LAS BABUCHAS PRECIOSAS

   Eyaz, que era un hombre de corazón puro, había guardado sus babuchas y su manto en una habitación. La visitaba cada día y, como esas babuchas y ese manto constituían todo su haber, se decía:

  "¡Vaya! ¡Mira estas babuchas! ¡No tienes motivos para estar orgulloso!"

  Pero unos celosos lo calumniaron ante el sultán diciendo:

  "Eyaz posee una habitación en la que acumula oro y plata. ¡La puerta está bien cerrada y nadie entra en ella más que él!

  -Es extraño, dijo el sultán. ¿Qué puede poseer que desee ocultar a mis ojos? Tratemos de aclarar el misterio sin que se dé cuenta de nada."

  Llamó a uno de sus emires y le dijo:

  "A medianoche, abrirás esta celda y tomarás todo lo que te parezca interesante. Todo lo que hayas encontrado, muéstralo a tus amigos. ¿Cómo puede este avaro pensar en acumular tesoros cuando yo soy tan generoso?"

  A medianoche, el emir se trasladó a la celda con tres de sus hombres. Se habían provisto de linternas y se frotaban las manos diciendo:

  "La orden del sultán es generosa, pues así recuperaremos en beneficio nuestro todo lo que encontremos."

  De hecho, el sultán no dudaba de su servidor, sino que deseaba sólo dar una lección a los calumniadores. Sin embargo, su corazón temblaba y se decía:

  "Si realmente ha hecho tal cosa, es preciso que su vergüenza no sea pública pues, suceda lo que suceda, lo tengo en gran estima. ¡Por otra parte, está por encima de este tipo de calumnias!"

  El que tiene malos pensamientos compara a sus amigos con él. Los mentirosos compararon al profeta con ellos. Y así fue como los calumniadores vinieron a tener malos pensamientos sobre Eyaz.

  El emir y sus hombres acabaron por forzar la puerta y penetraron en la habitación, ardiendo en deseos. ¡Ay! ¡No vieron allí más que el par de babuchas y el manto! Se dijeron:

  "Es inconcebible que esta habitación esté tan vacía. Esos objetos sólo están ahí para desviar la atención."

  Fueron a buscar una pala y un pico y empezaron a excavar por todos lados. Pero todos los agujeros que excavaban les decían:

  "Este lugar está vacío. ¿Por qué, pues, lo abrís?"

  Finalmente, rellenaron los agujeros, llenos de decepción, pues el pájaro de su deseo no había saciado su apetito. La puerta hundida y el suelo removido quedaban como testigos de la fractura. Regresaron, cubiertos de polvo, ante el sultán. Este, fingiendo ignorar su decepción, les dijo:

  "¿Qué pasa? ¿Dónde están las bolsas de oro? Si las habéis dejado en algún sitio, ¿dónde está entonces la alegría de vuestros rostros?"

  Ellos le respondieron:

  "¡Oh, sultán del universo! Si haces correr nuestra sangre, lo habremos merecido. Nos entregamos a tu piedad y a tu perdón.

  -No me corresponde a mí perdonaros, replicó el sultán, sino más bien a Eyaz, pues habéis atacado su dignidad. Esa herida está en su corazón. Aunque él y yo no seamos más que una persona, esta calumnia no me afecta directamente. ¡Pues si un servidor comete un acto vergonzoso, su vergüenza no recae sobre el sultán!"

  El sultán pidió, pues, a Eyaz que juzgase él mismo a los culpables, diciendo:

  "Aunque te probase mil veces, nunca encontraría en tu casa el menor signo de tráición. ¡Serían más bien las pruebas las que se avergonzarían ante ti!

  -Todo lo que me has dado te pertenece, respondió Eyaz. Mi peso es solamente este manto y este par de babuchas. Por eso es por lo que dijo el profeta: "¡El que se conoce, también conoce a su Dios!" A ti te corresponde juzgar pues, ante el sol, desaparecen las estrellas. i Si hubiese sabido prescindir de este manto y de estas babuchas, estas calumnias no se habrían producido!"

 

   EL FUEGO DE LA NOSTALGIA

   Mediún, separado de su amada, había caído enfermo y el fuego de la nostalgia hacía hervir su sangre. Vino un médico para cuidarlo, pero, cuando puso el dedo en el lugar de su dolor, el enamorado lanzó un grito:

  "¡Déjame! ¡Si tengo que morir, tanto peor!"

  El médico replicó, asombrado:

  "¡Tú que no temes al león y que estás cada noche rodeado de animales salvajes, dominándolos con sólo la fuerza de tu amor! ¿Qué significa este miedo repentino?"

  Mediún respondió:

  "No tengo miedo de la enfermedad, pues soy más paciente que la montaña. Mi cuerpo está contento con la enfermedad. El pesar es mi patrimonio y mi corazón está lleno de Leila. iPor eso temo que, al hacerme una sangría, puedas herir a mi amada!"

 

   ACTO FALLIDO

   Un hombre piadoso tenía una mujer muy celosa. Poseía una sirvienta tan hermosa como las huríes. Su mujer, para protegerlo de la tentación, se las arreglaba para no dejarlo nunca solo con ella. Ejercía un control permanente, tanto que estos dos enamorados nunca encontraban un instante propicio para su unión.

  Pero, cuando la voluntad de Dios se manifiesta, las murallas de la razón se derrumban bajo los golpes de la inadvertencia. Cuando la orden de Dios aparece, ¡qué importa la razón! ¡Incluso la luna desaparece!

  Un día, la mujer partió para el baño, acompañada de su sirvienta. Pero, en el camino, se acordó de pronto que había olvidado traer su barreño. Dijo a su sirvienta:

  "¡Corre! ¡Ve como un pájaro a la casa y tráeme mi barreño de plata!"

  La sirvienta se llenó de alegría al ver realizarse su esperanza. Se decía:

  "El amo debe de estar en casa en este momento. Así que podré unirme a él."

  Corrió, pues, hacia la morada de su amo, con la cabeza llena de estos agradables pensamientos. Desde hacía seis años, en efecto, llevaba en su interior este deseo. Vivía con la esperanza de pasar un rato con su amo. Así que no corrió hacia la casa. No, más bien voló hacia ella. Encontró allí a su amo solo. El deseo entre estos dos enamorados era tan intenso que no pensaron siquiera en cerrar la puerta con llave. Se sumergieron así en la embriaguez y mezclaron sus dos almas.

  La mujer, que seguía esperando en el camino del baño, se dio cuenta repentinamente de la situación.

  "¿Cómo he podido enviar a esta sirvienta a la casa? ¿No es esto acercar el fuego a la estopa? ¿O el carnero a la oveja?"

  Corrió hacia su casa. La sirvienta corría bajo el imperio del amor, pero ella corría bajo el imperio del temor. Y es grande la diferencia entre el amor y el temor. En cada aliento el sabio se acerca al trono del sha, pero el hombre piadoso hace en un mes el trayecto de un día.

  La mujer llegó finalmente a la casa y abrió la puerta. El chirrido de los goznes puso término a la felicidad de los enamorados. La sirvienta se levantó de un salto, mientras que el hombre, prosternado, se puso a rezar. Viendo a su sirvienta descompuesta y a su marido en oración, la mujer fue presa de sospechas. Levantó la túnica de su marido y comprobó que su miembro estaba manchado, igual que sus muslos y sus piernas. Se golpeó la cabeza con las manos.

  "¡Oh, imprudente! ¡Así es como rezas! ¡Es digna del estado de oración y de evocación esta suciedad sobre tu cuerpo!"

  Si preguntas a un infiel quién ha creado el universo, te responderá: "¡Dios! El es quien lo ha creado, como atestigua toda la creación." Pero las obras de los infieles, que sólo son blasfemias y malos pensamientos, no corresponden apenas a esta afirmación, como sucede con el hombre de nuestra historia.

  

  LA PERLA

   Había un hombre llamado Nasuh, que se ocupaba en el baño del servicio de las mujeres. Su cara era muy afeminada, lo que le permitía disimular su virilidad. Era un maestro en el arte del disfraz. Desde hacía años actuaba así y nadie había descubierto su secreto. Pero, a pesar de su cara y de su voz aflautada, su deseo era ardiente. Cubría su cabeza con un velo, pero era un joven ardoroso.

  Se arrepentía a menudo de esta actividad, pero su deseo volvía a imponerse. Un día fue a ver a un sabio para que éste le procurase el socorro de sus plegarias. El sabio comprendió enseguida la situación y no dejó que se le notara nada. Sus labios estaban como cosidos pero, en su corazón, los secretos ya estaban desvelados. Pues los que conocen los secretos tienen la boca sellada.

  Así, con una ligera sonrisa, dijo al joven:

  "¡Que Dios te haga arrepentirte de lo que tú sabes!"

