LA MIEL DEL VINO

   Alguien acusaba a un sheij diciendo:

  "No es más que un hipócrita. Bebe vino a escondidas. ¿Cómo creer que un hombre semejante pueda ayudar a sus discípulos?"

  Un fiel le dijo:

  "Ten cuidado con tus palabras. Dios no permite tener tales pensamientos sobre hombres santos. Aunque lo que dices fuera verdad, ese sheij no es un estanque tan pequeño que pueda enturbiarlo un poco de barro. Es más bien un océano.

  -Sí, replicó el otro, pero yo lo he visto en un estado poco conveniente. No reza y tiene un comportamiento indigno de un sheij. ¡Si no me crees, ven conmigo esta noche y verás! ¡Su ocupación es ser hipócrita de día y pecar de noche!"

  Llegada la noche, se encontraron bajo la ventana del sheij y lo vieron, con una botella en la mano.

  El hombre gritó entonces:

  "¡Oh, sheij, la verdad sale a luz! ¡Y tú nos decías que el diablo metía sus pezuñas en la copa de vino!"

  El sheij respondió:

  "Mi copa está tan llena que nada puede penetrar en ella."

  El hombre comprobó entonces que la botella estaba llena de miel y quedó avergonzado. El sheij le dijo:

  "Antes de apesadumbrarte, ve a buscar vino. Estoy enfermo y lo necesito. En un caso semejante, las cosas normalmente prohibidas se hacen lícitas."

  El hombre fue a la taberna pero, en cada tonel, no encontró sino miel. Ni rastro de vino. Preguntó al tabernero dónde estaba el vino.

  Cuando hubieron comprobado esta extraña metamorfosis, todos los bebedores de la taberna se pusieron a llorar y vinieron ante el sheij.

  "¡Oh, maestro! ¡Sólo has venido una vez a nuestra taberna y todo nuestro vino se ha transformado en miel!"

  Este mundo está lleno de alimento ilícito, pero el fiel no debe tocarlo.

  

  EL RATON

   Un ratón se apoderó un día de la brida de un camello y le ordenó que se pusiera en marcha. El camello era de naturaleza dócil y se puso en marcha. El ratón, entonces, se llenó de orgullo.

  Llegaron de pronto ante un arroyo y el ratón se detuvo.

  "¡Oh, amigo mío! ¿Por qué te detienes? ¡Camina, tú que eres mi guía!"

  El ratón dijo:

  "Este arroyo me parece profundo y temo ahogarme."

  El camello:

  "¡Voy a probar!"

  Y avanzó por el agua.

  "El agua no es profunda. Apenas me llega a las corvas."

  El ratón le dijo:

  "Lo que a ti te parece una hormiga es un dragón para mí. Si el agua te llega a las corvas, debe cubrir mi cabeza en varios cientos de metros."

  Entonces el camello le dijo:

  "En ese caso, deja de ser orgulloso y de creerte un guía. ¡Ejercita tu orgullo con los demás ratones, pero no conmigo!

  -¡Me arrepiento! dijo el ratón, ¡en nombre de Dios, ayúdame tú a atravesar este arroyo!"

  

  EL ARBOL DE LA SABIDURIA

   Circulaba el rumor de que existía en la India un árbol cuyo fruto liberaba de la vejez y de la muerte. Un sultán decidió entonces enviar a uno de sus hombres en busca de esta maravilla.

  Partió, pues, el hombre y, durante unos años visitó muchas ciudades, muchas montañas y muchas planicies. Cuando preguntaba a los transeúntes dónde se encontraba este árbol de la vida, la gente sonreía pensando que estaba loco. Los que tenían corazón puro, le decían:

  "¡Eso son cuentos! ¡Abandona esa búsqueda!"

  Otros para burlarse de él, lo enviaban hacia selvas lejanas. El pobre hombre no alcanzaba nunca su meta, pues lo que perseguía era imposible. Perdió entonces la esperanza y tomó el camino de vuelta, con lágrimas en los ojos.

  Durante el camino, encontró a un sheij y le dijo:

  "¡Oh, sheij! ¡Ten piedad de mí, pues estoy desesperado!

  -¿Por qué estás tan triste

  ?-Mi sultán nie ha encargado que busque un árbol cuyo fruto es el capital de la vida. Todos lo desean. He buscado durante mucho tiempo, pero en vano. Y todo el mundo se ha burlado de mí."

  El sheij se echó a reír:

  "¡Oh corazón ingenuo y puro! Ese árbol es la sabiduría. Sólo el sabio la comprende. Se la llama a veces árbol, a veces sol, u océano, o nube. Sus efectos son infinitos, pero él es único. Un hombre es padre tuyo, pero él, por su parte, es también hijo de otra persona."

 

  CUATRO MONEDAS DE ORO

   Un hombre había dado a cuatro personas una moneda de oro a cada una.

  El primero dijo:

  "¡Vamos enseguida a comprar ENGUR!"

  El otro, que era árabe, dijo:

  "¡No, ENGUR no. Yo quiero INEB!"

  El tercero, que era griego, exclamó:

  "¡Yo habría preferido ISTAFIL!"

  El cuarto, un turco:

  "Yo quiero uzuM (uva)."

  Estalló así una querella insensata entre los cuatro amigos. Discutían por ignorar la significación de lo que deseaba cada uno. Si hubiese estado allí un sabio, habría dicho:

  "Con vuestro dinero, podéis satisfacer todos vuestro deseo. Para vosotros, cada palabra es una fuente de desacuerdo. Pero, para mí, cada palabra es una guía hacia la unión. Vosotros queréis todos uva sin saberlo."

 

   CARNE PROHIBIDA

   Había en la India un hombre muy sabio. Un día, vio llegar a un grupo de viajeros. Al ver que estaban hambrientos, les dijo:

  "No hay duda de que tenéis la intención de cazar para alimentaros. Pero ¡cuidado, noble gente! ¡No cacéis la cría del elefante! Es ciertamente fácil de coger y su carne es abundante. Pero no olvidéis a su madre que lo vigila, pues sus gritos y lamentos se oirán desde lejos. ¡Conservad este consejo como una joya si queréis evitar catástrofes!"

  Y, con estas palabras, se marchó. Los viajeros, cansados por su largo camino, no tardaron en encontrar un elefantito muy gordo y, olvidando los consejos que se les habían dado, se lanzaron sobre él como lobos. Sólo uno de ellos decidió obedecer el consejo del sabio y no tocar la carne del elefantito. Los demás, hartos de carne, no tardaron en dormirse.

  De pronto, un elefante encolerizado se precipitó sobre ellos. Se dirigió primero hacia el único que no dormía. Olfateó su boca pero no encontró ningún olor acusador. Por el contrario, habiendo comprobado que todos los que dormían tenían el olor de su pequeño en el aliento, los aplastó bajo sus patas. ¡Oh, tú que te alimentas con el fruto de la prevaricación! ¡Estás comiéndote el elefantito! No olvides que su madre vendrá a vengarlo. Pues la ambición, el rencor y el deseo despiden un olor tan fuerte como el de la cebolla. Te será imposible ocultar que has abusado del bien del prójimo.

 

   LA BOCA DE MOISES

   Dios ordenó un día a Moisés:

  "¡Oh, Moisés! ¡Que no haya pecado en tu boca cuando te dirijas a mí para rezar!

  -¡Pero, Señor! ¡No poseo tal boca!"

  Dios respondió:

  "Entonces, reza por boca de algún otro. ¡Porque es imposible que cometas un pecado con una boca distinta de la tuya!"

