LOS PRIMEROS MONJES CRISTIANOS se iban al desierto para encontrar el vacío.

 La vida moderna se está llenando tanto que necesitamos encontrar nuestra manera de ir al desierto a aligerarnos de nuestra abundancia. Nos encontramos con la cabeza rebosante de información, la vida repleta de actividades, las ciudades atestadas de automóviles, la imaginación hinchada de cuadros e imágenes , las relaciones cargadas de consejos, el trabajo saturado de inacabables nuevas técnicas, los hogares inundados de artilugios y comodidades. Hasta tal punto reverenciamos la productividad que una persona o un dia improductivo nos parece un fracaso.

Los monjes son especialistas en no hacer nada y en mantener el cultivo de ese vacío.

  

LOS MONASTERIOS NOS ENSEÑAN COMO una intensa vida interior hace posible generar uniforma externa de arte, artesanía y de amorosa custodia de las cosas. De esa vida sencilla ha surgido un extraordinario legado de libros, páginas iluminadas, esculturas, arquitecturas y música. El cultivo de la vida interior rebosa de manifestaciones externas de belleza y riqueza.

Es tal vez una equivocación pensar en la vida monástica como en un retiro del mundo activo, quizá podríamos considerarla más como una alternativa a la hiperactividad, tan característica de la vida moderna, tradicionalmente el monje es activísimo, y en muchos frentes además; se dedica a nutrir la vida interior, está comprometido en un estilo de vida comunitario, y produce palabras, imágenes y sonidos de extraordinario sentido y belleza.

 

EN UNA ERA DE PROFUNDA TRANSICIÓN cultural, da la impresión de que la religión está pasando por su propio rito de tránsito, en opinión de algunas personas, se encuentra en un periodo de crisis, en opinión de otras, está en un periodo de cambio vibrante, yo pienso que la religión esta avanzando hacia una disminución de dogmas, autoridad, filiación y credo, y hacia un aumento de los ritos cotidianos, de una teología poética, de un compromiso social, de una orientación  en la contemplación y de un cuidado del alma.

En este nuevo marco, la vida monástica también puede convertirse más en espíritu que en institución, en un elemento más para la instauración de una vida centrada en el alma, y en un estilo que aporte belleza y cultura a una vida de pragmatismo y eficacia.

 

 

RETIRARSE DEL MUNDO ES ALGO QUE podemos y que tal vez deberíamos, hacer todos los días. Completa el movimiento iniciado cuando entramos plenamente en la vida. Así como la masa d un pan necesita aire para subir, todo lo que hacemos necesita de un espacio vacío en su interior. Disfruto especialmente de esos retiros ordinarios de la vida activa, como afeitarse, ducharse, leer, no hacer nada, caminar, escuchar la radio, conducir un coche.

Todas estas actividades pueden volver nuestra atención hacia dentro, hacia la contemplación.

El retiro mundano del ajetreo de una vida activa puede crear una espiritualidad sin muros, una practica espiritual no explícitamente conectada con una iglesia o una tradición. Jamás he olvidado la respuesta que dio Joseph Campbell cuando le preguntaron por su práctica de yoga; unos cuantos largos de piscina y un trago una vez al día. Cualquier cosa puede servir para retirarse; limpiar y ordenar un armario, desprenderse de algunos libros, dar un paseo

alrededor de la manzana, ordenar el escritorio, apagar el televisor, decir no a una invitación a hacer cualquier cosa.

A la vista de la nada, el alma goza.

 

 

 

CUANDO VIVIA EN EL MONASTERIO, EL retiro del mundo no era suficiente. Un día al mes y una semana al año “hacíamos” retiro. No nos marchábamos del monasterio, pero nos alejábamos de él. Alejarse –literal y figuradamente- es la esencia del retiro.

Recuerdo muchísimos paseos durante el retiro. Todavía hay belleza en las imágenes que evoca mi memoria, de hermanos que daban lentos y solitarios paseos por los hermosos jardines o caminaban perezosamente por los polvorientos caminos. Esos eran paseos para el alma, nada de calcular los latidos del corazón, ningún esfuerzo por llegar a alguna parte, ninguna preocupación por la velocidad, ninguna inquietud por ir caminando en círculos.

