos s hallan inmersos en una enorme confusión, y me piden a diario que les interprete el significado de la distribución de araqias. Hasta que les diga algo acerca de ello, no sabrán cómo actuar.”

La carta del sheik de Persia decía: “El resultado de tu distribución de solideos ha sido que los Buscadores, contentos con lo que les has enviado, aguardan tu próxima liberalidad, para poder poner a disposición de su aprendizaje y de sí mismo los esfuerzos que hubieran de hacer.”

Bahaudin explicó a la audiencia de oyentes en Bujara.

“La característica dominante superficial de la gente de los círculos sufíes de India, Egipto, Turquía y Persia ha sido manifestada en cada caso por las reacciones de sus miembros. Su comportamiento, enfrentado a un objeto tan trivial como un solideo, habría sido exactamente igual si me hubieran encontrado en persona, o si les hubiera enviado enseñanza. Ni ellos ni sus sheikhs han aprendido que deben buscar entre ellos mismos sus pasmosas peculiaridades. Pero no deberían utilizar estas peculiaridades triviales como métodos para enjuiciar a los demás.

“Entre los discípulos del sheik persa existe una posibilidad de comprensión, puesto que no tienen la arrogancia de suponer que “entienden” que mis solideos los bendecirán, los amenazarán, o los confundirán. Las características son, en los tres casos, las siguientes: los egipcios esperan, los turcos temen y los indios están inciertos.”

Algunas de las epístolas de Bahaudin Naqshband habían sido copiadas entretanto como obras piadosas y distribuidas en El Cairo por bienintencionados, aunque no iluminados, derviches, y en las regiones hindúes, persas y turcas. Más adelante cayeron en las manos de los círculos que rodeaban a estos mismo “sheikhs de los solideos”.

Por ello, Bahaudin Pidió que un kalendar visitase a cada una de estas comunidades por turno y que sus miembros le comunicasen qué sentían sobre sus epístolas.

El kalendar comunicó a su vuelta:

“Todos ellos dicen: “Esto no es nada nuevo. Ya estábamos haciendo todas estas cosas. Y no sólo eso, sino que basamos nuestra vida cotidiana en ellas, y, por nuestra tradición viva, nos mantenemos ocupados día sí y día no recordando estas cosas”.”

El-Shah Bahaudin Naqshband convocó entonces a sus discípulos y les dijo:

“Vosotros que estáis a distancia de los acontecimientos relativos a estos cuatro grupos dirigidos por un sheik podréis ver qué poco han realizado entre ellos mediante el cultivo del Conocimiento. Quienes forman parte de ellos han aprendido tan poco que no pueden aprovecharse de sus propias experiencias. ¿Dónde, entonces, se hallan las ventajas de los “recuerdos y luchas cotidianas?”

“Tomad la tarea de reunir toda la información disponible sobre este acontecimiento, informaos de la historia completa, incluyendo el intercambio de cartas y lo que he ido diciendo, así como el informe del mensajero. Sed testigos de que hemos ofrecido los medios mediante los que otros pueden aprender. Escribid todo este material y estudiadlo, y dejad que quienes hayan estado presentes sean testigos, de manera que, si Dios quiere, sólo el leer acerca de todo ello impida que tales cosas sucedan con frecuencia en el futuro, e incluso que se facilite que llegue a los ojos y a los oídos de aquellos que estaban influidos por la “acción” de los pasivos solideos.”

 

            EL SECRETO DE LA HABITACIÓN CERRADA

Ayaz era el compañero inseparable y esclavo del gran conquistador Mahmud el Destructor de Ídolos, monarca de Ghazna. Al principio había llegado a la corte como un esclavo mendigando, y Mahmud le convirtió en su consejero y amigo.

Los otros cortesanos estaban celosos de Ayaz y le observaban continuamente, con la intención de denunciarlo por algún fallo u provocar así su caída.