  ¡Tú también, anda! ¡E intenta que, día y noche, haya bocas que recen en tu lugar!

  

  ELIAS

   Erase un hombre que comía todas las noches golosinas invocando el nombre de Dios. Un día, Satanás le dijo:

  "¡Hombre sin dignidad, cállate! ¿Hasta cuándo repetirás el nombre de Dios? ¡Ya ves que no te responde!"

  Al hombre se le partió el corazón ante estas palabras y se durmió en ese estado de espíritu. Tuvo entonces un sueño y vio a Elías que le decía:

  "¿Por qué has dejado de repetir el nombre de Dios?"

  El hombre respondió:

  "¡Porque no he tenido ninguna respuesta y he temido que me haya echado de su puerta!"

  Elías dijo entonces:

  Dios nos ha dicho: "Porque he aceptado tu plegaria es por lo que sigo manteniéndote en esta preocupación".

  Tu temor y tu amor son pretextos para conservar tu intimidad con Dios. El solo hecho de que sigues rezando te anuncia que son aceptadas tus oraciones.

  

  EL CIUDADANO Y EL CAMPESINO

   Un ciudadano era amigo de un campesino y, todos los años, durante dos o tres meses, le ofrecía hospitalidad. El campesino gozaba de su casa, de su almacén y de su mesa. Sus menores deseos eran satisfechos, antes incluso de ser expresados. Un día, el campesino, dijo al ciudadano:

  "¡Oh, maestro! ¡Nunca me has visitado! Ven a mi casa con tu mujer y tus hijos pues pronto llegará la primavera y, en esa estación, los rosales y los árboles frutales están cubiertos de flores. Quédate en mi casa durante tres o cuatro meses para que tengamos también ocasión de servirte."

  El ciudadano declinó la invitación, pero el campesino renovó este ofrecimiento durante ocho años sin que el ciudadano se desplazara. En cada una de sus visitas, el campesino reiteraba su invitación y, todas las veces, el ciudadano encontraba una excusa para zafarse. Como la cigüeña, el campesino venía a hacer su nido en la casa del ciudadano y éste gastaba todos sus bienes para no faltar a los deberes de la hospitalidad. En el curso de una de estas visitas, el campesino suplicó de nuevo al ciudadano:

  "¡Hace ya diez años que me prometes venir! ¡En nombre de Dios, haz un esfuerzo esta vez!"

  Los hijos del ciudadano dijeron a su padre:

  "¡Oh, padre! Las nubes, la luna y las sombras viajan. ¿Por qué te niegas? No hay tensiones entre él y tú. ¡Ofrécele la ocasión de saldar la deuda que ha contraído contigo!"

  Era su madre la que los había incitado a tomar así la palabra y el ciudadano les dijo:

  "¡Oh, hijos míos! ¡Tenéis razón, pero los sabios dicen que hay que desconfiar de la calumnia de aquellos a los que se ha ayudado!"

  A pesar de esto, las repetidas invitaciones del campesino acabaron por vencer la reticencia del ciudadano y, un día, después de haber hecho los preparativos y cargado el asno y el buey con lo necesario para el viaje, tomó el camino con su mujer y sus hijos.

  Estos se decían:

  "Vamos a comer fruta y a jugar en los prados. Tenemos allí un amigo que nos espera. A la vuelta, traeremos trigo y cebollas para el invierno."

  Pero el ciudadano les dijo:

  "¡No seáis aún tan imaginativos!"

  Atravesaron las mesetas llenos de alegría. El sol quemaba su frente. Por la noche, se guiaban gracias a las estrellas. Al cabo de un mes, llegaron al pueblo del campesino en un estado de gran agotamiento. Se informaron para encontrar la casa de su amigo pero, una vez que hubieron llegado a ella, éste se negó a abrirles la puerta. Durante cinco días, permanecieron así ante su casa, sofocados por el calor durante el día y transidos de frío por la noche. Pero ¡ay!, el hambre lleva al león a actuar como buitre y a comer carroña. Y cada vez que él veía al campesino salir de su casa, el ciudadano le decía:

  "¿No me recuerdas?"

  El campesino respondía:

  "¡Seas bueno o malo, ignoro quién eres!

  -¡Oh, hermano mío! decía entonces el ciudadano, ¿has olvidado? ¡Tú vienes a mi casa y comes a mi mesa desde hace años!"

  El campesino respondía:

  "¿Qué significan esas palabras insensatas? ¡No te conozco y ni siquiera sé cómo te llamas!"

  Al cabo de unos días, empezaron las lluvias y esta espera se hizo insoportable. El ciudadano llamó a la puerta con todas sus fuerzas preguntando por el amo de la casa.

  "¿Qué quieres?" le dijo este último.

  El ciudadano respondió:

  "Renuncio a todas mis pretensiones y abandono mis ilusiones sobre nuestra amistad. Sólo te pido una cosa. Está lloviendo. Así que, por esta noche al menos, ofrécenos un pequeño rincón de tu casa."

  El campesino le dijo:

  "Hay desde luego un sitio en que puedo alojaros, pero es el refugio en el que suele instalarse el guardián que nos protege de los lobos. i Si quieres hacer ese oficio por esta noche, puedes instalarte ahí!

  -¡Desde luego! dijo el ciudadano. Dame un arco y flechas y te garantizo que no dormiré. Me basta con que mis hijos estén protegidos del barro y de la lluvia."

  La familia se amontonó, pues, en el refugio. El ciudadano, con su arco y sus flechas a mano, se decía:

  "¡Oh, Dios mío! ¡Merecemos este castigo! Pues nos hemos hecho amigos de un hombre indigno. Más vale estar a servicio de un hombre sensato que aceptar los favores de un hombre cruel como éste!"

  Los mosquitos y las pulgas laceraban su piel, pero el ciudadano no les prestaba atención, concentrado sólo en su tarea de guardián: tanto temía incurrir en los reproches del campesino.

  A media noche, cuando estaba agotado, el ciudadano divisó una sombra que se movía. Se dijo:

  "¡Ahí está el lobo!"

  Y disparó una flecha. El animal, alcanzado, cayó a tierra ventoseando. Inmediatamente, el campesino salió de su casa gritando:

  "¡Qué horror! ¡Acabas de matar a la cría de mi burra!

  -¡No! dijo el ciudadano. ¡Era un lobo negro y su forma era desde luego la de un lobo!

  -¡No! dijo el campesino, ¡lo he reconocido por su manera de ventosear!

  -Es imposible, dijo el ciudadano, está demasiado oscuro para ver algo. Ve a cerciorarte.

  -Es inútil, dijo el campesino. Para mí está claro como la luz del día. Demasiado bien he reconocido su manera de ventosear. ¡Lo reconocería así entre otros veinte!"

  Ante aquellas palabras, el ciudadano se encolerizó y lo sujetó por el cuello:

  "¡Oh, imbécil! ¿Qué significa esto? ¡En esta obscuridad, consigues reconocer al hijo de tu asna gracias al ruido de sus pedos, pero no me has reconocido a mí, que soy amigo tuyo desde hace más de diez años!"

  

  LA CHARCA

   Un día, un halcón dijo a un pato:

  "Ven a vivir en el prado. Aquí conocerás la felicidad. Deja tu charca y ven conmigo."

  El pato respondió:

  "¡Vete! ¡Para los de nuestra especie, el agua es el castillo de la alegría!"

  Para el pato de nuestro ego, Satanás es como el halcón. ¡Piénsatelo dos veces antes de dejar tu charca!