Se trababa simplemente de salirse de la vida lineal, liberarse del ánimo del momento o de la reflexión, alejarse de la actividad, o apartarse de los asuntos corrientes. Eso es todo lo que se precisa para comenzar el retiro, y ese es el núcleo del espíritu monástico: sólo un alejamiento.

 

EN SU POBREZA LOS MONJES NO glorifican la miseria ni la necesidad, sino que moderan la codicia y el deseo de posesiones. Podríamos incorporar al capitalismo la experiencia monástica de la propiedad común. Poseo el puente y la vía fluvial, los bosques y el palacio municipal, el parque y la arteria principal para salir de la ciudad.

Por otro lado no poseo verdaderamente la tierra en que vivo ni el coche que conduzco, y ni siquiera la camisa que uso.

Wody Allen cuenta la historia de su tío, que en su lecho de muerte le vendió el reloj a su sobrino. Las personas capaces de dar con buen talante valoran el misterio que los monjes han predicado durante siglos; las grandes riquezas han de ser para aquellos que renuncian a su deseo de posesión.

La riqueza necesita de una cierta pobreza para ser completa y satisfactoria.

 

 

 

CUANDO ESTABA VIVIENDO EL VOTO DE celibato, un hombre me preguntó cómo podía pasar sin vida sexual.

- No lo hago- le contesté yo.

Me dirigió una mirada que jamás he olvidado, y que decía: "¡Ah!, masturbación, una amante en la ciudad o el Penthouse bajo el colchón". Yo pensaba: el placer de vivir esta vida comunitaria, natural e interior es ciertamente sexual,. No me parece que falte nada.

Todos podemos hacer voto de castidad en medio de una vibrante vida sexual. La belleza de estar sexualmente con una persona se alimenta diciendo que no a otras, no prestando demasiada atención al deseo sexual, sublimándolo en la imaginación sin que haya represión, descubriendo que el mundo es de suyo una pareja sexual.

El celibato es un perfeccionamiento de la relación sexual, así como la relación sexual es un resultado natural del celibato, En el cuadro La primavera de Botticelli,  la Castidad baila con la Belleza y el Placer, no con la Sobriedad ni con la Severidad.

 

 

 

EN LA VIDA MONÁSTICA EL TIEMPO  no se mide por un reloj. El dia se puede disponer de acuerdo a las partes del Oficio Divino, que es un conjunto de salmos y cánticos elegidos en razón de la conmemoración del dia; un santo, un periodo litúrgico, un acontecimiento sagrado. Laudes, prima tercia, sexta, nona, vísperas y completas son las "horas" de un dia santo.

Las características del tiempo también son evocadas por los cánticos. Puer Natus [Un Niño nos ha nacido] para Navidad, Victimae Paschali Laudes [Alabanzas a la Víctima Pascual] para Pascua, Dies Irae [Dia de ira aquel] para los fallecidos. Me es imposible escuchar cantar el Te Deum sin sentir la liberación emocional de poner fin a un largo retiro.

Todos tenemos música ligada a momentos especiales, y que por ello constituye un medio para celebrar las estaciones o periodos del alma.

Todos podríamos aprender de los monjes a despreocuparnos de nuestros relojes y encontrar otra manera, más imaginativa y sagrada, para marcar el tiempo.

 

 

 

 

HABIA UN HERMANO EN LA COMUNIDAD que era siempre muy puntual, estudioso, por lo general serio, y evidentemente estaba destinado a ocupar un puesto importante en la jerarquía, Era un blanco perfecto para el humor monástico.

Una noche llegó a su celda y se encontró con unas estatuas, de tamaño natural, de un santo y una santa acostados juntos en su cama. En otra ocasión, y sólo para condimentar con una pizca de humildad su hábito de puntualidad, algunos de sus hermanos más solícitos le desatornillaron la manilla de la puerta, de modo que cuando sonó la campana para vísperas, no pudo abrirla, por mucho que lo intentara.