  Esta plegaria atravesó los siete cielos y fue aceptada, pues las plegarias de este sheij eran diferentes de las demás. Dios creó, pues, un pretexto para sacar a Nasuh de la situación en la que se encontraba. Un día, cuando Nasuh llenaba un barreño de agua, la hija del sultán extravió una perla. Era una de las joyas que adornaban sus pendientes. Todas las mujeres presentes se precipitaron por todos lados para encontrarla y cerraron las puertas. Por mucho que buscaron por todas partes, la perla siguió sin aparecer. Para no omitir nada, se decidió registrar a las personas preséntes, mirar en su boca, sus orejas y en todos los orificios y aberturas. Se ordenó a todos que se desnudaran para ser registrados.

  Nasuh, retirado en un rincón, con el rostro pálido, estuvo a punto de desvanecerse de miedo. Pensaba en la muerte y su cuerpo temblaba como una hoja. Se decía:

  "¡Oh, Dios mío! ¡He pecado mucho! He faltado a mis buenas resoluciones. Y cuando me llegue el turno de ser registrado, ¿quién puede decir cuántas torturas sufriré? Siento ya el olor a quemado de mis pulmones. ¡Ah! ¡No deseo a nadie, ni siquiera a un infiel, que conozca un trance semejante! ¡Ojalá que mi madre no me hubiese concebido! ¡O que un león me hubiese devorado! ¡Oh, Dios mío! Me confío a tu misericordia. ¡Ten piedad de mí! Concédeme la gracia pues cada poro de mi piel siente como una mordedura de serpiente. Si cubres mi vergüenza, me arrepentiré de todos mis pecados. ¡Acepta una vez más mi arrepentimiento y si no cumplo esta promesa, haz de mí lo que quieras!"

  Mientras que mascullaba así. Nasuh oyó decir a alguien:

  "Hemos registrado a todo el mundo. Pero ¿dónde está Nasuh? Que venga para ser también registrada."

  Al oír esto, Nasuh se derrumbó como un muro que se viene al suelo. Su razón lo abandonó y permaneció en el suelo, inanimado. En este estado, mientras estaba fuera de sí mismo, pudo alcanzar el secreto de la verdad. Mientras que nada subsistía de su existencia, se concedió un favor a su alma. Esta escapó de la razón para unirse a la verdad. Entonces fue cuando afluyó la oleada de la misericordia.

  De repente, alguien gritó:

  "¡Aquí está la perla! ¡Acabo de encontrarla! ¡Tranquilizáos y alegraos conmigo!"

  Las mujeres aplaudieron diciendo:

  "¡Todo solucionado!"

  El alma de Nasuh volvió a la superficie y sus ojos vieron de nuevo la luz. Todos le pedían perdón por haber dudado de su honradez.

  "¡Te hemos calumniado, Nasuh! Pero, como eras tú la que estaba más cerca de la hija del sultán, ¿no era normal que fueses la primera sospechosa?"

  De hecho, las mujeres habrían querido empezar el registro por ella, pero, por respeto a su intimidad con la hija del sultán, habían querido dejarle así la ocasión de desembarazarse de la perla. Mientras que ellas pedían perdón, Nasuh decía:

  "No os excuséis. Soy culpable y mi culpabilidad supera la vuestra. Lo que me sucede es un favor de Dios pero, en realidad, soy peor de lo que imagináis. Todo lo que hayáis podido decir sobre mí no es ni la centésima parte de mis pecados. Quien cree conocer mis faltas, no conoce sino una ínfima parte de ellas. Dios, que cubre con un velo toda vergüenza, conocía bien mis pecados. Iblis, que fue mi maestro durante algún tiempo, se había convertido en discípulo mío. Dios conocía mis faltas, pero las ha ocultado para ahorrarme la vergüenza. Con su misericordia, me ha abierto el camino del arrepentimiento. Aunque cada uno de mis pelos se convirtiese en una lengua, eso no bastaría para expresar mi gratitud."

  Algún tiempo después, vino alguien de parte de la hija del sultán para invitarlo a cumplir su servicio en el baño. No quería, le dijeron, ser servida sino por ella. Nasuh respondió:

  "¡Vete! Yo ya he salido de esa situación. ¡Di que Nasuh está enfermo!"

  Y se decía:

  "¡He muerto y resucitado! Este instante de temor que he vivido es inolvidable. iDespués de tal advertencia, sólo un asno perseveraría en el error!"

 

  EL ASNO Y EL ZORRO

   Un campesino poseía un asno flaco y demacrado que, desde el poniente hasta la salida del sol, vagaba, lamentable, sin comer nada, por los pedregosos desiertos. Ahora bien, en estos parajes había un bosque rodeado de marismas, en el que reinaba un león, gran cazador. Este león se encontraba entonces agotado y malherido como consecuencia de un combate con un elefante. Estaba tan débil que ya no tenía fuerza para cazar. Tanto, que él y los demás animales se encontraban privados de alimento. Estos últimos tenían, en efecto, la costumbre de alimentarse con los restos de la comida del león. Un día el león ordenó al zorro:

  "Ve a cazarme un asno. Busca uno en el prado y arréglatelas para traerlo aquí por astucia. Comiendo su carne recuperaré fuerzas y me pondré de nuevo a cazar. Necesitaré muy poco y os dejaré el resto. Practica tus sortilegios y tráeme un asno o un buey. Emplea cualquier medio a tu conveniencia, pero arréglatelas para que se acerque a mí.

  -Soy tu servidor, dijo el zorro. Estoy en mi terreno cuando se trata de astucia. Mi camino aquí abajo consiste en guiar a los que abandonan el buen camino."

  Partió, pues, hacia el prado. Pues bien, en su camino, en medio de un desierto, vino a dar con un asno que vagaba, flaco y demacrado. Se acercó y entabló conversación con este inocente.

  "¿Pero qué haces tú en este pedregoso desierto?

  -El que yo coma espinas o que esté en el jardín del Irem Dios lo ha querido así y yo le doy gracias por ello. Se deben agradecer los beneficios tanto como las decepciones. Pues en el destino existe lo peor de lo peor. Como es Dios quien hace el reparto, la paciencia es la llave de todo favor. Si me ofrece leche, ¿por qué habría de pedirle miel? De todos modos cada día trae su parte de tormentos.

  -Pero, replicó el zorro, la voluntad de Dios es que busques la parte que te está destinada. Este es un mundo en el que reina el pretexto. Si no hay pretexto ni razón aparente, tu parte se te escapa. Por eso es por lo que es importante reclamar.

  -Lo que dices, dijo el asno, prueba tu falta de confianza en Dios.

  Pues El que da la vida dará también el pan. El que es paciente acaba por encontrar su parte, tarde o temprano y, con seguridad, más rápidamente que el que no sabe esperar.

  -¿La confianza en Dios? respondió el zorro. Eso es algo muy escaso. Y no creas que tú o yo la tengamos. Hay que ser muy ignorante para pretender conseguir lo escaso, pues no a todos les es dado llegar a sultán.

  -Tu discurso está hecho sólo de contradicciones, replicó el asno.

  Aquí abajo, todas las desgracias provienen de la codicia. Hasta hoy, nadie ha oído hablar nunca de una muerte causada por la moderación y nadie ha llegado a sultán sólo por la fuerza de su ambición. Los perros no comen pan y los cerdos tampoco. La lluvia y las nubes no son fruto de una acción humana. El deseo que tienes de conseguir tu parte no tiene igual sino en el deseo que tu parte tiene de unirse a ti. Si tú no vas hacia ella, ella vendrá a ti. En esta búsqueda, la precipitación sólo puede traer decepciones.

  -¡Eso no es más que una leyenda! se burló el zorro. Hay que hacer un esfuerzo, aunque no sea más que para obtener una semilla. Puesto que Dios te ha dado manos, debes usarlas. Tienes que trabajar, aunque sólo sea para ayudar a tus amigos. Puesto que nadie puede ser a la vez sastre, aguador y carpintero, el universo encuentra equilibrio en la distribución del trabajo y de las ganancias. Es un error creerse libre porque se consume gratis.

  -Yo no conozco mejor ganancia que la confianza en Dios, dijo el asno; pues cada vez que se dan las gracias a Dios, aumenta nuestra ganancia."

  Conversaron así durante mucho tiempo y acabaron por agotar las preguntas y las respuestas. Finalmente, el zorro dijo al asno:

  "Es una idiotez esperar en este desierto de piedras. La tierra de Dios es vasta. Ve mejor al prado. En él, todo es verde como en el paraíso. La hierba crece abundante. Todos los animales viven allí alegres y felices. La hierba es tan alta que incluso un camello podría ocultarse en ella. Unos arroyos de agua pura amenizan este Edén por aquí y por allá."

  El asno ni siquiera dudó en responder:

  "¡Oh, traidor! Si vienes de ese paraíso, ¿por qué estás tan flaco? ¿Y dónde está, tu alegría? La debilidad de tu cuerpo es peor que la mía. Si eres un mensajero de los arroyos de lo que me hablas, entonces ¿qué mensajero enviará la sequía? Tú cuentas muchas cosas, pero apenas presentas pruebas."