Un día, esas personas celosas acudieron ante Mahmud y le dijeron:

“¡La sombra de Alá cubre la Tierra! Habéis de saber que, siempre infatigables a vuestro servicio, hemos estado vigilando de cerca de vuestro esclavo Ayaz. Tenemos ahora que informaros de que cada día, en cuanto deja la corte, Ayaz entra en una pequeña habitación en donde no se permite entrar a nadie más. Pasa algún tiempo en ella, y después se va a sus propios aposentos. Tememos que este hábito suyo puede estar conectado con alguna culpa secreta: tal vez, incluso puede que esté unido a conspiradores, que tienen intenciones de quitar la vida a su Majestad.”

Durante mucho tiempo Mahmud se negó a escuchar nada en contra de Ayaz. Pero el misterio de la habitación cerrada le daba vueltas en la cabeza, hasta que sintió que tenía que preguntar a Ayaz.

Un día, mientras Ayaz iba hacia su cámara privada, apareció Mahmud, rodeado de cortesanos, y le pidió que le mostrase la habitación.

“No”, dijo Ayaz.

“Si no me permites entrar en la habitación, toda mi confianza en ti como hombre franco y leal se habrá evaporado, y en adelante no podremos mantener nuestra relación en los mismos términos. Elige”, dijo el fiero conquistador.

Ayaz lloró, y después abrió de par en par la habitación y dejó que entrasen Mahmud y su personal.

La habitación estaba desprovista de todo mobiliario. Todo lo que contenía era un gancho en la pared. Del gancho colgaban un manto raído y lleno de remiendos, un cayado y un cuenco de peregrino.

El rey y su corte no podían entender el significado de este descubrimiento.

Cuando Mahmud pidió una explicación, Ayaz dijo:

“Mahmud, durante años he sido tu esclavo, tu amigo y consejero. He intentado no olvidar nunca mis orígenes, y por esta razón he venido aquí cada día para recordarme lo que era. Te pertenezco, y todo lo que me pertenece son mis harapos, mi cayado, mi cuenco y mi peregrinar por la faz de la Tierra.”

 

            EL MILAGRO DEL DERVICHE REAL

Se cuenta que el maestro sufí Ibrahim ben Adam estaba sentado un día en el claro de un bosque cuando dos derviches errantes se le acercaron. Les dio la bienvenida y hablaron de asuntos espirituales hasta el atardecer.

En cuanto cayó la noche, Ibrahim invitó a los viajeros a ser sus huéspedes durante la cena. Ellos aceptaron inmediatamente, y una mesa servida con los manjares más exquisitos apareció antes sus ojos.

“¿Desde cuándo eres derviche?”, pregunto uno de ellos a Ibrahim. “Desde hace dos años”, replicó éste.

“Yo he seguido el Camino sufí durante casi tres décadas y nunca se me ha presentado una capacidad como la que me has mostrado”, dijo el hombre.

Ibrahim no dijo nada.

Cuando casi ya se había acabado la comida penetró en el claro un forastero de túnica verde. Se sentó y comió algo de lo que quedaba.

Todos se dieron cuenta por una sensación interna de que era Khidr, el Guía inmortal de todos los sufíes. Esperaban que les impartiera algo de sabiduría.

Cuando se levantó para dejarlos, Khidr simplemente dijo:

“Vosostros dos derviches os hacéis preguntas acerca de Ibarhim. Pero ¿a qué habéis renunciado para seguir el Camino sufí?

“Abandonasteis toda expectativa de seguridad en la vida ordinaria. Ibrahim ben Adam era un poderoso rey, y renunció a la soberanía del sultanato de Balkh para convertirse en un sufí. Ésta es la razón por la que está por delante de vosotros. Durante vuestros treinta años, también habéis obtenido satisfacciones a través de la misma renuncia. Ésa ha sido vuestra recompensa. Él siempre se ha abstenido de reclamar cualquier tipo de recompensa por su sacrificio.”

Y tras decir esto Khidr se marchó.