  

  EL SECRETO DEL PERRO

   Un día Medyun paseaba con su perro. Lo tomaba en brazos y lo acariciaba como un enamorado acaricia a su amada. Un hombre que pasaba por allí le dijo:

  "¡Oh, Medyun! ¡Lo que haces es pura locura! ¿No sabes que la boca de un perro es sucia?"

  Y se puso a enumerar todos los defectos de los perros. Medyun le dijo:

  "¡No eres más que un idólatra de las formas! ¡Si vieses con mis ojos, sabrías que este perro es el secreto de Dios y la morada de Leila!"

  

  POBRE CHACAL

   Un día un chacal cayó en un cacharro de pintura. Cuando se vio con todo el pelaje cubierto de pintura de todos los colores, se dijo:

  "¡Soy un pavo real, un elegido entre los animales!"

  Y adoptando unos aires llenos de pretensiones, fue a reunirse con los demás chacales. Estos le dijeron:

  "¡Oh, pobre chacal! ¿De dónde te vienen esas pretensiones y estas maneras? ¿Estás loco o estás haciéndote el payaso?"

  Los que mienten y se suben a la cátedra para hacerse admirar por el pueblo ven un día que su orgullo es objeto de vergüenza. No esperan más que los halagos del pueblo pero su interior es tan engañoso como su apariencia.

  

  EL IDIOTA

   Un idiota encontró un día una cola de carnero. Todas las mañanas la utilizaba para engrasarse el bigote. Después iba a casa de sus amigos y les decía que volvía de una recepción en la que habían festejado y habían comido platos muy suculentos. Su vientre vacío maldecía su bigote, reluciente de grasa.

  ¡Oh, pobre! ¡Si no fueses tan embustero, quizá te invitaría a comer un hombre generoso!

  Un día, mientras el estómago de nuestro idiota se quejaba ante Dios, un gato le robó la cola de carnero. El hijo del idiota intentó capturar al animal, pero en vano. Por temor a que su padre le regañara, se puso a llorar. Después, fue corriendo al lugar en el que su padre se reunía con sus amigos. Llegó en el mismo instante en que su padre contaba a los demás su imaginaria comida de la víspera. Le dijo:

  "¡papá! El gato se ha llevado la cola de carnero con la que te engrasas el bigote todas las mañanas. He intentado perseguirlo, pero no he logrado atraparlo!"

  Ante estas palabras, todos sus amigos se echaron a reír y lo invitaron a una comida, muy real esta vez. Y así, nuestro hombre, abandonando sus pretensiones, conoció el placer de ser sincero.

  

  LA SERPIENTE-DRAGON

   Un día, un cazador de serpientes salió de caza a las montañas. Pretendía capturar la mayor de las serpientes. Pues bien, una violenta tempestad de nieve se desencadenó en las alturas.

  De pronto, nuestro cazador se quedó al acecho ante una enorme serpiente. Buscaba una serpiente pero acababa de encontrar un dragón. Presa de gran terror al principio, se dio cuenta enseguida de que el monstruo estaba entumecido por el frío. Decidió, pues, llevarlo al pueblo para que la población pudiese admirarlo.

  Ya de vuelta en el pueblo, proclamó:

  "¡Acabo de capturar un dragón! ¡Me ha dado mucho trabajo, pero, sin embargo, he conseguido matarlo!"

  El cazador creía realmente muerta la serpiente, cuando sólo estaba adormecida por el frío. La multitud acudió para admirar el dragón mientras que el cazador contaba las peripecias imaginarias de esta captura. La gente, llena de curiosidad, no dejaba de agruparse y esperaba que el cazador alzase la manta bajo la cual había disimulado el animal. El cazador, por su parte, esperaba sacar un buen provecho de aquel público, pero el tiempo que pasaba y el calor acabaron por sacar a la serpiente de su sopor...

  Cuando la multitud vio que aquella serpiente, supuestamente muerta, aún se movía, huyó gritando de horror. La gente se atropellaba para escapar más aprisa. En cuanto a la serpiente, se tragó de un solo bocado al cazador triturándole los huesos.

  Las privaciones transforman a una serpiente en un gusano. La abundancia transforma al mosquito en halcón. ¡Anda! Mejor deja al dragón sepultado en la nieve. No lo expongas al sol. Desconfía del sol del deseo porque puede transformar al búho en halcón.

  

  EL ELEFANTE

   En un establo oscuro había sido encerrado un elefante originario de la India. La población, curiosa por conocer semejante animal, se precipitó en el establo. Como no se veía apenas a causa de la falta de luz, la gente se puso a tocar al animal. Uno de ellos tocó la trompa y dijo:

  "¡Este animal se parece a un enorme tubo!"

  Otro tocó las orejas:

  "¡Diríase más bien un gran abanico!"

  Otro, que tocaba las patas, dijo:

  "¡No! ¡Lo que se llama un elefante es desde luego una especie de columna!"

  Y así, cada uno de ellos se puso a describirlo a su manera.

  Es lástima que no hubieran tenido una vela para ponerse de acuerdo.

  

  LA AMADA DEL ENAMORADO

   Un enamorado recitaba poemas de amor a su amada. Unos poemas llenos de lamentaciones nostálgicas. Su amada le dijo:

  "Si esas palabras me están destinadas, pierdes el tiempo puesto que estamos reunidos. ¡No es digno de un amante el recitar poemas en el momento de la unión!"

  El enamorado respondió:

  "Sin duda estás aquí. Pero, cuando estabas ausente, sentía un placer distinto. Bebía del arroyo de nuestro amor. Mi corazón y mis ojos se complacían. ¡Ahora, estoy frente a la fuente, pero está agotada!

  -Realmente, dijo la amada, no soy yo el objeto de tu amor. Tú estás enamorado de otra cosa y yo no soy sino la morada de tu amado. El verdadero amado es único y no se espera otra cosa cuando se está en su compañía."

 

   EL TESORO

   En la época del profeta David, un hombre dirigía a Dios esta especie de plegaria:

  "¡Oh, Señor! Procúrame tesoros sin que tenga yo que cansarme. ¿No eres Tú quien me ha creado, tan perezoso y tan débil? Es normal que no se cargue del mismo modo un asno débil y un caballo lleno de vigor. ¡Yo soy perezoso, es verdad, pero no por eso dejo de dormir bajo tu sombra!"

  Así rezaba desde la mañana hasta la noche y sus vecinos se burlaban de él. Algunos de ellos le reprendían y otros lo ridiculizaban diciendo:

  "El tesoro que llamas con tus deseos no está lejos. Ve a buscarlo. ¡Está allá abajo!"

  La celebridad de nuestro hombre crecía de día en día por el país. Ahora bien, un día en el que rezaba en su casa, una vaca desmandada destrozó su puerta con los cuernos y penetró sin ceremonias en su morada. El hombre se apoderó de ella, le ató las patas y, sin dudar un segundo, la degolló. Después fue corriendo a la carnicería para que el carnicero descuartizase su víctima.

  En su camino se cruzó con el propietario de la vaca. Este lo apostrofó:

  "¿Cómo te has atrevido a degollar mi vaca? ¡Me has causado un considerable perjuicio!"

  El otro respondió:

  "¡He implorado a Dios para que provea a mi subsistencia! He rezado día y noche y, finalmente, mi plegaria ha sido oída y mi subsistencia se ha presentado a mí. ¡Esta es mi respuesta!"

  El propietario lo agarró del cuello y le asestó dos bofetadas. Después lo arrastró a casa del profeta David diciendo:

  "¡Pedazo de idiota! ¡Voy a enseñarte el sentido de tus plegarias!"