  A fuerza de insistencia, el zorro consiguió arrastrar al asno hacia el bosque. Lo condujo hacia el cubil del león. Cuando estaban aún bastante lejos, el león cargó, lleno de impaciencia. Con un terrible rugido, se precipitó hacia el asno, pero sus fuerzas lo traicionaron y el asno, medio muerto de miedo, logró refugiarse en la montaña. El zorro dijo entonces al león:

  "¡Oh, sultán de los animales! ¿Por qué has actuado así contra toda razón? ¿Por qué te has precipitado? Si hubieras sabido esperar, era asunto resuelto. Al verte, el asno ha huido y tu debilidad, revelada a la luz del día, te cubre de vergüenza.

  -Yo creía poseer mi fuerza de otros tiempos, dijo el león. Ignoraba que estuviera debilitado hasta este punto. El hambre me ha hecho olvidar todo. Mi razón y mi paciencia se han evaporado. Utiliza, por favor, tu inteligencia una vez más y tráemelo. Si lo consigues, te estaré agradecido para siempre.

  -Si Dios lo quiere, dijo el zorro, la ceguera de su corazón le hará cometer de nuevo el mismo error. Quizás olvide el miedo que acaba de experimentar. ¡No sería muy extraño por parte de un asno! Pero si lo consiguiera, no peques por exceso de precipitación para no arruinar mis esfuerzos.

  -Ahora ya tengo experiencia, dijo el león. Ya sé que estoy débil e inválido. Te prometo no atacarlo hasta que esté a mi alcance."

  Así que el zorro volvió a ponerse en camino rezando:

  "¡Oh, Dios mío! ¡Ayúdame! ¡Haz que la ignorancia oscurezca la inteligencia de este asno! Debe de estar ahora arrepintiéndose y jurando no dejarse engañar nunca más por las promesas del prójimo. Ayúdame para que pueda engañarlo una vez más. Pues soy enemigo de toda inteligencia y traidor a todo juramento."

  Cuando llegó junto al asno, éste le dijo:

  "¡Déjame en paz, oh cruel! ¿Qué te he hecho para que me arrastres así ante un dragón? ¿Por qué has atentado contra mi vida? ¿Qué ha causado esta animosidad? La causa de todo esto es, sin duda, tu perversa naturaleza. Eres como el escorpión que pica a los que nada le han hecho. O como el diablo que nos hace daño sin razón alguna.

  -Lo que has visto, dijo el zorro, no era sino una aparición creada por los artificios de la magia. Puedes suponer que, si no existieran tales sortilegios, todos los hambrientos se habrían citado en ese lugar. Si esta ilusión no existiera, la comarca se convertiría en refugio de los elefantes y nada quedaría en pie. Yo quería avisarte para evitarte este terror, pero mi piedad por ti y el deseo que yo tenía de ayudarte, todo eso me quitó esta precaución de la cabeza. Si no, estoy seguro que te habría advertido de ello.

  -¡Oh, enemigo! dijo el asno. ¡Desaparece de mi vista! ¡No quiero verte más! Ahora lo comprendo: ¡desde el principio, no buscabas más que mi vida! ¡Después de que he visto el rostro de Azrael, tienes aún el descaro de intentar engañarme! Soy la vergüenza de la especie de los asnos, te lo concedo. Soy incluso, si tú quieres, el más vil de los animales pero, sin embargo, vivo. Un niño que hubiera vivido lo que yo acabo de vivir se habría convertido en un anciano. Prometo ante Dios que nunca más creeré las mentiras de los impostores."

  El zorro replicó:

  "No existen heces en lo puro. Pero la duda existe en la imaginación. Tus sospechas están injustificadas. Créeme. No hay mentira alguna en mis palabras ni traición en mis intenciones. ¿Por qué afligir a tu amigo con tales sospechas? ¡Aunque las apariencias estén contra ellos, no desconfíes de tus hermanos! La sospecha aleja a los amigos, unos de otros. Te lo repito: ese león sólo era una ilusión. La duda y el miedo no son sino obstáculos en tu camino."

  El asno intentó resistirse a las mentiras del zorro, pero la falta de alimento había agotado su paciencia y oscurecido su entendimiento. El cebo del pan ha costado, ciertamente, muchas vidas y atravesado muchas gargantas. Y el asno era prisionero de su hambre. Se decía:

  "Si la muerte está al final del camino, eso sigue siendo, a pesar de todo, un camino. Y, al menos, me libraré de este hambre que me atenaza. ¡Si la vida consiste en este sufrimiento, acaso valga más morir!"

  Había tenido desde luego un destello de inteligencia, pero, a fin de cuentas, prevaleció su asnería. El zorro lo condujo, pues, ante el león y éste lo devoró. Tras este combate, el león tuvo sed y partió hacia el río para saciarla. Mientras estaba ausente, el zorro comió el hígado y el corazón del asno. A su vuelta, viendo que el asno no tenía hígado ni corazón, el león preguntó al zorro:

  "¿Adónde han ido a parar su corazón y su hígado? No conozco criatura que esté desprovista de estos dos órganos."

  El zorro replicó:

  "¡Oh, león! Si hubiese tenido hígado y corazón*, ¿habría vuelto aquí por segunda vez?"

 

  * Sentimientos e inteligencia (v. nota al cuento no 18, pág. 41).

 

   EL ASNO LASTIMADO

   Había un aguador que poseía un asno de carácter desabrido y cansado de la existencia. Los fardos habían lastimado su lomo y éste inconsolable no esperaba ya más que la muerte. La falta de alimento lo hacía sufrir cruelmente y soñaba continuamente con un pienso de paja. El acicate había dejado, además, en sus costados unas llagas dolorosas.

  Ahora bien, el palafrenero jefe del palacio del sultán conocía al propietario de este asno. Un día se cruzó con él en su camino. Lo saludó y, viendo el estado de su asno, se compadeció de él.

  "¿Por qué está este asno tan demacrado? preguntó.

  -La causa es mi pobreza, respondió el hombre. También yo estoy necesitado y mi asno tiene que prescindir de todo alimento."

  El palafrenero le dijo:

  "Confíamelo unos días para que aproveche un poco las ventajas de la cuadra del sultán."

  El hombre le confió, pues, su asno y éste fue instalado en las cuadras del palacio. Allí vio unos caballos árabes, fogosos y lustrosos, provistos de un buen lecho de paja y de abundante alimento. El suelo estaba limpio y aseado. Nunca llegaba a faltar nada. Y viendo que a cada momento los almohazaban, el asno elevó los ojos al cielo y dijo:

  "¡Oh, Dios mío! Aunque sólo sea un asno, soy, de todos modos, una de tus criaturas. ¿Por qué, entonces, tengo que soportar esta miseria y estos tormentos? Paso las noches llamando a la muerte con mi deseo a causa de mi lomo baldado y mi vientre vacío. En comparación, la suerte de estos caballos me parece particularmente envidiable. ¿Es que, por casualidad, me están reservadas estas pruebas a mí solo?"

  Ahora bien, un día estalló la guerra. Los caballos fueron ensillados y partieron al combate. Cuando volvieron a la cuadra, estaban ensangrentados, heridos por todas partes por innumerables lanzazos o flechazos. Los hicieron entrar en la cuadra y los trabaron para que el herrador, provisto de su lanceta, pudiese actuar. Y éste empezó a cortar en las heridas para retirar las puntas de las flechas. Al ver todo esto, el asno se dijo:

  "¡Oh, Dios mío! A fin de cuentas, estoy satisfecho con mi estado de pobreza. Esta abundancia se vuelve pronto muy amarga. ¡Muy poco para mí! Quien busca la salvación no se aficiona a este mundo de aquí abajo. ¡Mi salvación es la pobreza!"

  

  SUBSISTENCIA

   Un hombre piadoso había oído a alguien referir estas palabras del profeta:

  "La subsistencia del alma viene a vosotros de parte de Dios. Lo queráis o no, acaba por encontraros, pues está enamorada de vosotros."

  Decidido a experimentar la cosa, nuestro hombre trepó a las montañas y, allí, se dijo:

  "Veamos si mi subsistencia viene a buscarme aquí, a este lugar aislado."

  Y, con esto, se durmió. Pues bien, una caravana que se había extraviado, vino a pasar por aquel lugar. Al ver a un hombre dormido así en pleno desierto, los viajeros se dijeron:

  "¿Qué hace este hombre en plena montaña, lejos de la ciudad y fuera de cualquier camino? ¿Está muerto o vivo? ¿No tiene nada que temer de los animales salvajes?"

  Se pusieron a sacudirlo, pero él, deseoso de llevar la experiencia hasta su término, nada decía. Permanecía como inerte, con los ojos cerrados. Los viajeros se dijeron:

  "¡Pobre hombre! ¡Está casi muerto de hambre!"

  Y trajeron pan y alimento. Preocupado por su experiencia, el hombre se mantuvo quieto y no separó los dientes. La gente, entonces, redobló su piedad por él:

  "¡Dios mío! ¡Va a morir, eso es seguro! Vamos a buscar un cuchillo."