 

            LA PRUEBA DE ISHAN WALI

Cuando Ishan Wali apareció de repente en Siria procedente del Turquestán, mostró que tenía un amplio abanico de técnicas (llamadas por la gente lega sus “sabidurías”), con las que era capaz de hacer avanzar el entonces lento estudio del sufismo.

Por ejemplo, descubrió que las escuelas sufíes se habían convertido en organizaciones vinculadas entre sí por el tradicionalismo y por la mirada de un maestro, a expensas de las enseñanzas del sufismo como un todo. Trabajaba con ejercicios e ideas que pertenecían a justo título a otras personas, otros tiempos, e incluso otros lugares.

La manera de Wali para abordar este problema impresionó enormemente a los que, aun ignorando sus métodos, creían que debían ayudarle. Entre ellos se encontraban Mustafa Ali Darazi, Ali-Mohammed Husseini y Tawil Tirmidhi, cuyos testimonios todavía sobreviven.

Él les dijo:

“Para el ojo externo es imposible diferenciar viendo estos conjuntos de gentes, que se han convertido en molinos de harina en lugar de escuelas, a los que merece la pena abordar y los que no tienen capacidad de aprender. Como sabéis, yo os he mostrado que todo falla actualmente para realizar la Obra. ¿Pero cuáles de ellas son capaces de revivir?

Señaló una fila de palmeras que padecían los estragos del calor. “Si el agua está limitada, ¿cuál de los árboles regaremos? Os he enseñado que están marchitos, algo de lo que no os habías dado cuenta antes. Ahora os mostraré un medio de comprobar si un árbol puedo o no revivir.”

Ishan Wali se encontró, junto con su método, con todos los sheikhs de las escuelas repetitivas, la mayoría de los cuales le dieron amablemente la bienvenida, y le indicaron que estarían encantados de recibir su ayuda en el restablecimiento de las Enseñanzas.

Él no les aseguró nada. Se separó de ellos y escribió a cada uno de la siguiente manera:

“Tengo algo de crucial importancia para deciros a vosotros, y nada en absoluto que decir a través de vosotros. Esto quiere decir que se me ha de permitir que me dirija directamente a vuestros seguidores. Si lo permitís, haré que se conozcan mis métodos. Si, por el contrario, no lo permitís, podré más adelante dirigirme a ellos de forma indirecta. Pero de esta manera, con vuestra negativa os habréis separado de mí, y no podré dirigirme a vosotros. Puesto que tengo la responsabilidad de todos vosotros o de ninguno, no puedo desde el principio utilizaros como canal cuando puedo abordaros directamente. Como habéis desarrollado una afinidad íntima con vuestra comunidad, debo consideraros como miembros fundamentales de la comunidad y, por lo tanto, no puedo trataros por separado.”

Ishan Wali explicó a sus ayudantes que aquellos sheikhs que estaban dispuestos a considerarse discípulos en el mismo grado en que consideraban discípulos a sus propios estudiantes, serían de los que dirigían Escuelas y que podrían ser revivificados.

Algunos sheikhs respondieron con comprensión y otros reaccionaron con intensa desconfianza, abierta o encubiertamente, ante la manera de abordarlos de Ishan Wali.

Aunque dio por bienvenida la comprensión de quienes se consideraron a sí mismos como discípulos y como no diferentes de sus propios últimos discípulos a este respecto, se condolió por las plantas marchitas.

Ali-Mohammed Husseini dijo: “¿Debemos, pues, entristecernos por lo que se nos ha mostrado como muertos?”

Ishan Wali respondió: “No todos ellos están muertos; es sólo su sospecha la que les hace comportarse como si estuvieran muertos.”

Nada más haber dicho esto, algunos sheiks de las escuelas divididas, como si hubieran tenido una percepción interna, cambiaron de actitud y dejaron los turbantes a los pies de Ishan Wali.