  El otro insistía diciendo:

  "Sin embargo es verdad. ¡He rezado mucho y Dios me ha escuchado!"

  El propietario de la vaca amotinó a la población con sus gritos:

  "¡Venid todos a admirar al que pretende apropiarse de mis bienes por la oración! ¡Si las cosas pasaran así, todos los mendigos serían ricos!"

  La gente que se reunía alrededor de ellos empezó a darle la razón.

  "¡Es cierto lo que dices! Los bienes se compran o se regalan. También se obtienen por herencia. Pero ningún libro menciona este procedimiento de adquisición."

  Hubo muchos comentarios en la ciudad acerca de este suceso.

  En cuanto al pobre, se mantenía con la cara contra el suelo, y rezaba a Dios en estos términos:

  "¡Oh, Dios mío! No me dejes así, en medio de la multitud, cubierto de vergüenza. ¡Tú sabes que no he dejado de dirigirte mis oraciones!"

  Llegaron finalmente a casa del profeta David y el demandante tomó la palabra:

  "¡Oh, profeta! ¡Hazme justicia! Mi vaca ha entrado en la casa de este imbécil y él la ha degollado. Pregúntale por qué se ha permitido obrar así."

  El profeta se volvió entonces hacia el acusado para pedirle sus explicaciones. Este respondió:

  "¡Oh, David! Desde hace siete años, rezo a Dios día y noche. Le pido que provea a mi subsistencia sin que yo tenga que preocuparme de ella. Este hecho es conocido por todos, incluso por los niños de esta ciudad. Todo el mundo ha oído mis plegarias y todos se han burlado de mí sobre este tema. Ahora bien, esta mañana, cuando rezaba, con los ojos llenos de lágrimas, va esta vaca y penetra en mi casa. No ha sido ciertamente el hambre lo que me ha impulsado, sino más bien la alegría de ver mis plegarias escuchadas. Y así, he degollado esta vaca dando gracias a Dios."

  El profeta David dijo entonces:

  "¡Lo que me dices es una insensatez! Porque semejantes asertos necesitan ser apoyados con pruebas aceptables ante la ley. Me es imposible darte la razón y establecer así un precedente. ¿Cómo puedes pretender apropiarte de algo sin haberlo heredado? Nadie puede cosechar si antes no ha sembrado. ¡Anda! Reembolsa a este hombre. Si no tienes el dinero necesario, ¡pide prestado!"

  El acusado se rebeló:

  "¡Así que también tú te pones a hablar como este verdugo!"

  Se prosternó y dijo:

  "¡Oh, Dios mío! Tú que conoces todos los secretos. Inspira el corazón de David. ¡Pues los favores que me has concedido no existen en su corazón!"

  Estas palabras y estas lágrimas conmovieron el corazón de David. Se dirigió al demandante:

  "Dame un día de plazo para que yo pueda retirarme a meditar. Para que El que conoce todos los secretos me inspire en mis plegarias."

  Así David se retiró a un lugar apartado y sus oraciones fueron aceptadas. Dios le reveló la verdad y le señaló al verdadero culpable.

  Al día siguiente, el demandante y el acusado se presentaron de nuevo ante el profeta David. Como el demandante no hacía sino quejarse más, David le dijo:

  "¡Cállate! Permanece mudo y considera que este hombre tenía derecho a apoderarse de tu vaca. Dios ha protegido tu secreto. A cambio, acepta tú sacrificar tu vaca."

  El demandante se ofuscó:

  "¿Qué clase de justicia es ésta? ¿Empiezas a aplicar una nueva ley? ¿No eres célebre por la excelencia de tu justicia?"

  La morada de David quedó transformada así en un lugar de revuelta. El profeta dijo al demandante:

  "¡Oh, hombre testarudo! ¡Cállate y da todo lo que posees a este hombre. Yo te lo digo, no seas ingrato o caerás en una situación aún peor. Y tus fechorías saldrán a la luz pública."

  El demandante se encolerizó y desgarró sus vestiduras:

  "¿No eres más bien tú el que me tortura?"

  David intentó, en vano, razonar con él. Después le dijo:

  "Tus hijos y tu mujer se convertirán en esclavos de este hombre."

  Aquello no hizo sino aumentar el furor del propietario. No era, por otra parte, el único en estar indignado pues la concurrencia, ignorante de los secretos del desconocido, tomaba partido por el demandante.

  El pueblo remata al ajusticiado y adora a su verdugo.

  La gente dijo a David:

  "Tú, que eres el elegido del Misericordioso, ¿cómo puedes obrar así? ¿Por qué ese juicio sobre un inocente?"

  David respondió:

  "¡Oh, amigos míos! Ha llegado el momento de desvelar unos secretos ocultos hasta hoy. Pero, para eso, es preciso que me acompañéis al exterior de la ciudad. Allí, en el prado, encontraremos un gran árbol cuyas raíces conservan olor de sangre. Pues este hombre que se queja es un asesino. Mató a su amo cuando sólo era un esclavo y se apropió de todos sus bienes. Y el hombre al que acusa no es otro que el hijo de su amo. Este último no era más que un niño en la época de los hechos que cuento y la sabiduría de Dios había ocultado este secreto hasta hoy. Pero este hombre es ingrato. No ha dado gracias a Dios. No ha protegido a los hijos del muerto. ¡Y he aquí que este maldito, por una vaca, hiere de nuevo al hijo de su amo! Ha desgarrado con sus propias manos el velo que ocultaba sus pecados. Las fechorías están escondidas en el secreto del alma, pero es el malhechor mismo quien las revela al pueblo."

  David, acompañado del gentío, salió de la ciudad. Llegados al lugar que había indicado, dijo al demandante:

  "En adelante, tu mujer que era la criada de tu amo, todos tus hijos nacidos de ella y de ti, son la herencia de este hombre. Todo cuanto has ganado le pertenece porque tú eres su esclavo. Tú has querido que la ley se aplicara pues bien, ¡he aquí la ley! Tú mataste a su padre de una cuchillada y si se cava aquí se encontrará un cuchillo con tu nombre grabado en él."

  La gente se puso a excavar y se encontró, efectivamente, el cuchillo, así como un esqueleto. La multitud dijo entonces al pobre:

  "¡Oh, tú, que reclamabas justicia con tus deseos, ya ha llegado tu hora!"

  El que demanda por una vaca es tu ego. Pretende ser el amo. El que ha degollado la vaca es tu razón. Si deseas también tú ganar sin esfuerzo tu subsistencia, necesitas degollar esta vaca.

  

  EL MAESTRO DE ESCUELA

   La ciencia posee dos alas, pero la intuición sólo tiene una. Cada vez que el ave de la duda intenta salir volando desde el nido de la esperanza, cae a tierra porque no tiene más que un ala: la de la intuición.

  Había una vez un maestro de escuela que era muy exigente con sus alumnos. Estos se pusieron pronto a buscar una solución para librarse de él. Se decían:

  "¿Cómo es que nunca se pone enfermo? Eso nos daría ocasión de tener un poco de descanso. Nos liberaríamos así de esta prisión que es la escuela para nosotros."

  Uno de los alumnos propuso su idea:

  "Es necesario que uno de nosotros diga al maestro: "¡Oh, maestro! ¡Creo que su cara está muy pálida! ¡Sin duda tiene fiebre!" Seguno que estas palabras tendrán su efecto sobre él, aunque, de momento, no quedará convencido. Pero, cuando entre en la clase, diréis todos juntos: "¡Oh, maestro! ¿Qué pasa? ¿Qué le sucede?" Cuando un tercero, luego un cuarto, después un quinto le hayan repetido lo mismo con cara entristecida, no hay duda de que quedará convencido."