  Le introdujeron un cuchillo entre los dientes y consiguieron así separar sus mandíbulas. Le hicieron tragar de este modo un tazón de sopa y unos trozos de pan.

  El hombre se dijo entonces:

  "¡Ya está! ¡Has comprendido el secreto!"

  Y su corazón se decía:

  "Es Dios quien procura la subsistencia del cuerpo y del alma. Que esto te sirva de prueba. Esta subsistencia viene al encuentro de los que pacientemente la esperan."

  

  EL AFEMINADO

   Un afeminado había llevado a su casa a un homosexual y éste, habiéndolo volteado al suelo, se puso a cumplir con su oficio. En aquel momento vio que un puñal sobresalía del cinturón de su víctima consentidora.

  "¡Oh, lindo mío! dijo, ¿qué significa ese puñal?"

  El otro respondió:

  "Si alguien tuviese perversas intenciones hacia mí, le abriría el vientre con él."

  El homosexual respondió:

  "¡Gracias a Dios, yo no he caído en esa trampa!"

  Cuando no tienes dignidad, ¿de qué te sirve un puñal? Posees un barco mercante, pero ¿dónde encontrarás un marino como Noé para pilotarlo? Quieres reconfortar a los atemorizados, pero tú tiemblas aún más que los demás.

  ¡Oh, afeminado! Estás a la cabeza del ejército, pero tu miembro desmiente el orgullo de tu barba. Mientras que el miedo habite en ti, ese bigote y esa barba no te atraerán más que rechiflas.

  

  HISTORIA DE LOCO

   Entró alguien un día en una casa, con la cara descompuesta y los ojos huraños, para pedir asilo. El dueño de la casa le dijo:

  "¿Qué sucede? ¿Qué pretendes huyendo? Tu cara está pálida y todo tu cuerpo tiembla."

  El hombre respondió:

  "Para divertir al sultán, capturan a todos los asnos que vagan por las afueras.

  -Si son asnos lo que se captura, ¿en qué te afecta eso? ¡Tú no eres un asno que yo sepa!

  -¡Practican esta caza con tal celo y falta de discriminación, que no me extrañaría que me tomasen por un asno! ¡Su ardor es tal que no distinguirán!"

  Si los subalternos no saben distinguir, atrapan al caballero en lugar de la montura. Afortunadamente, el sultán de nuestro país, no tiene tan inútiles preocupaciones. Y sabe distinguir lo derecho de lo torcido.

  ¡Sé un hombre para no caer bajo los golpes de los cazadores de asnos! ¡Tú no eres un asno! No temas nada. ¡Tú eres el Jesús de este tiempo! El cuarto cielo está lleno de tu luz. ¿Cómo podría ser tu destino ir a parar a una cuadra?

  

  LIMPIAR EL ALMA

   Había un hombre creyente que vivía en Gazna. Su nombre era Serrezi, pero lo llamaban Mohammed. No rompía su ayuno sino ya caída la noche, comiendo unos pámpanos. Este modo de vida duraba para él desde hacía siete años sin que nadie estuviese al corriente. Este hombre despierto conocía muchas cosas extrañas, pero su fin era ver el rostro de Dios. Cuando se sintió satisfecho de su alma y de su cuerpo, subió a la cima de la montaña y se dirigió a Dios:

  "¡Oh, Dios mío!, muéstrame la belleza de tu rostro y me lanzaré al vacío."

  Dios respondió:

  "Aún no ha llegado el momento. Y si caes de la montaña, tu fuerza no te bastará para morir."

  Entonces, lleno de melancolía, el hombre se arrojó al vacío. Pero cayó en un lago muy profundo y así se salvó. Siempre dominado por el deseo de morir, se puso a lamentarse. Le daba igual la vida que la muerte. Toda la creación se le aparecía como en desorden y el versículo del Corán que dice: "La vida existe incluso en la muerte" volvía constantemente a sus labios y a su corazón.

  Más allá de lo aparente y de lo oculto, oyó una voz que le decía:

  "¡Deja el prado y vuelve a la ciudad!

  -¡Oh, Dios mío! dijo el hombre. ¡Tú que conoces todos los secretos! ¿De qué va a servirme ir a la ciudad?

  -Vé allá a mendigar para mortificarte. Recoge dinero entre los ricos y distribúyelo entre los pobres.

  -¡Te he oído, dijo Serrezi, y te obedeceré!"

  Provisto así de esta orden divina, se volvió a la ciudad y Gazna quedó llena de su luz. El pueblo acudió a su encuentro pero él, para evitar la multitud, tomó un camino apartado. Los ricos de la ciudad, que se alegraban de su regreso, habían preparado un palacete que pensaban poner a su disposición. Pero él les dijo:

  "No creáis que he vuelto para exhibirme. ¡No! He vuelto para mendigar. Mi propósito no es extenderme en vanas palabras. Visitaré las casas con un cesto en la mano, pues Dios lo ha querido así y yo soy su servidor. Mendigaré, pues, y formaré parte de los mendigos más desfavorecidos, para quedar envilecido y que todos me insulten. ¿Cómo podría yo desear honores cuando Dios quiere mi degradación?"

  Y, con su cesto en la mano, dijo además:

  "¡Dadme algo, por la gracia de Dios!"

  Su secreto consistía en invocar la gracia de Dios, aunque su puesto estuviese muy alto en el cielo. Así lo hicieron todos los profetas. Serrezi visitó, pues, todas las moradas de la ciudad para pedir limosna cuando las puertas del cielo estaban abiertas para él. Fue en cuatro ocasiones a casa de un emir para mendigar. A la cuarta vez, el emir le dijo:

  "¡Oh, ser inmundo! No me tomes por un avaro, pero escúchame bien: ¡qué desvergüenza la tuya! ¡Nada menos que cuatro visitas a mi domicilio! ¿Existe un mendigo peor que tú? Deshonras incluso a los pobres. Y ningún infiel ha dado nunca pruebas de tanto egoísmo."

  Serrezi replicó:

  "¡Cállate, oh emir! No hago sino cumplir mi tarea. Ignoras todo sobre el fuego que me devora. No sobrepases los límites. Si realmente experimentara el deseo del pan, sería el primero en abrirme el vientre. Pues, durante siete años, no he comido más que pámpanos. ¡Mi cuerpo había terminado por ponerse completamente verde!"

  Con estas palabras, se puso a llorar y las lágrimas inundaron su cara. Su fe conmovió el corazón del emir. Pues la fidelidad de los que aman conmovería incluso a una piedra. No es extraño, pues, que pueda conmover a un corazón sensible. Los dos hombres se pusieron a llorar juntos y el emir dijo:

  "¡Oh, sheij! ¡Ven! ¡Toma mi tesoro! Sé que mereces cien veces más. Mi casa es tuya. Toma lo que quieras."

  Pero Serrezi respondió:

  "Eso no es lo que se me ha pedido. ¡No puedo tomar nada con mis propias manos ni penetrar en las moradas por iniciativa mía!"

  Y se marchó. El ofrecimiento del emir era sincero, pero poco le importaba, pues Dios le había dicho:

  "Mendigarás como un pobre."

  Siguió mendigando así durante dos años; después Dios le dijo:

  "¡Desde ahora darás! No pidas ya nada a nadie, pues lo que des procederá del universo oculto. Si un pobre te pide caridad, mete la mano bajo tu estera de paja y dispensa los tesoros del Misericordioso. En tu mano la tierra se convertirá en oro. Cualquier cosa que se te pida, dala, pues nuestro favor por ti es grande y es inagotable. Socorre a los cargados de deudas y fertiliza la tierra como la lluvia."

  Durante un año, Serrezi así lo hizo. Distribuyó por el mundo el oro de los favores divinos. La tierra se convirtió en oro en sus manos y los más ricos eran pobres comparados con él. Antes de que un pobre le pidiese lo que necesitaba, lo adivinaba y lo socorría. Le preguntaron:

  "¿De dónde te viene esa presciencia?"

  Respondió:

  "Mi corazón está vacío. No siente ya necesidades. No tengo otro cuidado que el amor de Dios. He barrido todas las cosas de mi corazón, sean buenas o malas. Mi corazón está lleno ya del amor de Dios."

  Cuando ves un reflejo en el agua, este reflejo representa una cosa que se encuentra fuera del agua. Pero para que haya un reflejo, el agua debe ser pura. Necesitas, pues, limpiar el arroyo del cuerpo si quieres ver el reflejo de los rostros.