Majzub, uno de los sheikhs anteriormente perplejos, dijo a continuación:

“Siento como si se me hubiera quitado un peso, y supe que se trataba de mi miedo y mi sospecha.”

Pero Ishan Wali dijo: “Fueron las plegarias de los mismos sheikhs “que se estaban marchitando”,

y que fueron más fuertes que sus miedos y sus sospechas, las que les impulsaron a venir a nosotros y a recibir lo que les habíamos traído. De hecho, el mérito es todo de ellos. ¿Cómo podemos tener mérito por hacer algo que sabemos? En el pasado obtuvimos mérito ejercitando las virtudes. Pero, en este caso, es esforzándose a través de sus naturalezas llenas de moho como ellos mismos han limpiado el espejo de la comprensión.”

Con este método, los sheikhs que sospechaban mantuvieron su importancia en sus propias escuelas, y obtuvieron gran respeto de sus propios discípulos. Los pocos que permanecieron apartados se encontraron con que sus discípulos estaban cada vez más inclinados hacia la confusión demente o hacia la adhesión al Wali, así que éste les escribió para decirles:

“Yo no hago discípulos, no por cortesía hacia vosotros, sino porque sin la comprensión de la totalidad del cuerpo, la pierna no puede funcionar. Si teméis una pérdida de discípulos a causa de mi presencia, no tengáis miedo porque no puedo ayudarles y siempre lo diré. Pero tengo miedo por vuestra situación posterior.”

Las plantas marchitas, excepto unas cuantas, no respondieron a esta suave lluvia. Hoy día, por supuesto, no existen huellas sobre la tierra de los seguidores de aquellos sheikhs que no adoptaron los métodos de Ishan Wali durante su residencia en Siria.

 

            MILAGROS OCULTOS

Alguien preguntó a Fuwad Ashiq, veterano discípulo de Bahaudin Naqshband:

“¿Puedes decirme por qué el maulana oculta sus milagros? Con frecuencia le he visto en ciertos lugares, mientras que otras personas testificaban estar con él en cualquier otra parte. Igualmente, cuando cura a alguien mediante la plegaria, tal vez diga: “Habrá sucedido de todas maneras”. Las personas que le piden favores, o que son favorecidas por su interés, obtienen grandes ventajas en el mundo, pero él niega su influencia, o también la atribuye a hechos como la coincidencia, o incluso el trabajo de otros.”

Fuwad respondió:

“Yo mismo he observado esto muchas veces, ciertamente, como estoy tan frecuentemente con él, ya me he acostumbrado. La razón estriba en que los milagros son la operación de “servicio extraordinario”. No están hechos para hacer a la gente feliz o desgraciada. Si impresionan, esta impresión hace que las personas infantiles sean crédulas o se exciten, en lugar de hacerles aprender algo.”

 

            LA ENTRADA A UN CÍRCULO SUFÍ

Si lees y si practicas, puedes estar cualificado para un círculo sufí. Si sólo lees, no lo estarás. Si piensas que has tenido experiencias sobre las que puedes progresar, tal vez no estés cualificado.

Las palabras solas no comunican: debe haber algo preparado previamente de lo que las palabras son una indicación.

La práctica por sí sola no perfecciona a la humanidad. El ser humano necesita el contacto de la verdad, inicialmente en una forma que pueda ayudarle.

Lo que es conveniente e impecable para un tiempo y lugar, es generalmente limitado, inadecuado, o un obstáculo para otro tiempo y lugar. Esto es así en la búsqueda también en muchos ámbitos de la vida ordinaria.

Espera y trabaja para que puedas ser aceptable para una círculo sufí. No intentes juzgar a sus miembros, a menos que estés libre de codicia. La codicia te hace creer cosas que normalmente no creerías. Te hace no creer en cosas que por lo general creerías.

Si no puedes superar la codicia, ejercítala únicamente donde puedes verla actuar, no la lleves al círculo de los iniciados.

 

(NAZIR EL KAZWINI, Observaciones solitarias)