¿Cuál es el humor de estas bromas? ¿Acaso los santos no duermen juntos? ¿Acaso no sabemos por Pigmalión que las estatuas tienen sus propias vidas secretas? ¿No nos encierran siempre cuando tenemos cosas importantes que hacer en otra parte?

 

 

RECORRIA UN PEREGRINO UN LARGO camino cuando un dia pasó junto a lo que le pareció un monje sentado en un campo. Más allá había unos hombres que trabajaban en un edificio de piedra.

-Tienes aspecto de ser un monje- le dijo el peregrino.

-Lo soy- contestó el monje.

-¿Quiénes son los que están trabajando en la abadía?

-Mis monjes. Yo soy el abad.

-Es agradable ver como se levanta un monasterio- comentó el peregrino.

-Lo están echando abajo- dijo el abad.

-¿Pero para qué?

-Para poder ver salir el sol al amanecer.

 

 

ESTOY CONVENCIDO DE QUE EL DIA que mi médico decidió visitar el monasterio no tenia la menor idea de que el prior lo arrojaría a la piscina.

Al principio de la fiesta estaba allí de pie, muy digno, pero cuando su esposa cayó al agua empujada por un torpe hermano que pasaba, es posible que haya comenzado a cambiar su opinión de lo que era un monasterio.

La solemnidad superficial, afortunadamente, jamás formó parte de mi experiencia de la vida.Siempre he sido partidario de un tipo de compromiso espiritual que lejos de matar, suscita el humor terrenal e incluso la irreverencia. La perspectiva de la divinidad se puede definir como todo aquello que se opone a la intención humana y a toda expectativa de solemnidad. Sabemos que estamos profundizando más en el espíritu cuando advertimos la presencia en nosotros de la bendita locura.

¿Y quién puede decir que ese no fue un caso de renovación bautismal?.

 

 

TODOS PODRÍAMOS HACER EL VOTO DE obediencia, aun cuando aspiremos a la libertad e individualidad. Obediencia significa escuchar atentamente las palabras de los demás en busca de orientación.

Sólo en un mundo enloquecido por el ego pedemos creer que el destino se revela en nuestra voluntad y pensamiento.

Usted sabe algo que yo ignoro acerca de dónde deseo estar.

Si solamente me escucho a mí mismo, me veré atrapado en un círculo.

Si usted no me habla de lo que ve y sospecha, entonces no sabré la dirección que deseo tomar.

Y si no escucho a mis amigos y prójimos, me quedaré atascado en el laberinto de lo que creo que deseo. La obediencia es una manera de participar en la comunidad, pero si soy ajeno a esa comunidad, la obediencia se convertirá en esclavitud.  El monje ve la voluntad de Dios en su superior.

En los pensamientos y reflexiones de mi prójimo veo la voluntad profunda que me guía.

 

 

TENIA DIECINUEVE AÑOS CUANDO busqué la dirección espiritual del maestro de novicios, cuyo hermano era un contemplativo profesional, aunque él personalmente poseía una atractiva mezcla de tierra y cielo. Era un hombre simpático y muy culto, y en cuanto dirigente sabía ser amable, sin ser zalamero. Según era la costumbre, me postré en el suelo ante él y besé mi escapulario cuando me dio la señal para que me levantara.

-He estado leyendo un libro sobre la meditación- le dije -que asegura que la mejor manera es tener una conversación con Cristo. Lo intento, pero me parece que soy yo el único que habla.

-Siga poniendo atención hasta que oiga algo- me dijo

Y eso fue todo.

Pasados treinta y cuatro años, sin haber vuelto a ver a ese maestro de novicios durante todo ese tiempo, inesperadamente recibí una carta suya y después fui a visitarlo a su monasterio. Encontré en él el mismo humor agudo, más cultura aún y nuevo grado de amabilidad. Tal vez debido a la ausencia de los paramentos de autoridad y alumno, sentí un fuerte cariño por él y aprecio por lo que me había dado en mi juventud.