  

  VIAJE

   Un discípulo había acompañado a su maestro con ocasión de un viaje. Pues bien, se encontraban en un país en el que el pan era cosa rara. Y el temor por la falta de alimentos estaba omnipresente en el espíritu del discípulo ignorante. Su maestro, lleno de lucidez, pronto descubrió esta obsesión. Le dijo:

  "¿Por qué apenarte? ¡Te inquietas por tu pan y pierdes tanto tu confianza como la paciencia! ¡Ah! No formas aún parte de los santos. ¡Porque ellos pueden subsistir sin nueces ni pasas! El hambre es la parte de todos los servidores de Dios. Es un favor que no recae en cualquier tonto o en cualquier mendigo. Abandona tus temores. Como no formas parte de los elegidos, no es fácil que permanezcas en esta cocina sin encontrar en ella algún alimento. Cuando se trata de llenar el vientre del común de los mortales, siempre hay abundancia. Y cuando esta gente muere, ve el pan alejarse diciendo: "¡Teníais miedo del hambre, pero mirad: os vais y yo me quedo aquí!""

  ¡Oh, vosotros que os inquietáis por vuestra subsistencia, levantaos y venid a serviros. Pero más vale tener confianza y no inquietarse, pues tu parte está tan enamorada de ti como tú lo estás de ella. Sólo tiene caprichos porque conoce tu impaciencia. Si fueras paciente, vendría ella a ofrecerse a ti. No hay verdadera opulencia sin confianza.

 

  LA VACA Y LA ISLA

   En una isla exhuberante de verdor vivía una vaca en soledad. Pastaba allí hasta la caída de la noche y así engordaba cada día. Por la noche, al no ver ya la hierba, se inquietaba por lo que iba a comer al día siguiente y esta inquietud la dejaba tan delgada como una pluma. Al amanecer el prado reverdecía y ella se ponía de nuevo a pacer con su apetito bovino hasta la puesta del sol. Estaba de nuevo gorda y llena de fuerza. Pero, en la noche siguiente, volvía a lamentarse y a adelgazar.

  Por mucho tiempo que pasara, nunca se le ocurría que el prado no disminuía y que no tenía por qué inquietarse de aquel modo.

  Tu ego es esta vaca y la isla es el universo. El temor del mañana adelgaza la vaca. No te ocupes del futuro. Más vale mirar el presente. Tú comes desde hace años y los dones de Dios, sin embargo, no han disminuido nunca.

  

  LINTERNA EN PLENO DIA

   Un sacerdote paseaba en pleno día por el mercado llevando una linterna encendida. Así provisto, paseaba en círculos por el bazar. Un importuno le dijo:

  "¿Por qué entras así en todas las tiendas? ¿Qué buscas? ¿A qué viene que, cuando es pleno día, busques algo a la luz de una linterna?"

  El sacerdote respondió:

  "¡Busco a un hombre vivo y que tenga el aliento de un santo!

  -¡Pues bien, mira! dijo el hombre, ¡este bazar está lleno de una multitud de gente!

  -¡No! dijo el sacerdote, ¡busco a un hombre que pueda controlar su deseo y su cólera! Uno que siga siendo hombre en lo más fuerte del deseo. Querría que un hombre así me pisase como polvo, para que pudiese sacrificar mi alma por él.

  -Buscas una cosa muy rara. Tus actos demuestran que tienes muy poco en cuenta al destino. Tú no ves más que la apariencia, pero lo esencial es decidido por el destino. Y, cuando el destino se realiza, incluso los cielos quedan asombrados. Intentar negar eso es disminuir el universo. El destino puede transformar la piedra en agua. Tú, que has visto girar la muela del molino, ven, pues, a ver el río que la mueve. ¿Tú has visto volar el polvo? Mira más bien al viento que es la causa de ello. Tú ves la marmita de las ideas que hierve. Sé razonable y mira mejor el fuego que está debajo y que la hace hervir. No te preocupes de la paciencia y piensa en el que te ha ofrecido la paciencia. ¡Pretendes haber visto algo, pero tus actos demuestran que no has visto nada en absoluto! Admira el océano antes que la espuma, pues el que no ve más que la espuma cae en la manía del secreto, mientras que el que ve el océano cae en la admiración. Transforma su corazón en océano. Quien ve la espuma sufre de vértigo y da vueltas en redondo, pero quien ha visto el océano no conoce la duda."

  

  CONVENCIDO

   Un musulmán exhortaba a un cristiano a que se convirtiera:

  "¡Oh! ¡Ven a abrazar el Islam y su fe!

  -Si Dios lo quiere, dijo el cristiano, El me hará abrazar la fe. i El es quien procura el conocimiento y sólo El puede quitarme toda duda!"

  El musulmán insistía:

  "Dios quiere que abraces la fe para escapar del infierno, pero tu maldito egoísmo y la compañía de Satanás te dirigen hacia la blasfemia y hacia la Iglesia!

  -¡La Iglesia me ha convencido! dijo el cristiano, y formo parte de ella porque es más agradable unirse a quien nos ha convencido. Dios me pide que dé pruebas de fidelidad. Así que tengo que ser constante. Si mi ego y Satanás pueden actuar a su gusto, entonces la clemencia divina no tiene sentido. Tú quieres construir una mezquita imponente y muy ornamentada. Pero el que te siga hará de ella un monasterio. ¡Has tejido con mucho amor una pieza de paño para hacerte un manto, pero ha venido alguien, te la ha robado y se ha hecho con ella un pantalón! Si se desperdicia el paño, ¿puede ser tenido él por responsable? Si estoy deshonrado así, es que Dios lo ha querido. ¿De qué sirve pretender que la voluntad divina se realiza siempre si la voluntad del ego reina como dueña? Sin la voluntad de Dios, nadie aquí abajo, tendría voluntad, ni siquiera un instante. ¡Si piensas que soy el más vil de los infieles, sabe que yo mismo estoy convencido de ello! Si el destino cumple su voluntad

en contradicción con la voluntad divina, entonces más vale someterse a Satanás, pues él es el que vencerá. Pero si un día Satanás se vuelve mi enemigo, ¿quién me protegerá de él? Créeme, es desde luego la voluntad de Dios la que se realiza. Este mundo le pertenece y el otro también. Sin su orden, nadie podría mover ni un dedo. A él es a quien pertenecen los bienes, las decisiones y el orden universal. Y Satanás no es más que un maldito perro que le pertenece."

  

  PERRO DE SATANAS

   Cuando un Turcomano posee un perro pastor, éste se instala en el umbral de su tienda. Los hijos de la familia le tiran de la cola y lo hacen rabiar, pero a él le trae sin cuidado. Pero si, por casualidad, viene a pasar un extraño, se transforma de repente en un temible león. Es como la rosa para sus amigos y como la espina para sus enemigos. El Turcomano es quien le da su comida y por esta razón el perro le es fiel y lo guarda.

  También este perro de Satanás ha sido creado por Dios y hay una sabiduría oculta en esto. La comida que recibe es el sudor del pueblo que corre tras los bienes de este mundo. Satanás, igual que un perro, sacrificaría su vida en el umbral de la casa de su dueño. ¡Oh, perro de Satanás! ¡Cada vez que el pueblo da un paso, somételo a prueba! Pues todos, buenos o malos, se dirigen hacia ese umbral. ¿Por qué se dice: "¡Me refugio en Dios!", sino porque el perro viene a atacarnos? ¡Oh, Turcomano! ¡Llama a tu perro para despejarme el camino! ¡Sé generoso conmigo!

  Si el propietario no puede hacerse obedecer por su perro, no hay esperanza alguna en recurrir a su generosidad. Si es incapaz de dominar a su perro en su propia tienda de campaña, desgraciado él y sus visitantes, porque el perro los asustará a ambos. Pero, gracias a Dios, cuando el Turcomano lanza un grito, incluso los leones sudan sangre, ¡tanto es el miedo que sienten! ¡Oh, tú que pretendes ser el león de Dios! ¿Cómo te atreves a decir que cazas cuando, desde hace años, eres impotente ante un perro? Demasiado evidente es que, en este asunto, tú eres la pieza de caza.

  

  RABANOS

   Un día un ladrón dijo a uno de los soldados del sultán: "¡Todo lo que he hecho ha sido querido por Dios! -Lo mismo me pasa a mí," replicó el soldado. Si alguien roba rábanos de un puesto de venta e intenta disculparse diciendo: "¡Es Dios quien lo ha querido!", dale un puñetazo en la cabeza y vuelve a poner los rábanos en su sitio, pues también eso es la voluntad de Dios.

  ¡Oh, idiota! Sabes bien que ningún tendero aceptará ese pretexto. ¿Cómo, entonces, puedes contar con El? ¡Oh, ignorante! Al persistir en este error, arruinas tu sangre y tus bienes. Si tal argumento pudiese servir, entonces cualquiera podría arrancarte el bigote con esa excusa.

  También yo estoy lleno de deseos, pero el temor de Dios ata mis manos y mis brazos.

  Cuando se trata de satisfacer tu ego, tienes como la voluntad de veinte personas. ¡Y, para lo demás, invocas la voluntad de Dios!

  

  EL ARBOL FRUTAL

   Un hombre había subido a un árbol frutal y sacudía sus ramas para hacer caer la fruta. Llegó de pronto el propietario y lo apostrofó:

  "¿No te da vergüenza ante Dios?