  A la mañana siguiente, todos los alumnos se pusieron a esperar a su maestro para que cayese en la trampa. El que había propuesto la idea fue el primero en saludarlo y en anunciarle la mala noticia. El maestro le dijo:

  "¡No digas insensateces! No estoy enfermo. ¡Vuelve a tu sitio!"

  Pero el polvo de la duda se había infiltrado en su corazón. Cuando todos los niños, unos tras otros, se pusieron a repetirle lo mismo, empezó a creer que estaba realmente enfermo.

  Cuando un hombre camina sobre un muro elevado, pierde el equilibrio apenas la duda se apodera de él.

  El maestro decidió entonces meterse en la cama. Sintió un gran rencor hacia su mujer, porque se decía:

  "¿Cómo es que ni siquiera ha notado el color de mi cara? Parece que ya no se interesa por mí. Acaso espera casarse con otro..."

  Lleno de cólera, abrió la puerta de su casa. Su mujer, sorprendida, le dijo:

  "¿Qué pasa? ¿Por qué vuelves tan pronto?"

  El maestro de escuela replicó:

  "¿Te has vuelto ciega? ¿No ves la palidez de mi cara? ¡Todo el mundo se inquieta, pero a ti, eso te deja indiferente! Compartes mi techo, pero apenas te preocupas por mí."

  La mujer le dijo:

  "¡Oh dueño mío! Son imaginaciones. ¡Tú no estás enfermo!

  -¡Oh, mujer vulgar! se enfureció el maestro, si estás ciega, seguro que no es culpa mía. Estoy desde luego enfermo y el dolor me tortura.

  -Si quieres, le dijo su mujer, te traeré un espejo. Verás así qué cara tienes y si merezco ser tratada así.

  -¡Vete al diablo con tu espejo! Ve mejor a preparar mi cama, pues creo que me sentiré mejor si me acuesto."

  La mujer fue entonces a preparar su cama, pero se dijo:

  "Aparenta estar enfermo para alejarme de la casa. Todo eso no es más que un pretexto."

  Una vez en cama, el maestro se puso a lamentarse. Entonces el alumno que había tenido esta astuta idea dijo a los demás:

  "Su casa no está lejos. Recitemos nuestras lecciones con la voz lo más alta posible y ese ruido no hará sino aumentar sus tormentos."

  Al cabo de un rato, el maestro ya no pudo contenerse y fue a decir a sus alumnos:

  "Me dais dolor de cabeza. Os autorizo a volver a vuestras casas."

  Así, los niños le desearon un rápido restablecimiento y tomaron el camino de regreso a sus casas, como pájaros en busca de semillas. Cuando las madres vieron que los niños jugaban en la calle a la hora de la escuela, les reprendieron severamente. Pero los niños respondieron:

  "No es culpa nuestra. Es la voluntad de Dios que nuestro maestro haya caído enfermo."

  Las madres dijeron entonces:

  "Veremos mañana si decís la verdad. Pero ¡pobres de vosotros si es una mentira!"

  Al día siguiente, las madres de los escolares fueron a visitar al maestro y comprobaron que estaba gravemente enfermo. Le dijeron:

  "¡No sabíamos que estuviese usted enfermo!"

  El maestro replicó:

  "Yo tampoco lo sabía. ¡Fueron vuestros hijos los que me informaron de ello!"

  

  LA BALANZA Y LA ESCOBA

   Un día, un hombre fue a la joyería y dijo al joyero:

  "Quisiera pesar este oro. Préstame tu balanza."

  El joyero respondió:

  "¡Lo siento de veras, pero no tengo pala!

  -¡No, no! dijo el hombre, ¡yo te pido tu balanza!"

  Eljoyero:

  "¡No hay escoba en este almacén!

  -¿Estás sordo? dijo el hombre. ¡Te pido una balanza!"

  El joyero respondió:

  "He oído muy bien. No estoy sordo. No creo que mis palabras estén desprovistas de sentido. Veo bien que careces de experiencia y que, al pesar tu oro, vas a dejar caer algunas partículas al suelo. Entonces me dirás: "¿Puedes prestarme una escoba para que pueda recuperar mi oro?" ¡y cuando lo hayas barrido, me preguntarás si tengo una pala! Yo veo el fin desde el principio. ¡Recurre a algún otro!"

  

  EL DERVICHE DE LA MONTAÑA

   Un derviche vivía en la montaña con su soledad por toda compañía. El lugar de su retiro estaba lleno de árboles frutales pero el derviche había prometido:

  "¡Oh, Señor! No tocaré los frutos de estos árboles antes de que el viento los haga caer!"

  Pero, como había olvidado decir: "¡Insh Allah!" fue duro para él respetar su promesa. El fuego del hambre devoraba su vientre pero el viento no hacía caer fruta alguna. Las ramas se curvaban bajo su peso pero el derviche tenía paciencia, preocupado por mantener su palabra.

  En un momento dado, el viento empujó hacia él una rama cargada de los frutos más maduros. Así fue como el destino le hizo romper su juramento. Fue el instante en que Dios le dio un tirón de orejas.

  Había, no lejos de allí, un grupo de ladrones que estaban repartiéndose su botín. Pero unos soldados, avisados por unos espías, les habían tendido una emboscada y fueron todos capturados, ¡y nuestro derviche con ellos! Cortaron la mano derecha y el pie izquierdo de cada uno de ellos. Cuando llegó el turno al derviche, empezaron por cortarle la mano. Pero, en el momento en que iban a cortarle el pie, un jinete exclamó:

  "¿Qué estáis haciendo? ¡Este es un sheij! ¡Un íntimo de Dios! ¿Quién le ha cortado la mano?"

  El verdugo, entristecido, se puso a desgarrarse las vestiduras mientras que el bey venía a presentar sus excusas.

  "Dios es testigo de que yo ignoraba esto. ¡Perdóname!"

  El derviche respondió:

  "Conozco la verdadera razón de esto. Con esta mano es con la que he roto mi juramento. ¡Que mi cuerpo y mi alma sean sacrificados a la voluntad de Dios! ¡Tú no tienes culpa alguna en esto!"

  Así fue como el derviche perdió su mano, empujado por el deseo de su estómago. ¡Cuántos pájaros han dejado su vida en una trampa a causa de unas semillas! Este derviche fue apodado "el derviche de la mano cortada".

  Muchos años más tarde un hombre vino a hacerle una visita inesperada y se dio cuenta con estupor de que estaba tejiendo un cesto de mimbre con sus dos manos. El derviche dijo a su visitante:

  "¿Por qué has venido sin avisarme? ¿Cómo has cometido este error?"

  Su visitante respondió:

  "Mi amor por ti me ha hecho olvidar el respeto que se te debía."

  El derviche le dijo sonriendo:

  "¡Guarda hasta mi muerte el secreto de lo que has visto!"

  Pero otras personas lo vieron por una ventana tejiendo sus cestos y su secreto quedó así descubierto. Al ver esto, el derviche exclamó:

  "¡Oh, Dios mío! ¡Tú eres la sabiduría! Yo intento ocultar los beneficios de que me has colmado. ¡Pero tú los descubres a la luz del día!"

  Por la voz de la inspiración, Dios le respondió:

  "Había hombres que te tomaban por un mentiroso y creían que habías sido castigado por esta razón. Pero yo no he querido que tales blasfemias se repitiesen y por eso se han hecho manifiestos los favores que te he concedido."