Ahora, habiendo leído a Jung, Ficino, Yeats, Rilke y Dickinson, he descubierto la manera de escuchar meditativamente. Me ha llevado treinta años aprender a dejar de hablar, y a esperar y escuchar de verdad.

El descubrimiento verdaderamente extraordinario es saber que aun tengo un maestro de novicios.

 

 

DURANTE DOCE AÑOS DE VIVIR EN una comunidad de hombres descubrí que los monjes podían ser heterosexuales y sin embargo sentirse atraídos entre sí.

Jamás fui testigo de ninguna realización de esas atracciones, pero si percibí las pasiones y los anhelos.

Una alumna de teología me contó una vez que siempre que asistía a una clase de su asignatura principal se le producía un extremado deseo de actividad sexual. ¿Podría ser que cuando está ausente la actividad sexual, donde sea, manifiesta su desagrado con la obsesión? ¿Habrá tenido un efecto distinto un curso de teología más sexy? ¿Y que pasaría si la escuela fuera fundamentalmente atractiva desde un punto de vista sexual? ¿Y si permitiéramos que toda la vida estuviera inundada de deseo, sensualidad y placer?

Me imagino que el resultado seria menos preocupaciones por las elecciones sexuales de las personas, escenas sexuales más interesantes en las películas, menos moralismo y educación en temas sexuales, y un placer más profundo en la vida ordinaria. 

Aún no hemos aprendido lo que los monjes saben muy bien: que la actividad sexual tiene poco que ver con la biología.

 

 

 A LOS VEINTE AÑOS ESTABA

VIVIENDO en un  priorato en Irlanda. Allí me tomó bajo su tutela un anciano perspicaz y  generoso que solía contarme  innumerables historias de grandes escritores y pintores que había conocido.

 En aquella época era íntimo amigo de Samuel Beckett, escritor con el cual ya en ese tiempo yo sentía una cierta afinidad.

Él y Beckett estaban programando unas vacaciones en Venecia y me invitaron a acompañarlos.

 Yo corrí a ver al prior, el jefe del monasterio, y le pedí permiso para pasar quince dias en Italia.

 Me miró como si le hubiera pedido que me comprara un Jaguar descapotable.

-De ninguna manera- me dijo en tono absolutamente terminante. En ese tiempo mi imaginación sólo me permitió lamentarlo.

Las reglas y los priores eran los priores.

 Ahora pienso de manera algo distinta.

Sé de Giordano Bruno, por ejemplo  monje que viajaba de un país  a otro predicando escandalosas ideas en un lugar hasta que lo echaban. Ahora comprendo  que yo tenía otras opciones.

 Podría haber ido a Venecia y  después haber suplicado que me readmitieran, ó podría haber entrado en los jesuitas, ó podría haberme embarcado  en mi propia educación europea.

 Esta última opción me procura  placer con sólo imaginármela en la fantasía. En los estilos de vida espirituales uno suele perder el contacto con la propia libertad e imaginación.

 

DURANTE MI ÚLTIMO AÑOS EN UNA comunidad religiosa tuve un amigo al que las autoridades consideraban muy mundano. Era un hombre extraordinariamente inteligente y dotado, un verdadero amigo y , aunque llevaba una vida totalmente secular, era un amante de las tradiciones monásticas. Me dijeron que este amigo no podía ir a visitarme al monasterio ni yo podía pasar un rato con él fuera del monasterio.

Probablemente el prior temía que este amigo me introdujera tanto en los placeres de una vida más mundana que yo abandonara mis votos. El prior tenía razón. Abandoné mis votos, y mi amigo ciertamente influyó en ese sentido.

Cada persona desempeñó su papel: el amigo tentador, la autoridad protectora, y el peregrino de ojos muy abiertos, o sea yo.

Sin embargo, el destino y los hados tienen manos fuertes, y lo inevitable no respeta buenas razones ni lealtad. Felices somos los que encontramos autoridades dentro y fuera de nosotros, los capaces de realizar la tarea de protección y orientación, mientras al mismo tiempo encendemos un cirio votivo en el altar de lo inevitable.