  -¿Qué hay de vergonzoso?, replicó el hombre. Si un servidor de Dios come el fruto de los favores de Dios en el huerto de Dios, ¿en qué es reprensible?"

  El propietario dijo entonces a sus servidores:

  "¡Traed una cuerda para que reciba la respuesta que merece!"

  Lo hizo atar a un árbol y después lo azotó en los muslos y la espalda. El hombre se puso a gritar:

  "¡Deberías avergonzarte ante Dios de maltratar a un inocente como yo!"

  Pero el propietario respondió:

  "Si un servidor de Dios golpea con el bastón de Dios a otro servidor de Dios, ¿qué mal ves en ello? El bastón le pertenece, tus muslos y tu espalda le pertenecen. En cuanto a mí, ¡yo no soy más que una herramienta en sus manos!"

  Entonces dijo el ladrón:

  "¡Me arrepiento! ¡Me arrepiento! Dices verdad: ¡La voluntad existe en mí!"

  

  EL POBRE

   Un pobre lleno de insolencia vio pasar un día a unos esclavos ricamente vestidos con trajes de seda y cinturones dorados. Alzó los ojos al cielo y dijo:

  "¡Oh Señor mío! ¡Esa gente está bien cuidada por su amo! De ese modo es como deberías obrar conmigo, que soy tu esclavo."

  En efecto, este hombre llevaba el traje hecho jirones, tenía hambre y temblaba de frío. Ese estado era la razón de su insolencia. Era un íntimo de Dios y reconocía sus favores.

  Si los cortesanos pueden permitirse ser insolentes con el sultán, no te creas autorizado para hacer lo mismo, pues tú no tienes la misma intimidad con el dueño. Deseas un cinturón dorado, pero Dios te ha dado algo mejor que eso: una cintura para recibir ese cinturón. Quieres una corona, pero ¿no te ha dado Dios una cabeza?

  Ahora bien, un día sucedió que el propietario de los esclavos fue acusado por el sultán de una falta grave. Sus esclavos fueron encarcelados y torturados para que confesasen el lugar en que se encontraba el tesoro de su amo. Los maltrataron así durante un mes pero, por fidelidad hacia su amo, ninguno de ellos reveló el secreto. Un buen día, el pobre del que hablábamos recibió en un sueño un mensaje que le decía:

  "¡Tú puedes ir a aprender junto a esos esclavos cómo se comporta un verdadero servidor!"

  

  LEILA

   Unos ignorantes dijeron un día a Mediún:

  "¡Leila no es tan hermosa! En nuestra ciudad hay millares de mujeres que la superan en belleza y en refinamiento."

  Mediún respondió:

  "La apariencia es una cántara. La belleza es el vino. Dios me ofrece vino bajo esta apariencia. A vosotros os ofrece vinagre en la misma cántara para que abandonéis el amor de las apariencias. La mano de Dios dispensa el veneno y la miel en la misma cántara. La cántara es muy visible, pero, para los ciegos, el vino no existe."

  

  PELOS

   Había un predicador de gran elocuencia. Ni hombres ni mujeres se cansaban de escucharlo. Un día, un hombre llamado Diuhá con la cara velada, se mezcló con las mujeres. Alguien preguntó al predicador:

  "¿Se anula el valor de las plegarias si se omite afeitarse el pubis?"

  El predicador respondió:

  "Si los pelos son demasiado largos, queda manchada la plegaria y vale más afeitarlo para que vuestras plegarias sean puras."

  Una mujer preguntó entonces:

  "¿Cuál es la longitud autorizada?

  -Si los pelos sobrepasan la longitud de un grano de cebada, dijo el predicador, entonces hay que afeitarlos."

  Entonces Diuhá se dirigió a su vecina y le dijo:

  "¡Oh, hermana mía! ¿Quieres tener la amabilidad de poner la mano en mi pubis para verificar si mis pelos son demasiado largos y manchan así mis plegarias?"

  Cuando la mujer hubo puesto su mano bajo su túnica, tocó su miembro y lanzó un gran grito:

  "¡Mis palabras han tocado su corazón! dijo el predicador.

  -¡No! exclamó Diuhá, su corazón no ha sido tocado. Sólo sus manos. ¿Qué habría sido si le hubieses tocado el corazón?"

  Los niños gritan para obtener nueces y uva. Pero, para el corazón, las nueces y la uva carecen de valor. Toda persona velada es como un niño. Si la nobleza de la virilidad residiera en los testículos o la barba, entonces más valdría buscarla en los machos cabríos. Ellos conducen a los carneros, pero es para llevarlos al matadero. Tieñen mucho cuidado con su barba y proclaman con orgullo: "¡Yo soy el que conduce a los inocentes!"

  ¡Toma el camino de la fidelidad y no te ocupes de tus pelos!

  

  EL FUEGO DEL AMOR

   En la época de Beyazid Bestami, un musulmán exhortó un día a un infiel a que se convirtiera. Le dijo:

  "¿Porqué no reunirte con el rebaño de los que logran su salvación descubriendo la luz del Islam?"

  El otro respondió:

  "Si es de la fe del sheij Beyazid de la que hablas, no tendré ciertamente fuerza para resistirme. Estoy lejos de la religión y de la fe, pero las respeto. Mi boca está cerrada con un sello, pero me adhiero secretamente a su fe. Si la fe de la que hablas es la vuestra, no tengo ningún deseo de compartirla. Pues cualquiera que es atraído por la fe pierde inevitablemente su interés por ella al veros. De vuestra fe sólo queda el nombre. Es como si llamaseis a la gente a buscar asilo en el desierto. En contacto con vosotros, el fuego del amor a la fe se apaga."

  

  ALMUEDANO

   Había una vez un almuédano cuya voz era muy estridente. Tenía como tarea llamar a los fieles a la oración pero, cada vez que empezaba a cantar, le decían:

  "¡Por piedad! ¡Detente, pues tu canto no hace sino aumentar nuestras divergencias!"

  Un día, un infiel llegó con unas vestiduras de seda, una vela y dulces, así como toda clase de presentes y pidió ver al almuédano.

  "¡Su voz es tan hermosa, dijo, que proporciona descanso al espíritu!"

  Los demás dijeron entonces:

  "¿Cómo puede proporcionar descanso una voz semejante?"

  El hombre respondió:

  "Tengo una hija que es muy hermosa. Ahora bien, un día tuvo la tentación de abrazar la fe. Intenté disuadirla de ello, pero en vano. Esta pasión por la fe la poseía tan fuertemente que mi pena aumentaba de día en día. Nada logró hacerla cambiar de idea, salvo el canto del almuédano pues, al oírlo, mi hija exclamó: "¡Qué voz! ¡Mis oídos están aterrados! ¡En toda mi vida no he oído un canto peor!" Su hermana le dijo entonces que era la llamada a los fieles para la oración. Ella no quiso creerlo y se informó por todos lados. Cuando quedó convencida de que era exacto, el amor por la fe se enfrió en su corazón. Mis temores se disiparon y recobré el sueño. Encontré, pues, el descanso, gracias a esta voz y traigo estos regalos al almuédano como muestra de agradecimiento!"

  Lo llevaron ante el almuédano y le dijo:

  "¡Acepta estos regalos pues, gracias a ti, he encontrado el descanso! ¡Soy tu servidor!"

  Así es como vuestra fe, llena de mentiras, es un obstáculo en el camino. Sucede con todo eso como con aquellas dos mujeres que, al ver a dos asnos copular en un prado, se dijeron:

  "¡Eso sí que es realmente virilidad! Si eso es amor, entonces ¡qué poca cosa son nuestros maridos!"

  

  EL GATO Y LA CARNE

   Un hombre tenía una mujer de carácter desabrido, sucia y mentirosa, que derrochaba todo lo que su marido traía a la casa. Un día, este hombre, que era muy pobre, compró carne para obsequiar a sus invitados. Pero la mujer se la comió a escondidas, rociándola con un poco de vino. En el momento de la comida, el hombre le dijo:

  "¡Los invitados están aquí! ¿Dónde está la carne y el pan? ¡Sirve a mis invitados!

  -El gato se ha comido toda la carne, respondió la mujer. ¡Vuelve a comprar, si quieres!"

  El hombre tomó entonces al gato y lo pesó en una balanza. Encontró que el animal pesaba cinco kilos. Exclamó:

  "¡Oh, mujer mentirosa! ¡La carne que he comprado pesaba también cinco kilos! Si acabo de pesar el gato, ¿dónde está la carne? Pero si es la carne lo que acabo de pesar, entonces ¿adónde ha ido a parar el gato?"

  

  EL VINO

   Había un emir que era un buen vividor y apreciaba mucho el vino. Su morada era el refugio de los pobres y de los inconscientes. Su corazón encerraba, como el océano, perlas y oro.