 

  LA MULA Y EL CAMELLO

  Una mula dijo un día a un camello:

  "¡Oh, amigo mío! Tú andas sin tropezar nunca. Tanto a la subida como a la bajada e incluso en lo llano, nunca te veo dar un mal paso. Entonces, ¿cómo es que yo tropiezo cada dos pasos y caigo a tierra? ¿No puedes enseñarme a caminar como tú?"

  El camello respondió:

  "Mi vista es mejor que la tuya y, además, mira mi estatura; incluso en un lugar escarpado, puedo distinguir en mi camino el obstáculo más lejano. Reconozco así cada lugar en donde pongo mis pezuñas y por eso no tropiezo. Pero tú, por el contrario, miras sólo muy cerca delante de ti."

  ¿Puede compararse a un ciego con el que tiene buena vista?

  

  SHEIJ

   Había una vez un sheij que era el hombre más ilustrado de la tierra. El pueblo lo consideraba como un profeta. Una mañana, su mujer le dijo:

  "¡Tu corazón es tan duro como la roca! ¿Forma parte eso de las reglas de la sabiduría? Todos nuestros hijos han muerto y yo, a fuerza de llorar, me he encorvado como un arco. A ti, nadie te ha visto llorar nunca. ¿No hay lugar en tu corazón para la piedad? Nosotros estamos ligados a ti y te servimos día y noche, pero ¿qué podemos esperar de alguien que no conoce la piedad? ¿A qué llaman sheij ? A un anciano de pelo y barba blancos. Sabe que el verdadero sheij no tiene ni siquiera asomo de existencia. El que no tiene pretensión alguna de existencia, sea su pelo negro o blanco, ¡ése es un sheij! ¡No olvides que Jesús habló en su cuna!"

  El sheij respondió:

  "Te engañas si crees que no existe piedad ni ternura en mi corazón. Siento piedad por los infieles que se exponen al infierno con sus horribles blasfemias. Cuando un perro me muerde, pido a Dios que le conceda un carácter más apacible, pues si mordiese a algún otro, correría el riesgo de ser lapidado."

  La mujer replicó:

  "Si realmente sientes esa ternura por el universo entero, ¿por qué no hay rastro de lágrimas en tus ojos cuando el destino nos ha quitado a nuestros hijos?"

  El sheij respondió:

  "Muertos o vivos, nunca desaparecerán de mi corazón. ¿Por qué habría de llorar si los veo sin cesar, ahí, ante nosotros? No se llora a alguien sino cuando uno está separado de él." Otro día, un hombre llamado Behlul preguntó a ese mismo sheij:

  "Dime cómo estás. ¿En qué estado te encuentras?"

  El respondió:

  "Todos los viajeros soportan Su voluntad y los ríos fluyen en el sentido que El les ordena. La vida y la muerte van adonde El quiere. Algunos reciben mensajes de pésame y otros felicitaciones. ¡Nadie puede sonreír si El no ha dado la orden!"

  Behlul dijo entonces:

  "Es verdad lo que dices y tienes cien mil veces razón. Pero explícame eso algo más claramente para que tanto el ignorante como el sabio puedan aprovechar tu sabiduría. ¡Prepáranos un festín de platos variados para que todos puedan comer lo que les conviene!"

  El sheij:

  "Todos saben que nada ni nadie puede hacer cosa alguna sin la voluntad de Dios. Ni siquiera la hoja del árbol. Y Sus órdenes son muy numerosas y nadie puede contarlas pues ¿quién podría contar las hojas de un árbol? Lo infinito no puede ser delimitado por las palabras. Los decretos de Dios encuentran aceptación entre Sus criaturas. Cuando la criatura se somete a la voluntad de Dios, la vida y la muerte le parecen iguales. Su vida no está volcada hacia el lucro, sino hacia Dios. Su muerte no es causada por las enfermedades o las pruebas, sino por Dios. Su fe no se dirige a las huríes y al paraíso, sino a Dios. Renuncia a la blasfemia, no por temor al infierno, sino por temor de Dios. Eso está en su naturaleza. No es algo que haya adquirido por su esfuerzo o por la práctica del ascetismo. Ríe sólo cuando comprueba que Dios la ha aceptado. Para ella, el destino es una golosina. Si un servidor de Dios es de tal naturaleza, ¿porqué habría de decir: "¡Oh, Dios mío! ¡Cambia mi destino!""

  Porque sabía que la muerte de sus hijos había sido querida por Dios es por lo que esta muerte le era tan dulce como los kadaifs (pastelería oriental).

  

  CIEGO

   Un día, un hombre fue a visitar a un sheij que era pobre y ciego. Quedó muy asombrado al encontrar en su casa un ejemplar del Corán. Se preguntó:

  "Este hombre es ciego y no puede leer. ¿Qué puede hacer con el Corán? Si le hago esta pregunta será una falta de respeto."

  Ahora bien, sucedió que el sheij le ofreció hospitalidad para unos días. Una noche, nuestro hombre fue despertado por una voz que recitaba el Corán. Al levantarse, descubrió al ciego, con los ojos en el libro, recitando el Corán. Le dijo:

  "¿Cómo consigues leer? Veo tu mirada que se desplaza en cada línea que pasa. ¿Las ves realmente?"

  El ciego respondió:

  "¡Oh, tú, que ignoras todo del cuerpo! ¿Por qué te extraña que Dios pueda permitir una cosa así? Yo he pedido ayuda a Dios para poder leer el Corán, pues tengo mala memoria. Por eso es por lo que, cada vez que abro el Corán, ¡veo en él!"

  

  BUSCADOR DE VERDAD

   Dakuki era un hombre de amor y prodigioso, muy atento a protegerse de lo ilícito. Nunca permanecía más de dos días en un mismo lugar, pues se decía:

  "Si me quedo más tiempo en una casa, corro el peligro de ver mi corazón atraído por algo o por alguien."

  Caminaba de día y rezaba de noche. Su naturaleza era la de un ángel. Como él era puro, estaba en continua búsqueda de hombres puros y dirigía a Dios esta plegaria:

  "¡Oh, Señor! ¡Permíteme encontrar a tus fieles servidores!"

  Y Dios le respondía:

  "¡Oh, hombre puro! ¡Qué sed y qué amor hay en ti! Pero si ese amor me ha sido consagrado, ¿por qué estás siempre buscando hombres?"

  Dakuki:

  "¡Oh, Dios mío! ¡Estoy en mitad del océano y busco una cántara de agua! Los deseos que tengo acerca de tu amor son para mí motivo de orgullo, igual que mis deseos por el prójimo me son motivo de vergüenza. Desde hace años, viajo sin cesar, tanto a Oriente como a Occidente. Voy con los pies desnudos por caminos llenos de guijarros y de espinas. Pero no creas que un enamorado se desplaza sobre sus pies torturados. No, es con su corazón como viaja. Mi atracción por el hombre no hace sino aumentar. ¡Quisiera ver la ola del océano en una gota de agua!"

  Un día, Dakuki se encontró dirigiendo la oración en una playa entre un grupo de fieles. Todo el mundo se puso en fila para la oración cuando, de pronto, la mirada de Dakuki se dirigió hacia el mar y oyó gritos. Vio, en alta mar, un barco, sacudido por las olas. Los pasajeros, en la oscuridad, gritaban por temor a hundirse, pues la tempestad soplaba como Azrael. Incluso los infieles y los rebeldes habían recobrado su fe en Dios y todos se prosternaban, desesperados.