 

PARA MI, EL MAYOR BENEFICIO DE vivir doce años en una comunidad religiosa fue la oportunidad de conocer a muchas personas extraordinarias. Desde fuera la gente mira a los monjes y ve hábitos y cogullas. Desde dentro uno ve almas.

El compositor Monteverdi decia que hay tres pasiones: aor, odio y oración. Las tres estaban en juego en la comunidad religiosa. Más interesante es el modo como la oración favorece la agradable soledad y el amor. Los hombres que oran juntos varias horas al dia y después trabajan, juegan y piensan mucho, disfrutan de una clase especial de vínculo comunitario.

Hay poco lugar para el sentimentalismo, pero si el idealismo de la oración empapa las emociones convirtiéndolas en auténtica intimidad, se crea un excepcional estilo de feliz compañerismo, y no hay nada que proporciones mayor plenitud.

Hoy en dia, la oración parece estar pasada de moda, y , casualmente , lo mismo ocurre con la amable convivencia.

UNA VEZ, EN LOS PRIMEROS AÑOS DE mi vida monástica, estuvo de visita un joven que dijo que tenia una cita esa noche y necesitaba un corte de pelo. Vio nuestra barbería, que tenia el aspecto de ser bastante profesional, pero lo que él no sabía es que en la comunidad religiosa cada monje cambia a un nuevo trabajo cada seis meses. El "barbero" acababa de comenzar sus funciones, y el joven salió ese día con un sombrero embutido en la cabeza para cubrir el inexperto corte de pelo.

En un campo de fútbol de Irlanda me sobrevino un ataque de apendicitis y fui al encargado de la enfermería par que me diera algún consejo. Todos tendíamos a creer que en nuestros diversos oficios sabíamos lo que hacíamos.

Me recomendó compresas calientes. Cuando llegó el médico para llevarme al hospital para operarme, recomendó compresas frías. De ninguna manera algo caliente, dijo.

Todo esto sugiere que podemos sobrevivir sin  especialistas, tal vez incluso descubrir comunidad en el reparto de oficios.

 

CERCA DE UNA VIEJA CASA MIA HABÍA un cartel en que se leía con letras de un metro y medio: "ORE, FUNCIONA".

Siempre pensé que ese era el colmo del pragmatismo estadounidense. Si no funciona, ¿uno deja de orar? ¿Qué quiere decir eso de que la oración funciona? ¿Qué se obtiene lo que se desea? ¿Que la vida mejora?

Mi letrero diría: "ORE. A LO MEJOR NO FUNCIONA". La oración es una alternativa a trabajar mucho por conseguir lo que se desea. Finalmente uno descubre que lo que desea es casi siempre lo que no necesita.

Ore, y punto. No espere nada. O mejor, ore y espere nada. La oración nos purifica de expectativas y permite la entrada a la voluntad santa, a la providencia, a la vida misma. ¿Qué podría valer más el esfuerzo, o el no esfuerzo?

 

EN EL MONASTERIO, LA COSTUMBRE era usar hábito, o podríamos decir, el hábito era usar un hábito. Vestí de negro durante doce años: una túnica larga, cinturón grueso, una banda estrecha de tela que colgaba sobre el pecho y la espalda (escapulario) y capucha.

Del cinturón colgaba un rosario, cuentas , siete por siete, para contar los dolores que soportó Maria como madre de Jesús.

Marsilio Ficino, mi guía renacentista italiano en asuntos de magia, enseñaba que uno debía usar colores por su efecto espiritual, no al azar ni según los gustos del momento. Ciertos colores atraen cierto tipo de espíritu.

¿Qué atrajo mi hábito negro durante todos esos años? . Ciertamente un grado de sobriedad. Un inglés vio una vez a un grupo de monjes vestidos de negro y preguntó:

-¿Que sois vosotros? Tenéis un aspecto más bien lúgubre.

Pero el negro también evoca la eternidad, como los agujeros negros, y el retiro, como el humor negro. Sea cual fuere el estado de ánimo, hacerse un hábito de una vestimenta sirve para retirarse del mundo.