  En aquella época, que era la de Jesús, se permitía beber vino. Una noche, nuestro emir recibió la visita inesperada de otro emir cuyo carácter era muy semejante al suyo. Para que nada faltase a su alegría, se hicieron traer vino. Pero, como quedaba muy poco, el emir llamó a su esclavo y le pidió que fuese a buscar vino a casa de un sacerdote vecino suyo.

  "Toma esta cántara, le dijo, y ve a llenarla de vino de ese sacerdote, pues su vino es puro. ¡En una sola gota de esa bebida, se encuentra un efecto que se buscaría inútilmente en un tonel de otro vino!"

  El esclavo tomó, pues, una cántara y corrió al monasterio. Adquirió vino y pagó en moneda de oro. Dio guijarros y recibió joyas. ¡Pues el vino, que anima incluso los huesos, cambia, para el que lo bebe, el trono en un vulgar trozo de madera!

  Así pues, provisto de su preciosa carga, el esclavo se volvió hacia el palacio de su amo. Pero, de pronto, apareció en su camino un asceta de aspecto triste. Su cuerpo estaba como consumido por el fuego de su corazón. Y sus duras pruebas lo habían marcado profundamente. Vivía noche y día en contacto con la tierra y con la sangre. Su paciencia y su lucidez no se apagaban sino pasada la medianoche. Este asceta preguntó al esclavo:

  "¿Qué contiene esa cántara?

  -¡Vino! respondió éste.

  -¿Y para quién es ese vino? prosiguió el asceta.

  -¡Para mi amo! respondió el esclavo.

  -¿Cómo es posible buscar la verdad cuando se entrega uno a los placeres de la bebida? exclamó el asceta. ¿Se puede beber el vino de Satanás cuando la razón nos falla? La razón se dispersa sin que nos demos cuenta y conviene añadir razón a la misma razón. ¡Cuando uno se embriaga tan tontamente, se encuentra como el pájaro cogido en el cepo!"

  Y, tomando una piedra, la lanzó contra la cántara, que se rompió. El esclavo huyó y fue a refugiarse en la casa de su amo. Este le preguntó si había encontrado vino y el esclavo le contó lo que había sucedido. El emir entró entonces en una violenta cólera y pidió que se le indicara la casa de aquel asceta.

  "¡Se ha ganado un buen estacazo! exclamó. ¡Qué especie de asno!

  ¿Qué podría saber él del orden de la sabiduría? ¡Habrá querido hacerse notar adquirir renombre por la hipocresía! ¡Cuando un loco se enreda en calumnias, el látigo es un excelente remedio para hacer salir a Satanás de su cabeza!"

  Vociferando así, con su estaca en la mano el emir llegó, medio ebrio, a la casa del asceta, con la intención de matarlo. El asceta, asustado, se ocultó bajo unos fardos de lana. Al oír desde su escondite las imprecaciones del emir se dijó:

  "¡Desde luego hace falta un gran valor para atreverse a decir a la gente la verdad en su cara. Sólo los espejos son capaces de ello. Hay que tener una cara tan dura como un espejo de metal para atreverse a decir a un hombre semejante: "¡Mira el horror de tu cara!""

  Finalmente, el emir acabó por encontrar al asceta y se dedicó a la tarea de molerlo a palos. Hizo tanto ruido que todo el barrio estuvo pronto sobresaltado. El asceta estaba magullado por todas partes.

  ¡Oh, emir! ¡Perdónalo! Este pobre asceta es un desdichado que ha soportado muchos sufrimientos. ¡Oh, queridos amigos! ¡Tened piedad de los que aman! Pues son como muertos en este mundo de muerte. También tú has roto muchas cántaras por ignorancia. Y tu corazón espera, sin embargo, el perdón. Entonces, perdona tú también si quieres ser perdonado.

  El emir exclamó:

  "¿Quién es él para haberse atrevido a romper esta cántara? Hasta el león me mira con temor. ¿Cómo ha tenido este asceta el atrevimiento de lastimar el corazón de mi esclavo y avergonzarme ante mi invitado? ¡Ha derramado un vino más precioso que la sangre y ahora intenta escapar como una mujer! Aunque fuera un pájaro, ni siquiera eso impediría que la flecha de mi cólera desgarrase sus alas. ¡Aunque se protegiese bajo toneladas de rocas, sería para mí un juego hacer estallar su refugio! ¡Mi intención es apalearlo de tal modo que eso sea una lección para todos los de su especie!"

  Su cólera era tan viva que escupía fuego ebrio de sangre. Al oír estas amenazas, la gente se puso a interceder en favor del asceta. Besaron las manos y los pies del emir:

  "¡Oh, emir! ¿Son dignas de ti tal cólera y tal rabia? Aunque tu vino haya sido derramado, ¿no quieres buscar la alegría sin el vino? La atracción que experimentas por esa bebida proviene de ti. Tu corpulencia y el color de tus mejillas hacen esclavos tuyos a todos los vinos y vuelven celosos a todos los bebedores. Nada tienes que hacer con un vino del color de las rosas. Porque tú mismo eres de ese color. ¡En realidad, el vino en su tonel se estremece de afecto por tus mejillas! Tú eres un océano. ¿Qué es una gota para ti? Tú eres la fuente de las alegrías y del placer. ¿Por qué tomarte ese trabajo por un poco de vino?

  "¡La joya es el hombre y los cielos no están hechos sino para él. Lo esencial es el hombre y todo lo demás no es más que detalle. No te mancilles, pues la razón, la idea y la previsión son esclavas tuyas. Toda criatura tiene por misión servirte. Puesto que tú eres la joya, no está bien que halagues tu montura. ¡Ay! ¡Tú buscas la ciencia en los libros y en el gusto de los dulces! Pero tú eres un océano de ciencia oculto en una gota. Todo el universo está escondido en tu cuerpo. Pues, ¿qué es el vino, el sama (danza de los derviches) o la fornicación, para que tú esperes encontrar en eso placer o utilidad? ¿Cómo podría tomar el sol algo de las chispas? Tú eres un alma libre pero, ¡ay! te has convertido en prisionero de las condiciones. ¡Apiadémonos del sol enredado en sus ataduras!"

  El emir respondió:

  "¡No! El vino es mi pasión y no puedo contentarme con vuestros placeres inocentes. Querría ser como el jazmín que se estremece al viento. Querría liberarme de toda esperanza y de todo temor. Querría ser como el sauce que se derrama por todos lados. Querría jugar con el viento, como hacen sus ramas."

  

  LA PARTIDA DE AJEDREZ

   Al sultán le gustaba mucho jugar al ajedrez con Delkak, pero cada vez que este último le daba jaque mate, sentía una violenta cólera.

  "¡Así seas condenado!" le gritaba.

  Tomaba las piezas del tablero y se las lanzaba a la cabeza.

  "¡Toma! ¡Ahí tienes al rey!" decía.

  Delkak, con mucha paciencia, esperaba el socorro de Dios. Un día, el sultán le ordenó que jugara una partida y Delkak se puso a temblar como si se encontrase desnudo sobre el hielo. El sultán perdió de nuevo. Cuando llegó el momento fatal, Delkak se refugió en un rincón de la habitación y se ocultó detrás de seis capas de edredones para protegerse del lanzamiento de las piezas.

  "¿Qué haces?" le preguntó el sultán.

  Desde debajo de los edredones, Delkak le respondió:

  "¡Dos veces condenado seas! Cuando tu cólera se desborda, nadie se atreve a decir la verdad. Eres tú quien ha perdido la partida, pero, en realidad soy yo el que sufre el jaque mate por tus golpes y me veo obligado a protegerme bajo los edredones para decirte:

  ¡Condenado seas!"

  

  EL INVITADO

   Un hombre recibió un día una visita inesperada. Abrazó a su invitado con fervor. Dispuso la mesa y le ofreció una hospitalidad intachable. Ahora bien, había aquella misma noche una fiesta de boda en la casa del vecino y el hombre dijo a su mujer:

  "Extiende dos literas. Pon la mía a un lado de la puerta y la de mi invitado al otro lado.

  -¡Oh, luz de mis ojos! respondió la mujer. ¡Cumpliré con alegría lo que me pides!"

  Preparó ella, pues dos lechos y después se fue a casa del vecino para participar en la fiesta de la boda. El hombre y su invitado pasaron la velada saboreando frutos y contándose las extrañas aventuras que les habían sucedido en el curso de su existencia.

  Cuando se hizo tarde, el invitado, ya con sueño, se dirigió al lecho situado cerca de la puerta y el amo de la casa no se atrevió a indicarle el lugar que le había asignado.

  Al volver de la fiesta, la mujer se desnudó y se acostó en el lecho del invitado. Tomándolo por su marido, le abrazó diciendo:

  "¡Oh, sabio! Mis temores se han realizado. Fuera cae una lluvia torrencial y eso va a retrasar la partida de nuestro invitado. ¡Se va a quedar pegado a nosotros como una lapa! Porque ¿cómo podría irse con semejante lluvia? ¡Ah! ¡Puedes estar seguro! ¡Va a quedarse y será como un estorbo para nuestras dos almas!"