  Al ver esto, las lágrimas llenaron los ojos de Dakuki.

  "¡Oh, Señor! le dijo, ¡perdónalos y socórrelos!"

  Esta plegaria fue escuchada y el barco se salvó, pero los pasajeros creyeron que esto se debía a sus propios esfuerzos. Creían que sus oraciones habían sido aceptadas. Como el zorro que escapa de las garras del león gracias a sus patas, pero que sigue estando tan orgulloso de su cola.

  En pocas palabras, el barco atracó en el momento mismo en que Dakuki y los fieles terminaban su oración. Los fieles dijeron:

  "¿Quién ha podido hacer este prodigio? ¿Habrá sido el imán, que, compadecido, haya dirigido esta oración a Dios? ;¡e habría atrevido a interferirse en la voluntad divina!"

  Y cuando Dakuki se volvió, vio que todo el mundo se había marchado. Habían desaparecido todos, como peces deslizándose en el agua. Dakuki se puso de nuevo a llorar.

  ¡Ah! ¡Ahora es cuando caes en la trampa! ¡Hombre inmaduro! Creías, como todo el mundo, que ellos eran hombres. Tú los has mirado con los ojos de Satanás, que dice: "Yo fui creado a partir del fuego y Adán a partir del barro." ¡Oh, Dakuki, abre los ojos! Sigue buscando día y noche. Abandona las obras de este mundo. ¡Busca a los hombres invocando Su nombre!

  

  EL HIJO DE MARIA

   Un día, Jesús, hijo de María, se dirigía corriendo hacia la montaña. Alguien se puso a seguirlo gritando:

  "¡Nadie te persigue! ¿Por qué corres así?"

  Jesús, sólo preocupado por su huida, no respondió siquiera a la pregunta. Pero el otro reiteró su llamada:

  "¡En nombre de Dios! ¡Detente! Quisiera solamente saber lo que haces, pues, aparentemente, no hay motivo de temor."

  Jesús respondió:

  "¡Huyo de un tonto! No te pongas en mi camino. ¡No retrases mi huida!"

  El otro exclamó:

  "¿Cómo? ¡Tú que posees el hálito santo! ¡Tú, que has curado a ciegos y a sordos, Tú, que puedes resucitar a un cadáver soplando sobre él! ¡Tú, que haces un pájaro de un puñado de barro! ¿Por qué ese temor?"

  Jesús respondió:

  "Es Dios quien ha creado mi alma y mi carne. Cuando invoco Su nombre, el ciego y el sordo quedan curados. Cuando invoco Su nombre, la montaña se dispersa como un almiar. Si murmuro Su nombre al oído de un cadáver, resucita. Una gota se convierte en un océano por Su nombre. Le he invocado mil veces ante un tonto, pero no ha habido resultado alguno."

  El hombre insistió:

  "¿Cómo es que el nombre de Dios, que influye en el sordo, el ciego y la montaña, no tiene efecto sobre un tonto? Si la tontería es una enfermedad como las demás, ¿cómo es que no se le encuentra remedio ?"

  Jesús respondió:

  "La tontería es una maldición de Dios mientras que la ceguera no lo es. Pues se adquiere. Los males que se adquieren merecen piedad, pero la tontería es nuestra enemiga."

  ¡Como Jesús, huye de los tontos! La conversación de los tontos hace disminuir tu fe, igual que el aire hace evaporarse el agua. Si te sientas sobre rocas húmedas, se va el calor de tu cuerpo y caes enfermo. El tonto enfría tu naturaleza. No creas que Jesús huía por temor. Estaba protegido por Dios. No, sólo lo hizo para enseñanza tuya.

  

  EL PUEBLO DE SABA

   Hablando de tontería, me viene a la memoria la historia del pueblo de Saba. Su tontería era, en efecto, contagiosa como la peste.

  Saba era una gran ciudad, tan grande como las ciudades de que se habla en los cuentos para niños. Decimos cuentos para niños, pero estos cuentos son estuches de perlas que contienen muchas enseñanzas. Tomad en serio las palabras insensatas de los cuentos.

  La ciudad de Saba era, pues, incomparable por su tamaño. Pero sus habitantes eran incapaces de apreciarlo. La distancia a recorrer para ir de un extremo de la ciudad al otro era inconmensurable. Sólo en esta ciudad se encontraba la población de una decena de ciudades. Esta población se componía en todo y por todo de tres personas de cara sucia. Aunque fuese innumerable, se resumía en estos tres banales personajes. En efecto, las almas que no ven al Amado no valen si siquiera media persona, aunque fuesen incluso millares.

  Uno de ellos era un ciego cuya vista era penetrante. Es decir, que podía ver una hormiga, pero que era incapaz de divisar a Salomón.

  El segundo era un sordo cuyo oído era muy fino. Es como decir un tesoro sin oro.

  En cuanto al último, era un hombre desnudo cuya túnica era muy larga.

  El ciego dijo de pronto:

  "Veo un ejército que se acerca. Puedo distinguir incluso de qué pueblo se trata."

  El sordo dijo a su vez:

  "¡Tienes razón! Oigo el rumor de sus conversaciones."

  El hombre desnudo dijo entonces:

  "¡Temo que desgarren la orla de mi túnica!"

  El ciego añadió:

  "¡Ya llegan! Tenemos que huir si queremos evitar ser capturados."

  El sordo:

  "Su estruendo se acerca. ¡Huyamos lo más aprisa posible!"

  El hombre desnudo:

  "¡Socorro! ¡Van a destrozar mi túnica!"

  Así es como dejaron la ciudad para refugiarse en un pueblo abandonado. Allí encontraron un ave muy grande, pero que no tenía carne. Era una carroña que había sido devorada por los buitres y sus huesos estaban esparcidos. Nuestros tres hombres devoraron esta ave como un león devora su presa. Y cada uno de ellos creyó haber encontrado satisfacción. Pero se pusieron a engordar hasta tal punto que se hicieron enormes como elefantes y el mundo fue demasiado pequeño para ellos. Y así fue como pasaron por la rendija de la puerta.

  El sordo es el deseo. Oye venir la muerte de los demás, pero no la suya. El ciego es la ambición. Ve los defectos del pueblo hasta en el menor detalle, pero es ciego para los suyos. El hombre desnudo teme que le corten la orla de su túnica, pero ¿cómo sería eso posible? El pueblo de esta tierra está arruinado, pero teme a los ladrones. Todos hemos llegado desnudos a este mundo y así es como lo dejaremos. Pero todos tememos a los ladrones. En el momento de la muerte, los ricos comprenden que no poseen un céntimo. Los hombres de talento sienten que han errado el camino. Son como esos niños que toman unos trozos de cerámica por bienes preciosos. Si se les quitan, lloran. Y si se les devuelven, se alegran. El niño, hasta que es adulto, no distingue el bien del mal. Sus lágrimas y su risa no tienen valor alguno. Los aristócratas tiemblan por sus bienes como si los hubieran adquirido en sueños. Si se les despertase, se burlarían de su temor a los ladrones. Los sabios de este mundo son semejantes. Temen a los ladrones y se quejan diciendo:

  "¡Los ladrones derrochan nuestro tiempo!"

  Pero el que cultiva lo verdaderamente útil no se preocupa del tiempo, pues el tiempo no existe para él.

  

  EL ARROYO DE LA LUNA

   Un rebaño de elefantes se había instalado a la orilla de un arroyo y los demás animales se lamentaban de que esta presencia los privaba del libre acceso al curso de agua. Todos se pusieron a buscar una estratagema para hacer que se largaran, pues estaba claro que ninguna fuerza bastaba para obligarlos a irse.