  A estas palabras, el invitado se levantó como una flecha de su lecho y reclamó su calzado diciendo:

  "No temo ni el barro ni la lluvia. Estoy listo para partir. ¡Muy buenas noches! El alma que viaja no debería concederse el menor instante de descanso o de distracción. El que no está más que de paso debe volverse a su casa lo más aprisa posible."

  La mujer intentó hacerle creer que sólo se trataba de un juego, pero ni siquiera sus lágrimas lograron hacer ceder al invitado y ella y su marido se pusieron a lamentarse tras la partida de su huésped.

  Tristes y avergonzados por esta aventura, transformaron su casa en albergue pero, en todos los instantes, la imagen de su invitado les decía en su corazón:

  "Yo era amigo de Elías. Había venido para haceros compartir los tesoros de la misericordia. ¡Ay, era vuestro destino que las cosas sucedieran así!"

 

  EL INSTANTE SECRETO

   Un comerciante muy rico tenía una hija de mejillas brillantes como Venus. Su rostro era hermoso como la luna y daba buena suerte. Cuando alcanzó la edad de la madurez, su padre la confió a un marido. Pero este marido apenas era digno de ella. Sin embargo, si las sandías maduras no se cogen, se pudren. Así, por temor a los sobornadores, el padre se vio obligado a cometer este error. Dijo, sin embargo, a su hija:

  "Pon mucha atención para no quedarte embarazada. Sólo por necesidad te caso con este pobre hombre. Es un solitario y no hay que esperar mucha constancia por su parte. Si te abandona cualquier día, la carga de un hijo sería demasiado pesada para ti.

  -¡Oh, padre! dijo la bella, ¡tu consejo es bien intencionado y lleno de razón y obraré siguiendo tu parecer!"

  Cada tres días, el comerciante reiteraba sus consejos a su hija para protegerla del peligro de la procreación. Pero ella era joven y su marido también, tanto que no tardó en quedar embarazada. Ocultó a su padre la noticia durante cinco meses, hasta el momento en que la cosa se hizo evidente en exceso.

  "¿No te había dicho yo que tuvieras cuidado? exclamó el comerciante. ¿Se han desvanecido mis consejos como humo? ¿Alguna vez han influido en ti?

  -¡Oh, padre! respondió la hija, ¿cómo habría podido protegerme? La mujer y el hombre son como del fuego y el algodón. ¿Cómo podría el algodón protegerse del fuego y evitar inflamarse?"

  El comerciante replicó:

  "No te aconsejé que no te acercaras a tu marido, sino sólo que te protegieras de su semen. ¡No tenías más que alejarte de él en el momento fatal!

  -Pero ¿cómo hubiera yo podido reconocer un instante tan secreto?

  -Es evidente, sin embargo. ¡Es el momento preciso en que los ojos del hombre se ponen en blanco!

  -¡Querido padre! exclamó la hija, ¡cuando los ojos de mi marido se ponen en blanco, los míos se quedan ciegos!"

  

EL PRISIONERO

   Había un sufí que acompañaba a un ejército en guerra. Cuando llegó el momento del combate, los jinetes partieron como flechas, pero el sufí permaneció en su tienda. Pues las almas densas permanecen en tierra mientras que las almas ardientes se elevan hasta el cielo.

  Los soldados volvieron victoriosos, en posesión de un inmenso botín. En el momento del reparto, quisieron que participara el sufí, pero él se negó alegando su tristeza por no haber asistido al combate. Como nada lograba calmar su pesar, los soldados le dijeron:

  "Hemos traído una gran cantidad de prisioneros. ¡No tienes más que matar a uno de ellos y, de este modo, habrás participado en el combate!"

  Esta solución devolvió la alegría al sufí y, apoderándose de uno de los prisioneros, lo condujo detrás de su tienda, para haber suprimido al menos a un enemigo.

  Transcurrió un largo rato y los soldados acabaron por preguntarse la razón de este insólito retraso. Uno de ellos, por curiosidad, fue a buscar noticias. Pues bien, detrás de la tienda, descubrió al prisionero con las manos atadas. Había mordido al sufí en el cuello y éste, con la cara ensangrentada, yacía en tierra vencido.

  Lo mismo sucede contigo. Ante tu ego, que tiene, sin embargo, las manos atadas, te desvaneces como el sufí. Sientes vértigo desde lo alto de una pequeña colina, pero miles de montañas te esperan.

  Los soldados mataron inmediatamente al prisionero y lavaron el rostro del sufí con agua de rosas para calmar su dolor. Cuando recobró el conocimiento, le preguntaron:

  "¿ Es posible ser tan débil? ¿Cómo has podido dejarte vencer por un hombre que tenía las manos atadas?"

  El sufí respondió:

  "En el momento en que me disponía a cortarle la cabeza, me lanzó una extraña mirada y perdí el conocimiento. De su mirada surgió un ejército para atacarme. ¡Eso es lo único que recuerdo!"

  Los soldados replicaron:

  "Es inútil participar en la guerra cuando se tiene semejante valor. ¡Un prisionero maniatado ha podido más que tu paciencia! El ruido de una espada que corta una cabeza no es el ruido de una paleta para lavar la ropa! Tú no estás familiarizado con el combate de los hombres. ¿Cómo podrías pretender nadar en un océano de sangre? Muchas cabezas sin cuerpo ruedan por tierra, porque no se trata de una invitación a sentarse a la mesa. No te remangues como si se tratase de tomar una escudilla de sopa. ¡Esto es un asunto de hombres y no de timoratos!"

  ¿Cómo podría la razón que se asusta de un ratón desenvainar la espada ante el enemigo? Un combate semejante no está hecho para los que van buscando refugio de ilusión en ilusión.

  

  LA GUERRA CONTRA EL EGO

   Un sufí llamado Ayazi decía:

  He participado en noventa guerras, con el cuerpo desnudo, sin protección alguna. He recibido así heridas múltiples, lanzazos o heridas de espada, esperando saborear la muerte de los mártires, pero ninguna flecha me ha tocado en un punto vital. Esto no es más que una cuestión de suerte y mi esfuerzo era inútil. No habiendo podido saborear la dicha del martirio, me retiré a una celda. Ahora bien, oí el ruido de los tambores y comprendí entonces que los soldados volvían a la guerra. Sentí como un lamento de todo mi ser que decía:

  "Ha llegado el momento de combatir. ¡Levántate y realiza tus deseos en la guerra!"

  Yo le respondí:

  "¡Oh! ¡Maldito inconstante! Dime la verdad. ¿Qué escondes detrás de tu trapacería? Yo sé muy bien que no hay en ti ninguna inclinación por el combate. ¡Si no me respondes en serio, te haré sufrir las angustias del ascetismo!"

  Y mi ego respondió:

  "En estos lugares no hay día en que no me martirices. ¡Mi estado es peor que el de tus enemigos y nadie lo sabe! Me matas por falta de descanso y de alimento. ¡Si muero en el combate, entonces, al menos el pueblo verá quién soy yo!

  -¡Pobre ego! le respondí. No eres más que un hipócrita. No eres más que vanidad. No sólo vives en la calumnia, sino que, además, quieres morir en la calumnia."

  Y así fue como me prometí no dejar nunca más la celda. Pues todo lo que hace el ego en semejante circunstancia sólo puede ser pomposidad. Semejante combate es el único verdadero combate. La otra clase no es sino un pequeño combate. ¡No es para quien se asusta de un ratón! Nuestro hombre era un sufí como el de la historia anterior. Pero uno muere por un pinchazo de alfiler, mientras que ninguna espada resiste al otro. El primero tiene la apariencia de un sufí, pero no tiene su alma. Esta especie es la que empaña la reputación de los sufíes.

  

  CUARENTA MONEDAS DE PLATA

   Un hombre poseía cuarenta monedas de plata y, todos los días, echaba una de ellas al mar para penitencia de su ego. Este hombre era un gran guerrero y no conocía el miedo frente al enemigo. Cuando recibía una herida se la vendaba y volvía al combate. Durante una guerra, después de haber recibido una veintena de lanzazos y otras tantas flechas, perdió sus fuerzas y cayó a tierra. Su alma se reunió entonces con la de los fieles.

  No consideres esta muerte como formal. Pues el cuerpo es como un instrumento para el espíritu. Cuando su caballo ha muerto, ya no puede avanzar. Mucha gente ha vertido su sangre en apariencia, pero se ha reunido en el otro mundo con su ego muy vivo. La herramienta está rota, pero el bandido sigue viviendo. El cuerpo está ensangrentado, pero el ego irradia salud.

  Muchos egos de mártires han muerto en este mundo y se pasean, sin embargo, vivos. El espíritu ha atacado, pero el cuerpo carecía de espada. La espada es desde luego, la misma espada, pero el hombre no es el mismo hombre y esta apariencia es lo asombroso. Cuando cambias tu ego, sabe que la espada del cuerpo está en la mano de Dios.