  El primer día de la luna, un viejo conejo subió a un montículo y gritó a los elefantes:

  "¡Oh, sultán de los elefantes! ¡Soy un mensajero, el mensajero de la luna! Si quieres tener la prueba de mis palabras, escucha esto: dentro de quince días, la luna se mostrará en el agua. Y he aquí el mensaje que la luna os envía: "Este arroyo nos pertenece y está prohibido a todos acercarse a él bajo pena de volverse ciegos" Creedme, si os quedáis cerca de este arroyo, seréis cegados por medio de unos destellos. ¡Y si os atrevéis a calmar en él vuestra sed, la luna se estremecerá en el agua para mostrar su cólera!"

  Al octavo día de la luna, el sultán de los elefantes fue a beber al arroyo, pero cuando mojó su trompa en él, vio la luna estremecerse en su superficie. Entonces empezó a creer lo que le había dicho el viejo conejo, pero los demás elefantes lo tranquilizaron diciéndole:

  "¡No somos tan tontos como para huir porque la luna se haya movido!"

  

  EL TAMBOR DEL LADRON

   Un ladrón estaba abriendo en plena noche un agujero en una pared. El amo de la casa, que estaba enfermo, no dormía y oyó el ruido. Subió a la terraza y dijo al ladrón:

  "¿Pero qué haces ahí? ¿Quién eres?"

  El ladrón respondió:

  "¡Soy un tamborilero y toco mi instrumento!"

  El hombre replicó:

  "Pero entonces, ¿cómo es que no oigo el sonido del tambor

  ?-¡Ya lo oirás mañana por la mañana!" respondió el ladrón.

  

  SEMILLAS

   Cuando el pájaro se posa en un muro y ve las semillas que sirven de cebo a la trampa, su deseo lo impulsa hacia esas semillas. Las mira, luego mira las vastas planicies. El ave que se resiste a esa tentación vuela hacia las planicies, llena de gozo.

  

  PERRERA

   Cuando llega el invierno, el perro siente frío. Se dice entonces:

  "Necesito absolutamente una perrera. iCuando vuelva el verano, me haré una de piedra, para pasar en ella el invierno!"

  Pero, cuando llega el verano, nuestro perro recobra vigor y se pone de nuevo grueso. Orgulloso de su nueva fuerza, dice:

  "¡Ninguna vivienda es suficientemente grande para mí!"

  Y, ahíto, va a tumbarse perezosamente a la sombra. Por mucho que su corazón le diga: "¡Anda! ¡Construye tu perrera!", él se dice a sí mismo: "¿Qué perrera sería digna de acogerme?"

  Cada vez que caes enfermo, tus deseos y tus ambiciones pierden su fuerza y construyes una casa de arrepentimiento.

 

  LA MESA VACIA

   Un día, un sufí vio una mesa vacía y, en un éxtasis, se puso a danzar y a desgarrar sus vestidos gritando:

  "¡Aquí está! ¡El alimento de todos los alimentos! ¡Helo aquí! ¡El remedio de cualquier hambre!"

  Llegaron entonces otros sufíes y se unieron a él, llenos de entusiasmo y de emoción. Pasó un tonto que les dijo:

  "¿Pero qué idiotez es ésta? ¡Hay ciertamente una mesa, pero ni siquiera hay pan encima!"

  El sufí le respondió:

  "¡Oh aparición insensata! ¡Vete! ¡Si no conoces nada del amor, no importunes a los que aman! ¡Pues el alimento del enamorado es el amor del pan sin pan! El fiel no tiene existencia. Consigue ganancias sin tener capital. No es posible que coma un niño que mama."

 

   BAÑO

   Un día, un emir sintió el deseo de ir al baño. Llamó a su esclavo, que se llamaba Sungur, y le dijo:

  "¡Prepara mi sábana, mi barreño y mi jabón! ¡Vamos al baño!"

  Sungur ejecutó sus órdenes y ambos tomaron el camino del baño. Ahora bien, en este camino, había una pequeña mezquita. Cuando pasaba ante ella, Sungur oyó la llamada a la oración. Dijo a su amo:

  "¡Oh, amo! ¿Podríais esperar unos instantes ante esos almacenes mientras hago mi oración?"

  El emir aceptó y se puso a esperar...

  Esperó mucho tiempo. Vio salir a los fieles y al imán, pero Sungur seguía en el interior. Perdiendo la paciencia, el emir se puso a gritar:

  "¡Oh, Sungur! ¿Porqué no sales?"

  Desde el interior de la mezquita, Sungur le respondió:

  "Estoy retenido aquí. No pierdas la paciencia. Ya voy. ¡Sobre todo no creas que olvido que me esperas!"

  El emir reiteró siete veces su llamada y, cada vez, Sungur respondía:

  "¡No tengo permiso para ir junto a ti!"

  Al fin, el emir le dijo:

  "Pero no hay nadie en la mezquita. Tengo curiosidad por saber lo que te impide salir."

  Sungur respondió:

  "El que te encadena en el exterior me ha encadenado en el interior. El que no te permite entrar me impide salir."

  El océano no deja escapar a los peces y, del mismo modo, la tierra no deja a su fauna precipitarse al mar.

  

  PRODIGIO

   Un día, el hijo de Malik estuvo invitado en casa de Enes. Después de la comida, Enes, al ver que su servilleta estaba muy manchada, ordenó a su servidor que la echase al fuego. Este obedeció sin vacilar. Los invitados estaban estupefactos, pero su asombro subió de grado cuando vieron que la servilleta salía del fuego completamente limpia. Dijeron:

  "¿Cómo es eso posible? ¿Cómo ha podido limpiarse esta servilleta sin consumirse?"

  Enes respondió:

  "¡El profeta Mustafá se secó la boca y las manos con esta servilleta!"

  Los invitados dijeron entonces al servidor:

  "Tú, que sabías eso, ¿cómo has podido echarla al fuego?"

  El servidor respondió:

  "Los hombres de Dios merecen nuestra confianza. ¡Incluso si me hubiese ordenado echarme yo mismo al fuego, lo habría hecho!"

  ¡Oh, hermano mío! ¡Si la fidelidad de un hombre es menor que la de una mujer, entonces su corazón no merece ser llamado corazón, sino tripas!

  

  LA LUZ INTERIOR

   Un esclavo se presentó ante su amo. Este le dijo:

  "¿Quién eres? ¿Vienes de Turquía o del Yemen? Dime la verdad: ¿Qué le ha sucedido a mi esclavo? ¿No lo habrás matado

  ?-Si lo hubiera matado, respondió el esclavo, ¿estaría yo aquí en este momento?"

  El amo insistió:

  "¿Dónde está mi esclavo?"

  El esclavo respondió:

  "Pero ¡si estoy aquí! ¡Me ves transfigurado por el favor divino!"

  El amo replicó:

  "¿Qué me cuentas? ¿Dónde está mi esclavo? ¡No te dejaré descansar hasta que me hayas dicho la verdad!"

  El esclavo dijo entonces:

  "Si lo deseas, te contaré toda mi historia desde el día en que me compraste. Te probaré así que sigo siendo el mismo, aunque mi apariencia haya cambiado. ¡Mi exterior ha cambiado de color, pero mi interior nada tiene que ver con los colores!"

  ¡Los que reconocen el alma son indiferentes ante los colores y ante los números, pues sus dos ojos han sido iluminados por una sola luz!